CAPÍTULO 1: EL ENCUENTRO CON LA MUERTE

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Estaba en el sillón de la sala, viendo cómo mis hermanas pequeñas: Jennifer y Jane, peleaban para ver quién se quedaba con la muñeca de felpa. Mi hermana mayor, Lorraine, leía su libro favorito: Peter Pan. Mi padre preparaba la cena para que, cuando mi madre llegara de su viaje a Irlanda, todo estuviera listo. Y yo me hallaba ahí, sentada como siempre frente a la chimenea; definitivamente ese era el lugar más acogedor de aquella casa ubicada en el bosque. 

Miré por la ventana para poder apreciar el cielo; vi las estrellas y la luna llena. Mis hermanas decían que era aburrida porque observar los astros me entretenía, no estaba segura si se encontraban en lo correcto. Hasta mi hermana mayor, Lorraine, que en ese entonces tenía diez años, también lo creía. Jennifer tenía cinco, y Jane, cuatro años.

Mis tres hermanas eran rubias como mi mamá. Lorraine tenía el cabello lacio y los ojos azules; Jane, cabellera china y también ojos claros; y Jennifer, cabello liso, pero con ojos color marrón. Mientras que yo tenía rizos castaños y oscuros, e iris azules.

Acababa de oír que alguien cerraba la puerta de lo que parecía ser un auto y caminaba hacia la casa, luego giraba la manija y... era mi madre, tan bonita como siempre, con sus cabellos rizados y ojos claros, que, según recuerdo, eran impactantes con la primera mirada.

La extrañé mucho en esa semana que se fue. Ella estudió Teatro, entonces trataba de hacer audiciones con frecuencia. Mi papá era administrador de empresas, así que él también viajaba mucho. Ellos se turnaban para cuidarnos, pero creo que, de los dos, yo era más cercana a mi mamá.

Recuerdo perfectamente cómo esa noche mi padre contempló a mi madre, siempre lo hizo; es cierto que a veces discutían demasiado, pero estoy segura de que nunca cambiaron esa expresión de enamorados que esbozaban cada vez que uno llegaba de alguna travesía.

—¿Cómo te fue? —Jack le preguntó a Sarah con una enorme sonrisa de oreja a oreja.

—Bien..., muy bien —respondió mi mamá.

Yo tampoco podía dejar de sonreír. La verdad es que, cuando ella estaba junto a mí, mi alma siempre se llenaba de vida; era una sensación tan dulce y mágica en el pecho, que fue una de mis favoritas de niña.

Jennifer y Jane se empujaron para abrazar a mi madre; y Lorraine, civilizadamente, se puso en pie, dejó su libro sobre el sillón —donde había estado sentada desde el principio—, y fue también a encontrarse con los brazos de Sarah. De igual manera, yo me levanté con un incontrolable júbilo, pero no me acerqué mucho porque quería evitar los codazos de mis hermanas. Mi mamá las abrazó con gran cariño y tomó un bolso negro que contenía...

—¡Regalos! —gritó Jane por la emoción.

Mi madre le sonrió, se puso de rodillas y sacó de su mochila una esfera de cristal; de esta salían bolitas blancas, que parecían copos cuando la agitabas. Qué regalo tan estupendo para Jane, le fascinaban las nevadas por todas las travesuras que podía hacer cuando estas llegaban.

Sarah le dio la esfera, diciéndole:

—Espero que te guste.

—Sí, me gustó mucho. Gracias, mami —respondió ella y le dio un beso en la mejilla.

—¿Y qué me trajiste a mí? —quiso saber Jennifer, dando saltitos.

Así siempre era Jennifer: Cuando le compraban algo a mis hermanas, también le tenían que comprar algo a ella o si no se molestaba.

Mi mamá se volteó hacia su dirección; después sacó de su bolso una cajita y, finalmente, giró una llave pequeña y dorada en la cerradura de esta, causando que una bailarina de ballet saliera de su encierro. La danzadora empezó a rotar con música clásica como acompañamiento.

—Guau..., gracias —susurró mi hermana sin despegar la mirada de la bailarina.

Era un buen regalo para Jennifer, ya que pronto empezaría a asistir por primera vez a sus clases de ballet.

Posteriormente, Sarah se dirigió a Lorraine.

—Toma, es para ti —anunció mi madre, extrayendo de su bolsa un libro.

