Capítulo 1: Niños extraviados.

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

♠️♠️♠️

Basil nunca se paraba a pensar en como llegó al campamento. Siempre la dejaba con un mal sabor de boca que deseaba borrar con un buen trago de cloro.

Cuando cumplió los cinco años y tuvo la suficiente convicción para hacer preguntas, Quirón tuvo que confesarle la terrible historia del como llegó al campamento; había sido abandonada al pie de la casa grande con nada más que su ropa y un pequeño collar. Y ante su extraña llegada, el señor D solía pasar sus ratos libres contándole el como había corrido con la suerte de que las Arpías no la hubieran encontrado. Probablemente la hubieran devorado.

Tal vez hubiera sido lo mejor.

A pesar de ello, Basil empezó su entrenamiento a los seis años, aprendió a levantar una espada y para su octavo cumpleaños ya había matado a un buen par de monstruos. Había quedado bastante claro que era un oponente feroz.

A los nueve años fue reclamada por su padre, desatando una disputa entre los dioses y una posible guerra contra el Rey de los muertos, por lo cual, cada mañana sin falta, tenía un monstruo al pie de su cabaña con el propósito de asesinarla.

O así era hasta que supo de la existencia de Thalia.

Al parecer, su padre había tenido una aventura antes de que ella siquiera pensara en nadar con sus compinches espermatozoides, y había resultado con una hija. Otra hija.

La emoción de tener una hermana mayor pronto se disipó en cuanto una noche de patrullaje, logró escuchar gritos y feroces rugidos, pero aunque corrió con todas sus fuerzas, para cuando llegó a la frontera del campamento, vio como un hermoso árbol salía y se tragaba el cuerpo de una niña que no podía ser mucho mayor que ella.

Desde ese día, supo que tendría que acostumbrarse a la soledad.

Hasta que Percy Jackson pisó el campamento mestizo y todo pareció dar un giro inesperado.

Fue el detonante de un sinfín de eventos catastróficos.

(…)

Desde hace mucho tiempo que los chicos del campamento no hacían patrullajes. No desde que el árbol de Thalia protegía el campamento.

Pero esta vez, cuando la noche estaba quieta y no se escuchaba más que el correr del agua en la playa, Basil tuvo un extraño presentimiento. Había demasiado silencio y nadie más que ella sabía que aquello no era una buena señal.

Arriesgándose a convertirse en comida de Arpía, tomó su brazalete y salió de su cabaña sin hacer el mínimo ruido. No había nadie, todos dormían y sus pasos eran lentos. Basil había aprendido desde muy pequeña a no hacer el mínimo ruido, aquello siempre le ayudó a robar las galletas que el señor D ocultaba en sus cajones.

La luna era suficiente para iluminar su paso, pero cuando ya había dado su tercer vuelta y no vio absolutamente nada fuera de lugar, decidió que tal vez había sido una estupidez haber salido de su dulce cama por el presentimiento de una puberta con ganas de adrenalina.

Suspiró y se dispuso a darse la vuelta.

No dio ni dos pasos cuando escuchó unos cuantos quejidos. Se quedó quieta. Eran bajos y pronto también pudo escuchar el arrastrar de algo. Cada vez se hacía mas fuerte. Más violento.

Decidió ignorar aquella molesta voz que le decía que se diera la vuelta y dejara de hacer el tonto. Tal vez era alguien que necesitaba ayuda, aunque Basil no se caracterizaba con dar apoyo a sus compañeros de campamento, aún sabía que muy probablemente aquella persona estuviera en un gran apuro a juzgar por sus gemidos de dolor.

Dio unas cuantas zancadas y se encontró pisando una superficie blanda. No se podía ver mucho por la oscuridad de la noche, pero estaba muy segura de que el piso no se debería de sentir tan abultado. Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, pudo ver que lo que había pisado era una mano humana.

«Genial. Otro cadáver», pensó irritada.

El cuerpo se quejó.

«Casi».

Al verlo con más precisión, notó que era un niño. Nunca lo había visto en su vida, así que supuso que era un nuevo mestizo que acababa de cruzar la frontera, y a juzgar por su aspecto, el camino no lo había tratado bien: Estaba lleno de lodo de la lluvia que se había desatado fuera de la barrera, y su rostro estaba lleno de cortes y hematomas, aunque no fue eso lo que la sorprendió y la hizo sentir un revoltijo en su estómago.

A su lado, inconsciente y con un gran charco de baba que se deslizaba por su mandíbula, estaba un chico moreno con una barba incipiente, como el de una cabra. Su cabello rizado estaba aplastado y húmedo, por lo que se podían ver sus cuernos; sus piernas cabrunas estaban expuestas, sin nada que las cubriera de los ojos mortales. Murmuraba cosas ininteligibles que Basil no lograba entender.

Apretando los dientes, Basil cargó a ambos chicos hacia la Casa Grande sin mucho esfuerzo, donde los dejó caer en el porche y golpeó la puerta con gran fuerza para llamar la atención de los habitantes de la casa. Si no estaban despiertos, estaba dicho que con tales golpes, lo estarían.

No pasaron más de cinco minutos cuando un Quirón con aros en el cabello y su pijama de centauro, apareció ante sus ojos. Parecía que no había estado dormido, pero ya estaba preparado para dejarse llevar por los brazos de Morfeo.

Atrás de él sobresalió una cabeza rubia que Basil reconoció, pero que decidió dejar pasar.

—Basil, buenas noches —la saludó Quirón con sorpresa, estaba de más decir que no la esperaba a tan altas horas de la noche.

Normalmente solía avisar cuando iba de visita, y también estaba el hecho de que estaba en su ropa de dormir que consistía en un short viejo y una camiseta de Imagen Dragons dos tallas más grandes de su talla correcta.

Quirón la miró curioso, pero después pasó su mirada a ambos chicos y su rostro se puso más blanca que una tiza.

—Por su mirada de haber visto a un muerto, puedo deducir que los conoce. Los encontré en medio del bosque —le dijo con fastidio.

Quirón la observó con ojos cautelosos y Basil rodó los ojos. Veía la sospecha en su mirada.

—Ya estaban inconscientes cuando los encontré.

—Gracias por traerlos, creo que desde aquí me ocupo yo —dijo el viejo centauro cuando vio que no le mentía. Parecía realmente agradecido.

Se encogió de hombros.

—No es nada.

—¿No quieres entrar y tomar una taza de té? Hace algo de frío y creo que podría iluminarte en cuanto a ambos —Señaló a ambos niños.

—No es necesario. No es de mi incumbencia.

No dijo nada más y tampoco le permitió comentar nada al respecto. Les echó una última mirada a ambos chicos inconscientes y se dio la media vuelta dispuesta a volver a su cabaña.

—Buenas noches, Quirón. Mañana hablamos, Annabeth.

De espaldas, escuchó una maldición en griego antiguo. Sin duda, al siguiente día hablarían.

—Cuidado con las arpías.

—Esos vejestorios no me asustan.

Quirón la miró con una sonrisa a medias.

—Lo sé, señorita Green.

Después de su paseo nocturno, no pasó nada más que fuera digno de contar. Al menos, no hasta el siguiente día.

♠️♠️♠️

Atte.

Nix Snow.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro