27. El sacrificio de Aerith

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Un hilo de sangre cae de mis cuernos hasta resbalar por mis cejas, mi cuerpo está entumecido por los golpes recibidos por seres que superan 10 veces mi tamaño, solo me queda poner la mente en blanco e intentar respirar tumbado en la fría y húmeda tierra de la selva. Una selva repleta de todo tipo de criaturas únicas del lugar, lugar de parajes exorbitantes y amenazantes a la par, para alguien de mi estatura atravesar esa selva sería una tarea más ardua y compleja que para dos gigantes y un trío de farfapodos de lo más cómicos y serviciales. Dicho de este modo parece que he tenido suerte de encontrarme con ellos, pero perfectamente sé que por mucho que intente engañarme, que intente no sucumbir a la tentación de dejar de luchar por la propiedad de mi propia vida, nada quita que ahora soy una mera mercancía del mismo modo que también lo es ella, la sirena Aerith.

En todo este tiempo en que el cazador y el gigante han estado hablando de la mercancía que el humano puede tener a su alcance, he podido averiguar que el cazador humano se llama Karonthe y que es un fiel comprador de la pareja de gigantes, porque aunque el mismo pueda obtener muchos materiales y materias primas en la selva, aprecia la mercancía de fuera de aquella selva y sobre todo de otras comarcas, dado que le permiten crear nuevos prendas de vestir y nuevos artefactos para cazar que cada cinco semanas vende a otros cazadores en el mercado regional de Balzeria.

Karonthe se acerca a Aerith mirándola como si fuera carne fresca, la tienen atada de manos y fuera del caldero, fuera de esa agua que es tan esencial para ella, el cazador desliza sus dedos sobre la cola de ella hasta llegar a la cintura, me hierve la sangre solo de ver la sonrisa maliciosa que esconde Karonthe, si estuviera libre hubiera usado mi cornamenta para golpearlo, pero para mi desgracia no puedo hacer nada, solo esperar a que ese indeseable no le haga daño a la que ha sido esta larga noche mi compañera de caldero. Aerith se mantiene impasible, con una serenidad que me sorprende, imagino que ya está acostumbrada a ser meramente una mercancía y que no será la primera vez que la muestran de esta manera a manos de monstruos masculinos que solo quieren aprovecharse de su belleza. Karonthe coge la barbilla de ella y la coloca para quizás besarla, al ver que ella no forcejea pierde al instante el interés en ella.


El cazador Karonthe me mira detenidamente y se dirige hacia mí, al parecer ha llegado mi turno, si él intenta besarme yo si voy a forcejear hasta herirlo si es necesario, sonrió ante la imagen mental de meterle mi cuerno por el único lugar de su cuerpo que jamás ha visto la luz del sol, no es un comportamiento propio de mí, pero soy consciente que en una situación así que estás a punto de desfallecer y de ser vendido solo te queda el humor vestido de sarcasmo. El cazador parece mostrar interés en mis cuernos, pues está midiéndolos con sus palmas, no quiero saber en qué quiere usarlos, en que maldita cosa quiere convertirme este descerebrado.

Una vez revisada toda la mercancía, gigantes y cazador se ponen a hablar del trato que están a punto de hacer, es curioso como el hombre gigante leía los labios y entablaba una conversación con sorprendente facilidad en aquellos momentos nadie diría que él es sordo, aunque están en la lejanía con esfuerzo puedo captar partes de la conversación y enterarme de algunas cosas tales como que la mitad de la carga que llevaban el trío de farfapodos es del interés del cazador, que aunque la sirena es hermosa no le va bien para algo que no logro comprender, el cazador también menciona a mis cuernos y algo de criaturas de esta selva con cuernos muy grandes y funcionales.

Al parecer la pareja de gigantes no está contenta del todo y quiere vender mucha más mercancía, así que sin pensarlo más la mujer gigante viene en mi búsqueda, volviendo me a coger del peso metálico y dejando mis cuernos abajo, delante del cazador uno de los farfapodos me lanza un cubo de agua helada y ante la atónita mirada de Karonthe mi bello se torna al instante de un peculiar brillo cobrizo algo diferente al pelaje marrón que tenía antes, eso parece interesarle en demasía al humano, aunque para mí es algo completamente normal era algo que también le sucede a mi querida madre. Karonthe se acerca a acariciar mis piernas y con una sonrisa de oreja a oreja dice:

- Con esta piel podría crear una vestimenta que cambiase de color los días de lluvia, muchos nobles y gentes de la realeza de Balzeria matarían por algo así, pero seré yo quien matara a esta mercancía y quien ganara una fortuna, are de ti extraña criatura algo de utilidad. Incluyan esto en el trato si no quieren regresar con toda su mercancía.

Mi ser se llena de ira y de cierto impulso de usar mi cornamenta, pero actuar ahora no me haría ningún bien, he de encontrar el momento adecuado tal y como he hecho en otras ocasiones en mis aventuras. No me queda otra que observar y recopilar información. Ambos gigantes se cruzan las miradas, se nota que esta pareja está muy compenetrada y que el hecho de que ella sea sorda y muda no es ningún impedimento para que se comuniquen, ambos dan la espalda a Karonthe mientras el gigante dice:

- No incluiré más mercancía en el trato, si tu pago de monedas no sube, veo que no necesitas nuestra mercancía.

Quede asombrado por la buena estrategia del gigante, al girarse dijera lo que dijera el cazador no podría leer sus labios, así que no dejaron otra alternativa de que el cazador lanzara un saco de monedas de oro a sus espaldas, saco que la mujer gigante recogió con una gran sonrisa, pues ella sabía que era momento de preparar toda la mercancía que iban a vender esa noche, así que con un par de gestos ellas y los farfapodos se pusieron a prepararlo todo debidamente.

Una vez que la mercancía se le fue entregada a Karonthe y con disimulo pude despedirme de Aerith deseándole la mejor de las suertes, el cazador me puso un collar de hierro y me encadeno a un árbol para que no escapara antes de matarme. Puedo ver en la mirada esmeralda de Aerith la pena que le carcomía por dentro a sabiendas del que al parecer era mi destino, supongo que movida por esa impotencia grita unas palabras:

- ¡Cazador! ¡No sabes valorar una buena mercancía! ¿Cómo puedes quedarte con un sátiro común? ¿Cómo no has podido descubrir de lo que soy capaz?, he oído tanto hablar de ti que ahora me decepciona que no tengas ese buen olfato que dicen, es más dudo que su seas el gran Karonthe, cazador y rastreador de criaturas peculiares.

Los gigantes dejan que la sirena hable, quizás con suerte, no sería necesario cargar con ella hasta su próximo destino. Karonthe, sin embargo, estaba cubierto de ira, una pusilánime sirena había puesto en duda su integridad, pero no iba a mostrarlo tan fácilmente, el cazador se acercó al caldero con destacada indiferencia y como era de esperar Karonthe respondió con frialdad y serenidad:

- Que es aquello que puedes ofrecerme mejor que la cabellera de esta criatura, no me hagas perder el tiempo, tengo un cuerpo que despellejar.

En estas últimas palabras Karonthe puso el filo de su arma apuntando al corazón de la bella sirena que no sabía a ciencia cierta con qué tipo de calaña estaba tratando. yo estaba observando toda la escena desde mi comprometida situación, empezaba a temer que esta trifulca acabara mal para ella, a fin de cuenta me había ayudado después de que por su culpa los gigantes me capturaran cuando quería rescatarla.

Ella lanzó una bella y hermosa sonrisa antes de empujar el filo de Karonthe para que atravesar su propio corazón y acabar así con su vida, tales actos nos dejan a todos los presentes sin palabras, menos a Karonthe que alza el cuerpo de Aerith con suma facilidad para quitar de su filo el cuerpo inerte sin vida, dio media vuelta y se dirige hacia su cabaña mientras dice:

- No voy a pagar por ese cuerpo, vosotros habéis dejado que ella hable, no pienso dejar ni una moneda por esto.

No podía creer lo que acaba de pasar antes mis ojos, de buen grado sabía lo que era que te traten como mercancía, pero no esperaba que la sirena, que Aerith sacrificara su vida de esta manera, aunque en parte entiendo lo duro que es vivir en un caldero sin poder nadar y más aun siendo una criatura acuática. Mire conmovido el cuerpo inerte de Aerith que yacía en el camino, parecía un ser celestial con todos sus cabellos ondulados por la tierra y sus ojos verdes mirando aun al horizonte, su tez se tornaba más blanquecina por momentos. Verla así dolió a mi voz de poeta y a mi ser, pues aunque la había conocido esa misma noche esa sirena parlanchina en cierta manera se había ganado mi estima.

Estoy completamente absorto mirando el cuerpo de Aerith cuando Karonthe golpea su filo contra mis cuernos y se posa delante de mí con una sonrisa estremecedora, parece deleitarse con los actos que está a punto de cometer, sin duda tiene más ganas que nunca de arrebatarme no solo mi vida, sino también mi piel, veo en su mirada la creciente necesidad de empezar a crear con la piel de mis piernas lo que la gente adinerada de Balzeria se le antojase. Empiezo a creer que Karonthe jamás fue aquella persona que se ganaba la vida como buenamente podía, si no que dicho cazador ha hecho de su pasión su profesión. Ese hecho solo crea en mi voz de poeta versos abismales y abrumadores, teñidos de sangre cruda.

El delirio en el cual estoy sumergido dada la situación, me hace escuchar de nuevo la voz de la hermosa sirena, de nuestra Aerith, comienzo a negar con la cabeza cuando observo asombrado que Karonthe se gira al escucharla él también.

- Dije que era más especial que él Karonthe, tengo la capacidad de resucitar, ¿de qué sirven unas pocas pieles que cambian de color teniendo la capacidad de ser inmortal? Libera al sátiro y quédate conmigo, te seré de más utilidad.

No podía creer lo que acababa de pasar, Aerith seguía viva después de haber muerto ante los ojos de todos, sin duda esta chica no dejaba de sorprenderme gratamente, el silencio que ella había creado con sus actos es roto por una fuerte carcajada del cazador que con una sonrisa de oreja a oreja dice mientras lanza 2 bolsas de monedas al aire.

- ¿Para qué elegir si os puedo tener a los dos?

La pareja de gigantes y sus secuaces farfapodos con las bolsas de oro en mano, nos han dejado a la merced de Karonthe, contentos por haber hecho un gran trato. Estamos en otra cabaña más grande a modo de granero, Aerith en un recipiente de cristal y acero para criaturas acuáticas y yo en una jaula de algún tipo de metal muy resistente. Observando el lugar puedo ver que Karonthe está más que preparado para tener capturadas a criaturas de todo tipo sin importar su tamaño, formas ni condición. Debemos estar agradecidos, pues ha decidido estudiarnos antes de saber qué hacer exactamente con nosotros y con cada una de las fibras de nuestro cuerpo.

Aerith está aprovechando que ahora puede estirarse tranquilamente para descansar, pero mi nerviosismo por querer salir de ahí a sabiendas de que no es el momento idóneo me obliga a buscar cosas con las que entretenerme para matar el tiempo, para ser sincero tenía muchas dudas que debía resolver, poco a poco fui entablando conversación con ella el tiempo que quedaba de luz lunar.

Ella me cuenta sobre la malvada sirena Úrsula, que al convertirse en reina quiso arrebatar la vida Aerith sin saber que ella poseía un talismán mágico que le regalo la antecesora de Úrsula, por ello Aerith regreso a la vida tras el brutal asesinato. Así ambas sirenas descubrieron el poder del talismán, Aerith estuvo capturada hasta que Úrsula la vendió a los gigantes, no sin antes arrebatarle el colgante de una piedra preciosa que Aerith siempre llevaba encima. Lo que Úrsula no supo hasta el día posterior que el talismán que tenía en su poder no era el que daba el poder de resurrección, sino que era aquel otro colgante más sencillo que Aerith aún portaba en su cuello. Así fue como comenzó la eterna búsqueda de Úrsula por el talismán de la resurrección, para suerte de Aerith los gigantes dieron por hecho que nadie en la comarca de Dorlokein pagaría ni media moneda por la hermosa sirena y emprendieron su travesía más allá de la comarca.

Finalmente, movidos por el agotamiento, los parpados de la hermosa sirena caen, dejándome solo ante mi inquietud y mi incapacidad de descansar en tan frío e inhóspito lugar. De nuevo me dispongo a mirar a mi alrededor buscando quizás algún detalle que se me haya escapado, observo con una sonrisa un papiro sobre la mesa de madera y recuerdo la rama con la que tropecé cuando Karonthe me empujo al meterme en la Jaula. Estirando mi cuerpo al máximo consigo alcanzar la rama, con altas dosis de paciencia y usando la rama me adueño del papiro.

Para un poeta no hay nada más liberal que algo donde escribir y expresar las emociones, que a estas alturas están a flor de piel y quemando mi existencia.

Como siempre os digo si os ha gustado votad, comentar y compartir. Nos queda solamente la última parte para completar la visión, para acabar con el fragmento de hoy os hago algunas preguntas




¿Qué pensáis de Aerith(la sirena) y de Karonthe(el cazador)?

¿Qué creéis que pasara a continuación?

¿Por qué creéis que nuestro sátiro quiere mostrar esta historia?

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