El hijo del rey de Irlanda —mi hermana leyó el título en voz alta.

—Es la historia de un príncipe y sus aventuras —comentó mi mamá.

A Lorraine se le iluminaron los ojos de entusiasmo.

—¡Gracias!, ¡es perfecto! —exclamó.

Después se fue a su habitación, yo supuse que a poner el libro en su repisa.

—Emily, ven a ver lo que te traje —me dijo Sarah.

Fui hacia ella con una sonrisa en el rostro. De repente, vi cómo sacó de su mochila a una muñeca de cabello negro y rizado con un vestido color verde pasto. Sus pestañas me encantaron, así que no dudé en nombrarla de inmediato.

—Te llamarás Lily —proclamé.

Luego abracé a mi mamá. Nuestro encuentro fue tan cálido, que el frío de la noche se esfumó. En ese instante, el único recuerdo que se apareció en mi cabeza fue la imagen de Sarah, balanceándome varias veces hacia delante para que yo pudiera subir lejos en el columpio que estaba afuera de la casa...

—Muy bien, familia, vamos a cenar —mi padre interrumpió el momento.

Nos sentamos a la mesa y la única conversación que hubo fue sobre el viaje de mi madre. Después de terminar mis alimentos, llevé los trastes al lavaplatos. Cuando salí de la cocina, vi a Jennifer y a Jane jugando sin pelear, y Lorraine estaba empezando a leer su nuevo libro recién traído de Irlanda.

Me fui a mi habitación con Lily por mi juego de té, que mi papá me había obsequiado hace unos meses debido a mi cumpleaños. Subí las escaleras y noté que había un ligero olor a gas, pero no le di importancia; aunque no pude evitar fruncir el ceño.

Llegué a mi recámara, puse a la muñeca sobre mi cama, me subí en el banco, y bajé la tetera y las tazas de la repisa. Después volví a tomar a Lily para irme a la sala y empezar a jugar. Todo sucedió en un abrir y cerrar de ojos.

Cuando salí de mi cuarto, empecé a oler más a gas y también a sentir mucho calor. Mi corazón se estaba acelerando. Debía ser la humedad, sí, esa tenía que ser la razón del bochorno que hacía... Y lo del olor a gas, bueno, no sabía cómo explicarlo, sólo esperaba que no fuera malo.

Mientras recorría el pasillo, fui sintiendo más y más calor. No sabía lo que estaba pasando y me aterraba pensar en lo peor. Al visualizar el final del corredor, tuve que contener el aliento por estar frente a ese color naranja reflejado en la pared blanca. Llegué a las escaleras y me quedé estupefacta al ver a las llamas ardientes en la sala, en la cocina y en el comedor. Acto seguido, la tetera se rompió al resbalarse de mis manos.

—¡¿Mami...?! ¡¿Papi...?! ¡¿Hermanitas...?! —dije varias veces con el tono entrecortado, pero desesperada.

No tenía idea de lo que debía hacer, así que lo más inteligente que se me ocurrió fue salir corriendo hacia mi habitación lo más rápido que pude, tratando de no tropezar. Al llegar me puse en una esquina y abracé a Lily, sintiendo cómo las lágrimas recorrían mi rostro. 

Estaba aterrada. A pesar de que el ambiente se encontraba sofocantemente caluroso, yo sentía que mi sangre se había helado. Mi cuerpo entero se hallaba paralizado. ¿Se fueron? ¿Ellos se fueron? ¿Mi mamá, mi papá y mis hermanas se fueron?, fue el único pensamiento que pude concretar en ese momento. La sensación de abandono y el miedo incontrolable a la muerte hicieron que el llanto me asfixiara la garganta.

Habían pasado unos segundos horribles de tortura, que a mí me parecieron horas, cuando alguien abrió la puerta de mi cuarto. Era mi madre. Tenía una expresión preocupada, pero conforme se acercaba a mí, noté que su rostro se ablandaba. Sólo se cruzaron nuestros ojos, y sin decir palabras, me puso entre sus brazos y corrió por el pasillo entre el humo, el olor a gas y las llamas ardientes.

Llegamos a los escalones, pero no pudimos bajar por ahí porque se habían destruido por completo a causa del fuego. Nos regresamos por el corredor. Ella logró romper la ventana —que estaba al final de este— al cuarto golpe con el candelabro de mesa del pasillo.

Sarah me había colocado en el suelo para ejecutar tal acción; y yo, en ese instante, sólo pude ver hacia arriba para no quitarle la vista de encima a mi mamá. Esa fue la única manera en la que pude tranquilizarme e ignorar al infierno, hambriento de muerte, que se aproximaba hacia nosotras. Jamás olvidaré su expresión: El ceño fruncido por todo el agobio que amenazaba con ponerla de rodillas y rendirse, sin embargo, también leí en esa mirada una fuerza y determinación feroces; y de alguna manera, en medio del desastre, me sentí segura. Yo sabía que las dos saldríamos vivas de esto, mi madre se aseguraría de ello.

Después de que el cristal estalló en pedazos, Sarah llamó a mi padre a gritos. Ahí fue cuando desperté de mi fantasía y me centré en el peligro del ahora. Agaché mi cabeza para confirmar que mi papá se había acercado a los pies de la casa.

—Emily, tendrás que saltar...

—No, está muy alto —sollocé con terror absoluto.

Mi mamá se inclinó hacia mí, me tomó de las manos y me dio un apretón muy fuerte.

—Cariño, no tengas miedo, papá te atrapará —el llanto no se detenía, mis ojos se dirigieron al gran vacío que había entre nosotras y el suelo. Mi madre me tomó del mentón suavemente para que me concentrara—. Sé valiente, Emily. Confía en papá.

—Pero tú... —fue lo único que pude articular en medio del pavor.

—Yo iré justo después de ti, ¿está bien?

—Está bien, mamá, pero baja rápido, por favor —le rogué sumamente angustiada.

—Sí, te lo prometo —me respondió.

La miré por última vez: Su rostro estaba lleno de cansancio, cenizas y sudor, no obstante, en sus ojos había una completa firmeza hacia la respuesta que acababa de darme. Ella pensaba que nada malo pasaría, así que decidí confiar.

En ese momento algo extraño se apoderó de mi pecho. Me puse al borde de la ventana, le hice caso a la voz que decía que cerrara los ojos y me lancé al vacío. Sentí que estuve mucho tiempo cayendo hacia la nada, con mi corazón incapaz de latir, hasta que los brazos de mi padre me sujetaron con tanto vigor, que me lastimaron. Al abrir los párpados nuevamente, mi vista se fijó en el tronco del árbol más cercano y me aferré al cuello de Jack como si mi vida dependiera de ello. Su aroma calmó un poco a mis lacerantes lamentos.

Mi papá me bajó al pasto, ordenándome que fuera con mis hermanas. La voz extraña me exigió que le hiciera caso, por lo tanto, corrí hacia donde estaban ellas. Jane vino hacia mí con sus brazos extendidos y me abrazó. Luego Lorraine me puso la mano en mi hombro.

—¿Estás bien? —gimoteó.

Asentí con la cabeza tontamente, entonces Jennifer preguntó:

—¿Y dónde está mamá?

A lo que respondí:

—Ella está...

¡BUM!

Volteé hacia nuestra casa y vi que las llamas salían de la misma ventana por la que había saltado; mi padre estaba más allá, tirado en el suelo. Una explosión... 

Sin pensarlo dos veces, empecé a correr hacia el peligro.

—¡Mamá! ¡Mamá! ¡Mamá! —chillaba.

—¡Emily!, ¡vuelve! ¡Vuelve! —escuché que gritó mi padre con mucho esfuerzo, pero no le hice caso.

Sálvala. Ella aún está viva. No la dejes sola...

Jack consiguió alcanzarme, rodeándome con sus brazos. Comencé a luchar para que me soltara, pero él me había agarrado con demasiada fuerza.

—¡NO, MAMÁ! ¡NO! —vociferé a todo pulmón.

Sin embargo, mis gritos se fueron transformando poco a poco en un susurro al darme cuenta de que había terminado. Estaba muy confundida, todo se me presentaba como una borrosa serie de sucesos que no lograba asimilar. Eso sí, mi llanto era silencioso, pero implacable. Volteé a ver la palma de mi mano y me percaté de que todavía sostenía a Lily, entonces la apreté contra mi pecho lo más fuerte que pude. Después miré a mis hermanas y vi cómo Lorraine las abrazaba; y lloraban y lloraban, no podían detenerse.

