Vidas Secretas

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Pocas veces me inclino a compartir comidilla del infierno. Pero hay instancias que vale la pena hacer eco de una que otra observación. Entre los demonios de rango menor que vagan la Tierra se comenta: "Existen palacios de virtud y bondad, altares a la iluminación, donde vale la pena dar una batalla, lugares que incitan al alma a explorar la espiritualidad, prometiendo recompensas inconcebibles por el limitado entendimiento humano... Y entonces, está 'La Escalera'. Lidiar con el barman es peor que ser aleccionado por querubines."

Maldije mil veces haber compartido esos detalles con una chiquilla.

Adelaide Devereaux atentó contra mi integridad más veces de lo que debí haberle permitido, pero obligarme a pisar en antro de santidad administrado por Sage, sin lugar a dudas, fue una de sus más graves faltas. «Caminos misteriosos», dicen los ángeles. ¿Quieren saber la verdad? Humor retorcido, que lleva a la figura ilustrada del más aburrido de los santurrones a administrar una barra, por los siglos de los siglos.

Entré a ese hoyo en la pared del centro de París con un humor de mil infiernos, para encontrar al barman, su cliente y mi bruja, charlando de la forma más amena, mientras tomaban sorbos de brandy.

—¡Licor decente en manos de incompetentes! —Mi mirada se concentró en Gerard, quien parecía estar más agradecido del cambio de bebida que preocupado por la razón por la cual el ángel estaba sirviendo.

—¡No es justo! —El demonio soltó su copa, adquiriendo una actitud sobria de inmediato—. He estado viendo por tus intereses durante toda la noche.

Sage, por su parte, se interpuso frente a Adelaide, mientras me señalaba donde debía tomar asiento. El idiota amaba esos breves instantes en los que podía imponer su voluntad sobre la mía. Acercó una copa a mis manos, ofreciendo una sonrisa que rayaba en lo triunfante.

—La neutralidad de este lugar exige que el cielo y el infierno tengan el mismo alcance. En tu ausencia, Gerard puede llevar a cabo la gestión por las sombras. Si quieres permanecer aquí, tendrás que hacerlo bajo mis condiciones. Así que, disfruta del trago y escuchemos las partes.

—No tengo tiempo para entretener tus visiones del mundo, el amor, la justicia o lo que estés pensando. Adelaide vuelve conmigo a casa ahora. Su pequeño teatro termina ya. ¿Entiendes lo que la ha traído aquí? Nada más que una manifestación de su mal enfocada ambición. Decidió establecer su dominio privándome de un placer. Y luego entendió que toda acción tiene consecuencias. —Por primera vez me fijé en la joven bruja, quien parecía petrificada en su asiento a la mesa. ¿En realidad pensaba que vendría a rogarle?—. Si eso es lo que te preocupa, Adelaide, no habrá consecuencias por lo que hiciste hoy.

—Ya lo escuchaste. —Gerard hizo su mejor intento, al tratar de cerrar con Adelaide—. Excelentes garantías. En un par de días, recordarás esto como un ejercicio de poder y ambos van a reírse de lo lejos que estuvieron a punto de llegar. Por lo visto, la tal Emilia no era tan importante como creíamos al comenzar la noche. Te agradeceré por siempre, sin embargo, que el ángel se preocupara lo suficiente como para sacar el buen licor. Algo me dice que la cosecha "Bruja insatisfecha del '99" no merece salir a la luz.

Si todavía guardábamos algo en común, tenía que ser el disgusto por el humor fuera de lugar. Gerard no encontró audiencia, pero Adelaide encontró oportunidad.

—No tengo tiempo para dejarme arrastrar por uno, mucho menos dos demonios. Es obvio que lo que hice hoy abrió una brecha que, al momento, al menos, es insuperable. Y eso es lo que me trae aquí. —Pegó con la copa contra la mesa, dejando escapar su frustración—. Acabas de decir, Rashard, que no habrá consecuencias por lo ocurrido esta noche. Bien, de seguro cumplirás con eso, estás atado por tu palabra. Pero, en esa mente retorcida, no estás por debajo de hacerme pagar el doble o el triple, por una situación a la que has de empujarme. No te vas a quedar con esto. Por eso es que necesito al ángel, en un lugar neutral, donde alguien que entienda tus juegos de palabras me garantice que vas a cumplir.

Si mi mente no estuviera ocupada pensando en lo pérfida que resultó ser, de seguro mis labios dibujarían una sonrisa de orgullo.

—¿Eso es lo que te trajo aquí? Quieres una garantía sobre nuestro pacto.

—Tengo derecho a exigir —contestó con un tono desganado—. Después de todo, el pacto original fue con mi madre.

—O, podemos proponer una segunda opción. —El entrometido de Sage abrió la boca y fue imposible interferir—. Tomando en consideración que se trata de un pacto generacional, podemos revertirlo.

Su osadía desconoció el límite en ese instante. Abrí la boca en protesta y el ángel levantó un dedo, indicando que estaba obligado a guardar silencio.

—Son las reglas. —Gerard fue presto a recordar—. Cada alma que entra por esas puertas tiene derecho a decidir.

—Entiendo —le dije entre dientes—, y espero que sepas manejar las cosas cuando vayas a ver por mis intereses. Recuerda que Lucifer me prestó su nombre y hasta que cumpla mi cometido, tengo derecho de decisión sobre todo lo que me ha dado, incluyéndote.

El ángel sacó una botella de la repisa principal, dedicándole un vaso nuevo. Reconocí el líquido de forma inmediata, una sensación de repulsión y fascinación se apoderó de mi cuerpo. Se trata de una bebida de alto valor para los mortales. Una que se rumora algunos caídos, e incluso los ángeles en la ciudad de Argento quisieran beber. Se trata de una infusión destilada de los rayos de la luz del primer día, y arde en la lengua y la garganta, pero si aquellos que la toman lo hacen con la suficiente dedicación, volverán a un punto cero, donde queda en sus manos reconstruir los errores pasados.

El líquido danzó en el diminuto cáliz, iluminando la taberna en suaves tonos dorados.

—Considéralo, Adelaide. —Sage puso la bebida en sus manos—. Dejarás atrás todo lo que has sido, podrás hacerte de un nuevo camino, para ti, para tus hijas, y las hijas de tus hijas. El cielo habla a tu favor.

—Y el infierno responde —contesté, intuyendo que el silencio de Adelaide me estaba ganando una ventaja—. Aprovecho para decir que invoco mi derecho, El Cliente no va a hablar por la Corte de Sombras, lo haré yo. Un demonio y un ángel, ese es el pie de la letra. No van a negar mi derecho.

Gerard intercambió unas palabras con Sage y llegaron a la conclusión de que no existía nada en las reglas que me impidiera hablar.

—¿Qué tienes que ofrecer, Rashard? —Adelaide me regaló una mirada cargada de desprecio mientras jugaba con el pequeño vaso, como si en él no se encontrara la disolución de todos mis planes—. En estos momentos suena más que interesante deshacerme de ti, tío Nick. Con gusto observaré desde mi posición en la corte como desapareces de mi vida, desesperado por encontrar otra bruja que ocupe mi lugar en el plan. Me contaste demasiado, y ahora no puedo evitar imaginar lo triste que será convertirte en un demonio sin hogar, quien no tendrá ni un miserable cuarto en el infierno, por haber fallado en su encomienda. Todos sabemos lo que te desagrada tener que rogarle a Lucifer por un poco de reconocimiento. ¿Imaginas la humillación y la burla?

—Pronunciado como toda un alma en búsqueda de redención. —Gerard se estiró en la silla, y por primera vez en la noche, encontré adecuado su humor.

—La elección es tuya, Adelaide. —Sage no quería cederme un espacio, pero como siempre, su diplomacia ganaba sobre la agresividad—. Ese trago implica una segunda oportunidad, y al igual que en la vida, pasan rápido.

Adelaide levantó el cáliz, viendo que el líquido iba evaporándose con cada vuelta del destello dorado.

—¿Cuáles son las garantías? —inquirió del ángel.

—Si renuncias al trato, el bien y la misericordia te ampararán por el resto de tus días.

—El bien, la misericordia, y la miseria, la cual, a pesar de comenzar con la misma sílaba, no debe dejarse de pasar por alto. —Tenía que decir algo, aunque el barman me exigiera callar. ¿Alguna vez han visto un juicio en donde un testigo menciona algo contundente y el juez pide al jurado que obvie el dato, dado que por no venir al caso, no será tomado en evidencia? Mismo efecto. Una vez se pronuncian palabras, nada puede volver atrás. Sabía que Sage iba a pintar un mundo de virtudes, pero también conocía el corazón de Adelaide.

—Dije que tendrías tu tiempo, Rashard —contestó el ángel dándose el lujo de ponerme en mi lugar. Su atención se concentró una vez más en la bruja—. Escucha, muchacha, el camino de la redención exige sacrificio. Hasta ahora has tenido una vida privilegiada. ¿Alguna vez has pensado en los que tuvieron que morir, los que fueron condenados o los que han de pagar en generaciones futuras por la decisión que tomas hoy? Será difícil, pero la recompensa...

En el instante en que Adelaide desvió su atención para mirarme con el rabillo del ojo, supe que la carta pendiente a jugar me daría la victoria.

—La recompensa llegará después de la muerte. Créeme Adelaide, aunque vivieras la expansión de tres vidas en esta tierra, no verías el final de tu sufrimiento. Los ángeles aman la perfección de los frutos del espíritu, los demonios somos dados a la satisfacción del deseo. Pero este mundo, mientras no se canse de girar, no pertenece a ángeles o demonios. La humanidad es más desconectada y cruel de lo que el mejor y peor de nosotros puede llegar a ser. —Me acerqué a ella, deslizando mi mano enguantada por debajo de su falda hasta llegar al lugar donde una vez, de niña, besé su pierna. La marca ardió al tacto, haciéndola aspirar entre dientes—. Olvídame, si eso deseas. La pregunta es: ¿Estás dispuesta a ser Adelaide, de la marca roja, con un lunar de nacimiento que jamás podrás mostrar? Porque el día que el piadoso hombre que te recoja decida deshacerse de ti, solo tendrá que convocar a otros piadosos y juzgarte, por mil y un pequeños defectos, sin dar tiempo a que presentes defensa. Y no sueñes con hablar, o mostrar rasgos de voluntad propia, porque tu intelecto es camino apresurado a la hoguera.

—¿Podrás protegerme, ángel? —Su voz se sentía quebrada. Levantó la vista a la repisa principal, obligando a Sachael a seguirla con la mirada, antes de concentrarse de nuevo en ella—. ¿Velarás por mí, mejor de lo que viste, por los que vinieron antes que yo? —En esos momentos supe que su pregunta era académica. Las promesas de Sage no serían suficientes.

—Mi deber es hablar con verdad, sin artimañas. —Sage me echó a un lado y tomó asiento frente a ella, tratando de alguna manera de protegerla de mi influencia—. En la eterna apuesta por la humanidad, los que hemos sido designados como El Tabernero y El Cliente, no podemos alterar las vidas de quienes entran por esa puerta, a favor o en contra. Tampoco podemos garantizar omnipresencia. Las cosas suceden a su tiempo, y si, en tu andar, te encontrarás de vuelta a nuestras puertas, solo entonces trataremos de remediarlas. Lo único que puedo ofrecer como protección es pedirte que te quedes aquí, por lo que resta de tu vida.

La opción de casarse con Luc Leclair se convirtió de inmediato en atractiva. En un lado de la balanza, un joven noble de buen parecer; en el otro, un trapo y un barril de agua, para lavar vasos del diario.

Fue un placer esperar la respuesta.

Adelaide empujó el cáliz de vuelta hacia Sage, y tomó su mano, al mismo tiempo que la mía. Los ojos le brillaron, en respuesta a la determinación que se dibujaba en su rostro.

—Existen verdades y existen verdades. Si la vida tratara de honestidad, de seguro haría mi habitación con ángeles. Pero en este caso, voy a aprovechar lo que ofrece el cielo para atar al infierno. Vas a cumplirme, Nick. El ángel se encargará de que no haya nada deshonesto detrás de lo que prometes. Sé que no es lo que esperabas. —La bruja trató de consolar a Sage—. Pero puedes decir que burlaste a Nick Rashard.

Gerard, libre de compromisos, se rio de ambos, por diferentes razones.

—¿Qué quieres que jure frente a la Corte de Luz? —No estaba satisfecho con las condiciones, pero al menos, esto me permitía continuar moviendo piezas en el tablero.

—Quiero que jures, frente a La Corte de Luz y La de Sombras, que cumplirás a cabalidad lo que he de pedir, sin aplicar nuevas interpretaciones: Viviré tanto como el curso de mis años naturales lo permitan. Durante el tiempo que esté casada con Luc Leclair, las decisiones sobre mi vida, mi casa y mis hijos serán mías. Una bruja de mi sangre te debo, una bruja de mi sangre voy a entregarte, pero será a mi tiempo. Y mientras viva, no habrá Devereaux por encima de mí.

—Soy eterno, Adelaide. —Me acerqué a besar el interior de su muñeca—. Y aunque la paciencia no sea mi más grande virtud, cederte ventaja pasajera solo hará interesantes nuestras vidas. Lo juro, quedando sujeto a Luz y Sombra.

—El cielo y el infierno atestiguan. —Sage y Gerard dijeron al unísono.

—Ha sido un placer, espero que no se repita. —Me despedí de Sage mientras Adelaide ya estaba en la calle, acompañada de Gerard.

—Solo el tiempo dirá —contestó el barman—; sus días en esta tierra están protegidos. Lamentablemente, no puedo asegurar lo que ha de suceder con su eternidad.

Sonreí.

—¿Qué se siente perder, Sachael?

—No tengo tiempo para contemplar lo que dices Rashard, es hora de las misericordias.

Desapareció frente a mis ojos, en un espiral ascendente de luz y color. Tan satisfecho me encontraba conmigo mismo, que no me fijé en que el orden eterno de las botellas del ángel había cambiado y una nueva pieza de cristal estaba resguardada en la tablilla principal.

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