5. Ataque cardíaco

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Sábado, 9 de marzo de 2019.

Escucho murmullos a la lejanía, pero el sonido de las voces va en aumento y me incitan a abrir los ojos; sin embargo, la tarea me es un tanto difícil, pues mis párpados se niegan a ser levantados. Las ganas de permanecer en la inconciencia son muy fuertes, es como si hubiese tomado mi primer sueño después de diecisiete años.

Todo mi cuerpo parece estar aletargado, pareciera que un camión de carga hubiese pasado por encima de mí. O como si un gorila me hubiese golpeado sin compasión durante todo un día. Lo sé, es algo muy tonto, pero es lo único que se me ocurrió para describir todo el cansancio y la pesadez que siento en mi cuerpo, sin contar con el palpitante dolor en mi sien.

Estando aún seminconsciente, y empleando un esfuerzo monumental, soy capaz de mover una de mis manos, palpando la superficie en la que me encuentro recostada. Siento la textura suave y cálida de la superficie. Creo que me encuentro en mi cama, pero no recuerdo el momento en el que me fui a dormir la noche anterior.

Sólo pasa alrededor de dos minutos, antes de que todos los recuerdos de lo que sucedió antes, durante y después de la fiesta, se arremolinen en mi cabeza. Y es entonces cuando decido hacer a un lado la pesadez de mi cuerpo, y la exaltación de lo ocurrido me obliga a abrir los ojos de golpe y el pánico me invade, habiendo que mi cuerpo se impulse hacia arriba para quedar sentada sobre la cama. Me toma solo un momento reconocer el techo de mi habitación, y me es inevitable soltar un suspiro de alivio, al menos me encuentro en casa. Aunque la tranquilidad no dura demasiado cuando las dudas surcan mi mente; ¿Cómo logré llegar a casa? ¿Camile pudo sola conmigo, estando yo inconsciente? Porque para ser sincera, dudo mucho que el patán de Marco se haya ofrecido a ayudarla, pero ese no es el mayor de los problemas, sino, ¿Qué les dijo a mis padres cuando me vieron llegar inconsciente a casa? Por su bien espero que no haya inventado una tontería y me haya metido en problemas con ellos, lo menos que quiero es estar castigada. Lo mejor es que haya optado por decir la verdad. A fin de cuentas, no es como si hubiese hecho algo malo, o hubiese cometido el peor de los crímenes, porque, a fin de cuentas, ni siquiera había bebido más que la pobre limonada la cual tampoco tuve la oportunidad de disfrutar ya que alguien se atravesó en mi camino, provocando que me callera encima. El mero recuerdo de esos impresionantes ojos grises mirándome primero con disculpa y luego con la diversión plasmada en todo su increíble rostro, me hace estremecer y provoca que un violento sonrojo se apodere de mis pálidas mejillas, así como también es imposible evitar que una sensación extraña me recorra el cuerpo, no sé cómo describirla con exactitud.

Sacudo la cabeza en un intento por olvidarme del sexy desconocido que me arruino el vestido y la oportunidad de degustar mi limonada como era debido.

Retiro las sabanas que cubren mi cuerpo y me siento en el borde de la cama, me doy cuenta de que alguien cambio mi vestido por uno de mis camisones de seda, pero ignoro ese hecho porque de todos modos sé que no recordaré nada, además, no puedo evitar que mi mente viaje a los otros acontecimientos para analizar todo lo sucedido la noche anterior, y tratar de entender el motivo de mi desmayo, ya que no podría culpar al alcohol debido a que no probé ni una sola gota, a menos que... ¿acaso la limonada contenía alcohol? Eso no tiene mucho sentido ya que, ¿quién en su sano juicio deja en el refrigerador de su casa un recipiente lleno de limonada alcohólica? Eso no tiene mucho sentido, aunque conociendo a la chiflada anfitriona de la fiesta, creo que no podría descartar esa probabilidad.

Entre mis cavilaciones, un vano recuerdo llega a mi mente. La sensación de unos brazos alrededor de mi cuerpo antes de haber quedado inconsciente. El sólo hecho de recordar aquello, provoca que los vellos de mi cuerpo se ericen y un nudo se instale en el centro de mi estómago. Tuvo que haber sido sólo una alucinación, porque no había de que fuese lo suficientemente rápido para llegar a mí antes de desmayarme, digo, yo vi hacia todas las direcciones y no había nadie cerca, aparte de Camile y Marco, y ellos ni siquiera se percataron de mí, debido a que iban muchos pasos por delante.

¿Segura de que sólo fue tu imaginación? Susurra la vocecilla en mi cabeza.

Sacudo la cabeza para alejar esos pensamientos de mí y decido ponerme de pie y dirigirme al baño. Necesito una ducha para ahuyentar toda esta tención que mi cuerpo ha acumulado sin saber exactamente el por qué.

Los murmullos aún se escuchan al otro lado de la habitación. Así que, con sigilo, me acerco a hasta la puerta, pegando la oreja contra ella para poder escuchar mejor. Creo escuchar la voz de mamá junto a otra que no logro reconocer, ya que no se encuentran cerca de la puerta, más bien, sólo es el eco de una conversación que se lleva a cabo en la primera planta de la casa, en la sala de estar, tal vez. Así que, me es imposible escuchar con claridad cuál es el tema de conversación que se lleva a cabo ahí abajo. Y ruego para mis adentros que no sea con referente a lo que sucedió anoche.

Una vez que noto que no podré saciar del todo mi curiosidad, retomo mi camino al baño. Entro, cerrando la puerta detrás de mí y le paso el pestillo, más por costumbre que por otra cosa.

Después de vaciar mi vejiga y cepillarme los dientes, empiezo a desnudarme para entrar a la ducha. Abro el grifo y después de templar para que salga el agua tibia, deslizo el cristal opaco que separa a la ducha del resto del baño y me meto bajo el chorro de agua. El contacto tibio contra mi piel me hace estremecer durante un momento debido al escalofrío que recorre mi espina dorsal, aunque el contacto continuo del agua no demora demasiado en lograr que los músculos agarrotados de mi cuerpo se vayan relajando poco a poco. Termino de enjabonar mi cuerpo y lavar perfectamente mi largo cabello, aún así, decido quedarme un tiempo más bajo la regadera, disfrutando del agua tibia contra mi piel, y tratando desesperadamente de ordenar mis pensamientos, al igual que esforzándome lo más que puedo para recordar que rayos es lo que paso unos segundos antes de desmayarme, e intentando aclarar cuál es la razón de dicho suceso, puesto que, desde que tengo memoria no recuerdo haber sufrido de desmayos.

No sé con exactitud cuánto tiempo transcurre hasta que decido que es momento de salir y enfrentar al mundo. Y así lo hago.

Una vez fuera del cuarto de baño y de haber secado mi cuerpo por completo y colocarme una bata de baño, salgo a mi habitación con una toalla enroscada en la cabeza para que absorba toda la humedad de mi cabello. Me dirijo a mi armario y me introduzco en él encendiendo la luz para poder observar mejor cada prenda. La verdad es que el espacio es sumamente amplio, pero no me quejo, realmente me encanta que sea así de grande y me encanta aún más que todo esté repleto de ropas y zapatos para toda ocasión, aunque en realidad no use ni la cuarta parte de toda esa ropa, ya que la inseguridad sobre mi cuerpo es muy grande. Aun así, me gusta tener toda esta ropa, con la idea de que quizá algún día puede que mi seguridad crezca y pueda decidirme a lucir todos esos bonitos vestidos sexys con escotes sumamente pronunciados sin temor a ser señalada. Aquí hay de todo, desde trajes de baño provocadores, shorts y vestidos veraniegos, ropa deportiva, hasta vestidos de gala. Mi padre se ha encargado de consentirnos en todo a mi madre, mi hermana y a mí, y es Yuli, la chica del aseo, quien se encarga de tener todo ordenado, limpio y pulcro.

Cuando me encuentro ya vestida con unos shorts que me cubren hasta la mitad de mis muslos y una blusa blanca holgada de mangas caídas que deja un poco al descubierto la piel de mis hombros y solo una pequeña parte de mi abdomen, y después de haber peinado mi cabello y recogerlo en una coleta alta, y me coloco unas sandalias de piso a juego, echo un último vistazo en el gran espejo que está a lado de la puerta del armario, y decido que es momento de bajar.

Los murmullos aún siguen resonando en la casa después de salir de mi habitación, conforme recorro el pasillo y voy bajando de las escaleras, las voces se oyen aún más, distingo dos voces femeninas; reconozco la voz de mi madre, y la segunda voz, me es totalmente desconocida. Tenía la esperanza de que fuese Camile, pero definitivamente, esa no era su voz.

Llego a la sala de estar y para ese momento mis nervios están en su máxima potencia, no sé con exactitud cuál será la reacción de mi madre, pero estoy segura que no será muy buena, es decir ¿Cómo podría estar alegre a sabiendas que su hija llegó inconsciente a su casa un viernes por la noche y sabrá Dios con quién? ¿o quizá ya era sábado? ¡Ay Dios mío, apiádate de esta pobre pecadora!

Unas risas me sacan de mis lamentos, y hasta ahora me doy cuenta de que había detenido mis pasos, así que decido retomar mi camino y escanear toda la sala, pero me doy cuenta de que está vacía y las voces provienen de la cocina. Así que, encamino mis pasos hacia el pasillo que da en dirección a la puerta principal de la cocina con cautela y el corazón galopando en mi pecho a todo lo que da. Temo que en cualquier momento muera de un ataque cardíaco. ¡No seas dramática! Me reprende la vocecilla en mi cabeza. Oh Dios, estoy enloqueciendo.

Una vez más, sacudo mi cabeza y llego hasta la puerta de la cocina, tomo unas cuantas inspiraciones, unas diez yo creo, y después de tratar inútilmente de controlar mis nervios, levanto lentamente mi mano temblorosa y tomo el pomo de la puerta para girarlo. ¡Dios! Creo que me he tardado como media hora solo intentando abrir la puerta.

Tranquila Emma, tienes que controlarte.

Creo que me voy a desmayar de nuevo...

¡Vamos, no seas cobarde!

Acumulando mis pizcas de valentía y tomando una última inspiración profunda, giro rápidamente la perilla y empujo la puerta, asomándome en ella. La conversación cesa.

Mis ojos enfocan a mi madre que se encuentra sentada en uno de los taburetes junto a la encimera con una taza en mano de lo que parece ser té. Ella me observa tranquila, con una ligera sonrisa en sus labios. Eso es raro. De todas las formas en las que imaginé que me miraría cuando la enfrentara, esa es la única que no me esperaba.

Mi madre y yo podemos tener una excelente relación, podemos tenernos muchísima confianza, pero cuando se trata de imponer las reglas que rigen esta casa, su mano es dura. No es como si yo me la pasara rompiendo las reglas, o desobedeciendo los horarios de entrada, pero mi hermana menor sí que se la vive de castigo en castigo por su rebeldía. Y ese es el claro ejemplo de que mi madre sí puede ser muy estricta en cuanto a reglas y castigos se trata. Es por esa razón que su mirada pacífica hacia mí me hace pensar muchas cosas, entre ellas, el qué le dijo Camile para que mi madre hoy se encuentre tan tranquila sin el deseo de castigarme por haber llegado inconsciente a casa a sabiendas de que eso sucedió estando en una fiesta llena de jóvenes y adolescentes con hormonas alteradas y con ansias de embriagarse.

No sé cuánto tiempo paso así, parada como una tonta, mirándola como si le hubiese salido otra cabeza, pero reacciono hasta que, de nuevo, la vocecilla en mi cabeza me grita ¡Di algo, tonta! Es cuando me doy cuenta que no estamos solas, sino que recuerdo a la persona con la que mi madre hablaba. En ese momento salgo de mi estupor para mirar a la mujer que se encuentra sentada en el taburete de la encimera frente a mi madre y mirándome fijamente con un destello de diversión en sus ojos. Es de cabello castaño, tez blanca y tiene unos impresionantes ojos negros que parecen atravesarte, dándole la habilidad de poder echarle un vistazo a tu alma, eso me hace sentir escalofríos. Entonces me digo que ya estuvo bueno de parecer una descerebrada que jamás ha tenido una visita en su vida, y que es momento de reaccionar.

Para este momento yo ya estoy muriendo de la vergüenza, así que, con todo y eso, me aclaro la garganta antes de hablar.

—Buenos días —saludo. —Lamento haber interrumpido —termino diciendo tímidamente, desviando mi mirada de los profundos ojos negros de la mujer desconocida, pero aun así puedo sentir su mirada sobre mí. Mi rostro debe estar encandilado por la vergüenza y el momento tan incómodo que he provocado. Así que, me las arreglo para sonreír un poco, como si nada. Y tomando valor para acercarme a mi madre y darle un beso en la mejilla en son de saludo.

