Reseña #9: La ópera de la soberbia (Wolfgang)

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Autor: MikiRiK

Reseñador: Wolfgang (HelmholtzYWolfgang)

Capítulos reseñados: 10

Otra vez el sol empezaba a ponerse en el horizonte, ya llevábamos un buen rato andando por las desoladas calles cuando el sonido de un bullicio lejano llegó hasta mis orejas e, instintivamente, las orienté hacia la dirección del sonido. Caminaba con desgano, sobándome la barriga, pues el hambre me aquejaba desde hacía ya varias horas.

—¿Qué es eso, un festival, un mercado? —le pregunté a la huesuda.

»Espero que haya comida de verdad y no solo fantasmas de hamburguesas como en el anterior sitio al que me llevaste.

La muerte solo se encogió de hombros, ignoró mis quejas y continuó avanzando a mi lado. Transitábamos por una zona de callejuelas y pequeños espacios abiertos adornados con jardineras, destinados a la recreación. La arquitectura de los edificios alrededor recordaba a un pasado colonial y la mayoría de ellos contenían locales comerciales: restaurantes, bares y pequeños cafés, la mayoría cerrados.

Poco a poco nos acercamos al sonido que había llamado mi atención y, luego de cruzar un modesto parque, pudimos presenciar el origen del bullicio: Una larga fila de espectros y espíritus charlaban y cotilleaban entre sí, mientras esperaban su turno para ingresar a un enorme teatro cuyas puertas y fachada eran de un inconfundible estilo neogótico.

—¿Es en serio, Huesos? Me estoy muriendo de hambre, ¿y tú me traes a un show de «Solo para fantasmas»? —me quejé, molesto, pues aunque aquél hermoso edificio despertaba mi curiosidad y fascinación, los sonidos de mis tripas no me permitían olvidar mi urgente necesidad.

Sin embargo, el olor a palomitas recién horneadas me inundó las narices y, seducido por la comida, guardé silencio; caminé hasta formarme al final de la fila, Huesos me siguió y ahí nos quedamos: avanzando lentamente.

—¿Sabes qué? ¡A la mierda —dije, visiblemente desesperado— ninguno de estos cabrones puede morirse de hambre, yo sí!

Decidido, caminé a través de los seres etéreos, quienes protestaban mediante lamentos, gritos espectrales y una que otra seña obscena.

—Con permiso, con permiso, abran paso a un pobre vivo hambriento, ¡apártense porque no respondo si una que otra manifestación ectoplásmica se cruza entre mi boca y mi destino!

Asustadas e indignadas, las apariciones comenzaron a hacerse a un lado, dedicándome miradas de desaprobación y cuchicheando entre ellas, mientras caminaba presuroso hasta las elegantes puertas.

Ya en el interior, mi sorpresa fue grande al descubrir un espacio limpio y sumamente elegante que contrastaba de manera ridícula con el resto de la ciudad, como si todo aquello estuviera montado para celebrar el evento más importante en la historia de la polvorienta urbe: alfombras rojas, pilares de mármol, fantasmas elegantes y la iluminación suficiente para resaltar el derroche.

En otra ocasión, sin dudarlo, me habría detenido un momento para escupir el suelo de tan ostentoso monumento, pero mis sentidos no habían olvidado el olor del maíz reventado y me lancé, cual gordo en tobogán, hacia la zona de alimentos.

—¡Palomitas, palomitas de verdad! —exclamé incrédulo antes de meter la cabeza directamente en la gran palomera que ahí se encontraba.

Luego de saciar un poco mi hambre y tener que soportar, otra vez, las quejas de los pomposos fantasmas y sus miradas acusantes, tomé una bolsa grande de palomitas, así como un buen vaso de refresco y caminé hasta la sala principal, lugar donde se encontraba el escenario.

«La ópera de la soberbia», reconozco que es un buen nombre —dije luego de leer, sobre una manta de seda negra y en letras doradas bordadas, el título de la obra que se presentaría.

Huesos y yo avanzamos por el patio de butacas hasta los asientos frente al escenario, escogimos un par de ellos y nos sentamos. Justo en ese momento, todas las luces se apagaron y solo una de ellas se enfocó en el centro del escenario, sobre alguien que no parecía ser un fantasma: era una hermosa mujer de tez blanquecina, esbelta figura y largo cabello blanco; llevaba puesto un vestido negro de gala que tenía una abertura en uno de sus costados, a la altura de las piernas.

—Queridos espectros, almas en pena... —hizo una pausa al recorrer al público con la mirada e, inevitablemente, notar tanto mi presencia como la de Huesos—, entes primigenios y camaradas peludos —agregó.

»Bienvenidos a la función estelar de esta noche, una historia repleta de traiciones, mentes transtornadas, orgullo, soberbia, ira, gula, avaricia, envidia y, sobre todo, muchísima lujuria. Esperamos que la disfruten —concluyó la peliblanca, esbozando una sonrisa traviesa.

La luz se apagó, la oscuridad se adueñó nuevamente del escenario y un envolvente sonido de alas enormes surcando el espacio aéreo dentro del teatro llamó nuestra atención: entre la penumbra pudimos distinguir una sombra alada que se posó en el escenario. Entonces se abrió el telón, varias luces se encendieron y ante nuestros ojos apareció una mansión en llamas, un par de adolescentes peliblancos huyendo y la imponente sombra alada, persiguiéndolos: el espectáculo había iniciado.

La escena finalizó y el escenario se transformó, ahora nos mostraba otra mansión de enormes dimensiones, en la que tenía lugar un gran evento: La preboda del mismísimo Lucifer.

Poco a poco, mientras transcurría la celebración, fueron apareciendo otros personajes y, a través de ellos y sus interacciones, pudimos entender que la trama versaba sobre una organización elitista conformada por gente poderosa, cuyas cabezas eran ni más ni menos que las reencarnaciones de los pecados capitales y, aunque toda la acción se centraba en torno a estos, la perspectiva de la historia se turnaba entre dos de ellos: Cassandra y Thiago Asmodeus, los mellizos lujuriosos de la camarilla.

Luego de un duelo de baile tremendo, donde los actores que interpretaban a Thiago y Lucifer derrocharon testosterona e incendiaron la pista con sus pasos prohibidos, un juego de poder entre todos los pecados, que hasta ese entonces se había ido cocinando lentamente, comenzó a precipitarse sobre nosotros.

La obra parecía haberse convertido en un enorme tablero de ajedrez, donde los personajes tomaban el rol de distintas piezas y nos arrastraban a mirar, sin pestañear, las jugadas que tejían. Entre traiciones, conspiraciones, el Ángel de la Muerte como el ente místico tras el lore fantástico, Thiago siendo un chulito, Bela (la reencarnación de la gula) haciendo gala de sus talentos musicales y artísticos, actos emotivos, momentos eróticos y un sinfín de emociones perversas se apoderaron del ambiente y del público, quienes de vez en cuando nos unimos en un jolgorio colectivo o en una desaprobación justificada.

Luego del décimo acto, en donde nos deleitaron otorgándole la perspectiva a Lucifer (y con ello dinamitando el ritmo de la trama por segunda vez), el telón cayó, dejando en el público un regusto lujurioso y ocultando buena parte del escenario. Todas las luces se volvieron a encender, un par de espectros subieron a colocar un micrófono rápidamente y la presentadora peliblanca volvió a adueñarse del escenario.

—Ese Lucifer es todo un figlio di puta, pero cómo nos hace suspirar y mojar la tanga, ¿no creen? —dijo entre risas, llevaba una copa de vino en la mano, señal de que la fiesta tras bambalinas había comenzado.

»Haremos una breve pausa, para que vayan a estirar las piernas y se preparen para lo que viene, les prometo que no se van a arrepentir.

Se despidió con una sonrisa y ya había desaparecido de nuestra vista, cuando volvió apresurada y agregó:

—Por cierto, ¡habrá vino gratis para todos!

Una ola de celebraciones contagió a todos los invitados, incluso Huesos y yo festejamos por tan soberbio detalle. Sin embargo, no podíamos darnos el lujo de desperdiciar una noche entre juerga, bebida y arte teatral. Así que, luego de que el fantasmerio hubo desalojado el recinto, la parca y yo fuimos hasta la zona de camerinos, en búsqueda de nuestra libertina anfitriona.

—¡Pero qué adorable perrito! —dijo animada la peliblanca apenas verme—. Dime en qué te puedo ayudar, peludito.

—Ahórrese sus cumplidos, madame, soy consciente de mi adorabilidad y esponjosidad. Agradezco la comida y la hospitalidad, además de la calidad del entretenimiento, pero mi compañera y yo tenemos una misión, usted comprenderá —respondí, luego de haberme sentado a mis anchas en un hermoso sillón de terciopelo, que adornaba el camerino en el que nos encontrábamos.

Ella arqueó una ceja y sonrió, divertida por mi actitud, entonces se cruzó de hombros y contrarrestó:

—Todo un signore negocios, ¿no, furrito? Perdóname por pensar que podía tener una agradable conversación contigo, antes de que vinieras a aprovecharte de un humilde y sensual pecado capital —dramatizó, usando un exagerado tono de voz cargado de falsa tristeza.

—¡Ah, el drama! Es casi tan buena como la actriz que la interpreta, Madame Cass. Pero cállese y deme el libro, por favor.

—Solo quise ser amable, no fuiste el único que fue convocado aquí por ella —agregó, mirando a Huesos y dedicándole una pequeña reverencia.

Luego caminó hasta un pequeño buró y de él sacó un libro, el cual lanzó sobre mi regazo.

—Toma y que te vaya bien, es una pena que tengas que trabajar mientras nosotros celebramos el fin de esta mugrosa ciudad. Mucha suerte, peludo.

Y sin decir más, abrió la puerta del camerino y se marchó.

—¡Furrita su abuela! —Alcancé a gritarle, antes de que el bullicio provocado por el renacer del show opacara mis palabras.

Guardé el libro en las bolsas interiores de mi gabardina, junto a los anteriores, luego abandonamos el camerino y salimos por las puertas traseras del edificio.

—¡Pero qué buena historia, Huesos! —comencé a decirle a mi compañera mientras caminábamos hacia las oscuras y maltrechas calles, alejándonos de las luces y el ruido del teatro.

»Qué buen gusto tienes, hay tantas cosas que esta obra hace bien, que no sé si pueda analizarlas todas. El estilo narrativo es fluido, dinámico y envolvente. Las transiciones que se dan entre personaje y personaje, a través de los diferentes actos, son simplemente maravillosas.

La parca me escuchaba atenta, inflando el pecho, orgullosa de su servicio turístico, mientras seguíamos avanzando, alejándonos del centro de la ciudad.

—El soundtrack es potente, bello, diverso y hasta tuvo una canción original. ¡Pero con qué amor hicieron esta mierda, Huesos! Todos los personajes tienen matices, son grises, complejos y cuando interactúan entre sí fluyen con una brutal armonía. ¡Y no me hagas abordar los perfiles psicológicos de los pecados! Mi favorito fue el de Bela y su trastorno alimenticio, ¡qué simbolismos tan bien usados, qué analogías! —dije gesticulando con las patas, emocionado.

»Y cuando apareció ella... ¡Ay Huesos!, admito que quedé flechado a primera vista. Amanda, mi chica de fuego. —Suspiré, sonriente—, la ira encarnada. Y qué ira, maldición.

Huesos me miró de arriba a abajo y negó con la capucha, mostrándome su desaprobación.

—Sí, ya sé, ya sé, no debo tener crushes con personajes ficticios, ¿pero te atreverías a juzgarme por este, Huesos? ¿Acaso no dan ganas de que esa mujer pose sus hermosos y furiosos ojos sobre tu persona?

Volvió a negar.

—Mentirosa, pero en fin. Lo único que puedo criticarle son algunas faltas gramaticales y ortográficas en el guión, pues en varias partes de la obra parecía que los actores habían aprendido diálogos mal escritos. Eso o ya estaban ebrios incluso antes de iniciar el show, cosa no poco probable, la verdad.

»Gracias por mostrarme tremenda obra, parquita. A los demás Elegidos también les encantará, estoy seguro —concluí.

Ella me respondió con un ademán de sus huesudas manos, como restándole importancia al asunto.

Continuamos caminando en silencio durante unos minutos. Nos estábamos dirigiendo a los límites de la ciudad, me percaté de eso cuando, a la distancia, pude ver varias instalaciones militares apareciendo conforme nos acercábamos: la luna llena bañaba los campos de entrenamiento, los vehículos abandonados y las barricadas petrificadas por el polvo y el tiempo.

—Sé honesta conmigo, acá tampoco hay comida, ¿verdad? —pregunté resignado, antes de caminar hacia el interior del lúgubre lugar. 

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