CAPÍTULO 11: Ojo por ojo, diente por diente

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La sensación de fracaso y desaliento de Matteo Eville aumentaba exponencialmente cada día que corría en el calendario. El mundo a su alrededor se había vuelto más fúnebre y triste, si eso era posible teniendo en cuenta que sus raíces ya estaban podridas. Como una criatura atroz, se escondía en rincones ocultos y se abrazaba a sí mismo para serenarse, recitándose sin cesar que no era malvado. En su cabeza se había desatado una batalla imposible de frenar.

Mataba a los elegidos esperando enmendar sus fallos, pero a medida que sus últimas víctimas tomaban la bocanada de aliento definitiva hacia un final brutalmente mortal, iba asumiendo que su ruina había comenzado con ella, con esa chica. Con Star Moon. Iba barajando una alternativa que no le gustaba nada, una explicación de por qué el Rithiki nunca había llegado a completarse. Una lógica que dilucidase el motivo de que la muchacha nunca llegase a atomizarse en el ara del templo: quizá nunca llegó a morir del todo.

Aquella idea le inundaba las venas de cólera obstruyendo su remordimiento. Le ponía tan furioso, que su lado más despreciable tomaba el control de su mente y su cuerpo. Se volvía perverso. ¿Cómo no se había dado cuenta de que seguía viva?

Al final, no le quedó más remedio que aceptar esa opción. Cuando finalmente lo hizo, había culminado su último crimen absorbiendo la vitalidad de una niña de cuatro años llamada Jolie Pugh. Relamía los restos de sangre que le sabía cándida, tragaba algunos girones de su piel que le transportaban a una fantasía donde nada de aquello estaba ocurriendo, y se alimentaba ligeramente con su esencia mortal. Al terminar, se quedó un rato buen paralizado, esperando. Lo hacía cada noche después de la matanza. Esperaba que de algún modo, los cadáveres se desatomizasen para atravesar la masa del templo y se atomizasen por fortuna en el ara. Confiaba en que el Dómine apareciese frente a él si esto ocurría, y perdonase sus pecados y la poca prudencia que había tenido. «Deja de quejarte. Está claro que algo no ha funcionado. ¡Soluciónalo!». Esas fueron sus palabras.

Pero con la pequeña Jolie Pugh tampoco eso había sucedido. Como los demás, su cuerpo tampoco se había esfumado, y por supuesto, su abuelo de ninguna forma se había puesto en contacto con él. La ira le llenó tanto las entrañas que destrozó la casa de la niña y le prendió un fuego que no pudo controlar. Llegó a una única conclusión: Star Moon estaba viva. No sabía cómo, pero lo estaba y quería venganza. Quería que pagase por haber vuelto su existencia insoportablemente desgraciada.

Matt se desatomizó, dejando a sus espaldas las cenizas de una familia humana destrozada, y se atomizó allí, frente a ella.

Claire dormía plácidamente acariciada por sus sábanas de cebra de color rosa fosforescente. Sus pies, sobre la colcha, estaban protegidos por unos calcetines de color blanco con dos rayas rosas en la parte del gemelo y vestía una vieja camiseta morada con letras amarillas de la Universidad de Illinois que su padre le había regalado. Respiraba lentamente y en sus más profundos sueños se le aparecían imágenes de su amiga Star, a la que no veía desde hacía varios días. Seguramente estaría enferma o algo por el estilo, y aunque no le gustaba ir a casa de Star, pensaba en ir a visitarla si ese día tampoco aparecía en el Brighton Chestnut Valley de Sceneville.

Se quedó observándola durante horas. Se sentó en la butaca que Claire tenía para maquillarse, y por una vez, disfrutó del proceso. Sabía que matar a esa chica no cambiaría nada, pues su alma no valía para cumplir el Rithiki. Sin embargo, eso ya no le importaba. Lo único que quería era matarla y dejar su cuerpo para que, en algún lugar remoto, Star Moon sufriera las consecuencias del daño que le había hecho. Se levantó, se acomodó al borde de la cama de la muchacha y pasó los dedos por su rostro, acariciando su piel suave y llena de vida.

Sin grandes preámbulos acercó su boca a la de Claire, notando su respiración muy cerca. Matt cerró los ojos y abrió la boca y su lengua volvió a convertirse, una vez más, en un vistoso tentáculo negro que se coló en los labios de la joven abriendo sus labios. Claire abrió los ojos de golpe topándose repentinamente con los de ese chico. Los recuerdos aparecieron sin más, ya le conocía, ya había intentado hacerle daño antes. No le dio tiempo a reaccionar, pues de él, nacieron el resto de los demoniacos apéndices. En esta ocasión, no fue rápido, fue muy lento y muy cuidadoso, y se regocijó. Disfrutó del momento. Vio el miedo reflejado en las pupilas de la chica, hasta que finalmente, la vida de esta se apagó entre sus brazos.

A unos cuantos kilómetros de distancia, Star y Ben cenaban bajo tierra en un cuartel general sin ventanas. En el último capítulo de la serie, ALF hablaba con Sparky en una sesión de espiritismo. Sparky era el marido de una de las protagonistas y estaba muerto. Ambos se rieron mucho mientras disfrutaban del episodio. Hacía días que no se reían tanto, al menos que no lo hacían ni genuinamente ni juntos, pero en cuanto aparecieron los títulos de crédito, el ambiente volvió a enfriarse ligeramente. Por la cabeza de Star sobrevoló un pensamiento: es lo que ocurre cuando después de un momento burbuja, vuelves a recordar que la realidad es más compleja de lo que te gustaría.

—¿Quieres que apague la televisión? —se ofreció Ben que había observado que a Star ver el noticiario le deterioraba el buen humor.

—Sí, por favor. —Dejó la lata sobre la mesa e introdujo el tenedor provocando un sonido metálico.

—Vale... —dijo Ben buscando el control remoto en los huecos del sofá—. Oye, ¿has visto el control remoto? No lo veo...

—Siempre te pasa lo mismo... Creo que está... por aquí... —Star movió sus manos despacio para buscar el mando entre las ranuras del roído sillón—. No... no lo encuentro.

—Da igual, me levanto...

El hecho de que Ben ya se hubiese levantado del sofá para apretar el cuadrado botón de «apagado» de la televisión, no cambió el destino, pues esos cortos minutos de más buscando el mando a distancia, habían sido los suficientes para que el presentador del telediario iniciase su jornada con una terrible noticia.

—Abrimos el día de hoy con una terrible noticia.

—Sí, George, porque las muertes no cesan en Sceneville.

—Otra víctima más ha sido hallada esta mañana a las puertas de uno de los establecimientos de la villa, Cindy.

—Así es George, el 𝕃𝕆𝕊𝕋 𝔸ℝℂ𝔸𝔻𝔼, el local de videojuegos más popular de Sceneville ha presenciado este horrible crimen.

Ben ya tenía el dedo puesto sobre el botón, pero Star había agudizado sus sentidos al escuchar el nombre de uno de sus lugares favoritos del mundo mundial.

—¡Espera! No lo quites... —pidió esta.

—¿Estás segura?

—Sí... —asintió la chica—. Ahí solía ir yo...

—Lo sé...

—El cuerpo de la joven de diecisiete años Claire Beau será enterrado mañana en el cementerio... —continuó Cindy Hyneman.

—¡¡No puede seee... Aaaaah!! —Star se levantó de un salto del sofá con tanta potencia que perdió el control de su cuerpo. Salió fuertemente disparada, se enroscó con un millón de cables que el garante tenía esparcidos por el suelo y volcó sin querer el televisor al suelo. No se partió, pero la antena dejó de funcionar—. Oh, nooo... —se quejó mientras apretaba compulsivamente una y otra vez el botón de «encendido».

—No pasa nada, Star. —Ben se acercó a la chica e intentó levantarla. Sin embargo, la chica hacía palanca hacia abajo porque quería seguir escuchando la noticia. Quería ver si era real lo que acababa de oír o era solo una paranoia fruto de la situación.

—No... tengo... tengo que arreglar esto...

—Venga Star... —insistió Ben, pero Star comenzó a llorar desconsoladamente y esta vez sus capacidades sobrehumanas se desbordaron. Comenzó a escuchar voces de nuevo, y sintió cómo su cuerpo se levantaba dos palmos del suelo, lo que provocó que su llanto se transformara en un grito desgarrador. La imagen era extraordinaria: flotaba en el aire con las piernas y los brazos extendidos, sus ojos brillaban de un modo nuclear y su cuerpo se echaba hacia delante como si se encontrase bajo el influjo de un magnífico poder sobrenatural—. Eh, eh... no pasa nada... tranquila...mírame a los ojos —rogó el chico.

Star lo fulminó con la mirada, y entonces, a su alrededor los objetos comenzaron a elevarse y a flotar como si la gravedad en la sala hubiera desaparecido completamente.

—Concéntrate. —indicó Ben levantando las manos a modo de protección—. Star, escucha mi voz, concéntrate en ella... —repitió—. Vamos Star, tú puedes... escucha mi voz.

Tras unos minutos en los que todo se quedó suspendido, la chica cayó al suelo de bruces y con ella, todos los objetos que habían quedado colgados de un hilo invisible durante ese tiempo. Al tocar la superficie, su estado volvió a la consciencia y Ben pudo acercarse.

—¿Estás bien?

Star Moon agarró la mano de su garante y con su ayuda se puso en pie. Se sacudió el polvo que se había adherido a sus ropas al caer a ese suelo tan mugriento y se frotó las partes del cuerpo que habían recibido un impacto mayor al precipitarse. Se recolocó el brazo izquierdo haciendo sonar sus huesos y se tocó la comisura del labio, donde ahora asomaba una mancha bermeja que rozaba el color púrpura: su sangre. Se miró el dedo manchado, y frunció el ceño y arrugó el gesto rebosando cólera por cada poro.

Quizá la antigua Star habría entrado en pánico, quizá la Star de hacía media hora se habría amedrentado al ver que su sangre ya no era humana, pero la Star que había escuchado que su amiga estaba muerta, que había sido asesinada sin piedad y tirada como si fuese carnada, no. Esa Star no tenía miedo.

—Quiero encontrarle, Ben. Tengo que encontrarle y saber si Claire está muerta de verdad. Y si por un momento... por un instante descubro que ha sido él, le mataré. Te lo juro, Ben, no tendré misericordia. No con él —afirmó—. ¿Puedo hacerlo?

—¿Encontrarle? Eso está chupado, «renacida». —El chico puso rumbo a su laboratorio sin titubeos. Estaba preparado—. Escuchas... voces, ¿verdad?

Star asintió una sola vez. Sabía que podía confiar en Ben, sabía que él no pensaría que estaba loca por escuchar voces.

—Vale... pues, no son voces, Star. Son pensamientos. Pensamientos reales de las personas que escuchas.

—¿De verdad? —preguntó incrédula—. ¿De verdad puedo escuchar lo que piensa la gente? Espera... ¿y por qué a ti no puedo escucharte?

—Despacio, «renacida». Vamos poco a poco —dijo sentándose en la silla giratoria, justo delante del ordenador donde seguían rezumando líquidos extraños—. Primero, podemos rastrear los pensamientos del chico Eville, si damos con él... podremos saber si lo que hemos visto en televisión es cierto o no, y sabremos también si ha sido él... Además, si te concentras mucho... podemos incluso localizarlo. Saber dónde se encuentra exactamente.

—Dios... esto va a ser jodidamente difícil... Más difícil que haber compuesto el minuto cuarenta que dura el solo de Eruption de Van Halen...

—¡Y qué lo digas! Pero... Déjame decirte una cosa... —Ben se levanta de la silla pavoneándose y recuperando el espíritu guasón que mantuvo durante los primeros días en el cuartel—. Tienes al mejor y más guay garante del mundo: Yo.

—Estupendo... —respondió Star mostrando media sonrisa y poniendo los ojos en blanco.

—A por ellos, «renacida».



¡Fin del capítulo 11! Y ya no queda nada para llegar al final 😀 Esta canción de Judas Priest que os dejo aquí, me transportó a los mundos de Matt Eville, a sus pensamientos y a su lucha interna que está llena de tristeza. Espero que os guste 🖤

https://youtu.be/s8vrKn78J-w


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