CAPÍTULO 4: Una decisión imprudente

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—¿Preparada? —preguntó Claire.

Ante los ojos de Star se erigía un imponente muro de roca caliza desgastada y revestida de espesa hierba. Un cerco protegido que dejaba a la vista, a través de una valla de hierro, una casa de grandes dimensiones.

Claire miraba a su mejor amiga con cara de preocupación, pensando que quizá tomar aquella decisión no había sido tan buena idea.

Después de que la señora Moon le pidiera a su hija que se acercase a la residencia Eville, ella había paseado por la zona varias veces. Sin embargo, nunca escuchó ni vio nada. Era complicado vislumbrar lo que se escondía tras aquella sólida tapia roída por el paso de los años. Durante varios días, Nahama miró a su hija esperando encontrar alguna novedad y al ver que esto no ocurría, la decepción fue brotando poco a poco en sus facciones, provocando de nuevo que el entusiasmo se desvaneciese, y por consecuencia, volviese a mantener hacia su hija una actitud más apática.

Digerir esto no era una opción para Star, por eso, por primera vez en su vida tomó las riendas de su destino y tomó una decisión irrevocable: asistiría a la fiesta de Halloween de la familia Eville, costase lo que costase. Y ahí estaban, plantadas frente a uno de los lugares más desconocidos de Sceneville, sin invitación alguna, viendo cómo los que sí habían sido invitados iban llegando poco a poco.

Por allí no habían pasado ni Jenny Morgan, ni Evan Sanders, ni ninguno de aquellos que habían alardeado de mantener relación con la familia o de tener acceso a aquellos terrenos. De hecho, las personas que allí estaban apareciendo y que conseguían traspasar la valla, no se parecían en nada a los estudiantes del Brighton Chestnut Valley.

Los invitados compartían un rasgo común: todos y cada uno de ellos cargaban a sus espaldas el halo de la distinción, del gusto y la elegancia, como si hubiesen viajado hasta el presente desde una época victoriana, y no por los ropajes, sino más bien por la manera de moverse y comunicarse con su entorno natural.

Había una mujer bellísima con el pelo negro y brillante recogido en un flequillo corto y ondulado, la piel tersa y blanca como la porcelana, y unos labios de intenso carmesí que hipnotizaban. Era alta y corpulenta, imponente y hermosa. Vestida de rojo de la cabeza a los pies.

Después llegó un hombre de gris que portaba un sombrero de copa, unas gafas de sol que lo privaban de cercanía humana y una capa de terciopelo que arrastraba metros atrás por el asfalto.

Según los minutos fueron pasando, la afluencia de personas fue aumentando. Era más difícil fijarse en los detalles, pero ninguno de los invitados, ninguno, eran niños vestidos de calabaza ni jóvenes imitando a Los Cazafantasmas... Tampoco payasos ni asesinos en serie. Star pensó que todas aquellas personas habrían dedicado siglos a elegir y confeccionar su disfraz de Halloween porque eran realmente auténticos.

—Les habrán enviado una carta de código de vestimenta o algo... —afirmó Claire, manifestando en voz alta la propia impresión de Star de que la situación estaba siendo cuanto menos curiosa. Y esto le daba un ápice de esperanza. Quizá aquella noche podría recabar información que fuese valiosa para su madre. Quizá volvería la dicha a ella y se terminarían por fin los días de abandono.

Las amigas se miraron la una a la otra mordazmente, y ambas soltaron una sonora carcajada: habían elegido un disfraz que, por supuesto, no encajaba. Dos vestidos de color azul cielo hasta las rodillas, calcetines blancos y zapatos negros. Y, cómo no, un chorretón de sangre falsa salpicada en la cara y en el vientre. Hacía un par de horas antes, ir disfrazadas de las gemelas de El Resplandor de Stanley Kubrick les había parecido una idea excelente. La idea de colarse en la fiesta se estaba poniendo más y más complicada a cada minuto que pasaba.

—Bueno, creo que ha llegado el momento... —balbuceó Star.

—Sí. Es ahora o nunca. Hay un montón de gente entrando. Recuerda: tenemos que intentar mezclarnos con ellos e ir hacia el centro del grupo...

—Sí. Hacia el centro del grupo...

Star cogió una gran cantidad de aire, llenó sus pulmones, suspiró y dio el primer paso siguiendo a su amiga que ya había puesto rumbo hacia el muro. Al llegar junto a la puerta, se separaron y se fueron diluyendo entre los invitados. Star tuvo que sonreír entre «disculpen», «buenas noches», y alguna palabra educada más, pero nunca le devolvieron la sonrisa. Simplemente la observaban, y a continuación, seguían su camino hacia el interior.

Cada vez estaba más cerca. Había perdido de vista y vuelto a ver a Claire en varias ocasiones. Su amiga se había dirigido hacia el lado derecho y ella se había adentrado más en el izquierdo. De vez en cuando Star elevaba el cuello todo lo que podía y ver cuántos metros le faltaban para llegar. Estaba muy cerca. Desde su posición, al levantarse de puntillas podía vislumbrar un minúsculo fragmento de los jardines. Estaba muy oscuro, sin embargo, comenzaba a chispear ante sus ojos una luz anaranjada. Pensaba que lo siguiente que vería sería la casa, pero no fue así. Tras el gigantesco muro de piedra vio lo que parecía ser otra puerta. Una oquedad oscura y profunda por la que desaparecían aquellos que conseguían entrar a través de la primera entrada. A su alrededor se esbozaban trazos rojos, verdes, blancos y azules, pero Star no conseguía descifrar qué era exactamente aquella enigmática puerta.

Siguió avanzando. Solo le quedaban unos pasos cuando vio a Claire justo a su lado.

—Ya casi está. —Claire le agarró de la mano y se la apretó fuerte.

Dos pasos.

Uno.

Star y Claire pisaron el césped y dejaron atrás el muro. Estaban tan emocionadas que se les escapó una risotada en la que se desintegraron sus nervios previos y la adrenalina provocada por poner en marcha un plan prohibido.

—¡Vamos amiga! Ah, ah, ah, ¡estamos dentro! —celebró Claire.

—Qué nervios... pensaba que no nos dejarían entrar, ¿no se suponía que debías traer la invitación para poder pasar? No había nadie pidiendo entrada...

—¡Meeejor! Vamos anda...

La luz naranja bañó a las muchachas tiñendo sus vestidos azules de ámbar, y el humo comenzó a salir profusamente del propio suelo provocando una bizarra neblina. Las muchachas pusieron rumbo a aquella misteriosa segunda puerta que Star había entrevisto desde el exterior, el acceso por el que desaparecían los visitantes.

—¿Dónde vais chicas? —inquirió una honda voz por encima de sus cabezas.

Levantaron la mirada y vieron a un hombre corpulento. Su altura alcanzaría los dos metros y su imponencia era realmente abrumadora.

—Eeeh, verá... —comenzó Star.

—¿Tenéis las invitaciones?

—Pues es que...

—Sin invitación no podéis pasar y no tenéis pinta de tenerla. Ahí está la puerta. —ordenó.

—¡Pero si ya estamos aquí dentro! —exclamó Claire—. ¿Qué más le da? Venga...

—Lo siento, sin invitación no os puedo dejar entrar ahí. —señalando la gran puerta oscura.

—Está bien... entonces, nos iremos. —cedió Claire.

Star miró a su amiga completamente sorprendida, pues no era capaz de creer que esta accediese con tanta celeridad a abandonar su propósito. Ella no era así. Ella no era de las que se rendían con tanta facilidad.

Lo entendió todo cuando Claire, en un gesto tremendamente imprudente, dio media vuelta para recorrer hacia atrás sus pasos y en lugar de seguirlos, lo que hizo fue correr. Correr lo más veloz que pudo en sentido contrario, con esa gracilidad que le caracterizaba, hacia el incierto paso que se emborronaba con la fosforescente niebla naranja.

Star, sin embargo, se quedó paralizada. Aunque lo intentó, ni un solo músculo de su cuerpo, a excepción de un repentino tic nervioso en el ojo, fue capaz de mover. Quiso proyectar su voz para impedir que su amiga hiciera una locura, pero tampoco pudo. Si bien había encendido ligeramente su valentía a la hora de decidir colarse en aquella fiesta privada, seguía siendo Star Moon: tímida, callada y peculiar.

No supo cómo, pero aquel hombre hercúleo y enorme se situó justo delante de su amiga en menos de un segundo. Ni siquiera pudo identificar cuándo se había movido. Simplemente desapareció y volvió a aparecer.

—¡Ni se te ocurra niñata! —El hombre agarró a Claire por los brazos, la levantó sin derramar una gota de sudor, y mientras ella pataleaba y se quejaba, la llevó hasta el gran muro a la fuerza—. ¡Tú! —dirigiéndose a Star—. ¡Venga, largo! —a Claire, la sangre le corría entre su perfecta nariz y el labio. Esta se lo limpió con la manga, de modo que ya nunca se supo qué sangre era real y qué parte pertenecía a su disfraz.

Los invitados que siguieron llegando, se viraban para observar el escándalo que se estaba formado en el jardín, y después de reírse elegantemente, en un susurro, continuaban su camino hacia la segunda puerta.

Inesperadamente, una melosa y profunda voz, dura y segura, llegó a los oídos de las muchachas desde las espaldas del guarda.

—Déjalas pasar.

Era cierto. Ahí estaba: Matt Eville. Tan hermoso como los rumores habían advertido. Insólitas facciones, ojos negros y hondos, uno de ellos decorado con maquillaje rojo que dibujaba una clase de letra desconocida. Elegantemente ataviado con un traje de terciopelo en consonancia con el código de la fiesta, y a lo que Star no pudo quitar la mirada: una irónica y amplia sonrisa.



¡Allá vamos! Un pedacito más de la historia de Star Moon para el #ONC2022 🦋 ¿Creéis que colarse en la fiesta ha sido buena idea?

Os deseo un feliz fin de semana, que para mí ha empezado un poquito antes 🧡 ¿Tenéis algún plan interesante? Contadme 😀

Os dejo una canción para adentrarse en el mood de la historia entre 80s y mysterious. Dale al play 🎬

https://youtu.be/Xig0Pe-MUAQ


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