CAPÍTULO 1: El apellido Moon

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Star Moon se sentía totalmente fuera de lugar. A sus diecisiete años pensaba que había nacido en una época equivocada, en un mundo equivocado, en un país equivocado, en una ciudad equivocada e incluso en una familia equivocada.

Por eso, y por muchas otras razones, Star siempre vestía de negro, por muchas vueltas que le daba siempre llegaba a la misma conclusión: quizá de esta forma pasaría desapercibida, nadie se fijaría en lo extraña que era y le dejarían en paz.

En su vida todo era oscuridad, y a pesar de vivir en un lugar donde la luz siempre brillaba, jamás conseguía vislumbrar un solo rayo de luminosidad que le trajera esperanza alguna a su triste y aburrida vida. Una grandísima paradoja, teniendo en cuenta que su apellido era Moon, y que en Sceneville siempre brillaba el sol o la luna llena. Cada día había luna llena. Cada día, excepto uno, el 31 de octubre, justo el día en que Star cumplía años. Aquel día, el cielo parecía borrar de su estela el resplandor, dejando una fina luna nueva apenas visible.

El apellido Moon resonaba en cada rincón de la villa. Una familia de reconocido prestigio con más de doscientos años de historia en aquel lugar con un pasado, horrible y hermoso a la vez. Un arraigado linaje que había vivido durante aquellos doscientos años en aquella misma casa de dimensiones estratosféricas. Una mansión demasiado grande que provocaba siempre las miradas curiosas de aquellos que la dejaban a un lado al caminar.

La bisabuela de Star había sido años atrás una especie de alcaldesa para Sceneville. Una mujer importante de la alta sociedad, conocida por su duro semblante, siempre tan ruda y terca. Belia Moon se casó con uno de los hombres más importantes del país, por supuesto, y juntos concentraban tanto poder que todavía sus biznietos llevaban sobre los hombros las pesadas cargas del apellido familiar. Aunque la verdad, sus padres no le hacían demasiada justicia.

Sí, Belia bautizó con el apellido a su marido, y así Moon comenzó a formar parte de nuestra historia. No es difícil imaginar qué clase de mujer conseguía en aquella época, que un hombre adquiriera su título sin rechistar. 

Ambos hicieron construir una mansión que tardó trece años en ser terminada. Un increíble edificio que en algún pasado remoto brillaba por su elegancia y prominencia, más parecido a un singular castillo que a un hogar, y cuyas formas no correspondían con la clásica arquitectura de aquel tiempo. De aquella gigantesca puerta principal tallada en piedra y recogida con arcos misteriosamente ovalados, salían y entraban cada día personas ilustres. Gente poderosa: políticos, médicos, importantes comerciantes, pero también artistas de todo tipo.

Ninguno de sus grandiosos ventanales formaban cuadrados o rectángulos iguales, no parecían seguir patrón alguno, y había tantos y la piedra que sujetaba la estructura era tan poca, que todo a la vez, en conjunto, parecía un potente espejo de colores brillantes que alumbraban en los días de sol y las noches de luna. 

Los balcones eran de fuerte y poderoso hierro azulado, y dibujaban formas redondas que se fundían con dibujos de la naturaleza más básica, y con curiosas escenas de la vida cotidiana del ser humano: un parto, una boda y un funeral eran las que se veían a simple vista si te colocabas justo delante y mirabas ligeramente hacia arriba.

Uno de los elementos más bonitos de la casa de la bisabuela Belia era su tejado, que se podía interpretar casi una coronación. Tampoco tenía la forma habitual de un tejado, sino que estaba construido superponiendo escamas simulando el cuerpo de un fuerte dragón, aunque desde abajo parecía derretirse por sus formas elípticas.

Si por fuera la majestuosidad era arrebatadora, por dentro cada detalle relucía de forma especial. Sin embargo, la casa Moon ya no era en el año 1987 lo que había sido. Hacía algunos años, el padre de su padre, el abuelo Robert había cometido errores imperdonables que habían llevado a toda la familia a la más absoluta de las ruinas.

El dinero era escaso y en la maravillosa mansión se dibujaban ya profundas grietas, peligrosos agujeros y hierbajos tan crecidos que desde la calle apenas se podía intuir la andrajosa y derruida construcción que se hallaba justo detrás. Algunas partes de la casa aún mantenían su encanto, pero ya no era, ni de lejos, elegante o bonita. Y por dentro, los cuidados detalles habían desaparecido dejando espacios vacíos donde el polvo se acumulada por minutos. Algunas habitaciones incluso se habían mantenido cerradas durante años y Star ni siquiera sabía qué había el interior de aquellos habitáculos, pero le daba absolutamente igual porque seguramente sería otro nido de polvo acumulado entre muebles rotos y cientos de polillas. Las polillas eran el animal por excelencia de la casa. Siempre había polillas.

