El barman y sus clientes

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Sentí la urgencia de abrir los ojos. Mantenerlos cerrados no era solo perderme en el vacío; la impresión del cielo quemaba mis párpados, con un resplandor plateado que me regaló mi primera experiencia con el dolor.

Levanté las manos para proteger mi cabeza del incesante taladro de la migraña, solo para descubrir que la caída destrozó mi cuerpo. Pedazos de piel colgaban de mis extremidades, la carne expuesta por indefinido tiempo estaba tornándose pútrida y los huesos más fuertes, quebrados en varias partes, no permitían que me pusiera en pie.

—No tengo tiempo para esperar que te des cuenta de que se trata de una ilusión, así que, sobre tus pies, soldado. —Lucifer no fue para nada generoso. Me levantó por el cuello; cada crujir de vértebra invitaba a un nuevo dolor—. Somos materia primordial, creada por el relojero. Una vez tomamos forma, nada nos destruye; aquello en lo que deseamos transformarnos queda en nuestras manos y, por más que pretendas negarlo, sientes terror, vergüenza e incertidumbre ante tu caída. La forma que ha adquirido tu cuerpo es una proyección del estado de tu mente. Nada de qué preocuparse, todos estuvimos allí.

—No pretendas decirme cómo sentir, o qué hacer. Acabo de librarme del cielo, algo que en un momento sentí imposible. No pienso doblegarme a la voluntad del infierno, no sin negociar cuál será mi posición en tus rangos —dije lo primero que pasó por mi cabeza, con tal de no parecer en desventaja.

—¿En serio? —El serafín me regaló una mueca entre la sorpresa y la burla—. Y yo aquí, pensando que las marionetas solo ansían nuevas cuerdas. Te tienes en demasiada estima, Nathanael. ¿Qué te hace pensar que el infierno te necesita?

—Estás aquí.

—Estoy aquí, porque me debes.

El impacto del puño en mi cara provocó que una de mis muelas quedase incrustada en la pared de mi mejilla. Cuando me llevé la mano a la boca, observé que mis dedos rotos habían sanado, mientras que la herida provocada por Lucifer continuaba allí, con la sangre corriendo a borbotones.

—Hay muchas cosas que debes aprender, demonio. Lo que te dije de la ilusión de la caída es completamente cierto; es un espejismo, producto de tu incapacidad de lidiar con el mundo tangible. Pero a partir de eso, todo lo demás es válido. Acostúmbrate al dolor y a la violencia, son las leyes por las cuales se rige este miserable planeta. Que el día de mañana no se diga que no hice nada por ti. —Mientras hablaba, pude notar que la sangre en sus manos se absorbía lentamente por la capa oscura que cubría su piel. Ella estaba allí, aunque decidió no presentarse.

—Lilith... —dije, al tiempo que escupía.

—Sin duda, ha de morir. —Extendió su brazo para permitirme ver cómo la perfecta cobertura negra de su cuerpo se mostraba debilitada y resquebrajada en partes. La situación era sin duda molesta, pero no implicaba nada por encima de eso. Ni su voz o sus acciones denotaban amor o interés. Habló como alguien que ha perdido grandes sumas en delicadas inversiones—. Antes de que digas nada, Nathanael, levanta tus guardas. Sigues pensando como ángel, todo lo que pasa por tu cabeza es tan claro como luz del día para mí. Por ejemplo, justo ahora te preguntabas sobre amor o interés. El amor, siendo la expresión más sublime, y el interés, la más mundana. Tu segunda lección será saber que no hay nada blanco o negro. Caminamos en un mundo gris, alterando las tonalidades para aquellos que están dispuestos a pactar.

—¿Pactar?

—En efecto, y, según se exige honradez entre ladrones, un demonio siempre debe ver sobre la parte de su pacto. Después de todo, somos traficantes de almas y un buen traficante sobrevive por la calidad de su producto. Lo que me lleva a la razón por la que estoy aquí. Tú me hiciste faltar a mi palabra. En mis planes estaba encontrar un conducto lo suficientemente fuerte como para poder soportar el alma de Lilith y ahora, Galya ya no está en el mundo de los vivos, gracias a ti. Me pregunto, ¿cuál fue el motivo?

—Ella tomó un camino diferente al que habíamos planeado. La idea de una traición no se me hizo aceptable. No lo entenderías, después de todo, tú fuiste el arquitecto de la primera traición.

Las personas piensan, de forma errada, que el infierno y sus habitantes tienen una relación especial con el fuego. Si bien es cierto, por el simple hecho de que somos fanáticos de la ironía y la idea de utilizar un elemento de purificación como castigo es atrayente, la verdad es que la frialdad es igualmente destructiva. Una sola mirada provocó que mis pulmones se sintieran despedazados desde adentro. El sol del desierto no pudo con la sensación de ausencia de todo que se apoderó de mí, haciéndome tiritar.

—La rebelión no fue una traición, fue un medio para alcanzar un fin justificable. La libertad de acción. Quien no lo vea de esa manera, todavía tiene la estampa del cielo. Pero eso no importa. No en tu caso, Nathanael. Contrario a otros, para ti no hay lugar en el infierno. Te interpusiste en mis planes, y tus razones ni siquiera pasan por aceptables.

En esos momentos entendí que estaba solo. Absolutamente solo. Si algo aprendimos de la primera caída es que el relojero no acepta devoluciones o cambios de parecer y recién descubría que el infierno, aparentemente, tiene una que otra cosilla con las cuales no está dispuesto a lidiar. No puedo negar que por un instante me aterró la idea, pero no por las razones esperadas. Estoy diseñado para la notoriedad, el destacar es parte de mi naturaleza. Contaba con el infierno para ser el primer escalón en mi ascenso y ahora...

—¿Qué debo hacer para ganar un lugar? Estoy aquí para ganar tu favor.

¿Qué puedo decir? Soy rápido para adaptarme, y estaba dispuesto a hacer lo que fuera de la propensión de Lucifer a confundir la humildad y la cobardía. La respuesta, no puedo negar, me tomó por sorpresa.

—Tendrás un lugar en el infierno el día en que consigas una línea de sangre entre las hijas del principio que pueda reclamar el legado de Lilith, una bruja capaz de abrir un portal entre este espacio y el nuestro.

—¿Ese es el precio del perdón? —pregunté, inocente.

—No existe tal cosa. Esta es la garantía de un boleto de entrada.

—Sé que no estoy en posición de exigir, pero, si no puedo pisar el infierno, entonces necesito un contacto.

Le pedí que me confiara un demonio, un simple demonio de bajo rango a quien amedrentar, influenciar y torcer a mi voluntad. Tuve que pegar mi frente a la arena ardiente para que no viera la sonrisa en mi rostro.

—Hecho, pero lo recibirás a mi tiempo, cuando considere que eres merecedor de ello. —Lucifer extendió su brazo y sellamos nuestro pacto.

Mientras presionaba mi mano sobre su antebrazo, pude sentirlo no solo a él, sino también a Lilith. Ya no era la mujer soberbia con la que antes crucé palabras. Pero su voluntad seguía siendo clara. Siendo testigo de las palabras del serafín, implantó en mi mente aquello que debía buscar en una bruja. En esos días, el color del cabello se consideraba una marca, pero para ella no era tan importante. La bruja que buscaba tenía que poseer la habilidad de concentrar la magia con su humor, y proyectar su poder en el color de sus ojos, de oscuro, a verde y de este a ardiente dorado...

—Una cosa queda pendiente —Lucifer adquirió un tono formal—, debes cambiar tu nombre. El que llevas tiene la estampa del relojero, y dondequiera que vayas, el cielo podrá encontrarte. Segundo, hablando de cielo, te queda una última experiencia, algo que en otras circunstancias no recomendaría, pero es necesario. Debes ver al ángel que se encarga del vino.

—¿Sachael? —La única reacción que no pude disimular, fue mi aversión por ese ángel desgraciado.

El rey de los infiernos sonrió.

—Para no perder la costumbre, voy a tentar a un demonio. ¿Qué te parece conocer a la persona que te separó de Galya? Según tengo entendido, suele visitar al ángel...

***

Encontrar a Sachael no fue difícil. No solo porque la extensión del mundo conocido era limitada, sino porque siempre fue parcial a montar su tienda en lugares inconvenientes. Su lógica dictaba que, si alguien le necesitaba, eventualmente le encontraría.

Para variar, el infeliz estaba solo, con sus vasijas de vino.

—Buenas noches —saludó con la misma cara de siempre—. Supongo que la buena costumbre exige preguntar cuál es tu nuevo nombre. Tu rango y apelativo se perdieron con tu caída.

De mi parte, el desprecio fue difícil de contener. Hubiese aceptado que me dijera cualquier cosa, si su tono no fuera tan... piadoso. Existe una fina línea entre la piedad y la condescendencia, y a estas alturas no estoy seguro de si Sachael la cruza a propósito, dependiendo de con quién habla.

—Mi nombre no es importante, Sachael. Te aseguro que llegará el momento en que lo sepas y te atormente lo suficiente como para querer olvidarlo. Tampoco pienses que he venido aquí por la compañía.

—¿En serio? —Pasó por alto mi amenaza para regalarme una mueca de decepción—. La providencia me prometió un cliente, alguien que estaría conmigo por un tiempo. Por un momento pensé... No importa, ¿en qué puedo ayudar?

—Aparentemente, debo llegar aquí para recibir una revelación.

La cara del idiota volvió a iluminarse, pero algo que descubrí por mí mismo no le permitió convencerme de que él sería el vehículo que yo tanto esperaba. Levanté un dedo para indicarle que no tenía interés en probar ni uno solo de sus tragos, y mucho menos aguantar una conversación. La presencia que estaba registrando tenía unas notas particulares y no podía ser interrumpido.

Fue una de las pocas veces que lamenté no ser un ángel. Los ángeles tienen toda la ventaja, al estar conectados como una red de colmena al relojero. Si bien no se le son revelados todos los misterios del universo, cuentan con un sentido casi infalible para identificar patrones. Los demonios, por nuestra parte, tenemos que jugar con las barajas que están sobre la mesa. Conocemos solo la historia presente, a pesar de tener una habilidad sobrenatural para armar planes y llegar a conclusiones.

No tenía idea de quién podía ser el hombre sentado en las afueras de la tienda, ni cómo se las arregló para evitar que lo detectara con anterioridad, pero algo tenía por seguro. Su piel estaba impregnada de un olor familiar, de la delicada esencia y el poder vital de Galya. No se trataba de la estampa que se deja en la piel después de relaciones carnales; era algo en cierto sentido más turbio y complicado. Ese hombre, en algún momento, consumió la sangre de mi bruja, y ahora, el único rastro presente de lo que fue Galya en la tierra me llamaba. Vivo, latente, fundido con la sangre de un extraño.

Me levanté, con la velocidad y el sigilo de criaturas que no requieren dar pasos sobre tierra. El extraño se volteó en ese instante. Sus ojos eran un espacio oscuro, aún más negros que su cabellera desordenada. Se limpió los labios con el dorso de la mano, antes de tomar una posición agresiva, lista para un intercambio. El rojo se quedó pegado en su piel, en su túnica.

Me preparé para enfrentarlo y entonces sentí el segundo dolor más intenso de mi existencia como demonio.

Como ángel, Sachael nunca me superó en fuerza o velocidad, y mi condición de demonio no alteraba esos hechos. Sin embargo, estaba en su territorio, y por rudimentario que fuera el entorno, en el bar, el barman siempre tiene la ventaja.

Sentí el peso de su hombro sobre mi cuello y el áspero del suelo del desierto en mis labios. Sostuvo mi cabeza, sin ni siquiera permitirme ver si mi oponente se acercaba.

—¡Es una de las razas nocturnas, un bebedor de sangre! Su existencia lleva la marca de una maldición. ¿Te has vuelto loco, ángel? ¡Suéltame! —Mis demandas cayeron en oídos sordos. Por primera vez escuché la voz de Sachael desvelar un tono divertido, rayando en la burla.

—El demonio exigiendo justicia del cielo. ¡No esperaba ver tal cosa! Tienes razón en todo lo que dices, pero no puedo permitir que lo toques. Él ha llegado esta noche a este aposento y, por ende, es mi protegido, como lo eres tú, aunque te niegues a aceptarlo. Ese es mi trabajo. Si entrara a este recinto el mismísimo Lucifer, tendría que recibirle con una sonrisa, ofrecerle una copa y prestar mi oído. Si ese hombre es tu revelación, entonces date por bien servido.

El ángel dejó de presionar, exhalando un suspiro de frustración. En medio de nuestra discusión, el bebedor de sangre decidió desaparecer. No quedó ni rastro de su presencia, nada que pudiera indicar su rumbo.

Me levanté del suelo, rechazando la mano extendida de Sachael, disimulando que mi dignidad quedaba intacta.

—¿Cuál es su nombre, de dónde viene? —demandé del ángel.

—¿No fuiste tú quien dijo que los nombres no eran importantes? En este recinto solo yo tengo derecho a preguntar tal cosa y si la información es dada en buena fe, jamás podría darla a conocer. —Se detuvo por un instante, pensando si debía continuar—. Sabes que, Nathanael, sin importar que no has querido decirme tu nuevo nombre, ha sido más tiempo el que pasamos juntos como hermanos en el cielo que lo que hemos sido enemigos en la tierra. Espero no volverte a ver, pero con lo que alcanzo a saber, entiendo que ese no será el caso. Mientras, solo puedo advertirte, las razas nocturnas fueron humanos alguna vez, y aunque te moleste, los humanos fueron creados menores que los ángeles, pero infinitamente más resilientes.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Que existen mil definiciones para el amor, y a su manera, él también la amaba. Haz de lo que acabo de decirte, lo que quieras. El sol está a punto de asomarse sobre el horizonte y yo debo cantar misericordias.

Se hizo efímero ante mis ojos, dejando las palabras en mi boca. Pasaría siglo sobre siglo antes de volvernos a ver, casi tantos como los que pasarían para cruzarme de nuevo con el vampiro de los ojos negros.  

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