CAPÍTULO 10: THE CROSSWALKS

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Al día siguiente, la casa de Charlie, se convirtió en la casa más solicitada de Loch Lloyd.

—¡Ally! —vociferó este desde el rellano—. ¡AAALLY! ¿Puedes bajar de una vez?

—¿Qué pasa? —pregunté mientras trotaba bajando las escaleras. Aminoré el paso al toparme de bruces con aquel chico tan menudo: tan poca cosa. De lejos podría parecer un niño pequeño, no obstante, su expresión decía otra cosa. Sonreía de oreja a oreja, burlón, y Charlie lo observaba tratando de adivinar, qué narices hacía aquel muchacho en la entrada de su casa, preguntando por mí. Charlie me ojeó intrigado, trazó un cabeceo y torció el gesto. Entendí al segundo el pensamiento que acababa de cruzar por su cabeza—. ¡Charlie! —exclamé, incómoda—. ¡Ni de broma!

—¡Ya decía yo que este era demasiado bajito para ti! —respondió él entonces, relajando el semblante. Seguidamente, sacudió el pelo, perfectamente peinado de Barry, que seguía ahí plantado, sin perder su sonrisa.

—¿Te vienes, Ally? —disparó. No era una pregunta, era algo así como una petición educada con una pizca de picaresca. Hiciera lo que hiciera o fuera cual fuera mi respuesta, Barry iba a arrastrarme allá donde quisiera—. Steven se pasará por aquí en unos minutos.

—Más gallitos del corral, ¡estupendo! —bufó Charlie poniendo los ojos en blanco. Se volvió para mirarme un segundo y no me dijo nada más. Sin embargo, en el reflejo del color de su iris, venía inscrita la frase, «más te vale andarte con ojo, chica». Dio un giro y desapareció por la puerta de la cocina.

—Espera, ¿cómo sabes donde vivo? —quise saber, desconcertada, una vez Charlie nos dejó solos.

—Uno —siseó encogiéndose de hombros—, que tiene sus recursos.

—¡Qué miedo me das! Para ser tan enano, tienes demasiados recursos tú, ¿no?

—Eso parece —sonrió, mordaz.

Cuando Steven apareció por el camino del jardín, Barry se apresuró a insistir en enseñarme aquello que solían hacer juntos. Acepté antes de que Steven tocara la puerta, que estaba entreabierta. A ninguno les hizo falta convencerme con demasiados argumentos. Yo tenía uno, y era uno de esos que no se pueden ignorar: hacía demasiado tiempo que no tenía amigos.

Bueno... Charlie no contaba. Era más como un padre para mí, y por mucho que me lo pasara de lo lindo con él, era mayor, y con casi quince años, lo que yo necesitaba era a alguien como yo, alguien con quien compartir fantasías dementes.

Bajamos la colina de asfalto mientras Barry y Steven no paraban de parlotear. Era imposible no aturullarse, pues a veces se superponían sus voces y era incapaz de comprender una palabra. No obstante, no puedo negar que aquella forma en la que tenían de hablar, con despreocupación, con pasión, queriendo involucrarme, me contagió y me hizo enamorarme de ellos, como amiga, un poquito. Pateamos un buen rato, dejando atrás los campos amarillos, y nada más nos detuvimos cuando alcanzamos la puerta de un garaje encolado a una casa, más allá de los terrenos de Loch Lloyd. Steven tiró de la puerta hacia arriba y nos adentramos en el interior del zarrapastroso garaje.

—¿Qué hay, muchachos? ¿Todo listo?

—¿Por qué la has traído, renacuajo? —Peter arreglaba una cuerda de su guitarra, mientras Tom enchufaba algunos cables que no paraban de enrollársele todo el tiempo.

—Ally va a aceptar ayudarnos —dijo Barry, mirándome de soslayo y guiñándome un ojo en tanto que se hacía con los cables de Tom, consiguiendo separarlos del todo—. ¡A que sí, Ally!

No respondí, simplemente me eché a un lado y me senté en un rincón, cruzando los brazos, fumando un cigarrillo. Me limité a observar cómo cada uno de ellos terminaba de situarse. Durante los diez minutos siguientes, Peter todavía no había aflojado el ceño, eso sí, apenas comenzó a tocar, se relajó del todo. Sobre ese arpegio de guitarra, Steven anunció, haciendo una pequeña reverencia:

—Ally, prepárate para escuchar al mejor grupo del mundo: ¡¡Theee Crooosswalksss!!

Todos, incluida yo, aplaudimos. Los demás jalearon al aire, probando mil sonidos, como si en lugar de neumáticos rotos y maderas roídas, hubiera al otro lado, un público entregado. Media hora después, me había quedado bastante claro que eran buenos. La verdad es que eran muy buenos. Jamás habría llegado a imaginar, ni un poquito, que aquellos cuatro chicos pudieran ser realmente sobresalientes haciendo música. Siempre que les había observado desde mi casa, semanas antes, en la parada del autobús, me habían parecido algo así como una representación poco sincera del rock and roll. En resumen, mucho estilo pero poca marcha. Siempre con la guitarra a cuestas, la chaqueta de cuero y el pitillo en la mano.

A finales de los cincuenta, estaba de moda, y no era demasiado inusual ver a gente así vestida, o con instrumentos a la espalda, sin tener ni la más remota idea de cómo hacerlos sonar con dignidad. Sin duda, aquellos no eran The Crosswalks. The Crosswalks eran mucho, muchísimo más que solo unos gallitos de corral.


***


—Smoky, ¿dónde has estado? —Charlie me esperaba en el interior de la casa, visiblemente preocupado, envuelto en el humo de todo aquel tabaco que había fumado mientras esperaba. Analicé la cantidad de colillas amontonadas en el cenicero de su derecha, con la intención de calcular cuál era el nivel de enfado al que debía enfrentarme. ¿La conclusión? Sin duda, muy preocupado. Es decir, colérico hasta la médula.

Cerré la puerta detrás de mí sin hacer ruido. Lo cierto es que, desde que vivía con Charlie, nunca antes había llegado demasiado tarde, excepto el día anterior y aquel mismo día. Estoy segura de que en su cabeza, atando cabos sueltos, supo que los chicos tenían todo que ver con mi actitud. Y eso le destrozó. En aquel momento, no comprendí su preocupación. A día de hoy, afortunadamente, sí la entiendo.

—Por ahí... —vacilé, encendiéndome un cigarrillo. Avancé despacio y me senté justo a su lado, observando la oscura noche a través del ventanal.

—Estaba muy preocupado... —explicó sin levantar la voz, arrastrando sus palabras—. Estabas con ellos, ¿verdad? —Resoplé expulsando el humo y puse los ojos en blanco—. No me gustan —continuó.

—Vamos, Charlie... ¡Si son geniales! —pataleé.

Charlie se puso de pie y se rascó la nuca, pensativo. Empezó a dar zancadas de un lado a otro en el piso de abajo. Nunca antes le había visto comportarse de aquel modo, tan nervioso y alterado. Me pilló con la guardia tan baja, que no supe cómo responder ante él. Rondaba los quince y desde los once había tenido que cuidar de mí misma. No estaba entre mis costumbres, ver cómo alguien mayor se preocupaba por mí de aquella manera. Prácticamente, había olvidado la forma en la que mis padres solían mostrar intranquilidad por algo que yo hubiera hecho.

—¡Son una mala influencia! ¿No has tenido suficiente ya? —gritó de pronto, perdiendo el control.

—Son mis amigos... —balbuceé, casi como una niña pequeña.

—¡Tú no tienes amigos, Ally! —exclamó, señalándome con un dedo acusador, morado de ahogo.

—¡Pues por eso mismo! —respondí, subiendo el tono de voz, con la misma irritación que Charlie.

Este abrió la boca varias veces, con la intención de decir algo, pero se lo pensó dos veces. Respiró, tratando de tranquilizarse. Se acercó a mí y me sujetó con gentileza por los hombros.

—Mira, Ally. Sé que es complicado entenderme y sé que hace mucho que no estás con gente de tu edad, pero de verdad, en el pueblo hablan de ellos y... —volvió a coger aire. Se notaba que trataba de buscar las palabras adecuadas—. Mira, yo los he visto igual que tú en la parada del bus, deambulando de un lado a otro, como gallitos... Vas a salir mal parada. Ellos no son como tú, Ally. —Despegué sus manos bruscamente de mis hombros, y me alejé unos pasos.

—¡Si es todo pose, Charlie! —me quejé, enfurruñada—. ¡Son buenos chicos! Ya viste a Barry. Si es un renacuajo —concluí dirigiéndome hacia mi habitación—. ¡Seguiré yendo con ellos si me apetece!

—No lo harás. Me obedecerás y punto —sentenció.

—¿Por qué, Charlie? ¿Por qué voy a obedecerte?

—Porque te lo digo yo.

—Tú no eres mi padre, Charlie.

—¡Como si lo fuera! Me preocupo...

—¡Pero no lo eres y nunca lo serás! —interrumpí cerrando la puerta de golpe. Noté cómo este apoyaba la cabeza contra la puerta de mi cuarto, dejándose caer decepcionado por mis palabras. Abrí la puerta de nuevo y le miré con ruego en mis ojos—. Oye Charlie...

No levantó la cabeza, y no hizo falta, porque pude ver en él, la decepción, el miedo, la tristeza, y sin mediar ni una palabra más, se marchó.

Me sentí terriblemente mal al momento. En el silencio y la soledad, reflexioné, tratando de decidir si ir a buscarle o no. Al final no lo hice. Dirigí la mirada a un rincón y ahí estaba, mi guitarra apoyada contra la pared. Ni siquiera me había dado tiempo a enseñársela todavía. Tiré de ella, me la eché a la espalda, y caminé hacia la puerta principal de la casa.

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https://youtu.be/LmiwF5siIAc

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