16. PAUL McCARTNEY ESTUVO ALLÍ

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Llegamos a Benidorm de noche y fue imposible para mí apreciar bien dónde me encontraba, pero sí vi que las personas caminaban relajadas, que muchas chicas iban en pantalón corto, «¡escandalosamente corto!», diría mi madre, y que casi todos parecían extranjeros.

Aparcamos el coche delante de un edificio enorme, vaya, más grande que algunos de los que había visto en Madrid. Justo al lado, había otro edificio, pero estaba todavía sin terminar de construir; y a la vista alguno más de este estilo innovador dibujaban el paisaje. El resto parecían casas mucho más pequeñas, tiendinas y viviendas de los locales.

Después de la euforia de las últimas horas de viaje, comenzaron de nuevo a atacarme las dudas.

—Oye, Jude, ¿estás segura de que vamos a poder entrar? Ya te expliqué que aquí te piden el libro de familia y documentos para todo, y además nosotras somos muy jóvenes y estamos solas...

—Sí, no te preocupesz. El hotel lo ha reservado Julio, es uno buen amigou... Ya te dije, así que no te preocupes...

—¿De qué conoces a Julio entonces?

—Luego te cuentou, chismosa —dijo riéndose.

—Chismosa, esa palabra es nueva, ho.

—Sí.

—Cada vez hablas mejor castellano.

—Es gracias a ti —dijo sacándome la lengua a modo de burla.

El edificio grande era un hotel. El Gran Hotel Delfín, así se llamaba, las luces blancas con su nombre brillaban en la noche anunciándose. En el tejado ondeaban banderas cuyos colores descubrí al día siguiente. Eran de muchos países: Alemania, Inglaterra... Daban la bienvenida a aquellos forasteros que se aventuraban a conocer nuestro país. Un acto de cercanía y una señal más de que la gran revolución estaba por venir.

Cogimos las maletas y entramos. Jude iba delante de mí y yo la seguí despacio, pisando el suelo de mármol rojo con cuidado. Todo lucía prácticamente nuevo. Me reflejaba en las baldosas de lo limpio que estaba, y definitivamente desprendía elegancia. El mostrador era de roble y las lámparas de araña vestían con gracia el techo azul. Había estado en pocos lugares como ese. Pocos o ninguno, en realidad. Quizá la casa de Los Retro Zorros, pero esto era mucho más. Las puertas inclusoestaban custodiadas por dos señores vestidos de blanco, semejante al uniforme de los marineros. Luego supe que eran botones. Botones. No veía en realidad el símil, pero al final me acostumbré a la palabra. No había mucha gente en la entrada, pero la poca que rondaba era en efecto mucho más distinguida que yo. Inmediatamente, supe que estaba actuando de forma extraña, así que busqué a Jude con la mirada, que estaba ya en el mostrador, y la alcancé.

Hello! Buenas nouches, señorita, teníamosz uno habitación reservada a nombre de Jude Lawson.

—Buenas noches, joven, ¿a qué se debe su visita? —preguntó la recepcionista, como si esa frase la repitiera como un loro cien veces al día.

Turismou.

—Bien, ¿me puede dejar su documentación?

—Sí, claro. Aquí, toma.

—Veo que la habitación es para dos, ¿verdad? ¿Es esta su acompañante?

—Aquí. Sí. —Jude me cogió del brazo para acercarme al mostrador.

—¿No vienen con sus padres? Necesitaría el permiso de su padre, si no es mucha molestia.

Justo cuando las preguntas comenzaban a incomodarme, desde el vestíbulo del hotel nos interceptó una voz grave y potente:

—¡Eh, Jude! Aquí, aquí.

Me giré para buscar al dueño de la voz, y allí estaba, un joven apuesto que nos saludaba desde el otro lado. Se acercó sin timidez ni sonrojo, y se dirigió a la recepcionista:

—Hola, Anita, querida. La señorita Lawson tiene la habitación reservada a mi nombre.

—¡Ay, señor Julio! Lo siento. No encontraba la reserva y claro...

—Claro, Anita, no te preocupes. Si es que está a mi nombre y no al suyo.

—Tomen y disculpen las molestias, señoritas.

—Esta es Jude Lawson. Vocalista de Not Fooled —explicó Julio—. Viene por el festival... Ya sabes.

—Perdóneme, señorita Lawson, no la había reconocido... —la recepcionista se ruborizó, por no haberse percatado de que trataba con una de las personas más famosas del momento, y a la vez se mostró emocionada. Esa emoción que nace de la nada ante una personalidad tan popular como ella.

—No te preocupesz —dijo Jude sonriendo—. Esta es Carlota, es... mi... mi... cómou se dicse...

—Estilista —completó Julio.

Esou. Mi estilista. No habla muchou. Es tímido.

—Todavía no sabe algunas palabras en español.

—No se preocupe, señor Julio, es normal. Cualquier cosa que necesiten, no duden en bajar. Siempre estaré a su disposición. ¡Bienvenidas al Hotel Gran Delfín!

—Gracias, Anita.

La recepcionista nos tendió la llave, y yo juro que percibí cómo cada uno de mis músculos se destensaban, cómo volvía a bombearme la sangre y cómo entraba el aire en mis pulmones.

—¡Juls! ¿Cómou estás, darling? —Jude y el joven se abrazaron fuertemente.

—¡Estás estupenda! Bueno, como siempre. Esta es la famosa Carlota, ¿verdad? ¡Qué guapa! —dijo Julio agasajando, mirándome y cogiéndome de las manos—. Emilio ya me dijo que llegábais hoy.

El impredecible aleteo de las mariposas recorrió mi estómago al pensar que Jude le había hablado de mí al joven. Era cierto que, para mí, Jude cada día se convertía en alguien más especial e importante. Sin embargo, no creía que ella...

—Gracias —sonreí—. Menos mal que apareció usted, porque sino...

—De tú Carlota y no es nada. Es que yo vengo aquí mucho. Llevo viniendo desde que lo inauguraron, así que no me preguntan demasiado. Bueno, ¿os veo después para cenar? —No parecía que tuviésemos elección y me pareció bien—. ¡Hoy cenamos en la calle! Os quiero enseñar todo. Invito yo.

—Genial, Juls. Subimos a dejar los maletas, nous cambiamos rápido y bajamosz.

Julio se marchó dejando a su paso un perfume exquisito. Caminaba con un estilo único, con el enigma y el sigilo que caracterizan a gente como Humphrey Bogart, esa clase de estilo tan difícil de imitar porque corre en las venas y la percha de uno.

—¿De qué le conoces entonces? ¡Qué guapo! —susurré cuchicheando.

—Es Juls. Un amigo de Emi y amigo mío... Nos conocimous en London el año pasado en una concierto... Trabaja en un fesztival que hay aquí ahora estos días, y pues eso... También es amigou de Emilio y...

—Espera, espera. ¿El Festival de la Canción de Benidorm?

—Sí, creou que era así como sze llamaba.

—¡Mecáa, Jude! Qué pasada, ¿es cantante también?

—No, nou. Él ezs manager... ¿Representante? Bueno, venga, vamous a dejar rápido las cosas y bajamos a csenar.

—¿Representante? Ay, madre, Jude... Que yo no sé si voy a saber comportarme con toda esta gente...

—Es gente normal... Tú actúa comou eres tú... Nada más.

El lugar que Julio había reservado para cenar parecía sacado de un cuento. Dos columnas de expresión árabe se alzaban frente a nosotras. Una estampa singular y aristocrática, sin duda. Habían sido restaurados, pues su acabado no guardaba impureza alguna. Las columnas sujetaban un balcón de piedra blanquecina perfectamente limado y pegado. Sin cortes ni muescas.

Tras el arco se extendía un jardín. El aroma a lirios, rosas y jazmín se mezclaba en mi nariz en un revoltijo de perfume seductor. Y es que la cantidad de flores de aquel lugar era sobrecogedora. No es que el jardín fuese extenso, ni suntuoso, pero sí era bonito, íntimo y refinado. Guardaba esa belleza que solo se encuentra en las cosas simples y llanas, y que una pasa por alto cuando no es capaz de fijarse bien. Pero cuando una lo ve, ya no es capaz de dejar de mirar.

Jude estaba increíblemente guapa. Nunca la había visto tan imponente. Había dejado a un lado sus pantalones vaqueros rotos, que tanto me habían enganchado a ella, bueno, quizá no fueran sus pantalones, sino sus pintas de querer zarandear el mundo hasta volverlo un sitio mejor. No obstante, para aquella noche había elegido su atuendo sabiendo cuál era nuestro destino: un traje de chaqueta y pantalón de seda azul eléctrico, que realzaba sus ojos enmarcados con su habitual negro. Se la veía esbelta y cómoda con ese aspecto soberbio.

La estuve mirando durante un buen rato antes de salir de la habitación. Sin embargo, de quien no podía quitar los ojos aquella noche frente al espejo del hotel era de mí misma. Jude había colocado en un departamento de mi bolsina varias prendas por si las necesitaba, dado que yo traía poco más que mi ropa interior. Había doblado en ella vaqueros y camisetas que nunca me había puesto, una camisa y los dos vestidos más elegantes que había visto en toda mi vida. Mucho más que los que había en Preciados o que los que Juana llevaba habitualmente. Había escogido, de entre esos dos, uno largo y vaporoso de manga larga y flores, y me había maquillado mucho más que en ninguna otra ocasión. Me encontré con mi nariz chocando contra el espejo, intentando acercarme al máximo para ver con detalle si realmente se trataba de mí, si era yo la que estaba ahí de pie o se trataba de una extraña doble venida desde Hollywood.

—Adelante. —Julio nos invitó a cruzar los límites entre la abarrotada calle y el paraíso.

Acababa de conocerle, pero me pareció, con su traje oscuro, ser alguien rígido y recto, sin embargo, era muy divertido y amable, aunque siempre manteniendo el semblante serio.

Avanzamos por el camino de asfalto hasta el final del jardín y, tras un alto arbusto que rodeaba casi todo el perímetro del edificio, aparecieron, como champiñones que nacen a golpe de plop, mesas redondas donde ya había gente disfrutando de una deliciosa cena. Al menos eso parecía intuir mi paladar, que comenzó a salivar de forma extrema. Tenía hambre, para variar.

Un camarero nos indicó en qué mesa debíamos sentarnos con muy buenos modales, y Julio nos movió la silla a ambas para que tomáramos asiento. El sol aún resplandecía entre los árboles. Serían sobre las nueve y media de la noche, y no quedaban muchos minutos para que el sol se pusiese hasta su nueva aparición estelar al día siguiente. El mantel, blanco roto, brillaba esplendoroso bajo la luz anaranjada y un par de luciérnagas precoces que rondaban el lugar. Las conversaciones de los comensales eran casi todas animadas, vivas, provocadas por el efecto excitante del verano. De fondo sonaba la música, rellenando los escasos huecos de silencio, con armonías cautivadoras.

—Espero que os guste este restaurante. Lo han abierto este mismo año, antes era un palacete.

—Es precioso, Julio. Muy bonito y huele estupendamente... —comenté. Básicamente, eso me decían mis tripas. Aunque no hay que fiarse de un estómago hambriento.

—Espero que la comida está tan deliciosa comou huele.

—De eso estoy seguro. Vengo aquí a cenar cada noche, cuando no llueve. El camarero siempre me guarda la misma mesa.

De primero, nos trajeron tres ensaladas deliciosas para degustar con frutas que no había visto nunca, como la papaya, un fruto que traían de República Dominicana. Ya comenzaban a llegar algunos alimentos al país. Y a ambos lados de la mesa, colocaron un plato de jamón y otro de chorizo.

—El jamón es ibérico. El mejor que he probado en Benidorm.

Yo quería comérmelo todo de golpe. No sabía por dónde empezar. El jamón se sacaba en mi casa en Navidad, y ni hablar de jamón ibérico. Pero no quería que se notase que tenía un hambre espantoso y tampoco que en mi vida había tenido la suerte de probar algo semejante. Y eso que mi madre cocinaba estupendamente.

—¿En qué trabajas en estas momentosz, Julio? Cuéntame —preguntó Jude.

—Pues... La verdad es que estoy descansando. Intentando aprovechar el tiempo libre que tengo. La semana que viene viajo a Londres para ver una pequeña exposición de un artista estadounidense. Igual lo conoces, se llama... Warhol. Andy Warhol.

Nou me suena. Pero parecse interesante. Por cierto, las chicas están allí grabandou...

—Entonces las veré, y sí la exposición es muy interesante. Además, Londres siempre es una caja de sorpresas, ¿sabes? La última vez que fui, caminaba por Camden Town y me pasó algo curiosísimo. Paseaba intentando buscar un álbum de Glenn Miller y de pronto comenzó a llover. Y, claro, acostumbrado a este tiempo, la verdad es que no suelo llevar paraguas. Bueno, el caso es que me tuve que refugiar en el primer pub que vi y al entrar ¡no te podrás creer quién estaba ahí!

Nou idea. ¿Quién? ¡Cuéntanous, Juls!

—Paul McCartney.

—No te creo.

—¡Que sí! En serio. Era el mismísimo Paul McCartney —insistió—. Y ahí estaba el muchacho, bebiéndose una pinta de cerveza tranquilamente, mientras veía tocar a un grupo de música rock. Un grupo totalmente desconocido, me pregunto si alguien de la banda estaba siendo consciente de que McCartney estaba ahí mismo.

—¿Y qué hiszo? ¿Qué hicsiste?


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