De repente sentí que no podía respirar. El bosque, las llamas, mi madre muerta, mis hermanas lacrimosas y mi padre sufriendo se cerraban en torno a mí para asfixiarme. La negrura comenzó a inundar mi vista, hasta que la oscuridad me tragó por completo. El sonido de unas sirenas a los lejos fue lo último que pude distinguir... antes de desvanecerme en las garras del monstruo. 


—Emily, tendrás que saltar...

—No, está muy alto...

Mi mamá se inclinó hacia mí, me tomó de las manos y me dio un apretón muy fuerte.

—Cariño, no tengas miedo, papá te atrapará... Sé valiente, Emily...

—Pero tú...

—Yo iré justo después de ti, ¿está bien?

—Está bien, mamá, pero baja rápido, por favor —le rogué sumamente angustiada.

—Sí, te lo prometo...

La miré por última vez: Su rostro estaba lleno de cansancio, cenizas y sudor, no obstante, en sus ojos había una completa firmeza hacia la respuesta que acababa de darme. Ella pensaba que nada malo pasaría, así que decidí confiar.

¡BUM!

—¡Mamá! ¡Mamá! ¡Mamá!

—¡Emily!, ¡vuelve! ¡Vuelve!

—¡NO, MAMÁ! ¡NO!

... Eso sí, mi llanto era silencioso, pero implacable. Volteé a ver la palma de mi mano y me percaté de que todavía sostenía a Lily, entonces la apreté contra mi pecho lo más fuerte que pude. Después miré a mis hermanas y vi cómo Lorraine las abrazaba; y lloraban y lloraban, no podían detenerse.


Abrí los ojos de golpe. Todo había sido un mal sueño, una pesadilla que había narrado lo que fue real. Me sentía terrible. Mi cuerpo estaba muy débil y los ojos me ardían. ¿Qué pasó?, me pregunté en silencio. Tú sabes lo que pasó: Mamá murió, respondió una voz en mi cabeza.

¿Dónde estoy?, me cuestioné otra vez, intentando ignorar la contestación anterior. No tardé en notar que me encontraba en una cama y junto a mí se hallaba Lily; pero no era una cama cualquiera, sino la de un alojamiento. Volteé a la mesita de noche y vi que había un pequeño letrero con el nombre de un hotel. Aquel lugar no se encontraba en Burdeos, ni siquiera en Aquitania. Ese nombre ya lo había visto en alguna parte... Estábamos en la capital de Francia, ¡estábamos en París! ¿Cómo llegué aquí...? ¿Acaso me desmayé? De Burdeos a París hacíamos como cinco horas de camino... Lo último que recordaba era ver a mi casa en llamas. 

El pánico no me invadió más porque las voces que se escuchaban detrás del umbral llamaron mi atención. La verdad no me habría parado de la cama si no fuera por esos siseos. Me dirigí a la puerta y la abrí sigilosamente. Lo que vi fue a mi padre platicando con una mujer de entre sesenta y setenta años. No la reconocí. Ella tenía el cabello rizado y muy claro, casi blanco.

Dejé el umbral entreabierto para escuchar la conversación.

—No, Charlotte, está decidido, mis hijas y yo nos iremos a...

Charlotte, ese era el segundo nombre de Jennifer. 

—Pero yo también tengo derecho sobre las niñas; y al igual que tú, ¡acabo de perder a Sarah!

¡Mencionaron el nombre de mi madre! ¡¿De qué estaba charlando mi padre con esa mujer?!

—Sí, lo entiendo, pero...

Mi papá dejó la oración sin concluir porque, en ese momento, una mujer, que no sobrepasaba los treinta años, entró a la habitación.

—Mamá, ¿lo solucionaron? —preguntó la joven.

—Sí, las niñas se irán conmigo a...

—Jack, ¡no te las puedes llevar! ¡Ni siquiera nos conocen a mi madre y a mí!

—Sí, Victoria tiene razón, ¡no nos las puedes arrebatar! —exclamó la mujer de edad avanzada.

A lo que mi padre respondió:

—Ellas se irán conmigo a Bérgamo y se acabó, ¡fin de la discusión!

Cerré la puerta porque no creí que mi papá estuviera hablando en serio, ¿dejar nuestro hogar para vivir en una ciudad? En ese momento esa idea no se me hizo para nada razonable; sin embargo, en la mente de Jack, huir siempre fue la mejor respuesta cuando se trataba de lidiar con el fantasma de mi madre.  

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro