XVI: Tu falta de querer

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Parte 2

Los entrenamientos de toda la semana habían estado intensos, y la verdad Pablo disfrutaba sentir que el básquet volvía a ser una parte más de él, como un órgano más de su cuerpo. Los seis del equipo se empeñaban en cada partido que jugaban últimamente, hasta los de recreo, porque el torneo Supérate estaba a la vuelta de la esquina y todos esperaban jugar en él. Si el resultado salía como lo planeaban, podían ir a los juegos nacionales para representar a su departamento y posiblemente competir contra Huila, de los mejores en el país. Habían visto demasiados partidos de ellos, y cada vez que veían a su jugador estrella Carlos Ríos guindarse del aro y encestar con esa facilidad, sus ganas de enfrentarlo rebosaban. Sería una oportunidad invaluable para González y también para todos los del equipo de básquet.

Aquel Lunes por la noche a Pablo le palpitaban las pantorrillas por el entrenamiento extendido que habían tenido todos, y como si eso no les hubiera bastado, se quedaron hasta las nueve mirando los partidos que había tenido Huila en la temporada pasada. Isaac aseguró que con una buena estrategia podrían igualar el marcador y posiblemente ganarles, y Alexis le dijo que no se podían permitir excesos de confianza y debían seguir entrenando para primero pasar la fase de grupo y luego pensar en lo demás.

Pablo caminaba en la oscuridad hacia su casa, escuchando las olas pegando a la orilla y el motor de algunas motos que pasaban por su lado. Lo bueno era que su barrio era seguro, porque ver una moto a esa hora en cualquier otra parte de la ciudad significaba peligro.

En su mente solo estaba su deporte, y se había acordado de lo mucho que disfrutaba su rutina. Cada partido jugado (amistoso o no) propulsaba el por qué quería seguir ese sendero en la vida. Hacía una semana se sentía perdido, y su casa no ayudaba con eso, pero se había dado cuenta que si se iba bien temprano de su casa y regresaba cuando todos estaban durmiendo no tendría que escuchar ninguna pelea o reclamo, y así el día a día era más llevadero.

Una ola atacó la tierra, y Pablo solo siguió su camino hasta la casa. Justo al abrir la puerta escuchó una discusión que venía del cuarto de arriba, el cuarto de su padre. Se sentó en el sillón de la sala, no iba a subir para que lo vieran y lo involucraran, o que lo vieran y actuaran como si no estuviera ahí.

¿Qué era peor, la discordia o la indiferencia? Era algo que todavía no podía responder.

Desde ese rincón de la mansión, las voces de Isolda y el señor González sonaban como la primera fila de un concierto.

—¡Te pregunté que dónde está ese mocoso! —su papá vociferaba con vehemencia. Pablo hizo una mueca. ¿Están hablando de mí?

Se escuchaban los tacones de su mamá tamborileando el piso, como si estuviera caminando en círculos. —¿¡Yo qué voy a saber!? Probablemente en una fiesta por allá en la calle.

Pablo hizo una cara indignada. ¡Tremenda blasfemia y daño del buen nombre! Si ella supiera que fue todo lo contrario, él estuvo en la cancha toda la tarde y se había quedado horas extras solo por practicar.

—Pues dile que mañana tengo que hablar con él—le ordenó el señor a Isolda—quiero que ya empiece a atender las reuniones de la empresa y a tomar ese curso para que pueda heredarla.

Pablo se quedó en reversa. ¿Cuál empresa? ¿¡Estaba hablando de la firma de abogados!? ¿Curso de qué? La cara de Pablo se arrugó más. ¿Yo? ¿Heredero?

Se escuchó un suspiro pesado por parte de Isolda. —Él no va a heredar la empresa. No lo conoces, es un irresponsable que no sabe manejarse ni a él mismo.

A Pablo se le cayó la mandíbula al suelo. Él no necesitaba salir a la calle a buscar que lo insultaran. En su casa tenía la tiradera premium por parte de su mamá. Aunque lo que decía no era mentira al cien por ciento, pues lo último que quería hacer el castaño en la vida era manejar esa empresa.

