CAPÍTULO 11: LA PRUEBA

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No me hizo falta, ni siquiera, llegar a abrir la puerta del garaje de Peter. Desde el otro lado de la calzada, divisé una luz encendida que centelleaba como un ajado faro en medio de la tormenta que acecha. Y en movimiento, distinguí las cuatro figuras que originaban las sombras de los chicos. Cogí aire, me armé de valor y con paso decidido me dirigí hacia ellos.

—¡Lo haré! —exclamé, irrumpiendo nada más entrar, apretando los puños.

Los cuatro se quedaron ahí plantados, mirándome con cara de haberse pegado un trompazo contra un muro de piedra compacta. Barry sonreía a mi lado, divertido por la situación. Supongo que al verme tan segura de mí misma y caer en la cuenta de que su hermano, Peter, y Tom, se habían quedado congelados, con el morro hasta los pies y sin un mísero hilo de voz.

—¡Esa es mi Ally! —celebró Barry, abrazándome con sus pequeños brazos por la cintura. Le devolví la sonrisa, revolviendo su pelo, habitualmente despeinado—. ¡Eres mi inspiración, dejando sin voz a este par de bocazas!

—¿Y a qué esperas, entonces? —intervino Steven, simpático—. ¡Pilla esto! —Lanzó una púa que no logré atrapar al vuelo. Me agaché a recogerla y cuando me enderecé, vi que Peter ya había vuelto a la normalidad, y se reía de mí un poco.

Guardé la púa en el bolsillo trasero de mis viejos pantalones y saqué un cigarrillo, que me encendí con aspecto bravucón, apoyada en la pared. Ni en un millón de años iba a dejar que pensasen que tenía miedo. Peter me imitó, tratando de retarme. Expulsó el humo lentamente, haciendo anillos de forma perfecta, y antes de hablar, se sorbió la nariz y chasqueó los dedos.

—¿Vamos o qué? No tenemos todo el día, Ally.

—Ah sí, —respondí reaccionando todo lo rápido que pude—. Deja que saque la guitarra de la fund...

—¡Un, dos, un, dos, tres, y!


***


El tal Sam entró en el estudio de grabación y cerró la puerta detrás de sí con cuidado. Lo observé detenidamente a través del cristal. Su cuerpo se veía algo distorsionado, por las hendiduras de la pecera. Peter me había hablado de Sam durante lo que duró el trayecto hasta Liberty en su vieja chatarra.

Al parecer era un pez gordo del condado, pues no era la primera vez que, al tocar con su dedo a una pandilla de música, la había convertido en la banda de moda del momento. Sin embargo, Sam no tenía el aspecto que se espera de un hombre de negocios, sino, de alguien tranquilo, carente de ese espíritu de tiburón hambriento. Este tocó algunos de los botones de la mesa de sonido, y en su expresión pude ver cómo disfrutaba haciéndolo. Sam hacía todo aquello por pasión, porque le hacía profundamente feliz, y no por dinero.

A su lado, había otro hombre: Terry Perry. Bueno, podría decirse que Terry, era... todo lo contrario a Sam. También había una mujer llamada Martha y su hijo, Casey.

Miré por encima de mi hombro, buscando cualquier señal de Barry, que parecía estar más cómodo que nunca. Sin lugar a dudas, aquel era su entorno natural, pues se movía como pez en el agua, enchufando un aparato, colocando otro, afinando un instrumento... Al otro lado, Peter me vigilaba muy de cerca. Sentía sus ojos clavados en mi nuca, enviándome alertas silenciosas de advertencia: «No la cagues, Ally. Ni se te ocurra meter la pata». Vale, sí, puede que a lo mejor fueran mis imaginaciones, pero es que jamás de los jamases había estado en un territorio como aquel.

Por un momento, me puse en la piel de una rana atrapada en la selva, diseccionada por las científicas de los laboratorios. De un delfín en un parque de atracciones, destinado a entretener a la multitud dos veces al día: en la sesión de la mañana y en la sesión de la tarde. Esperando, con avidez, el sabor de un apestoso pescado muerto como recompensa.

Steven asintió una vez, haciendo el intento de tranquilizarme. Observé cómo recorría mi brazo con la mirada, dándose cuenta de que me temblaba el mástil de la guitarra. Porque estaba a punto de darme un ataque de nervios, ¡muy nerviosa! Pensándolo todavía ahora, no consigo entender en qué momento me dejé enredar en semejante follón. No sé qué me había imaginado cuando los chicos me habían explicado que se habían citado con un productor musical para una prueba. Desde luego, aquello no. No algo tan serio. Estaba a unas décimas de segundo de echar a perder la única oportunidad que The Crosswalks, tendrían en toda su larga vida.

Sam abrió la puerta del estudio de par en par y echó una ojeada. Torció la boca al notar que, cada dos por tres, se me soltaba la correa que pegaba la guitarra a mi cuerpo, y yo me tensaba, incómoda.

—¿Preparados? —preguntó este, rascándose la frente.

Sin esperar respuesta, salió de nuevo y lo vimos entrar al pequeño cuarto, detrás de la cristalera, junto a Terry, Martha y Casey. Peter se giró hacia todos nosotros e hizo un ademán.

—Vamos chicos. Es ahora o nunca —susurró con aspecto decidido—. Ally, ¿tú estás lista? —dije que sí, aunque no lo estuviera. Oprimí un cigarrillo entre mis dedos y lo prendí, con la mano entumecida. Necesitaba relajarme—. Recuerda respirar. Deja que la música te guíe. Lo harás bien, ¿vale?

Barry se sentó en la batería y golpeó las baquetas seis veces. Enseguida, Steven, entró con el penetrante bajo. Después Tom con la guitarra, y al final la voz de Peter. Mi turno llegaría pocos segundos después, con la segunda guitarra. Entré tarde, pero al final conseguí seguir más o menos la melodía. Lo cierto es que los chicos, excepto yo, se desenvolvieron genial, que fallé en más de una nota. Sin embargo, Sam y Terry parecían estar contentos con lo que sea que estuviéramos haciendo, y cuchicheaban tras el cristal, sonriendo y señalando de vez en cuando en dirección a nosotros.

No habíamos llegado a la mitad de la segunda canción cuando Sam salió del estudio. Segundos después volvió a abrir la puerta de la pecera.

—¡Os llamaremos!

—¿Ya está? —preguntó Peter desconcertado.

—Pero si no hemos terminado ni la segunda... —intervino Barry, pero cerró el pico en cuando Peter le atravesó con una mirada intimidante.

—Sí —respondió Sam, amablemente—. Con esto tenemos más que suficiente por hoy.

La atmósfera se parecía mucho a la de una tetera a punto de estallar. Salimos del estudio en silencio, pero podía ver a Barry acallar todos los pensamientos que se le cruzaban por la cabeza. En cuanto cerré la puerta de la vieja chatarra de Peter, Steven empezó a parlotear muy alterado.

—¿Creéis que les hemos gustado?

—No tengo ni la menor idea... —respondí enredándome el pelo, inquieta.

—A ver, si no les hubiéramos gustado, nos hubieran largado a casa en la primera canción. ¿O, no? A lo mejor, nos han largado en la segunda y eso es malo. ¿Es malo? ¡Dime! ¡Ally! ¡Ally! ¿Es malo?

—Contrólate, renacuajo —expiró Peter, llamándole la atención.

—Tíos, que hemos tocado en un estudio, delante de Sam y el otro pez gordo que tenía pinta de ricachón. Pellizcadme porque creo que estoy soñando. —Tom se echó hacia atrás en el asiento, feliz.

—No tan rápido, Tom. Todavía nos tienen que llamar.

Sin embargo, Sam jamás llamó. Al menos no llamó a Peter.


***


Charlie seguía molesto conmigo, y últimamente, yo solo intentaba portarme bien para que se le pasara el disgusto. A Charlie le costaba estar enfadado conmigo. De hecho, de vez en cuando me hablaba con normalidad, y yo veía cómo él mismo recordaba que había decidido estar encrespado hasta las cachas, y volvía a cruzar el semblante, y a responderme con un tono de voz más seco que el esparto.

Me había prometido a mí misma no volver a salir a la vez que la luna en un largo tiempo, y únicamente verme con los chicos por la tarde. Aquel fue el motivo por el que, aquella noche, Charlie y yo cenábamos juntos en el salón.

El timbre de la puerta chirrió tan fuerte que me hizo pegar un bote en la silla. Charlie me miró advirtiéndome. Más me valía que no fueran ni Barry ni los demás. Al menos, si quería tener una noche en paz. Después, se levantó y salió de la cocina.

—Quédate aquí —ordenó, girándose hacia mí. Obedecí sin rechistar.

Hasta que escuché quién había llamado a la puerta.


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https://youtu.be/93S2e_ceelg

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