CAPÍTULO 18: EL FUEGO

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Sonó la campana, tomé el libro y salí deprisa para no intercambiar miradas o hablar con alguien. Yo tenía más preocupaciones y desafíos que sólo visitar un hospital psiquiátrico, ahora debía leer la novela obligatoriamente y eso me aterraba, ¿por qué tenía tanto miedo? Me empezó a doler la cabeza, así que dejé el libro en mi casillero y me dirigí al baño. Mojé mi cara y respiré profundo, ya tendría tiempo para pensar en la novela más tarde.

Salí del sanitario y acudí a mi siguiente materia, que era Cálculo y después Química. Ninguno de mis amigos estuvo en esas clases. Después, por fin, fue el descanso.

Los busqué y sonreí al ver que estaban sentados en el lugar de siempre, todos excepto Peter. No sé dónde se encontraba, pero estar con ellos era mejor que nada. Caminé lo más rápido posible, estaba ansiosa.

—¿Puedo sentarme? —pregunté al llegar.

—Es como si retrocediéramos dos años atrás —comentó Jade—. Eres nuestra amiga, Emily: por supuesto, siéntate —finalizó con una sonrisa.

Los cuatro me observaron mientras tomaba asiento. Después me sentí incómoda, no me gustaba que la gente se me quedara viendo.

—Bueno, ya estoy aquí; no me miren, no soy tan interesante, sigan platicando.

Al decir esto, fue como si los despertara de un trance. Parpadearon y se concentraron en lo que pasaba a su alrededor. Dylan se aclaró la garganta.

—Jones cada vez está peor. Ahora nos quiere mandar a un hospital donde están encerrados todos esos psicópatas suicidas, y aparte nos quiere forzar a leer un libro escrito por una loca.

—Dylan, difícilmente los psicópatas se suicidan —intervino Edwin—. Además, puede ser interesante asistir al sanatorio.

El rubio frunció el ceño e hizo una mueca.

—¡¿Escuchaste bien, Bridgerton?! —reclamó como si estuviera enojado— Nos quiere llevar a un lugar donde hay puros maniáticos.

—Será interesante, Dylan, vale la pena ir —señaló Jade.

—¡¿Por qué nunca puedes estar de mi lado?!

—Cálmate, Dylan; la mayoría de nosotros le teme a ese hospital psiquiátrico, pero no es para que le estés gritando a Jade —la defendió Evelyn.

—¿Temer?, ese hospital es una pesadilla...

—Dylan, las personas que están ahí también son humanas —afirmé porque no me gustaba cómo los cuatro se estaban refiriendo a los pacientes del hospital psiquiátrico.

—Emily, creo que eres la única que no le tiene miedo a ese lugar —contestó el rubio.

—No hay por qué tenerle miedo —aseguré.

—Dices eso porque no sabes que el Hospital Real de Bethlem es el más antiguo de Londres, donde antes maltrataban a sus pacientes cruelmente —explicó Evelyn.

—Aun así, ya pasó; no deben temer —los tranquilicé.

—Eres muy buena escapándote —oí a una voz detrás de mí.

Volteé a mirar a Peter. Sentí que mi cuerpo temblaba con su presencia, pero logré relajarme.

—Soy muy buena para escabullirme —respondí con una sonrisa.

—Bennet, por fin llegas. ¿Le podrías decir a tu novia que es la primera loca que conozco que desea entrar a un hospital psiquiátrico? —bromeó Dylan.

Peter se sentó frente a mí.

—¿En serio?, ¿un hospital psiquiátrico?

—Sí, no le veo nada de malo —admití.

—¡Ya ves, está demente! —sentenció el rubio.

Edwin, Evelyn, Peter, Jade y yo nos reímos.

—Vamos, Dylan, tal vez no sea tan malo después de todo —lo animó la rubia, carcajeándose.

—Sí, tal vez tengas razón. Podemos sacar algo de provecho y vamos a saludar a tus familiares —replicó Dylan, riéndose.

Evelyn se puso seria y lo pateó por debajo de la mesa.

—¡Ay! —exclamó él, agarrándose la pierna.

—Sí, ahora es divertido —se burló ella entre risas.

—Evelyn, me duele —el rubio siguió quejándose.

—Ustedes dos son un problema cuando están juntos —apuntó Edwin.

Evelyn volteó a ver a Dylan con una sonrisa mientras él se sobaba la rodilla. Al leer su expresión, supe que estaba totalmente de acuerdo con lo que había dicho Edwin hace unos segundos.

—Ella es el problema —aclaró el rubio.

—Hmm, no lo creo, se complementan —añadí.

—Eso es ir muy lejos, Emily —espetó Evelyn, mofándose—. Yo nunca podría complementarme con este idiota —concluyó, señalando a su amigo.

—Oh, Evelyn, ¿por qué no admites de una vez que estás loca por mí? Yo sé que te gusto mucho —dijo Dylan pícaramente. Evelyn lo miró con brutalidad. Poco después ambos se empezaron a reír, al igual que nosotros—. Me extrañaste, Anderson, lo sé. Soy el mejor —declaró altaneramente.

—Lo bueno es que no eres vanidoso —respondí.

Él sonrió, bajando la mirada. La verdad es que a todos los había extrañado, ellos eran como parte de mi familia.

—Cuéntanos, Anderson, ¿qué tal la vida allá? —quiso saber Edwin.

No tenía muchas ganas de hablar sobre el tema.

—Pues, yo diría que... bien, supongo.

—¿Supones? —dijo Jade con una sonrisa traviesa— Danos más detalles: ¿Había chicos atractivos en tu grupo? —preguntó de repente.

Fruncí el ceño.

—Ay, la que no está desesperada —se burló Evelyn de la pelirroja.

—¿Por qué siempre la tienes que atacar? —espetó Edwin.

Dylan y ella se miraron por un segundo, y después se carcajearon. Peter y yo agachamos la cabeza para evitar que nos vieran sonreír.

—¿Tienes algo qué agregar, Edwin? —preguntó la rubia con afán de molestar.

—Bueno, ya —empecé antes de que los verdaderos problemas comenzaran—. Y sí, Jade, supongo que eran atractivos.

—Y aquí es cuando Bennet se sonroja por los celos —añadió Dylan divertidamente.

Todos lanzaron una carcajeada, excepto Peter, que puso los ojos en blanco. Luego sonrió. Yo me sentí algo abochornada.

—Podrías callarte, Dylan, si no quieres que yo también empiece a atacarte —advirtió él con una sonrisa fría.

—Sólo digo la verdad. Vamos, dile a tu novia cómo te morías de celos pensando que ella estaba saliendo con otro —refutó.

No supe qué opinar al respecto.

—Ay, eres insoportable —se quejó Peter.

—Lo sé, pero, aun así, todos ustedes me quieren —concluyó con tono engreído.

Concentré mis ojos en el que solía ser mi novio. Él se percató de que lo observaba, así que alzó la mirada para verme; me guiñó el ojo. 


Terminó la escuela y me dirigí a mi hogar antes de que empezara a llover.

—Al parecer irte te afectó un poco —comentó Peter, alcanzándome.

Hizo que me sobresaltara, nunca pensé que me acompañaría.

—¿A qué te refieres?

—¿Ya olvidaste nuestro convenio? Siempre nos acompañábamos a nuestras casas.

—Ah, claro; pensé que ya no lo haríamos —respondí.

—No estoy molesto —habló, deteniendo el paso—, pero parece que tú sí...

No sabía lo que sentía. Ese beso que nos dimos en el pasillo lo había determinado como un descontrol por parte de los dos. Al principio creí que había regresado a esta ciudad por él, sin embargo, ya no estaba tan segura de que fuera así; había hecho este viaje por mí.

—No sé qué siento por ti, todo es muy confuso —no dijo nada, así que continué—. Y sí, supongo que estoy algo enojada; no contigo, sino conmigo. ¿Por qué no te pude superar en dos años? Ni siquiera te veía y, aun así, cuando pensaba en ti, te extrañaba muchísimo, no tienes idea de cuánto..., y eso no está bien.

Mi enfado escondido detrás de toda esta situación se liberó.

—¿No está bien sentir? —me espetó. Deseé evitar su mirada, pero no lo conseguía— Escucha, para mí todo esto también fue muy complicado. Eres muy difícil de olvidar, Emily Anderson. Sin embargo, después de analizarlo hasta el cansancio, creo que la razón por la que no pude dejarte ir es porque sabía que tú y yo todavía teníamos asuntos sin resolver; no todo se había dicho en su momento, y eso me mataba.

—¿Asuntos sin resolver...? ¿A qué te refieres?

Claro que yo sí sabía de qué estaba hablando, pero no tuve la valentía de admitir algo por miedo a que él no opinara de la misma manera. Hubo un silencio muy prolongado en el que Peter me observó con extrañeza, después su aspecto se tornó serio. Me puse muy nerviosa por lo que fuera a pronunciar.

—¿Te enamoraste de mí, Emily? —preguntó— Porque yo sí, definitivamente sí lo hice. Siempre pensaba en ti. Y me arrepiento de no haber peleado más por nosotros cuando te fuiste, me arrepiento mucho de haberme mostrado tan... indiferente. Ya era tarde cuando me di cuenta de que te había perdido y eso me dolió demasiado, y lo peor es que jamás me atreví a enmendar las cosas. Quería que todo muriera para volver a empezar, pero eso nunca funcionó.

Sus palabras me golpearon con mucha intensidad. Si hubiera estado en una cuerda floja, me habría caído al vacío. La verdad: La verdad que nunca se expresó y siempre se supuso.

—Peter, yo...

No supe qué más añadir. El corazón me palpitaba con mucha agresividad, las manos me sudaban y el estómago me lastimaba. Las ideas pasaban por mi cabeza como un torbellino. No sabía cuál era la verdad y cuáles eran las mentiras que me había tragado para sobrevivir en el dominio de la oscuridad. 

¡Estás enamorada de él, tonta! ¡Siempre has estado enamorada de él!, gritaba una voz dentro de mí. ¿Me había enamorado de él? No, claro que no. Eres Emily, jamás te has enamorado de alguien, decía otra voz. 

Pero después algo despertó dentro de mí: recuerdos. La primera vez que lo vi con su sonrisa radiante y sus ojos verdes, me ruboricé. Luego vino lo del autobús y me arriesgué por él. Después ocurrió lo de nuestra primera charla, donde las palabras surgieron con fluidez y sin miedo alguno. Luego fue lo de Romeo y Julieta, el parque y el primer beso... Me gustaba.

Posteriormente fue lo de su cumpleaños, ¡ay, cómo lo contemplé ahí! Me parecía asombroso, alguien totalmente fuera de lo común que se había cruzado en mi camino; me encantaba pasar el tiempo con él. Luego fue lo de mi golpe en la cabeza, me sentí en confianza para hablarle sobre mi madre y le pedí que se quedara a dormir conmigo para sentirme a salvo, por primera vez, de toda la culpa que tenía acumulada. Después fue lo del entrenamiento, los sueños, se me hacía insoportable perderlo... Me había enamorado de él.

Todos esos afectos de cariño, la horrible sensación de dejarlo, la soledad que sentí al llegar a Chicago, el no poder sacarlo de mi cabeza por dos años, esas noches de terror y el vacío en el pecho sucedieron porque jamás le confesé todo lo que sentía. Nunca fue suficiente el tiempo juntos, faltaron más te quiero, más besos, más abrazos, más citas y más charlas. Dios, el destino, la vida, o como quieran llamarlo, lo sabía; por eso estábamos aquí ahora, un par de años después, obsesionados con la misma persona. Lo miré directo a los ojos.

—Han transcurrido dos años, Peter Bennet —comencé con suma seguridad—, y creo que, a pesar del paso del tiempo, sigo enamorada de ti —le acaricié la mejilla con delicadeza, usando mi mano derecha—. Ahora tenemos diecisiete y anhelo saber en qué te has convertido. Deseo volverte a conocer y que tú también me conozcas otra vez —en ese momento tuve la asfixiante sensación de que un fuego abrazador colapsaba en mi pecho. Esta poca distancia, que nos separaba, me resultó demasiado nociva para mi propio corazón que pedía más. Nos acercamos tanto al otro, que su cálido aliento incendió mis labios—. Ya no quiero alejarme —murmuré—, no huiré más.

