CAPÍTULO 21: ¡SEÑOR, SÍ, SEÑOR!

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Por supuesto, Terry había dispuesto cada mínimo detalle. Ir al servicio militar como voluntaria no iba a ser un acto gratuito de fe. ¡Claro que no! Nunca lo era tratándose de Terry Perry, aunque es algo que, por desgracia, no fui capaz de ver en aquella época. Smoky no daría un solo paso. No, si no iba a tratarse de un acto completamente orquestado y cubierto por la prensa.

Apoyé mi mano contra la puerta del autobús militar que había aparcado en la estación central de Kansas City, posando para un fotógrafo. Un tal Leroy Ramsey, que ya me sonaba de haberlo visto durante la gira. Terry estaba justo a mi lado, sujetando mi maleta de cuero con una mano y los restos de un puro con la otra, mientras pedía calma y orden con incontables y exagerados aspavientos. Me entregó la maleta con una sonrisa tan grande y tan poco propia de él, que no pude contener una risilla nerviosa. Sostuve la maleta con las dos manos, no porque pesara demasiado, sino porque así conseguía que me temblaran menos, sin embargo, no pude reprimirme del todo, y apreté tanto el asa, que se me tintaron los nudillos de blanco. Si alguien se hubiera fijado en mí de verdad. Si alguien hubiera recorrido con honestidad mi cuerpo y hubiera dejado toda aquella parafernalia en un segundo plano, se hubiera percatado con increíble facilidad de la grotesca imagen de alguien dichoso, tan solo de la línea del cuello hacia arriba, y absolutamente aterrorizado de la línea del cuello hasta la punta de los pies.

Un ejército de admiradores, chicas y chicos de más o menos mi edad, gritaban, aplaudían y lloraban al otro lado de una larga valla de metal contenida por policías locales. Justo delante, un séquito de periodistas grababan, hacían fotos y tomaban notas de todo aquello que Terry explicaba.

Leroy perdió la tapa de su cámara. Vi cómo se le caía al suelo y rodaba justo al lado de mi zapato. Me agaché con cuidado para recogerla del suelo y devolvérsela. Al voltearme, de pronto, divisé a Casey, que lloraba entre el público. Terry y Martha le habían pedido que no acudiera a la despedida, que me dejase lo más tranquila posible para que la despedida no tuviera infortunios. Casey se había escapado, se estaba abriendo paso entre toda esa gente y me decía adiós con las dos manos.

—¡ALLY! —gritó. Levanté la vista y sonreí. Lancé un beso al aire justo en el instante en el que Martha conseguía contenerle. Así de pronto, el público enloqueció aún más, y los policías empezaron a perder el control.

—Sube al autobús —me dijo Terry empujando con la mano mi cintura—. Te veo en unos meses, Ally. Leroy te acompañará hasta que ingreses oficialmente en la academia.

Decir adiós a Casey fue lo más difícil. Él era el único amigo que tuve de verdad. Supongo que ser tan famosa tenía un precio, pero supongo que no lo pensé hasta que ya no hubo forma de pararlo. La gente le había dado fama a Smoky, y mucho más dinero, del que algún día tuvieron mis padres. Lo único que podía hacer yo, a cambio, era no decepcionarles. Y confiar en que siempre me quedaría el recuerdo de aquella tarde en casa, unos días antes.


***


—¿Qué haces Ally? —Casey, golpeó el marco de la puerta de mi habitación, asomando el ojo derecho a través de la rendija—. ¿Puedo pasar?

—Claro... —susurré, bajando la mirada. Después de abrir la carta, me había encerrado en mi habitación. Lo único que me apetecía era esconderme debajo de las sábanas de mi cama y asimilar que, en unos días, ya no dormiría en ella.

—¿Qué haces?

—Nada. Pensar en todo esto...

—Ya, menudo rollo, ¿verdad? —Casey, se acercó a mí y se sentó en el borde del colchón. Levanté la vista y me tropecé con sus ojos, que me observaban con cierta nostalgia. No dije nada. Nada más me quedé mirándolo, pensando en bucle que, tal vez, no vería a aquel muchacho en mucho tiempo—. Pero piensa que a lo mejor haces amigas. Y puede que hasta te dejen en paz y puedas estar un año haciendo lo que te apetece, ¡fuera de las cámaras y todo eso! Necesitabas un descanso, ¿no?

—No sé, Casey. Eso no lo llamaría yo, un descanso. Además... —cogí aire, cruce los brazos sobre mis piernas y me atrevía a pronunciar aquellas palabras—, sabes que eso significa que no nos veremos en un año, ¿no?

—Un año no es nada para ti y para mí, Ally. Y después, podrás contarme un montón de cosas nuevas. ¿No es emocionante?

—Un año es una eternidad —sostuve, rígida.

—¿Por qué dices eso?

—Ya lo sabes... —bisbisé. Casey se mantuvo en silencio. Después, tendió su mano y sujetó la mía, atrayéndola hacia él. Luego, acarició el dorso de mi mano, haciéndome cosquillas. No obstante, me empeñé en no moverme, para que así él, no me soltara.

—Lo sé —dijo, poniendo en voz alta aquello que llevaba pensando mucho tiempo.

—¿Entonces? No sé, parece que te da igual que me marche...

—¡No digas eso, Ally! Sabes que eso no es verdad.

—¡Demuéstramelo! —Quise desafiarlo. No pensaba marcharme de Kansas City sin saber lo que Casey pensaba sobre mí: sobre nosotros.

—¿Cómo?

—Ya sabes cómo. —Dio un breve apretón a mi mano. Suspiró y movió su posición unos centímetros, para sentarse todavía más cerca de mí.