—¡Pues tiene que hacerlo!—el señor golpeó lo que parecía la mesa de madera, vociferando—te dejé tener ese niño para que lo criaras. ¡Te lo dije Isolda! Yo no quería hijos, y te fuiste embarazando.

—¡Pero si eso no solo fue culpa mía!—Isolda le reclamó con rabia.

—¡Y te dije que lo criaras para que fuera el heredero! ¡Ni eso puedes hacer bien!

Su pelea estaba llegando a un punto de ebullición. Los dos soltaban palabras con la voz desgarrada de gritar. Pablo supo que era mejor que se metiera a su cuarto por si intentaban bajar a tirarse las botellas de vino, porque a ese punto parecía que era lo que seguía. La verdad lo que escuchaba no le sorprendía. Su familia nunca fue de esas que lo recibían con un "cómo te fue" o un "estoy orgullosa".

Pero eso no era lo que quería ahora. Lo que más le interesaba era saber por qué razón dos personas tan incompatibles como sus papás se habían juntado.

Vio a la señora Rosemary en el borde de la cocina, escuchándolo todo mientras él subía las escaleras. Ella le ofreció una sonrisa triste.

Genial, ahora hasta las empleadas me tienen pesar.

Sus papás seguían tirándose cizaña e Isolda hizo un sonido de sorpresa con su boca, ofendida.

—¡Ah! ¡Si quieres hablamos sobre ti!

—¡Cállate! —él se le abalanzó a la mujer y empezó a zarandearla por los hombros—¡no hables de lo que no sabes! ¡Bien sabes que puedo sacarte de directora cuando quiera!

Isolda soltó un quejido, tratando de soltarse. —¡Suéltame!

Pablo se apresuró a cerrar la puerta de su cuarto, pero cuando lo hizo, sonó un chiiiir de madera que alertó a ambos de sus papás. Su pelea quedó en pausa e Isolda bajó las escaleras con prisa para buscar a Rosemary. Pablo lo vio todo desde el rabillo de su puerta.

—Mierda. —Pablo musitó. Sabía que no podía saltar por la ventana, y aunque se escondiera, lo iban a encontrar. Mierda, mierda, mierda.

—¿Llegó Pablo? —le preguntó a todas las empleadas sentadas en la cocina que hacía un segundo estaban comentando el show que tenía ella con su marido. En ese instante, sin embargo, estaban calladas todas y se miraban con preocupación. La señora Rosemary le dijo que sí, y que el muchacho había subido a su cuarto. Pablo escuchó esos tacones subir de nuevo, y supo que había llegado su hora.

—¡Ábreme Pablo José! —le gritó a través de la madera. Pablo no tuvo otra opción que abrir la puerta, y al hacerlo la miró con cara de perrito regañado para ver si tocaba alguna fibra en su corazón, pero ella seguía indiferente. —La próxima semana vas a iniciar un pre-universitario de derecho, a ver si eso te ajuicia. Tu papá quiere hablar contigo.

—¿Qué qué? —el castaño la miró con ojos abiertos, horrorizado—. ¡Yo no voy a hacer eso! ¡No quiero!

Y como si fuera a servir de algo, Pablo bajó corriendo las escaleras con una velocidad récord entre las peleas con su mamá. Consideró sus opciones de escape. Sabía que si salía al patio, Isolda no le abriría la puerta hasta que hablara con su papá. Miró hacia todos los lados sintiéndose atrapado. Se acercó lo más que pudo a la cocina, para que sus papás vieran a las empleadas y se contuvieran. La pareja no se tardó en bajar y parársele en frente.

—Hijo—su padre lo llamó, aún con la respiración agitada por su pelea—vas a heredar la empresa. Vas a ser abogado gerente.

El señor intentó que sonaran como buenas noticias, pero todo lo que salía de su boca era imperativo. Pablo negó rápidamente con su cabeza. Se mataría la cabeza con libros y palabras incomprensibles, viviría una vida depresiva, no jugaría básquet de nuevo. No había forma.

—No. No quiero. ¡No quiero!

—¡Pero lo vas a hacer! —el abogado, impaciente, lo agarró de los brazos con brusquedad. Pablo miró a Isolda, pero ésta presenciaba la escena sin importarle.

¡Hace unos minutos era ella! ¿Acaso no se acuerda cómo se siente esto?

—¿Qué piensas estudiar entonces? —su madre ahora reclamaba.—¡Es la única manera en la que te ajuicies!

El señor dejó de moverlo para que respondiera. Pablo estaba harto de ocultarse, y no iba a dejar que nadie más dictara su destino.

—Voy a ser basquetbolista—dijo temblando, pero lo suficientemente fuerte para que lo escucharan. —Ustedes no me han apoyado nunca, y no espero que lo hagan ahora.

—¡¿Estás loco!?—su papá lo señaló, y después le reprochó a Isolda. —Mira lo que te dije que criaras. ¡¿Cómo terminó así!?

Isolda solo miró hacia el suelo, y no pronunció palabra. A Pablo no le hizo sentido. Hubiera esperado un regaño por andar fumando y por terminar en el hospital, pero nunca por algo así.

—¡Querer ser deportista no tiene nada de malo! —ahora era Pablo el que gritaba.

Su padre le propinó una cachetada ante tal estupidez. Por el rabillo de su ojo Pablo pudo divisar el rostro aterrado de la señora Rosemary, mientras su madre solo miraba hacia el suelo.

—Olvídate de ese cuento. Deja las estupideces. —Isolda le demandó por lo bajo mientras el señor respiraba con fuerza.

—¡No! —Pablo sentía su mejilla caliente, y le daba rabia que ante todos se defendía, menos ante ellos. Su puño estaba tenso, pero sabía que no lo usaría.

Su papá empezó a masajear su sien con molestia. Sentía que no había ejercido suficiente autoridad en la casa si un niño de diecisiete le reclamaba de esa forma, como si tuviera derecho. Tenía que ajuiciarlo, de una forma u otra.

—¡Vas a ser abogado te guste o no!

—¡No me vas a obligar! — respondió Pablo.

Y al señor González se le rebosó su vaso. Agarró a Pablo por los lados como si fuera un muñequito, y con fuerza le dio un empujón. La espalda de Pablo se estrelló con la alacena de atrás y su cuerpo cayó al piso.

Un estruendo hizo que Isolda se estremeciera. La caja llena de copas vineras se desplomó por aquel golpe desde lo alto de la alacena. Pablo arqueó la espalda hacia adelante al sentir los vidrios rotos atravesar su brazo izquierdo. Toda la mansión había quedado en silencio absoluto.

González los sintió como una infinidad de agujas clavadas en su brazo, pero el miedo real lo invadió cuando vio las corrientes de sangre. Aquellos vidrios, de todos los tamaños, habían quedado clavados por todo su dorso. Abrió los ojos, aterrado. Sus párpados le picaban, pero no dejó que saliera ninguna lágrima. No lloraría en frente de sus papás. No volvería a ser aquel niño que les rogaba por su piedad, que les rogaba por su amor. El pecho de su padre subía y bajaba, pero nunca lo ayudó a pararse o revisó su brazo.

—Espero que eso te haya servido como lección—el señor se acomodó el cuello de su camisa y le tocó la espalda a Isolda para que se fuera con él. —Tus clases empiezan el viernes por la tarde.

La pareja subió las escaleras para después separarse, cada uno en su propio cuarto. Pablo dejó caer su cabeza hacia atrás, mientras la sangre corría por su brazo izquierdo. Un dolor se esparcía por su pecho, y era uno que se calaba en sus huesos, profundo.

