13. El rey oscuro

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Los comienzos siempre traían consigo un aire de inquietud, pero para él, eran simplemente una oportunidad para idear otra matanza impecable.

Muertes y destrucción.

Era todo lo que Jungkook conocía. El rey oscuro, el sátiro que gobernaba Busan, era un ser temido por las criaturas de otros reinos y reverenciado por los demonios de la noche.

Sus tierras eran un reino de sombras donde los vampiros se movían con sigilo y crueldad. Jungkook no era el niño pequeño e inocente que alguna vez anhelaba la atención de un humano insignificante; ahora, él era el centro de todas las miradas, el objeto de admiración y terror.

Su majestad no se detenía ante nada para satisfacer sus deseos. La tortura era su arte, y drenaba la vida de sus víctimas con un placer casi sádico. Cada grito que resonaba en las oscuras calles de Busan alimentaba su sed de poder y dominación. Ya no había lugar para la compasión en su corazón; solo quedaba un vacío helado donde antes existía la inocencia.

Jungkook había abrazado su naturaleza oscura con fervor. Ya no era el niño que temía a las sombras; ahora era quien las invocaba. Con cada vida que extinguía, tejía una red de terror que se extendía más allá de los límites de su reino, una promesa de un futuro donde la humanidad sería solo un recuerdo distante.

Su ambición no conocía límites. Anhelaba transformar el mundo en un dominio exclusivo para los vampiros, donde la humanidad sería subyugada y reducida a meros objetos de caza. En su mente retumbaban ecos de poder absoluto y control total; cada rincón debía temer su nombre.

Así, Jungkook se erguía como el rey oscuro, un ser que había abandonado toda noción de debilidad y compasión. Era el creador del nuevo orden, un maestro del terror que desdibujaba la línea entre cazador y presa, listo para reclamar el mundo como propio.

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Luego de regresar de una batalla, Busan se preparaba para ofrecer unas de las fiestas de bienvenida más grandiosas y exquisitas. La ciudad, iluminada por antorchas danzantes, vibraba con risas y música, mientras los vampiros se reunían para celebrar.

Jungkook, consciente de la pérdida de muchos en el conflicto, organizaba estas celebraciones en honor a los caídos. Sin embargo, esta vez no había héroes que recordar; las víctimas capturadas como esclavos merecían una fiesta aún más exuberante.

Los banquetes estaban repletos de manjares sanguinolentos y partes desmembradas de las víctimas, un festín grotesco que deleitaba a sus súbditos. La música festiva resonaba en el aire, y bailarines de bellezas exóticas se movían con una gracia hipnótica, añadiendo un toque sensual a la velada. La atmósfera era densa con la mezcla de euforia y un ligero aroma a hierro que flotaba en el aire.

El rey observaba a su alrededor con una sonrisa mezquina, alzando su copa en un gesto que todos sus súbditos replicaban con fervor. Jungkook degustó un trago de la sangre oscura antes de dejar la copa a un lado; en un instante, fue recogida por un sirviente que desapareció entre la multitud.

Chasqueó los dedos, y los pasos pesados de sus guardias resonaron en el ambiente como una promesa de lealtad.

—¿Majestad? —preguntó Yugyeom, acercándose con respeto, su voz apenas audible sobre el murmullo festivo.

Jungkook giró su vista hacia él, una chispa de diversión en sus ojos.

—No te veo disfrutando de mi generosidad. ¿La fiesta no es de tu agrado? —inquirió con tono juguetón, aunque su mirada era intensa.

Yugyeom tragó saliva y mantuvo la cabeza erguida.

—No es eso, majestad. Simplemente me mantengo alerta ante cualquier eventual intervención —respondió con seriedad, su expresión reflejando precaución.

Jungkook lo miró por encima de sus pestañas, una risa burlona brotó de su garganta como si la idea misma le pareciera ridícula.

—Nadie sería tan imprudente como para atreverse a entrar en mi territorio —afirmó con desdén, mientras giraba una nueva copa entre los dedos.

—Sin embargo, hay rumores, majestad... —insistió Yugyeom, su tono ahora más grave.

El rey frunció el ceño al escuchar esas palabras.

—¿Rumores? ¿Qué tipo de rumores? —preguntó Jungkook, una sombra cruzando su rostro.

—Se dice que hay un ejército que se está organizando en su contra —explicó Yugyeom con cautela, notando cómo el ambiente festivo comenzaba a tornarse inquietante ante la revelación.

Jungkook se levantó de repente; su rostro mostraba una calma inquietante mientras la tensión se acumulaba en sus músculos. La música parecía desvanecerse a su alrededor mientras procesaba la información.

—Sígueme. Hablemos en un lugar más privado —ordenó con firmeza, gesticulando hacia uno de los pasillos oscuros del castillo.

Yugyeom lo siguió rápidamente a través de la multitud bulliciosa. Los ecos de risas y música se desvanecieron a medida que se adentraban en los sinuosos corredores del castillo. Finalmente llegaron a la sala de juntas: un lugar sombrío y austero donde maquinaban cualquier malévolo plan de ataque.

—¿Y qué esperan para obtener más información? —preguntó Jungkook al cerrar la puerta tras ellos con un golpe sordo que resonó en el silencio del cuarto.

Yugyeom respiró hondo antes de responder.

—Los humanos no son tontos, majestad. Ellos sospechan y están tomando precauciones...

Jungkook se apoyó contra la mesa de madera, su mirada fija en Yugyeom, quien parecía inquieto.

—¿Quiénes están involucrados además de esos buenos para nada?

—Al parecer, han contactado con clanes de otras regiones... incluso a los cazadores que creíamos inactivos en estos últimos 10 años —aclaró Yugyeom.

Jungkook se enderezó, un escalofrío recorriendo su espalda mientras una imagen fugaz cruzaba su mente: ese chico y su maldita sonrisa que... Sin embargo, sacudió la cabeza, dejando que la rabia invadiera cada rincón de su ser.

—¿Cazadores? —se burló, su voz cargada de frustración—. ¿Qué quieren ahora?

—No lo sabemos con certeza, majestad —respondió Yugyeom, su tono ahora más firme y decidido—. Pero si no tomamos acción pronto, podríamos perder mucho más que solo territorio. La integridad y las vidas de Busan están en peligro. Los cazadores de vampiros poseen un instinto natural para exterminar a nuestra especie.

Jungkook comenzó a caminar de un lado a otro, su mente agitada mientras sopesaba las opciones que tenían ante sí.

—¿Alguna sugerencia? —preguntó, aunque sabía que la situación era crítica.

Debía actuar.

—Podríamos reunir a nuestros aliados. No podemos permitir que los humanos se sientan seguros con los cazadores a su lado. Debemos demostrarles nuestra fuerza —sugirió Yugyeom, con una determinación palpable en su timbre de voz.

—No —replicó Jungkook de inmediato, interrumpiendo el flujo de ideas.

—Majestad, pero...

Jungkook se volvió hacia él, cortándolo.

—Yugyeom, ¿recuerdas la última batalla? Esa en la que mi abuelo me rescató en Aetherwyn?

—Sí, majestad. ¿Cómo olvidarlo?

La memoria de aquella noche trágica golpeó a Jungkook como un avalancha. Pero había un chico que había compartido momentos cruciales de su vida; estaba convencido de que él estaba detrás de toda esa agitación.

—Kim Taehyung —habló Jungkook con un tono sombrío y hosco—. El único sobreviviente de la matanza en Daegu. Él fue el culpable de la muerte del rey Minsoo y sus antepasados asesinaron a muchos de nuestro clan. Es nuestro principal enemigo.

Yugyeom asintió solemnemente; el peso de esas palabras era innegable.

—Entiendo, majestad. Debemos tomar represalias contra él de inmediato.

—Exactamente. Por lo tanto, dado nuestro profundo odio y rencor hacia él, me encargaré personalmente de impartir cada pequeño castigo cuando esté entre las murallas del castillo.

Una sombra de preocupación cruzó el rostro de Yugyeom al escuchar esto.

—¿Se infiltrarán?

—Estoy seguro.

—¿Cómo lo sabe, majestad?

Jungkook sonrió con picardía.

—Si quieres saber cómo piensa un monstruo, conviértete en uno.

Taehyung podía haberse convertido en un villano, pero Jungkook era mejor que él en eso.

—Aunque también debemos ser cautelosos. Un movimiento en falso podría desatar una guerra abierta antes de que estemos listos —advirtió.

Jungkook se detuvo en seco y miró fijamente a Yugyeom, sus ojos ardían con una intensidad inquebrantable.

—Nadie se interpondrá en mi camino, Yugyeom.

Nadie.

Ni las emociones ni los sentimientos...

Mucho menos él.

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