24. Marionetas rebeldes y encuentros inoportunos

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Los caballos avanzaban con lentitud por las mismas calles por las que habían huido la vez anterior. Dion había estado ayudándolos con unos toques de magia durante las pausas en el trayecto; eso hacía que rindieran más, pero todo tenía un límite. Estaban cansados.

Dentro de la ciudad se respiraba tensión, y el que Alhelí no apareciera tampoco ayudaba a que Dion pudiera relajarse. El recuerdo de los ojos del mago de la puerta atravesándolo era lo único que le servía para resistir la tentación de volver a mirar atrás.

—Debería estar bien —dijo Casio, acariciando su mano—. Conoce esta ciudad.

Tomaron el camino más largo para evitar pasar cerca del castillo, aunque eso significara pasar más tiempo bajo la lluvia. Las calles estaban manchadas de murmullos y miradas desconfiadas, que no solo iban dirigidas a ellos: todos miraban por encima del hombro, juzgándose y estudiándose.

Ignorando el ambiente turbio, Nora lideró el camino hacia un hospedaje con caballerizas. Allí, fueron guiados por la posadera, una mujer de habla rápida y actitud amigable, a una habitación sencilla con dos camas. Ella tampoco perdió oportunidad de hablar de Doslunas, de su actual ola de frío, de cómo el clima se enloquecía cuando se acercaba la reina guerrera, de cómo tendrían que tener cuidado.

Cuando quedaron solos, Nora se sentó en una de las camas; solo entonces, Dion notó que temblaba.

—Bien, lo conseguimos —dijo Nora—. Espero que Alhelí nos encuentre. Y Vuestra Majestad hasta tienen una cita —agregó, mirando a Casio, que se cruzó de brazos y gruñó.

Dion contempló a esta versión de Casio con una sonrisa: pelo oscuro y largo, apariencia fuerte y aire aventurero. No le sorprendía que hubiera llamado la atención; en su opinión, se veía bien de cualquiera de las dos maneras y aunque este fuera distinto a su yo original, conservaba su esencia. Lo más importante era que no había fisuras en la ilusión.

—Espero no volver a cruzarme a Drustan —dijo Casio entre dientes—, pero tenemos que ir a la taberna de Bruna. Dijiste que la ilusión debería mantenerse hasta que se ponga el sol, ¿verdad? Entonces mientras volvamos antes del atardecer, no debería haber problemas.

—En teoría, sí —respondió Nora—. De acuerdo a las notas de mi maestro, este hechizo debería durar hasta que se ponga el sol. Solo un mago poderoso o un amuleto antimagia podría romperlo antes de tiempo.

—¿Un amuleto antimagia...? —intervino Dion.

—¿Recuerdas aquella muñequera que te puso Dalia? Es uno de esos amuletos. Pero contra ti necesitó más que eso, porque no eres humano.

Dion tragó saliva, al recordar la sensación del hierro quemando su piel. Luego pensó en el mago joven con el que se habían encontrado en la entrada. Su aura no se había sentido poderosa, pero a pesar de eso así era preocupante.

—¿Qué piensas del mago de la puerta? —preguntó Dion.

—Vestía ropas de mago de bajo nivel, no parece el tipo de persona que podría deshacer este hechizo, pero podría estar allí para detección. Tendría más cuidado con los guardias, algunos de ellos cargan esos amuletos antimagia para bloquear los poderes de un mago en situaciones extremas.

—Pero usarlo contra alguien sin una buena razón sería impensado —intervino Casio, poniendo una mano sobre el hombro de Dion. Su inquietud debía ser muy evidente—. Los magos son respetados por muchas razones. Incluso es gracias a la magia que tenemos fácil acceso a cosas como el agua caliente o la conservación de alimentos con frío.

La explicación sirvió para tranquilizarlo un poco. Desde afuera llegaban los sonidos del burbujeo de las calles. Dion fue hacia la ventana y miró hacia abajo: el ir y venir de las personas daba la ilusión de aguas embravecidas. Cerca del borde había algunas plantas de aspecto mustio y hojas cansadas, de las que Alhelí seguro se hubiera quejado, de estar allí. Dion las colocó de forma que les cayera el agua de la lluvia y compartió con ellas un poco de su magia, para avivarlas.

Casio se acercó a él; lo abrazó por detrás y plantó con suavidad un beso en su mejilla. Dion se dejó caer un poco contra él, echando hacia atrás la cabeza y luego hacia un costado, para buscar sus labios.

—Me preocupa el mago joven —murmuró Dion—. ¿Crees que se diera cuenta de lo que soy?

—¿Nos hubiera dejado pasar si tuviera la certeza? —replicó Casio—. Te diría que te quedaras aquí mientras voy a la taberna, pero no me harías caso si lo hiciera, ¿verdad?

—No.

Dion se dio la vuelta, para quedar frente a frente con Casio, que le habló con gravedad:

—Tenemos que tener cuidado, sea como sea. Estoy seguro de que conseguiremos información sobre los rebeldes en la taberna de Bruna.

Tal como Nora había señalado antes, esa taberna era popular, lo que podía jugarles en contra. Tendrían que prepararse para la posibilidad de cruzarse con gente conocida, incluyendo a los guardias de la entrada, y mantener la calma en caso de que eso pasara.

En la puerta del cuarto, los esperaba Nora.

—Mientras ustedes van a la taberna —dijo ella—, yo iré a ver si puedo averiguar algo sobre Erika en lugares donde la conocen.

Antes de alejarse de la posada, cada cual en direcciones opuestas, se prometieron tener cuidado y regresar en cuanto fuera posible. A Dion no le gustaba que tuvieran que separarse de Nora en esas circunstancias, pero sabía que ella no cambiaría de opinión. La vio perderse entre las calles con paso decidido. Casi trotaba. Su actitud no quedaba sospechosa entre el resto, que también se movía más rápido que la gente de las afueras, como si todos estuvieran secretamente temiendo ser sorprendidos por el atardecer. ¿Sería que cuando el sol se pusiera, la apariencia real de cada uno sería revelada?

El pensamiento sin sentido entretuvo a Dion, que se imaginó a los ciudadanos convirtiéndose en otras personas con la caída del sol, y Casio lo trajo de vuelta a la realidad cuando lo tomó de la cintura para apartarlo del camino. Una mujer cargando un saco de mercadería había estado a punto de chocarse con ellos.

—¡Tenga cuidado por dónde va! —le gritó Casio a la mujer, su voz aguda e irreconocible. Dion lo miró con una sonrisa, y este le guiñó un ojo.

Dion repasó para sus adentros sus roles: el suyo, el de aprendiz de hechicera; el de Casio, su guardaespaldas. Casio no ocultaba que llevaba una espada, en la funda que colgaba de su cintura. Iba bien con su personaje y era una advertencia, además de servir un propósito práctico.

Frente a los ojos de los otros, ellos eran dos mujeres. Dion se había resignado a que era común entre los humanos clasificarse en esos términos, a pesar de que entre ellos las cosas tampoco eran de color blanco y negro, por lo que había notado.

Al alejarse de la posada, las caballerizas quedaron atrás. El olor que impregnaba el aire —una mezcla de barro y estiércol— se disolvió de a poco, y fue reemplazado por otros más agradables. Un aroma a especias se abrió paso, invitándolo a acercarse a un rincón en particular. Se le hizo agua la boca. Habían comido durante el viaje, pero nada elaborado.

La mano de Casio seguía apoyada en la cintura de Dion, que solo lo notó cuando entraron a la taberna y Casio la apartó, dejando el espacio donde antes estaba más frío y solitario.

El interior olía a comida: panes de ajo, lo que debía ser alguna sopa con verduras y condimentos, alcohol, y hierbas aromáticas que estaban colgadas de las paredes y ayudaban a enmascarar los olores menos bienvenidos.

En las mesas había grupos de personas que conversaban, disparando palabras de un lado a otro. Alguien se balanceaba en su silla con expresión intrigada, mientras escuchaba a una mujer contar algo sobre los fantasmas de la Ciudad Muerta. ¡En serio! Los había visto, cuando cruzaba la ciudad en el camino de regreso. La respuesta a su cuento fueron un montón de risas.

Quienes estaban allí llevaban ropas sencillas y gastadas, muy distintas del vestido de Dion, que era demasiado elegante en comparación con su tela de aspecto sedoso. Eso le valió ganarse algunas que otras miradas extrañadas mientras se acercaban a la barra, que se apartaron cuando Casio las devolvió con dureza.

Detrás del mostrador estaba Bruna, la mujer que Dion había visto en el mercado cuando estaba dentro del halcón. Tenía la camisa arremangada, el pelo canoso recogido en un moño y una enorme sonrisa que realzaba las arrugas que adornaban su rostro. Sus ojos fueron hacia ellos dos cuando los vio aproximarse. Por la manera en que miró a Casio, frunciendo un poco el ceño, Dion temió que lo hubiera reconocido. Fue solo un instante, nada más, una chispa que se apagó apenas se había prendido.

—Bienvenidas —dijo ella—. ¿Qué puedo ofrecerles?

Casio tomó asiento en la barra frente al mostrador y Dion hizo lo mismo.

—Venimos de un viaje largo y precisamos algo que nos levante el espíritu. ¿Tiene algo dulce?