Rosemary lo ayudó a caminar hacia la cocina, donde una de las empleadas le asistió con quitar los vidrios y limpiar la herida. El agua que bajaba por el drenaje era un rojo intenso, y por la inexperiencia de las señoras, durmió sin que le aplicaran una anti-infección y con un pedazo de tela envuelto en su brazo. Era una venda improvisada que cumplió con su función, pues no dejó que escurriera mucha sangre por la noche. Pablo en su cuarto no le sacó tiempo a llorar, porque estaba rendido, y tenía la esperanza que el otro día podría escaparse temprano al colegio para entrenar.

..

A las cinco de la mañana del martes, el trapo que tenía vendado había amanecido teñido de rojo, pero su cama no se había manchado. Pablo cogió su energía de un lugar desconocido, y en diez minutos se había bajado para desayunar e irse. Siempre era así. No se encontraba con Isolda a desayunar, y la única persona que le daba los buenos días era la señora Rosemary.

—Buenos días, niño Pablo—la señora Rosemary empezó a servirle unos huevos con tostadas. Si alguien viera su vida solo aquel instante, diría que era perfecta. Una casa grande, un patio con un jardín decorado y frondoso, la piscina al frente, una persona que lo atendía, pero Pablo nunca se había sentido más decaído. Quiso sonreírle a ella, porque había sido tan buena con él, pero simplemente no le salía. —¿Cómo amaneció su brazo?

—La venda sigue roja—Pablo se volteó y le mostró el pedazo de tela que lo enrollaba. Con todo servido, su objetivo ahora era comer a la mayor velocidad posible y coger un bus. Sería un testamento de rebeldía. Quería hacerle saber a sus papás que no los necesitaba para sobrevivir. Ni sus lujos, ni sus choferes, ni nada.

La señora Rosemary estudió su estado. —Ahorita podemos cambiarla, no hay problema. —Pablo negó vigorosamente con la cabeza, y se excusó porque ya tenía que irse. —Entonces vaya a la enfermería, mi niño, y deje que se lo trate una experta.

El castaño le aseguró que así sería y subió para agarrar su maletín antes de irse para el colegio. En aquel momento solo pensaba en su futuro. Podría conseguir algún programa fuera de Colombia, tal vez usando el básquetbol. Tendría que dar aún más de sí mismo si ese era el caso. Cualquier cosa funcionaba, con tal que fuera bien lejos de esa casa, bien lejos de sus papás. Cuando salió de la puerta y alzó la cabeza ahí estaba su mamá, bloqueándole el paso.

—¿Tú a dónde crees que vas? —le reprochó, agarrándolo del antebrazo. La señora Isolda estaba lista para irse al trabajo con sus tacones altos y su cabello alisado.

Pablo resopló con fastidio y señaló su propio atuendo, el uniforme celeste. —Al colegio, ¿acaso no es obvio? Pero no me voy en carro, voy a coger bus.

Su madre soltó una risa sarcástica. —¡¿Al colegio?! ¿Con ese brazo así y pensando que te mandas tú solito? Ni en carro ni en bus te voy a dejar ir.

Pablo volvió a resoplar, pero esta vez más fuerte. —Ya no tengo siete años. ¡Yo decido si voy a ir o no!

Quiso zanjarse a Isolda de encima, pero ella tenía otros planes. Entonces le dijo, como si lo predijera—supuse que montarías un show, como siempre.

Solo le tomó a ella dos chasquidos de sus dedos para que los guardaespaldas aparecieran. Dos señores que conocía de toda la vida, más altos y mamelludos que él se le pararon en frente. Después de intentar convencerlos, estaba más que claro quién mandaba en esa casa.

—¡No! ¡No! —Se les intentó escapar, pero ellos eran más rápidos y le agarraron ambos lados con fuerza— ¡Suéltenme! — después de alzarlo con facilidad, lo tiraron en la sala, de vuelta al encierro mientras Pablo pataleaba desenfrenadamente. El castaño vio cómo se cerraba la gran puerta en su cara. Volteó hacia ambos lados, desconcertado. Después de tirarle miles de insultos a la nada, se dio cuenta de que sus papás lo tenían controlado todo. Habían llegado hasta el punto de privarlo de su libertad.

La señora Rosemary quiso consolarlo, pero él solo corrió escaleras arriba para encerrarse. Cada latido propulsaba impotencia, cada momento adicional en esa casa lo volvería loco. Cuando llegó la hora del almuerzo, Pablo intentó de nuevo escaparse. Intento fallido. Isolda había dejado a los guardaespaldas en todas las posibles salidas de la mansión.

Pasó toda la tarde tirado en su cama, porque no quería nada. Cuando volvieron sus padres por la noche, aprovechó para destilar todos los reclamos que se habían acumulado en su interior.

—¡Me están quitando el derecho a la libertad! ¡No puedo ni salir!

El señor González, al advertir las quejas molestas de Pablo, lo echó para el lado con hastío. No era el mismo hombre severo del día anterior. Caminaba con parsimonia, tambaleando. Parecía borracho.

—Quéjate con tu mamá—. El señor se tropezó hasta en sus palabras.

Pablo de una vez volteó hacia donde Isolda, que se quitaba los tacones en la sala. No tenía una cara amigable tampoco.

—¡Isolda! —corrió hacia ella. Ya ver las mismas paredes lo estaba desesperando—. ¿Cuánto tiempo más me voy a quedar encerrado? ¡Esto es una violación a los derechos humanos!

—Cállate Pablo—ella agarraba su cabeza con sus dedos, como si tuviera jaqueca—. Cuando te ajuicies hablamos.

Se levantó, ignorando a su hijo, y entró a su cuarto con tacones en mano. El castaño solo pensó en seguirla. No le quedaba nada que no fuera su voz. Era su mamá, por Dios, no lo podía dejar en la casa como un perro. Pero ya todo estaba decidido. Isolda le cerró la puerta en la cara.

—¡Isolda! —Pablo dio tres golpetazos en la madera. —¡Por favor!

Cero respuestas. Pablo no sabía qué más hacer. Se deslizó por la puerta hasta que su cuerpo sintió el piso helado. Sus fuerzas cayeron con él. Miro hacia arriba, esperando ver algún cielo. Pero no, solamente estaba el condenado techo. El mismo donde había intentado buscar consuelo antes. Maldito techo, que nunca cumplió con su deber. No lo protegía entonces, no lo protegió antes, no lo protegería ahora.

Y la soledad le pegó más fuerte que un maremoto. Pasaron dos días eternos. La mansión se ceñía encima suyo con candado, y Pablo se desbordó entre aquella marchita rutina. El viernes llegó al colegio con ojeras moradas y su brazo envuelto en gaza, en medio de sanación. Había hecho cierto progreso, pero ya no lo recuperaría. Y todo era por esa casa. Desde adentro succionó sus ganas de seguir vivo. Pero algo tenía claro él. No pensaba volver allá jamás.

A González le pesaban muchas cosas, pero la que lo mantenía despierto era una sola interrogante.

Su chispa, ¿se había perdido? O, ¿al fin había muerto para nunca regresar?




...








Pablo tqm mi amorperdón




¿Cómo han estado? Por fin he podido editar y escribir un tanto más :DDD

Imagínense que he tenido un mini bloqueo, aunque no me gusta admitirlo 😅 (puedo decir que soy un poquito testaruda) y me imaginaba este capítulo miles de veces, pero nunca me sentaba a escribirlo. Tal vez por este afán de hacer las cosas perfectas, o lo más calidosas posibles. Lo escribí entonces de poquito a poquito, y me tomó todo Marzo hacerlo. :D

Bueno, en un cuestiones más personales, me inscribí en la carrera de literatura y escritura creativa en la universidad, y en Abril me dicen si me admitieron. 🥴🥴GAHHHH que nervios y emoción poder seguir este camino.

AHEM Actualización. SÍ ME ADMITIERONNNNNNN :D

Se vienen cositaaaass así es, desde aquí arranca un momento muyy importante.

¿Piensan que Pablo terminará de abogado o cómo???

Nos leemos la próxima y los quiero infinito, mis lectores.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro