CAPÍTULO 20: La navaja de Ockham

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Aproximó la mano al pomo de la puerta y lo giró despacio. Estaba frío. Lo apretó agradecida, pues sus manos se habían calentado demasiado con su Gravithus. La manilla era de oro y estaba recubierta de unas figuras excepcionales, talladas con detalle. Nuevamente, pensó en lo mucho que se parecían ambas casas, solo que esta preservaba sus tesoros y la suya se deshacía con mirarla.

Puso un pie con cuidado fuera de la habitación, tratando de evitar que la vieja madera chirriara. Pero antes de que la suela pudiera alcanzar la superficie, Star tuvo que retroceder hábilmente y entornar la puerta al escuchar cómo unos agitados y nerviosos pasos se desplazaban escaleras abajo. Echó un ligero vistazo por el umbral, pero no vio más que la cola de un vestido negro. Supuso que era la misma mujer que había visto en la ventana. No reflexionó demasiado sobre ello, solo soltó el aire que estaba conteniendo y esperó lo suficiente para volver a salir.

Los corredores eran extensos y tradicionales, con una alfombra roja aterciopelada que amortiguaba el piso, justo hasta las escaleras donde la madera volvía a relucir. Caminó despacio hasta la siguiente habitación y asomó la cabeza para comprobar si se trataba del espacio que había visualizado en su mente minutos antes, pero no. Entró de todos modos. Entró por una sencilla razón. Había algo que le inquietaba. Un objeto que trasladó sus pensamientos de golpe a su habitación y a la cara de Ben.

Sobre la repisa de un aparador de dos puertas y cajones de color negro, decorado con un estampado de pintura hermoso, se disponían algunos tarros de cristal transparente de tamaños irregulares. Dentro de los recipientes, algo revoloteaba tratando de liberarse. No era un «algo», eran muchos, muchos insectos. Decenas de polillas como las que aleteaban alrededor de su casa cuando ella estaba presente, como las que Ben devoraba para después relamerse con gusto. Entonces, recordó lo que hacía semanas su garante le había dicho: «Las polillas son símbolo de una actividad poco común de... energía oscura». Por supuesto que habría polillas en la mansión Eville, no podría ser de otra forma. Sin embargo, no comprendía la razón de convertirlas en prisioneras. Era bonito ver cómo flotaban en el aire.

Star no pensó demasiado. Solamente apoyó su mano y rotó la tapa del frasco más grande. Las mariposas nocturnas escaparon velozmente. Salieron disparadas hacia el techo, y una vez alcanzado lo más alto, volvieron a pulular más relajadas. Al ver que todo seguía en calma, abrió el resto de las tapas. Seguidamente, un evento captó toda la atención de la muchacha: los insectos habían formado una bandada organizada, como los gorriones cuando emigran en familia. Juntos, aleteaban en armonía dirigiéndose hacia la puerta.

Un pálpito despertó en Star: «Debía seguir a las polillas. Sí. No cabía duda». Siguió a las polillas despacio a través de las escaleras del pasillo. Primero, bajo muchos escalones, dejando el tercer, segundo y primer piso atrás. Más tarde, recorrió otra escalinata de piedra. Parecía más antigua, y en última instancia, llegó a un pasadizo oscuro. Solo una luz amarillenta parecía caer al final del callejón. Caminó a ciegas un rato, procurando alcanzar la luz. Dejó de ver a las polillas unos segundos, hasta que una de ellas empezó a vibrar hasta volverse brillante. Tras ella, las demás se encendieron de un color tan azul como sus ojos. El túnel se hacía cada vez más y más estrecho, y cuando pensaba que ya no cabría, dio el paso definitivo.

Ante ella, el hueco se ensanchó de un plumazo. Pestañeó y cuando abrió los ojos, ya estaba en una estancia independiente. Se trataba de un cubo perfecto, y una de sus paredes estaba totalmente cubierta de una enorme lámina de metal. Parecía una puerta, pero no tenía cerrojo, ni picaporte. Nada. Nada que indicara que efectivamente fuese una entrada. No obstante, Star no dudó. Las polillas se posaron en el metal como imanes. Era una puerta con total seguridad, y hubiese lo que hubiese al otro lado, era algo muy poderoso. Una actividad poco habitual de energía oscura, y debía de ser potente, teniendo en cuenta que toda la mansión estaba impregnada de fuerza oscura y que los insectos se sentían indiscutiblemente atraídos por ese extraño metal.

Dicen que la solución más sencilla suele ser la correcta, o al menos eso dice el principio de parsimonia: la navaja de Ockham. En cambio, a Star se le hacía un mundo pensar en lo más sencillo. Estaba acostumbrada a jugar en el 𝕃𝕆𝕊𝕋 𝔸ℝℂ𝔸𝔻𝔼 al Ghouls 'n Ghosts y, por supuesto, se le ocurrían mil trampas posibles que la entrada podría mantener ocultas o las múltiples posibilidades que tendría en la baraja de cartas para abrir la puerta, pero no iba a ser girando una cerradura. Tenía la mente ágil para pensar en cómo sortear este tipo de acertijos, pero no para valorar que la solución más sencilla iba a ser la correcta.

Paseó por delante pensativa, escudriñando cada vértice. Acercó la nariz y se quedó a unos centímetros solo para recorrer los detalles de la tapia. Unos detalles inexistentes porque era completamente igual, toda ella. De arriba a abajo y de izquierda a derecha.

—¡Ábrete! —gritó en un intento desesperado. La pared no se movió. Ni siquiera las polillas, aún brillantes, se inmutaron—. Bien... —continuó en voz alta, queriendo guiarse a sí misma—. Puede que haya algo escondido en este cuartucho... —Se colocó justo en la mitad de la habitación y se sentó con la espalda recta. Cogió aire y cerró los ojos tratando de reclamar su Gravithus para atraer hacia ella aquello que pudiera desbloquear el paso.

»Nada. Quizá pasaron más de dos horas mientras Star proyectaba su Gravithus por todas partes, pero no alcanzó a ver nada más que la misma sala oscura y vacía. Abrió los ojos de sopetón con el ceño fruncido. Se le estaba acabando la paciencia.

»Se puso en pie y volvió a examinar el revestimiento de metal con las mejillas encendidas. La frustración le golpeó tan fuerte que salió disparada hacia la pared dispuesta a utilizar la fuerza bruta. Bueno, para eso había estado entrenando también. Confiaba en sus brazos y sus piernas.

»—¡Maldita puertaaa! —gimió, empujando el metal con todos sus recursos. Estaba furiosa.

Cuando quiso darse cuenta, algo había sucedido: la superficie del metal se estaba volviendo semi-líquida. Al tocarla empapada en cólera, había desencadenado algo. Su parte Entherius era bienvenida en el otro lado.

Tras un chasquido, el metal desapareció completamente y Star tuvo ante sus ojos, por primera vez en su vida, aquel lugar que siempre había dictado las bases de Sceneville.


¡Capítulo 20! ¿Te imaginas cuál es el lugar al que llega Star? Lo que está por venir es... 😱😱😱 Atentx a los próximos capítulos 🌙

https://youtu.be/krJPMcqNY08


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