Nahama y Hanson Moon eran los padres de Star. Ambos extrañamente peculiares y extravagantemente similares. Eran de estas parejas que parecen hermanos, cuyas facciones se asemejan tanto que podrían ser clones. Ambos rubios, esbeltos y guapos, pero terriblemente harapientos, eso sí. Si se cuidasen un poco más, serían quizá el matrimonio más bello de Sceneville, pues portaban la percha y elegancia interior familiar que se reflejaban en sus resplandecientes y profundos ojos verdes, pero no tenían tiempo suficiente.  

Habían intentado solucionar sus problemas económicos y el duro trabajo los dejaba exhaustos al final de día. Por eso, Nahama no pisaba la peluquería nunca, sus uñas estaban sucias casi siempre y a veces ni siquiera sus calcetines coincidían en color o forma. Hanson lucía extrema delgadez, en él se intuía un pasado deportista y atlético, pero ya no. Trabajaba de sol a sol y si en algún momento la comida era escasa, era él quién se quedaba sin probar bocado. No eran malos en el fondo, pero su cabeza siempre estaba en intentar que la mansión Moon no cayese y en mantener lo poco que les quedaba de su apellido. Así que, además de olvidarse de sí mismos, también habían olvidado que tenían una hija. Una hija que sentía cada día de su vida, que hubiese sido mejor no nacer. 

Ella era la única morena de una larga generación de rubios, y siempre llevaba su largo y lacio pelo tapando su rostro y dejando solo a la vista un ojo grisáceo en el que te podías perder intensamente si te detenías a observarlo. Era bella, pero como sus padres, no era capaz de verlo, y por eso decidía esconderse siempre, para tejer un muro que la separase del mundo exterior y que a su vez protegiera sus pensamientos más recónditos de los observadores inesperados.

Star caminaba curvando su fino y desgarbado cuerpo, casi arrastrándolo de aquí para allá, como si le costara moverse lo mismo que a una anciana de más de noventa años. Consigo llevaba también unos desproporcionados cascos azules que contribuían a su misión de erigir el gran muro que la separase del resto de los humanos de su edad. La música era en las ocasiones más contadas su salvación, y la que apaciguaba sus nervios y ansiedades respecto a un cruel mundo lleno de adolescentes, y añadido a las inconveniencias de su terrible y absurda existencia. Rainbow, Stevie Nicks, Def Leppard y Rick Springfield sonaban siempre en sus cintas de casete.  

Con sus diecisiete, a pesar de ser una edad en la que normalmente importa mucho lo que piensen los demás, a Star le importaban bien poco las miradas curiosas o de juicio de sus compañeros. Obviamente, todo el mundo en el instituto conocía su apellido y la historia de su familia, y siempre corrían nuevos rumores sobre su pasado, su abuelo, su bisabuela y sus padres, que eran calificados como chiflados día sí y día también. Vivía con el extraordinario sueño de desaparecer o de vivir encerrada en el sótano de su casa hasta el día de su juicio final.

Pero algo extraño acontecía en la vida de Star. Y es que, a pesar de ser la persona más rara y solitaria del planeta, tenía una mejor amiga. ¡Y no cualquier mejor amiga! Sino la mismísima Claire Beau. 

Para Star, Claire era el ser más maravilloso y luminoso del universo. Caminaba como una ninfa entre los árboles dejando a su paso una estela de belleza y naturalidad. Tenía una melena rubia y larga que llevaba peinada siempre a la perfección imitando a las chicas como Madonna. Nunca vestía de negro y su popularidad en Sceneville era de un nivel superior. 

Star y Claire habían sido amigas desde siempre. Quizá porque Claire siempre acaparaba toda la atención y a Star no le importaba no tener ni una pizca, y las cosas poco habían cambiado desde que eran niñas.

Las calles de Sceneville se encontraban húmedas en aquella época del año, y las verdes hojas adheridas en los árboles durante la primavera y el verano, descansaban en el asfalto vistiendo ahora una amplia gama de ocres. En algunas casas se observaban ya calabazas talladas en diversas formas, e incluso los más adelantados habían decorado ya el jardín y las fachadas.

Quedaba apenas una semana para Halloween, una semana para el cumpleaños de Star, una semana para que la luna se volviese invisible, y para variar, en el instituto Brighton Chestnut Valley de Sceneville no se hablaba de otra cosa que de la fiesta anual de los Eville, la otra familia con historia de la villa. Una familia que vivía en los límites del lugar, y que jamás permitía la entrada de ningún forastero, excepto el 31 de octubre, bajo el halo de la luna nueva. 

https://youtu.be/UmPgMc3R8zg

¡Primer capítulo out! Chicxs, contadme qué os va pareciendo esta historia para el #ONC2022 de @AmbassadorsES 🙏

¿Os gusta el tono? ¿El personaje principal? Estoy deseando saber 🥰


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