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—Tú eres... —el erizo sonrió, dejando la oración inconclusa para que su hijo respondiera libremente, bueno, según el ensayo de medio día que habían practicado.

—Inteligente, creativo, brillante, audaz y fuerte. Mi nombre es Maurice Gleen y tengo la capacidad de afrontar todos los obstáculos que se me presenten para llegar a la meta, no he perdido ninguna carrera y estoy dispuesto a demostrárselos si me dan la oportunidad, tendrán un campeón asegurado y enalteceré el nombre de la academia. Gracias —el niño de ocho años sonrió ante los aplausos de sus padres, su ego inocente inflándose ante los numerosos cumplidos y el creer que había dicho bien la respuesta a la pregunta de su examen final para ser admitido en la academia deportiva más prestigiosa de la ciudad.

—Eso es, cariño, muy bien, no hay ninguna manera de que ellos no acepten a un niño tan bueno y lindo como mi hijo. Mi bebé, eres tan inteligente —la mujer que estaba detrás del padre alzó sus brazos y así recibir a su niño, besando repetidas veces la mejilla regordeta que parecía un durazno.

—Ese fue nuestro último ensayo, es hora, hijo, ¿estás listo? —preguntó Jules, cargando un pequeño portafolio con la papelería y expediente del niño, ya caminando hacia el coche seguido de su esposa Bernadette cargando al ericito.

—Sí papá, yo nací listo. Prometo no defraudarlos, entraré a esa Academia.

Y por supuesto, los padres acompañaron a su hijo adoptivo hasta la academia y durante la entrevista personal, vieron su desempeño en las pruebas y la satisfacción en el rostro de los gestores al leer su expediente; al final, Maurice fue admitido indiscutiblemente, sus padres siguieron consintiéndolo y nadie en la academia lo menospreciaba, por el contrario, era el alumno perfecto; hasta cuándo cumplió catorce y en medio de una competencia manifestó sus poderes, la súper velocidad, que creó euforia en sus tutores e incluso le abrió puertas para estudiar con los Poberd, mobians con habilidades sobrenaturales que definitivamente no encajarían con los neutrales, llevándolo así hasta las instalaciones de la Zone Cop, un paseo por la escalera profesional y un exitoso futuro asegurado, bueno, agregando también un matrimonio con el futuro general de la base central e ingresar a un círculo social por mucho más influyente que cualquiera.

Claro que era inteligente, pero también desarrolló muchas más cualidades, y no fueron precisamente las mejores, haciendo que el erizo creciera alimentando un ego y ambición poco humildes.

[.   .   .]

Cuando sus ojos se abrieron nuevamente, la luz amarilla ya no estaba y sus extremidades libres, podía moverse e ir a dónde quisiera en ese pequeño cuarto blanco agrisado a seguir leyendo los libros que le traía su amable enfermera personal, no precisamente infantiles y aptos para un niño de ocho años que no conocía más que la cámara de estudios y su "habitación". Sus orejas se alzaron al escuchar la puerta blindada abrirse y que una silueta familiar se asomara, inconscientemente apretó el libro de botánica que recién había tomado contra su pecho, bajó la cabeza en sumisión, esperando a que los pasos terminaran de acercarse a él.

—¿Despertaste? Qué mal... no me gusta la idea de que siempre estés despierto a esta hora —habló tranquilo el aparente médico, sacando uno a unos los instrumentos de su maletín apilándolos en una mesa cercana; cuando terminó fue hasta el niño y lo cargó de regreso a su cama, no hubo resistencia, sino una resignación evidente cuando le quitó la deplorable camisa beige y tomó ambos brazos para conectarlo con la máquina de proyección, evaluando los signos vitales y control general del chico antes de acercar un bisturí y realizar una incisión pequeña en el radio del brazo derecho

Quejidos bajos resonaron cuando tubos y bolsas herméticas fueron llenándose de su sangre por un método poco profesional, el adulto continuó con su trabajo y el niño simplemente lloraba en silencio por el dolor... no era la primera herida así ni la primera "prueba de sangre", su brazo opuesto estaba repleto de parches y vendas al tener igual o más grandes cortadas como esa, las piernas, el dorso y espalda también... Por fin el mayor terminó, sellando y guardando los recipientes con líquido espeso violeta azulado mientras desinfectaba sus instrumentos, vendando sosamente la parte abierta en esa piel durazno tierna que estaba hinchada y rojiza; habían mencionado que sería la última prueba, lo esperaba de corazón, dolían mucho estas pruebas para estudiar y buscar una supuesta cura para su "extraña" enfermedad.

No pasó mucho antes de que el doctor terminase y se despidiera del niño prometiéndole ser la última revisión y empezar con un nuevo tratamiento, que pronto estaría sano y puesto en adopción, que tendría una vida normal con niños de su edad y padres amorosos... pero eso le venían diciendo desde que nació y tomó consciencia, literalmente. La puerta se cerró y al rato fue abierta por una mujer joven, se acercó al inmóvil chico y cambió el vendaje de todo su cuerpo, tarareando suave ante los gemidos ahogados del infante pues los hematomas y cicatrices estaban frescas aún en la carne azul cielo, el labio partido y reseco se movió queriendo hablarle, mas se detuvo y volvió a quedarse rígido y que solo la chica lo moviera y acomodara.

—Buen chico, mira lo que te traje —cuando terminó se sacudió las manos y sacó de su bolso un gran libro de forro corinto y negro, dándoselo al niño que le brillaron los ojos al tener el gran ejemplar entre sus pequeñas manos— no te molestaran hasta mañana, Z-02, por favor, trata de descansar un poco, lo necesitas —y sin más, la mujer lo volvió a dejar solo y poner los tres tipos de seguros diferentes; el chiquillo arrugó los labios indignado por seguir siendo llamado como un número, ¿qué no se supone todos deben tener un nombre propio? Buscó eliminar el pensamiento y se dedicó a hojear el libro, sus iris verde brillar ante los capítulos llamativos del índice, sobre todo por un tema en particular.

—Pronto tendré una familia...

Fue lo poco que dijo, y sin embargo, lo que tanta ilusión le hacía. Lo mantuvo presente durante los siguientes años, años ahí, conociendo por medio de libros y vídeos la parte exterior que tanto le impedían ver, probablemente de no ser porque logró ingeniárselas para escapar unas horas y ver por sí mismo la ciudad, jamás hubiera desmentido que la atmósfera lo mataría, sobrevivió fácilmente y entendió que no había mal ahí. Pero aún así, no tuvo el valor de irse, volvió y se quedó en cuatro paredes blancas agrisadas, después de todo, los anillos azules prendidos dolorosamente en sus muñecas eran un claro recordatorio de a donde pertenecía.

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