23. Lluvia de miradas indiscretas

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Después de salir de lo más profundo del bosque, donde los caminos se perdían entre la vegetación, tomaron por fin una ruta principal. Esta era amplia y con huellas de tránsito reciente. A los costados del camino comenzaron a aparecer casitas y pequeñas granjas. Mientras avanzaban, Dion se concentró en el viento que llegaba en dirección contraria y lo invitó a rodearlos y soplar a su favor, imbuyéndolo de su magia con la esperanza de que esto aliviara el esfuerzo de los caballos. El aire respondía mejor de lo que había esperado a sus pedidos, desde que Dion se había abierto a la posibilidad de colaborar con él.

Al seguir adelante, se cruzaron con algunos mercaderes, pero también con algunos pequeños grupos de tropas cuya mirada dura y porte rígido hizo estremecer a Dion. Su presencia contrastaba con el paisaje tranquilo, un recordatorio de que estaban avanzando por una ruta regada de vidrios rotos.

Más adelante, el camino los llevó a atravesar lo que quedaba de un pueblo abandonado, con un aire similar al aspecto de la torre donde Rufus había retenido a Dion. ¿Pertenecería a esa misma época? Dion se aferró a Casio con más fuerza; se sentía observado, aunque no hubiera nadie mirándolos. Las ventanas de las edificaciones vacías se asemejaban a las órbitas oscuras de una calavera.

—¿Qué pasó con este lugar? —preguntó Dion.

—Fue atacado por un dragón hace muchas décadas, antes de que yo naciera. Era un dragón venenoso; aunque consiguieron derrotarlo, el lugar quedó contaminado y fue abandonado. Ahora lo llaman la Ciudad Muerta. ¿Ves aquello que se ve como una colina en medio de los edificios? Es el lomo del dragón, que sigue estando en el lugar donde murió.

Dion miró hacia la ciudad: una elevación emergía entre las estructuras semiderruidas. ¿Sería el estado de la ciudad solo obra del paso del tiempo y el descuido, o sería también a causa de aquella batalla? Vio un edificio al que le faltaba una parte del piso superior y se imaginó al dragón llegando desde el cielo y destruyéndolo de un coletazo.

—¿Es común que pasen cosas así con dragones?

—No, es muy raro que se dejen ver. Ese ataque fue provocado por un grupo que quiso robar un huevo de su cueva.

Desde su escondite, entre los pliegues de la ropa de Dion, Alhelí intervino:

—¡Bueno, entonces se lo merecían!

—No puedo decir que no entiendo al dragón —respondió Casio después de una pausa—. Es una lástima que la acción de unos pocos condenara a un pueblo entero.

—Más vale que ya no sea venenoso pasar por aquí —dijo Alhelí.

—No. Durante mucho tiempo, esta ruta estuvo en desuso, y mucha gente se acostumbró a usar una alternativa para llegar a la capital, que hasta hoy es la más transitada. Pero hace unos años esta volvió a usarse, aunque el lugar sigue vacío.

A medida que el pueblo abandonado quedaba atrás, la ruta volvió a tomar vida. El hechizo de Nora parecía funcionar bien, porque las personas pasaban a su lado sin mirarlos más que de pasada; aunque Dion, que no estaba seguro de haber hecho suficiente para pasar desapercibido con su propia magia, hacía lo posible para escudarse detrás de Casio.

Habían acordado nuevas identidades, en el caso de que fueran a necesitarlas. Nora se presentaría como Aarón, un mago de camino a Doslunas; y Casio diría ser Cora, su guardaespaldas. Discutieron sobre qué rol sería mejor para Dion, y decidieron que lo presentarían como Diana, aprendiz de Aarón.

—No te preocupes —le dijo Casio—. Solo sigue la corriente y todo estará bien. Doslunas suele reclutar magos, es un legado que viene de su pasado; es su manera de tener una línea de defensa. Incluso su reina es una maga.

—¿Por qué se llama Doslunas? —preguntó Dion.

—Cerca del centro hay un gran lago. De noche, la luna se refleja en él, así que es como si hubiera dos lunas. Es un reino muy pequeño, pero está en un lugar privilegiado, rodeado de montañas ricas en piedras preciosas; por eso hubo disputas por esa área en el pasado. Pero en el último siglo, los otros reinos de esta zona han prosperado por sí mismos, tanto que han dejado a Doslunas en paz. Así que no ha habido peligro para ellos. Hasta ahora.

La imagen del lugar se formó con claridad en la mente de Dion: una noche estrellada y un cielo que se extendía brillante, arriba y abajo. Imaginó que un lago así tenía que estar poblado por hadas. Quizás ellas hubieran ayudado a mantener el lugar a salvo, sin que los humanos lo supieran, también.

Doslunas, sin embargo, no era su destino ahora, sino la capital del reino de Casio. El aumento de movimiento y de tropas en alerta indicaba que ya faltaba menos para llegar a la capital. El clima empeoró, también. El cielo comenzó a oscurecerse, bloqueado por nubes que prometían una tormenta.

Cuando el castillo apareció en el horizonte, Dion sintió la tensión acumularse, como si una serpiente estuviera enroscándose alrededor de su cuerpo, empezando por su torso y subiendo hasta su garganta. Un poco sofocado, trató de respirar hondo y recordó por qué estaba allí. La alternativa hubiera sido quedarse en su mundo, mientras afuera se las arreglaban como podían; eso no iba a funcionar para él, sabiendo lo que sabía.

—¿Esta taberna queda cerca del castillo? —preguntó Dion. ¿Qué tal si este estaba rodeado de algún tipo de trampa que pudiera deshacer la magia que los hacía verse diferentes? Al menos la suya; porque la de Nora quizás fuera distinta.

—No tanto —respondió Casio, que parecía haber adivinado el origen de su pregunta—. Pero tienes razón que nos conviene evitar el castillo.

Casio bajó la voz de pronto, cuando algunos guardias se acercaron caminando hacia sus caballos. Hubo un silencio tenso mientras estos los examinaron con la mirada, antes de ir con el siguiente viajero. Venían de la entrada de la ciudad, donde había una pequeña aglomeración de carros y personas. Allí, un grupo uniformado detenía a quienes pretendían entrar y hacían preguntas antes de dejarlos pasar. Dion se apretó tan fuerte contra Casio que este dejó escapar un gruñido de sorpresa.

Mientras se acercaban al punto de control, las miradas de los otros fueron hacia ellos al mismo tiempo que una llovizna tímida comenzó a caer, una capa fina de humedad que no llegaba a convertirse en gotas gruesas. Como la lluvia, la curiosidad de los extraños era inescapable. Dion se cubrió la cabeza con la capucha de su atuendo para aislarse un poco.

Entre el grupo de guardias que realizaba el control reinaban las caras largas y palabras cortantes. Una excepción era un rubio de aspecto más relajado que el resto. Otra persona que llamaba la atención era un chico de baja estatura, pelo negro y expresión hastiada, que vestía una túnica que se diferenciaba del uniforme que usaban los guardias.

—No tengas miedo —le dijo Casio a Dion—. Conozco a la mayoría de esos guardias y sé cómo tratarlos. Tú síguenos la corriente.

—Pero el chico bajito es nuevo —murmuró Nora—. Es un mago...

—¿Y si se da cuenta? —preguntó Dion.

—Nuestra huella cambió. No somos lo que busca.

A Dion no le convencían del todo esas palabras. Aguantó la respiración y desvió la vista. Cuando lo hizo, una ventisca repentina acompañó su gesto. Junto con ella rodaron algunas piedras y cayeron un par de paquetes de lo alto de un carro, lo que provocó un pequeño revuelo.

—¡Deja de hacer eso! —gritó Alhelí desde su oreja. Solo entonces se le ocurrió a Dion que él había causado el ventarrón—. Voy a distraerlo un poco.

Luego de decir eso y antes de que Dion le pudiera pedir que tuviera cuidado, Alhelí se adelantó a ellos y voló hacia el mago. Avanzando con disimulo entre los guardias, se trepó al hombro del chico, y sin que este notara su presencia, se metió en su oído, donde empezó a zumbar. El mago reaccionó al instante; se llevó una mano a la oreja y se dio la vuelta, agitado.

La llovizna se convirtió en lluvia, desatando lamentos entre guardias y quienes estaban en la fila para entrar. Aprovechando la distracción, Casio y Nora avanzaron hacia el punto de control y se dirigieron hacia el guardia rubio, quien les dio la bienvenida mientras ajustaba su propia capucha para refugiarse del agua y les hizo algunas preguntas de rutina: nombre, origen, destino, razón de la visita.

—¿Así que están de paso hacia Doslunas? —dijo el guardia—. Entiendo, escuché que podrían complicarse las cosas por allí.

Con su mirada, el guardia escudriñó a Nora, que no parecía muy cómoda en su rol de mago líder del equipo, pero hacía lo que podía. Cuando volvió la vista hacia Dion, suavizó su actitud de inmediato e hizo un gesto cortés de saludo con la cabeza, y al encontrarse con Casio, sonrió incluso. Los ojos del guardia se quedaron enganchados a él, a quien veía como Cora, unos segundos más de lo normal.

—Esperemos que no pase nada —dijo Nora, y carraspeó un poco mientras esbozaba una sonrisa acartonada y se acomodaba en la silla del caballo. Su mirada estaba fija en las calles de la ciudad que comenzaba más allá de la puerta, tan cerca y tan lejos.

Mientras tanto, unos metros más allá, Alhelí seguía molestando al mago, que sacudió la cabeza. El guardia hizo una pausa y lo miró, aguantando la risa.

—¿Estás bien, Arami? —preguntó. Y a Dion se le ocurrió que la distracción terminaría por jugarles en contra, si esos dos se demoraban en el control discutiendo sobre lo que Alhelí había causado. Más tiempo allí significaba más oportunidades de un paso en falso.

Quizás previendo eso, Casio intervino para llamar la atención del guardia otra vez:

—¿Sabes de algún buen lugar donde tengan buena comida? Llevamos todo el día andando y no damos más de hambre. —El tono con el que habló fue casual y relajado, bastante diferente del de Nora.

El guardia se volvió hacia ellos de inmediato, con una amplia sonrisa que Casio devolvió con creces.

—¡Claro! Lo mejor es la taberna de Bruna. Si pueden visitarla, la recomiendo.

—Ah, quizás hasta nos crucemos de vuelta contigo por allí, ¿verdad?

—Sí, es posible —respondió, sonrojándose un poco—. Está por terminar mi turno. Cora era tu nombre, ¿verdad? Quizás volvamos a vernos. No las demoro más, no quiero que se resfríen.

Después de un último intercambio de miradas, el camino se abrió ante ellos, y por fin pudieron entrar en la ciudad.

—¿Qué fue eso? —preguntó Dion.

—Una distracción. Sabía que caería, es ese tipo de persona. Su nombre es Drustan, le dicen hola y ya se está enamorando.

El punto de control quedó atrás. Dion se dio vuelta una última vez, preguntándose si Alhelí ya estaría en camino. Al hacerlo, se encontró con la mirada del joven mago, que también se había vuelto en su dirección y lo contemplaba a la distancia.

Próximo capítulo: sábado 10 de octubre

¡Hola!

Capítulo cargadito en el que hay datos importantes. Gracias por sus sugerencias de nombres para las identidades alternativas del equipo; quedaron Cora, Diana y Aarón.

También hay par de nuevos personajes, y gracias a picrew.me puedo mostrar una aproximación de Drustan, el guardia enamoradizo:

Una amiga que hizo una maratón fantasmal de la historia (¡HOLA, FANTASMAS!) me hizo notar que no había ni un solo personaje rubio. No me había dado cuenta. Bueno, acá hay uno xD

Drustan prefiere a la gente que no es rubia (y no solo chicas), por eso Casio tenía la ventaja ahí.

¿Les gustaría que pusiera imagen del nuevo mago en el siguiente? Tengo que ver si encuentro un generador que me sirva para aproximarme.

Gracias por sus votitos y comentarios, y a quienes siguen leyendo a estas alturas, lo aprecio mucho ❤

PD: La vez pasada resubí el capítulo porque me avisaron que Wattpad había juntado unas palabras que en mi archivo de Word estaban separadas. Espero que no pase esta vez, si resubo es por un error de ese estilo.

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