Tiró suavemente de mi pelo rizado y largo, despeinado como el suyo y hundió los dedos en él. Paseó la vista por las pecas de mi nariz, antes de sonreír de medio lado y tumbarse, colocando la cabeza entre mis brazos. Acaricié su cabello, que desprendía un aroma a menta, y desde donde estaba, subió el mentón muy despacio, y rozó con su nariz mis labios. Después, posó los suyos sobre los míos brevemente. Aprecié cómo su piel, pálida, se volvía colorada.


***


22 de diciembre de 1971. Fragmentos Especial Navidad, Entrevista Smoky - Archivos CBS

—Leroy grabó estas imágenes.

—¿Leroy Ramsey?

—Eso es —sonreí, mostrando mis dientes. Me vi girar el gesto, y es que Leroy estaba justo allí, detrás de la cámara dos del plató de Navidad de la CBS—. En estas imágenes apenas nos conocíamos. Me sonaba de haberle visto en la gira, pero me parecía un plasta que se me pegaba como una lapa.

—Entonces, ¿después?

—Más tarde terminamos haciéndonos amigos —admití—. ¡HOLA, LEROY! —levanté la voz, agitando la mano, saludando a Leroy con esa cercanía que en 1971 ya teníamos—. Cuando alguien te persigue hasta la puerta del baño o hasta la cama para darte las buenas noches, terminas cogiéndole cariño. —Sin embargo, Leroy y yo sabíamos por qué habíamos terminado siendo amigos. Detrás de aquellas gafas de pasta negras, se escondía una rata callejera, igual que lo había sido yo. Había conseguido su primera cámara en una apuesta. Tuvo que pelearse para que le pagaran, y el otro chico le rompió las gafas, así que estuvo meses con el esparadrapo justo encima del tabique nasal—. Mira, en esas imágenes —dije, señalando a la pantalla que me habían instalado en el plató para mostrar parte de mi trayectoria—, me están tomando medidas para el traje del cuerpo militar de enfermería. A eso estaba acostumbrada, a que me tomaran medidas, quiero decir. Sin embargo, me cortaron el pelo mucho más de lo que yo esperaba. A los chicos se lo rapaban. Debía imaginarme lo que me esperaba.

—¿Te lo raparon?

—Oh, nooo, no. Por supuesto que no —repuse gesticulando, con un tono humorístico—, pero sí me lo cortaron tanto que... no sé, ¡de pronto parecía tener diez años más! Nunca más me lo he vuelto a cortar tanto.

—Estabas rodeada de muchísimos periodistas y eras muy joven. ¿Cómo viviste aquella experiencia?

—Bueno, fue raro... —Me reí, para quitarle hierro al asunto, aunque había sido sincera con mi respuesta. El presentador de la gala rio conmigo, y también el resto del público.


***


—¡A formar panda de señoritas! ¡Prepárense para lo que les espera! —Estábamos a punto de dormir. Había dejado a Leroy en la puerta de la base militar y había entrado en la recámara que me habían asignado. Algunas chicas, ya habían formado grupos, pero yo preferí quedarme al margen, al menos hasta la mañana siguiente. Necesitaba asimilar todo aquello. Estaba a punto de meterme en la cama, cuando el sargento nos interrumpió, gritando. Algunas chicas se levantaron de un salto. Yo traté de imitar lo que hacía el resto—. Ya sé que están acostumbradas a ir por ahí danzando como nenas y hadas del bosque. ¡Aquí eso se acabó! Caminarán firme y obedecerán cada orden que salga de mi sucia boca de sargento. En la guerra no hay tregua, señoras.

—¡Señor! ¡Sí! ¡Señor! —Gritamos todas, en una escalada algo ridícula.

—Y usted, señorita Storm, sea bienvenida. Es un placer tener una verdadera estadounidense, voluntaria de fe, entre nosotros.

—Ehhh, ¡señor! ¡Sí! ¡Señor! —respondí con cierta torpeza.

—¡Al resto de ustedes, espero que den la talla!

—¡Señor! ¡Sí! ¡Señor!

—Descansen —ordenó el sargento, relajando los hombros. Noté la mirada de las otras chicas clavadas en mí, pero no levanté la vista. Me quedé allí plantada hasta que el sargento salió de la habitación.

—Así que el sargento ya tiene una favorita... —comentó con desdén una de las chicas. Casi todo el resto de las enfermeras militares se rieron con el comentario. Quise hacer oídos sordos, pero era realmente complicado.

—Sí, sí, Brenda —dijo otra, con arrogancia—. Ya sabes, en la vida tienes que ser alguien para que te traten bien. Ocurre hasta en el ejército.

Ni siquiera me volví a mirar quiénes eran hasta que me introduje completamente en la cama y me tapé. Desde el interior, alargué el brazo y lo saqué para buscar a tientas mi libreta, mi bolígrafo y una linternita que me había prestado Leroy.

Las luces se apagaron y todo quedó a oscuras. Aproveché para mirar por encima de la colcha y vi a la tal Brenda. Era una muchacha muy guapa, pero ruda. Su cuerpo era vigoroso y grande, daba algo de miedo. Así que me apresuré a meterme de nuevo entre las sábanas antes de que se percatara de que la observaba en la oscuridad. Durante un par de horas, me dediqué a escribir, que era lo único que me iba a hacer sentir esa calma que necesitaba. Un año: un año era todo el tiempo que me quedaba por delante en aquel lugar, con Brenda y aquellas chicas, que tenían pinta de odiarme incondicionalmente.

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https://youtu.be/ys7m4LE1D5k

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