3- Réquiem por un sueño (#ETAPA 3, LA HORA DEL TERROR 2, SECTOR C).

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—¿Os habéis enterado de que Guillermo el Mariscal se acuesta con Margarita, haciendo cornudo a Enrique el Joven?

  Este rumor crecía y se desparramaba, igual que la maleza. A fuerza de repetición constituía una verdad incuestionable, al nivel de que Cristo había fallecido en la cruz para salvar a la humanidad. El mentor traicionaba al protegido: no generaba dudas.

  Ricardo notaba que los celos del hermano hacia él, a causa de sus logros en la caballería, se incrementaban por la obligación de guerrear y mantenerse apartado de la esposa. Pero cuando, para reforzar su masculinidad, el padre ordenó a los hijos menores que le rindieran vasallaje, montó en cólera. ¿Humillarse él, que no le debía nada, puesto que gobernaba Aquitania por derecho propio, al haberla recibido de su madre Leonor?

  Así, un nuevo conflicto familiar estalló. El primogénito azuzó contra Corazón de León al del medio, Godofredo, y les pidió ayuda a los barones aquitanos sublevados, olvidando que días antes se libraba de ellos por orden del patriarca. Las lealtades resultaban confusas y los límites se estiraban, a modo de cuerpos torturados en el potro, porque pidió el auxilio del soberano francés actual, Felipe Augusto. De esta forma el progenitor intervino para apoyar a Ricardo, enredando más el círculo de peleas constantes, que se asemejaba a los corros a los que jugaban los niños, ya que a punto estuvo de morir por las flechas del rebelde.

  Sin embargo, aunque compartían nombre, Enrique el Joven no era Enrique II. Al comprender la magnitud de sus actos cayó enfermo en Martel y no se levantó más del lecho. Clamó por el padre, pero tantas veces había utilizado la misma excusa para conseguir favores que, como al chico del cuento, que decía que venía el lobo para asustar a otros y reírse y cuando vino en serio no le creyeron, a él también lo ignoraron.

  Expiró el once de junio de mil ciento ochenta y tres, con solo veintisiete años, siendo un digno precursor de El Club de los 27. Lo trasladaron primero a Mans y luego hasta Ruán, para enterrarlo entre lágrimas por lo que pudo ser y solamente se quedó en un intento. La ocasión merecía que entonaran un réquiem por su sueño de grandeza, pero Ricardo, aunque feliz, se contuvo: ahora era el heredero, guardaría las apariencias y no haría leña del árbol caído. Además, el rey lloraba balbuceando que no yacía ahí.

  Para comprobarlo levantaron la tapa del ataúd, confeccionado en madera de roble: Enrique el Joven no se encontraba allí. Dentro solo había arbustos de retama[1], idénticos a los que decoraban el yelmo del abuelo Godofredo y que le daban su denominación a la casa Plantagenet.

  El viento soplaba desde el sur, cargado de aromas extraños. Incienso de iglesias, tierra mojada, putrefacción, rosas marchitas, gotas de sangre. Asimismo, provocaba que los dientes de león se desmenuzaran y danzasen al ritmo de la muerte. Leones débiles como su hermano... ¿Dónde se hallaba el cadáver?

[1]Genest en francés antiguo.



https://youtu.be/jhSvGS2hCkA

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