—Buenos días cariño —mi madre responde. Hace un ademan hacia la mujer. —. Has llegado en el momento oportuno. Cielo, ella es Rebecca Harrison. Una amiga desde mi juventud. Becca, ella es mi hija mayor, Emma.

—Un gusto poder conocerte Emma —habla la amiga de mi madre, mirándome de pies a cabeza de una manera extraña haciéndome sentir aún más nerviosa. —. Tu madre tenía razón al decir que te convertiste en una jovencita muy hermosa. La última vez que te vi, estabas usando pañales.

Mi madre soltó una risita.

—Gracias, y el gusto es mío Señora Harrison —digo sonriendo tímidamente, sintiendo el rubor aún en mis mejillas.

—Oh no, cielo. Eso de "Señora Harrison" me hace sentir demasiado vieja, mejor dime Rebecca. —pide agitando sus manos en el aire.

—Está bien, Rebecca. —sonrío y ella me devuelve el gesto.

—Verás cariño... —interviene mamá. —. Rebecca y su esposo han decidido venirse a vivir a Red Blast, aunque por lo pronto sólo están de visita para conocer mejor el lugar y los mejores vecindarios de la ciudad. Han decidido quedarse en nuestro vecindario. Serán nuestros vecinos. —explica mi madre con la emoción recalcada en su rostro y algo más que no logro descifrar.

—Oh, será muy agradable tenerlos como vecinos. —digo con una sonrisa genuina en mi rostro. Estoy feliz porque al parecer nuestros próximos vecinos serán buenas personas (o al menos eso aparenta Rebecca, aunque a su esposo aún no lo conozco), y porque mi madre parece estar muy contenta de tener a una de sus amigas cerca, será la primera. Ya que ella siempre menciona a personas que por alguna razón yo nunca he conocido, pero que mamá parece apreciar mucho, sin embargo. Rebecca es la primera amiga de mamá a la que tengo el gusto de conocer, pero que, por alguna extraña razón, no logro recordar que ella haya estado presente en ninguna de sus anécdotas que solía contarnos a mi hermana y a mí, aunque al parecer sí son buenas amigas, ya que Rebecca me conoció cuando yo aún era una bebé, o eso fue lo que ella dijo.

—Sí, estoy segura que te llevaras muy bien con nuestro pequeño Noah—informa. La miro confundida.

—Noah es su hijo —explica mamá soltando una pequeña risa al ver mi confusión.

—Oh, entiendo. —digo, sin borrar mi sonrisa—. Estoy segura de que sí. Será bueno tener a un pequeño del sexo opuesto en nuestra casa, las mujeres somos mayoría.

Mi madre y su amiga comparten una mirada extraña, sin embargo, ninguna de las dos dice más nada.

Yo por el contrario me dedico a pensar que será lindo convivir con un niño, ya que en casa la mayor parte del tiempo sólo somos Lilly, mamá y yo, ya que papá casi nunca se encuentra en casa debido a su trabajo en la empresa. Y estoy segura de que a Lilly también le encantara la idea, ya que ambas siempre deseamos tener un hermano de cual cuidar.

Sigo en mis pensamientos hasta que son interrumpidos por la voz de mi madre.

—Rebecca me comento que ya encontraron un colegio para Noah, y ella desea que su hijo termine el curso aquí cuanto antes para que no se siga atrasando en sus clases o se vea perjudicado en sus calificaciones, y teniendo en cuenta de que su esposo y ella aún no se pueden mudar ya debido a sus trabajos, así que hable con tu padre, y decidimos que podíamos ofrecerles el alojamiento de Noah en nuestra casa mientras ellos se organizan para la mudanza. ¿Qué te parece la idea? —cuestiona mi madre, expectante por mi reacción y respuesta. Aunque no entiendo la necesidad de preguntarme a mí sobre ello, supongo que es para saber si me sentiré incomoda con un niño rondando en la casa, pero como ya dije antes, yo no tengo problema con ello, sino por el contrario, la idea es genial. Y estoy segura que cuando le pregunten a mi hermana, ella también estará de acuerdo.

—Es una grandiosa idea mamá, y estoy segura de que a Lilly también le agradará la idea. —comento.

Quiero decir que me sorprende que un colegio esté dispuesto a recibirlo a estas alturas del ciclo, sin embargo, decido guardarme el comentario ya que, algo me dice que se tuvieron que deshacer de unos cuantos billetes para que la escuela le pueda abrir sus puertas, y al parecer ese no fue problema para ellos.

—Perfecto, entonces no hay más que decir. Noah se queda con nosotros —dice mamá con una sonrisa en los labios.

—No cabe duda de que tienes a unas hijas maravillosas, Samantha —Rebecca declara con ternura.

—Lo sé. Soy muy afortunada de tenerlas. —mi madre responde mirándome con todo ese amor que siempre nos ha demostrado a mi hermana y a mí. Y fue inevitable devolverle la misma mirada llena de sentimientos. Olvidando por completo el temor que me invadió hace unos minutos atrás.

—Muy bien, no quiero interrumpir este lindo momento, pero creo que será mejor avisarle a Noah de una vez que debe preparar sus maletas para su estadía en la mansión Wagner, o estoy segura de que... —es interrumpida por el sonido de una llamada entrante de un teléfono. Ella toma su bolso que está sobre la encimera y busca dentro de él hasta que saca su móvil. —. Oh, es él. Parece que lo hemos invocado —bromea soltando una risita. —. Vuelvo en un momento —se disculpa y se levanta del taburete saliendo de la cocina para atender la llamada.

Mamá y yo nos quedamos solas en la cocina, y de inmediato siento su mirada sobre mí.

Desde ya siento mis nervios aflorando y mis manos sudadas sólo confirman el hecho. Cierro mis ojos tratando de tranquilizarme y no delatarme frente a mi madre, ni siquiera tengo idea de que es lo que le diré porque mucho menos idea tengo de qué locura le habrá soltado Camile. Le hubieses preguntado antes de bajar, tonta. Me regaña la vocecilla en mi cabeza, y esta vez estoy de acuerdo con ella. No sé cómo no se me ocurrió llamarle antes a Camile para informarme de lo sucedido y de las mentiras que les lanzó a mis padres la noche anterior.

Así que, sin más remedio, tomo una fuerte inhalación antes de abrir los ojos y girarme para encarar a mi progenitora con mi mejor sonrisa estampada en el rostro.

Mamá me mira con una ceja enarcada.

Juro por Dios que por un momento creí ingenuamente que me había librado de esto, pero ahora veo que me equivoqué.

—Tú y yo tenemos una conversación pendiente, jovencita.

—¿En-en serio? Yo... emm... no sé... —balbuceo de manera nerviosa, estrujándome los dedos de mis manos que se encontraban entrelazadas nerviosamente por delante de mi cuerpo.

¡Dios! No sirvo para enfrentar a mi madre, al menos de esta forma. Ya lo dije, nunca antes había estado en esta situación.

—No hablaremos en este momento. Tienes suerte de que tengamos visitas, así que tienes tiempo para planear una buena mentira. —me mira con ojos entrecerrados, pero por alguna razón no está enojada de la manera en la que realmente debería. Y eso me sorprende. —. A tu padre casi le da un infarto al ver a su hija llegar a casa a las tres de la mañana, inconsciente y en los brazos de un chico. —aunque definitivamente esa última información me sorprendió a niveles mayores. Casi se me salen los ojos de sus cuencas.

—¡¿Qué?! —exclamo realmente asustada y confundida. Esto es peor de lo que pensé.

—No voy a repetirlo Emma, así que será mejor que pienses en algo muy bueno para explicarle a tu padre la razón por la que terminaste en los brazos de ese chico. —mi madre se da la vuelta para en caminarse a la puerta. —. Ahora vuelvo, iré a despertar a tu hermana, esa niña parece que esta invernando.

Dicho esto, sale de la cocina dejándome con la boca abierta y más consternada que nunca. Porque lo menos que esperé en la vida es que mi propia madre me aliente a buscar una mentira capaz de convencer a mi padre y evitarle un infarto al verme llegar con un chico. Aunque sé que no lo dice en serio; ella espera que yo le diga la verdad, y si lo analizo bien, eso ahorraría muchos problemas, ya que no tengo razones para inventar una mentira, debido a que yo no hice nada malo en esa dichosa fiesta y no tengo ni idea de porque terminé en los brazos de un desconocido porque obviamente, yo estaba inconsciente. Lo único que no sé, es la razón del desmayo y no es como si eso fuese mi culpa. Y aunque mi madre no lo sabe, y quizá sonara raro, pero su falta de enojo me ha dejado muy confundida.

En los brazos de un chico. Me recuerda la voz en mi cabeza.

Oh, Dios. Creo que me va a dar algo...

Otro desmayo tal vez.

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