2- Enrique el Joven (#ETAPA 2, LA HORA DEL TERROR 2).

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  El mismo año mil ciento setenta y cuatro el padre los venció. Ahora tocaba fingir que eran una familia feliz y el primer acto de la comedia se desarrolló en Argenton, durante la Navidad. No resultó sencillo porque, taimado como siempre, le ordenó que fuese a Aquitania a someter a sus antiguos aliados. Y sin dejar piedra sobre piedra.

  Debía hacerlo, no tenía salida: era una prueba para demostrar su lealtad. Así, además, evitaba mirar a la luna, que parecía acusarlo, mientras las estrellas lo perseguían recordándole su secreto. Ni siquiera los momentos robados en el bosque de robles, con el río susurrándole melodías, le permitían olvidar del todo los cuerpos destrozados, las manos manchadas de sangre. Un guerrero se diferenciaba de una bestia asesina en que le daba a su rival la oportunidad de defenderse. Jamás se ensañaba con mujeres y niños indefensos, los protegía. ¿Qué era él, entonces?

  Bertrand de Born, antiguo compañero de armas y ahora enemigo, además de trovador, le puso un apodo por cambiar de bando: Oc y No. Sí y no. El mote llegó a sus oídos pero, en lugar de amilanarse, luchó con más valentía y compró con el dinero de su progenitor a los mejores mercenarios, para acabar con los que se burlaban de él. De esta forma lo empezaron a llamar Corazón de León y Ricardo, antes de entrar en batalla, se desgarraba la garganta rugiendo, para que todos temblasen al escucharlo.

  Su hermano mayor se reunió con él en Poitiers, también por órdenes del patriarca, y juntos sitiaron Chateauneuf. Una madrugada se despertó en el cementerio, rodeado de cadáveres. Parecían los de antes, el mismo horror dibujado en las caras. Pero eran rostros nuevos.

—Creo que he sido yo quien ha matado a toda esta gente —se desahogó.

—¡¿Vos?! —le preguntó Enrique el Joven.

—Sí, yo —insistió, convencido—. Es la segunda vez que me sucede: despierto desnudo y bañado en sangre.

—Han sido unos forajidos, los han visto poco antes de esta masacre —lo contradijo el otro hombre—. Lo que a vos os sucede es algo de otra índole...

—¿De otra índole? —lo interrogó con curiosidad.

—Sí, he estado con vos cada minuto de la última semana y os juro que no he sido testigo de que matarais a alguien, fuera del combate —manifestó, seguro—. En cambio en el bosque sentí vuestros gemidos y los del caballero que os acompañaba. Y antes, en la habitación del castillo: las paredes son gruesas pero hacéis mucho ruido cuando disfrutáis con vuestros amantes masculinos. Creéis todo esto y os confundís porque os agobia no dar la talla como hombre ante nuestro padre, como lo hago yo. Por eso de vez en cuando perdéis la noción del tiempo.

  ¿Y si Enrique tenía razón e iba un paso por delante de él, igual que al nacer? Cuando se dio cuenta ya era muy tarde, se rindió. Se rindió a su locura incipiente, a la culpabilidad, a sus necesidades... ¡Qué lejos quedaban sus sueños de gloria!



https://youtu.be/M1ZcXPleG4M

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