La mujer asintió. Claro, era razonable. Tenía para ofrecer una bebida caliente que seguro les ayudaría, dijo. Volvió con una bandeja con pancitos de miel y dos vasos humeantes. A sugerencia de Casio, Dion sopló un poco el suyo antes de probarlo. El sabor le hizo sonreír. El líquido era espeso y recubrió el interior de su boca con una capa cremosa, dulce y levemente picante. Reconoció el jengibre y la canela, y se preguntó qué más tendría.

—Imagino que son nuevas por aquí —observó Bruna, lo que hizo que Dion se preguntara si su actitud sorprendida al probar la bebida había sido demasiado reveladora—. Creo que las recordaría si las hubiera visto.

—Estamos de paso —intervino Casio—. Vamos a Doslunas, pero nos dijeron que podría complicarse por allí.

Bruna arqueó las cejas.

—Estamos en un momento complicado en todas partes.

—Sí, aquí también, ¿no? —dijo Casio, dándole un mordisco al pan de miel—. Con lo que pasó con su rey y todo eso. Escuchamos unos rumores en el camino.

—Hay muchos rumores. ¿Cuál de todos escucharon?

Casio bajó la voz y se inclinó sobre el mostrador para acercarse más a Bruna.

—No sé si creerlo. Es sobre la gente que quedó al mando. Quizás no deba decir nada.

A eso le siguió un silencio espinoso, en el que Dion volvió a llevarse el vaso a la boca y Casio terminó su pancito, mientras Bruna los contemplaba entrecerrando los ojos. ¿Habría mordido la carnada?

—Escuché que era un buen rey, el que huyó —se arriesgó a decir Dion.

—Lo era. Yo trabajé en el castillo antes de tener la taberna. Él siempre tuvo la cabeza un poco en las nubes, pero es difícil imaginarlo como un traidor. Claro que, porque alguien sea bueno con una persona, no significa que no pueda hacer cosas malas.

—¿La cabeza un poco en las nubes? —dijo Casio por lo bajo.

—Sí, siempre me preocupó eso. —Lo siguiente que dijo Bruna sonó como una confesión. Su voz se convirtió en un susurro tan débil que se volvió casi inaudible—. Antes de que asumiera, había quienes decían que sería una buena marioneta, porque se ganaría a la gente con su simpatía mientras otras personas se ocupaban de mover los hilos. Pero quizás no era tan buena marioneta, al final de cuentas.

A su lado, Casio se veía contrariado: mandíbula apretada y puños cerrados. Dion lo acarició por debajo del mostrador. Sus dedos se sintieron duros al tacto; no se relajaron ni cuando Dion entrelazó los de él con los suyos.

—Quizás le tendieron una trampa —murmuró Dion. Se detuvo en seco, entonces, cuando Bruna negó con la cabeza y apretó los labios. No hables, decía el gesto silencioso. Dion lo obedeció. La mirada de Bruna estaba puesta en algún punto detrás de ellos dos.

Una brisa entró a través de una ventana abierta y poco después Dion sintió que algo se chocaba contra su oreja.

—¡Los encontré! —dijo la voz de Alhelí—. Los guardias están por entrar. Me prendí al rubio porque dijo que vendría para aquí. Cuidado, ahora está afuera hablando con alguien.

No hubo tiempo para prepararse. La puerta se abrió y por ella entró riendo un pequeño grupo de guardias entre los que estaba el rubio, Drustan, que después de hacer un rápido recorrido con la vista por el interior de la taberna, fijó su mirada en Casio y Dion.

—¡Cora, qué gusto! —exclamó Drustan sonriendo, un poco sonrojado—. Tenía la esperanza de que estuvieras...

Detrás de él, con el rostro serio y severo, venía Arami, el joven mago con el que se habían cruzado al entrar a la ciudad.

Próximo capítulo: sábado 17 de octubre.

¡Hola!

En el siguiente capítulo Casio tiene su cita (??).

Cuando hice este capítulo se me había muerto un cactus (SÍ, UN CACTUS, una suculenta) y deseaba tener un Dion o una Alhelí que me lo arregalara.

Ojalá que ustedes sean mejor que yo cuidando plantas.

Anduve viendo si encontraba en picrew.me algún buen generador para el nuevo mago, y encontré uno que puede servir más o menos:

El nombre Arami es de origen guaraní y significa cielito. Me pareció super tierno, aunque él no sea una ternura. Se suele usar para mujeres, pero BUENO, este es un mundo fantástico y lo quería usar para él.

El nombre Drustan se lo robé (???) a un amigo mío que lo usaba de nombre de usuario en un foro. 

¡Muchas gracias por sus lecturas, sus comentarios y sus votitos! La semana pasada fue bien fea para mí, y ustedes me animaron mucho.

Si ven palabras pegadas, avisen xD

12/10: Capítulo resubido para arreglar un detalle.


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