Capítulo 5

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Esa mañana fue diferente. El dolor de cabeza era insoportable. El sueño lo había dejado muy agotado, y los mareos iban y venían constantemente desde la madrugada. Su mente se resistía a dejar de lado los recuerdos de Arash y aquel grito...

«¡XIIIIIN!».

Pero cuando quiso pedir ayuda, y desde el otro lado del teléfono en la recepción le pidieron que bajara con su pasaporte para ordenar la visita de un médico, notó algo de lo que, fuera por inocencia o estupidez, no se había percatado aún.

«Mi billetera... ¿dónde está?», se preguntó.

Con dificultad Xin rememoró todo lo que había hecho el día anterior, empezando por el momento en que había dejado el hotel para explorar la ciudad, y calculando y luchando contra la imprecisión hasta llegar al instante de regresar, muerto del cansancio, desde las calles de Teherán.

Casi no había comido, y lo único que había comprado había sido el amuleto de Sandaramet; de hecho, esa había sido la última vez que había usado su billetera, puesto que había regresado caminando hasta el hotel. Tras reflexionarlo sin perder mucho tiempo, decidió volver sobre sus pasos con la intención de recuperar su dinero y sus documentos, por más desesperanza que lo abrumara.

Para su desagrado, cuando salió a la calle, el calor y la multitud que se aglomeraba alrededor no ayudaban a su dolor de cabeza. Pero aquello no le importó mucho. Haciendo eco de la misma fuerza que, quizás, Arash había necesitado para cargar con su flecha, Xin decidió mantenerse enfocado y no llamar mucho la atención de los transeúntes, puesto era algo que odiaba sobremanera.

Tras una hora y media de caminata, volvió al mismo lugar que ayer lo había cautivado tanto: el bazar imperante de la ¿?. Entonces, entre otro mareo y otra distorsión de su vista, un grito, o quizás fuera un eco en sus recuerdos, lo sobresaltó con su nombre una vez más, y cuando Xin se giró para ubicarse, se encontró con un súbito estallido de aplausos y silbidos:

Cuando los ojos de Xin encontraron la fuente del ruido, notó que había llegado finalmente a su destino, justo al puesto del vendedor al que había comprado el amuleto el día anterior. Aliviado y optimista, rápidamente caminó hasta la multitud que en aquel momento disfrutaba del espectáculo del vendedor; este estaba otra vez haciendo su rutina de malabares en el aire, mientras una mujer, la cliente, no perdía de vista el objeto que subía y bajaba.

Curiosamente, si no hubiera sido por el mareo y lo poco concentrado que lo tenía, Xin no habría descubierto cómo detrás de la compradora, hipnotizada con el acto de entretenimiento, un hombre alto y de contextura delgada y veloz, le hacía una señal muy discreta al vendedor, quien asintió casi de manera imperceptible. De pronto, la oportunidad de sacarle la billetera del bolso a la pobre incauta se hizo evidente, así como el trabajo conjunto para llevar a cabo el suceso.

Y entonces, Xin entendió lo que había pasado con su cartera.

El hombre rápidamente comenzó a escabullirse entre la multitud, y sin pensarlo dos veces, Xin se lanzó como pudo a perseguirlo. Ya cuando el sujeto estaba a punto de desaparecer por un callejón alterno del bazar, Xin logró sujetarlo por la muñeca y detenerlo.

—Devuélveme mi billetera.

—¿Qué?

Xin repitió lo mismo, escupiéndolo casi a la cara del hombre cuando este se giró. Este lo miró molesto y dijo algo en farsi, cosa que Xin no pudo comprender mientras que intentaba soltarse para continuar con su huida, pero Xin lo sujetó con mucha más fuerza aún.

—Sé que la tienes, y quiero que me la devuelvas.

—Pfff, me estás confundiendo con otra persona —le dijo el hombre mientras lograba zafarse del agarre de Xin—. Ahora piérdete.

El extraño le dio tal empujón que Xin sintió su mano más como una piedra contra su pecho que como la mano de una persona. De pronto el hombre comenzó a alejarse y, al ver cómo este se alejaba, comenzó a llamar en alto a la policía. Las personas alrededor comenzaron a girar en dirección al callejón. Al instante, el sujeto se devolvió con cara de pocos amigos...

—Hey, ¿qué crees que estás haciendo? —le rugió a Xin en la cara cuando volvieron a quedar frente a frente.

—Quiero que me devuelvas mi billetera... ¡POL...!

Pero el hombre lo interrumpió halándolo por el brazo y haciéndolo callar contra la pared. Ambos estaban muy cerca el uno del otro y, por un segundo, Xin dudó de la capacidad que tenía el criminal para asustarlo, observando con detalle el enmarcado de su barba gruesa, sus labios tostados por el sol, y sus ojos marrones.

—¿En serio estás dispuesto a armar un escándalo por una simple billetera? —le susurró el sujeto acercando su rostro al de Xin lo más que podía.

Ambos estaban apretujados.

—¿Cuántos años tienes? ¿Veinte, diecinueve? Lárgate de aquí antes de que te topes con alguien peligroso de verdad —lo amenazó el hombre una vez más.

Xin le sostuvo la mirada, y forcejeó para alejarse de su presencia opresora. El hombre lo ignoró y simplemente comenzó a alejarse para salir del callejón, cosa que Xin que no quiso permitir, comenzando a seguirlo. Cuando vio que se alejaban del centro del bazar, el chico se detuvo y encaró otra vez al criminal. Estaba temblando de pies a cabeza por la fiebre:

—Solo quiero recuperar lo que me robaste.

—No te robé nada, ¿sí? Deja de calumniarme o te meterás en problemas más graves. Además, qué rayos te pasa, mírate... Te ves enfermo. ¿Estás bien?

—Te acabo de ver. Robaste a la señora del puesto...

—Eso no significa que haya sido yo particularmente quien robó tu billetera, ¿entiendes? Es denigrante que insistas tanto. Como sea, por un poco de platica podría llevarte con el ladrón, el real.

Xin dudaba para tomar una decisión, pero el mareo estaba empeorando cada vez más, y como fuera, incluso sano, no podía andar por ahí en Teherán sin un documento de identificación.

—Creo que será mejor que aceptes mi ayuda... Xin.

Cuando el ladrón lo llamó por su nombre, el chico se asustó. Pero no le dio tiempo de reaccionar, pues este ya había continuado su camino. Impulsado por la situación, y sin ninguna otra alternativa, Xin lo siguió.


「 心 」


—Bienvenido a la cueva —dijo el bandido mientras abría la puerta de una pequeña casa alejada del bazar y del distrito comercial de Teherán.

Dentro del lugar había poco más de una decena de personas. Todas recibieron a Xin con miradas suspicaces. Al ladrón le cayeron a su vez miradas de furia.

Una mujer se acercó rápidamente; parecía ser la mayor del grupo, y al alcanzar a Xin y el ladrón, comenzó a decirle muchas cosas en farsi a este último. Lo único que Xin pudo distinguir de la conversación es que la mujer estaba muy molesta y nerviosa por algo.

—Cálmate, Ava, ¿no ves que el pobre infeliz está a punto de desmayarse? Además, mira qué cara de nene consentido tiene. Es inofensivo.

Xin lo miró con reproche pero el tipo, sorprendentemente, le guiñó un ojo con picardía.

—No se supone que traigamos a nadie aquí, Amir —protestó ella de todas formas, cambiando al inglés—: A Hassan no le va gustar cuando se entere.

—De Hassan ya me ocuparé yo, no te preocupes —la calmó Amir sin darle importancia a sus preocupaciones—. Por cierto, este fue el chico al que robaste ayer, ¿no?

De pronto ella abrió los ojos con sorpresa y terror. De inmediato intentó defenderse, pero Amir la interrumpió.

—Deberías prepararle un té o algo que le baje la fiebre, está ardiendo —dijo mientras colocaba una mano sugerentemente en la frente de Xin y lo observaba con algo que el chico no pudo dejar de calificar como deseo—: Está sudando como un puerco.

—Estoy bien —protestó Xin huyendo del contacto con Amir—. Solo quiero que me devuelvan mi billetera y me iré. No le diré nada a nadie, ni la policía ni nada. Prometo que no me volverán a ver.

—No digas estupideces y ven a sentarte —contestó Amir con un gesto de manos.

Al ver que Xin no hacía nada, incrédulo, se acercó hasta él y lo tomó por los hombros para empujarlo hasta unos cojines en medio de la estancia polvorienta. Los niños que estaban sentados sobre ellos salieron huyendo entre risas y mofas al verlo de cerca.

—Solo es chino, mocosos maleducados, ¡no sean groseros! —les reprendió Amir antes de girarse a ver a Xin a los ojos —. Porque sí eres de China, ¿verdad?

—¿Cómo sabes mi nombre? —lo ignoró Xin.

Amir solo se encogió de hombros ante su pregunta:

—Te leí la mente —dijo—. Muy fácil.

—No te burles.

—No lo hago —insistió Amir.

Por un instante Xin no supo qué pensar. Amir tenía sombras pesadas bajo los ojos y sus largas pestañas le daban un aspecto intrigante y misterioso, cosa que combinaba muy bien con su cabello revuelto y su barba de una semana. Se sentía descolocado de alguna manera, pero, ciertamente, no sentía peligro alrededor.

—¿Es esta tu billetera? —preguntó Ava regresando a la sala e interrumpiendo los pensamientos de Xin, quien perdió de vista a Amir para prestarle atención a la mujer.

—Y el té que te pedí, Ava, para cuándo —intervino Amir confundido y molesto.

No... soy... tuya, Amir —enfatizó ella—. No tengo porqué hacerte caso.

Al-hamdu lillah —contestó él con ironía—. Gracias a Dios...

—¿Es esta tu billetera o no? —insistió Ava irritada.

Con sus manos movía un pequeño bolso frente a los ojos de Xin.

—Sí, muchas gracias —respondió Xin.

Ella le arrojó la cartera con rapidez.

—Entonces ya te puedes ir —dijo con brusquedad.

Mientras tanto Xin, revisaba el contenido de su cartera, preocupado. Por suerte su pasaporte estaba ahí, al igual que sus tarjetas, pero todo el efectivo había sido sustraído.

—¿Dónde está mi dinero?

—Se perdió —dijo Amir como si nada desde su cojín en la estancia.

Xin lo fulminó con la mirada, pero Amir solo se encogió de hombros como si nada.

—Dije que podía ayudarte a recuperar tu billetera, no tu dinero. Si quieres tu dinero tendrás que convencerme de devolverlo...

Y al decir aquello, sin ningún tipo de sutileza, Amir se acomodó en el suelo en pose bastante sugerente. Ava contornó los ojos con más fastidio al notar aquello:

—Agh, ya es suficiente, andando de aquí...

—De qué estás hablando —preguntó Xin entre aterrado y confundido.

—Sé que la pasas bien en mi presencia, pequeño, deja de hacerte el duro —lanzó Amir sin pudor alguno mientras su boca se torcida en una sonrisa rebelde—. Sé que soy irresistible.

—Estás demente, y eres un enfermo —le soltó Ava con fastidio—. Y ya me tienen harta los dos, así que andando, YA —insistió—. Suficiente diversión por el día de hoy.

—Ok, ok —Amir se dejó caer en una silla con las piernas abiertas de forma obscena mientras levantaba las manos por encima de su cabeza—. Prometo portarme bien, amiga mía.

Y tras decir aquello último, besó a la mujer con suavidad en su mejilla. Ella lo miró con desprecio para luego enfocar sus ojos felinos en Xin.

—Si vuelves a esta casa prometo que te mataré con mis propias manos, ¿entiendes, niño?

—Porque siguen llamándome niño, tengo veinte años —reclamó Xin—. Y de todos modos no pienso volver.

Sus ojos buscaron rápidamente los de Amir, quién de inmediato le lanzó un beso irreverente como respuesta. Xin le dio la espalda al ladrón, y Ava le abrió la puerta, pero Xin no había dado ni un paso en dirección a la calle cuando de pronto Ava volvió a cerrar la puerta con fuerza, aterrorizada.

—¿Qué pasa? —preguntó de golpe Amir poniéndose de pie de un brinco, ahora con seriedad en su mirada, para caminar hasta la entrada.

Gusanos —jadeó Ava con ira.

—Mierda, ¿en serio? —protestó Amir mientras se asomaba discretamente a través de una de las ventanas cubiertas por cortinas viejas—. ¡Mierda, mierda, mierda! ¡Llama a los niños! Tenemos que irnos de aquí ahora mismo. ¡Reúne a todos aquí en la sala, Ava, rápido!

Ella salió corriendo al interior de la casa mientras decía cosas y gritaba órdenes en su idioma natal. Xin no entendía lo que estaba pasando. Si bien era ajeno al terror a su alrededor, le sorprendía cómo Amir, que hasta hace poco había sido la personificación de la despreocupación y el desenfado, se había convertido en un instante en un hombre serio de mirada protectora e intimidante.

—¿Qué está pasando? ¿Por qué todos están tan asustados? —preguntó mientras seguía de cerca a Amir.

—Cómo qué por qué, ¿acaso no escuchaste lo que dijo Ava? ¡Los gusanos están allá afuera, y eso solo significa que están revisando casa por casa para llevarse a alguien! Ven, ayúdame a mover esto.

Amir comenzó a empujar un pesado y viejo baúl de madera con mucha dificultad y Xin no dudó en ayudarlo.

—¿Los gusanos? ¿Quiénes son ellos? ¿La policía?

Amir dejó de empujar para mirar a Xin a los ojos completamente confundido.

—Es un chiste, ¿cierto? —preguntó incrédulo.

Al ver que Xin negaba con la cabeza, un escalofrío recorrió su espalda.

—Me estás diciendo que eres un mago y que, aun así, ¿no sabes quienes son los gusanos blancos?

Pero si antes Xin había estado confundido, ahora se sentía completamente fuera de lugar y perdido.

—¿Mago? De qué estás hablando, no soy ningún mago.

—Ya estamos listos, Amir —interrumpió Ava entrando a la sala rodeada de niños y de ancianos.

Amir asintió y le dio un golpe al suelo con el pie. Sus ojos brillaron plateados por un momento, y de pronto, la parte del suelo que había golpeado se abrió como si fuera una compuerta que iba al interior de la tierra, lo que dejó al descubierto un largo corredor oscuro y subterráneo.

Todos se apresuraron a saltar dentro del agujero para correr bajo tierra como topos ciegos. Los últimos en saltar fueron Xin y Amir, y una vez dentro del túnel, los ojos del ladrón volvieron a brillar como la plata pulida, y la tierra se los tragó. Ya bajo tierra, mientras el polvo aún se asentaba en la oscuridad, Amir volvió a hablar:

—Si no eres un mago —el fuego de una antorcha inundó el túnel—, entonces qué haces ayudando al espíritu milenario...

Pero Xin no contestó, no supo qué decir. Tenía la mente en blanco. Lo único que permanecía en su cabeza eran los intimidantes ojos de Amir, plateados y brillantes, como cromo vivo y reluciente, y esa extraña realización de que lo que antes había confundido con una antorcha, era en realidad la mano de Amir cubierta en llamas...

«¡XIN!», resonó en su cabeza desde adentro, con el tono de Arash, como un llamado distante, y Xin sintió como su cuerpo se estremeció.

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