Nuestros labios se rozaron a punto de besarse.

—Perfecto, porque no quiero que lo hagas —susurró.

—Te lo aseguro, ya no lo haré. No pienso separarme de ti ni un maldito segundo más. Porque estar sin ti, es morir en el Infierno mismo. Por lo menos, cuando estoy contigo, la oscuridad es más divertida.

—Llévame al Infierno, toma mi alma si quieres, pero no te vuelvas a ir sin mí —respondió, atrayéndome con un arrebato de violencia hacia su boca.

Ese profundo y largo beso que nos dimos fue muy distinto a todo lo de antes. Excitante, puro, lleno de añoranza, deseo, descomunal y el sabor apasionado del amor se juntaron en ese instante. Era la gloria misma encarnada en un simple beso. Interrumpimos el momento cuando cayó la primera gota sobre nuestras pestañas.

—Creo que deberíamos apresurarnos —aconsejó, mirando el cielo gris.

Yo seguí caminando entre el limbo y las nubes. Cuando puse atención, ya estaba abriendo la puerta de mi casa. Entramos juntos a mi hogar, dejando nuestras mochilas en el suelo.

—Estamos solos —anuncié—. Jane tiene práctica de violín, y Jennifer, de baile. Mi padre llega más tarde.

—Ah —fue lo único que dijo antes de que volviéramos a besarnos.

Tardamos demasiado en llegar a la sala por andar a tientas entre beso y beso. Todavía estando en el sillón, no nos detuvimos. Me quitó el suéter para empezar a besar mi garganta. Lentamente, yo le bajé el cierre de su chamarra y la aparté. Satisfacción, esa es la palabra que describía cómo me sentía mientras me besaba dulcemente el cuello.

Después sus labios se volvieron a encontrar con los míos. Nos movimos de tal forma que él quedó encima de mí. El único pensamiento que aparecía en mi cabeza era esa idea de querer más. No iba a soltarme, ni yo a él, y eso me gustó.

Mis manos se deslizaron por su camiseta hasta quitársela. Toqué su abdomen; y luego, acariciándole la piel, mis dedos subieron hasta sus omóplatos. Tenía una tez muy suave y músculos muy fuertes.

Cuando estaba a punto de desabrocharme la blusa, sonó el teléfono. Separamos nuestros labios de golpe y abrimos los ojos. Mi corazón estaba muy acelerado y los dos respirábamos entrecortadamente. Intentamos regresar a la realidad. Él fue el primero en hacerlo cuando se levantó del sillón para que yo pudiera pararme y contestar el teléfono.

En mi interior maldije a quién había llamado en ese preciso instante. Sabía que no podríamos continuar porque él ya se había puesto la camisa.

—¿Diga?

—¿Hija? Hablaba para saber cómo estabas y decirte que ya voy para allá.

Miré hacia el reloj. Habían transcurrido dos horas desde que él y yo habíamos llegado. Me pareció increíble, había perdido la noción del tiempo.

—Sí, papá, soy yo: Emily. Estoy bien —le informé.

—Bueno, nos vemos en la casa para cenar.

—Nos vemos aquí —colgué.

Suspiré profundamente y cerré los ojos, tratando de recordar los últimos minutos. Si ese teléfono no hubiera timbrado, ¿hasta dónde habríamos sido capaces de llegar?

—Creo que tenemos suerte de que llamara —comentó Peter.

—Sí, definitivamente.

Los dos sonreímos a punto de carcajearnos.

—Es hora de irme —dijo después.

—Así es.

Por una parte, quería que se quedara; pero por otra, ansiaba que se fuera lo más pronto posible, ya que Jack podría entrar en cualquier momento. Lo acompañé hasta el umbral.

—Hasta mañana —se despidió.

—Espera, ¿entonces esto significa que somos novios otra vez?

Él sonrió.

—Creo que sí.

—Está bien —sonreí. Los dos estábamos al borde de la risa—. Hasta mañana —concluí, lo vi marcharse y cerré la puerta. 

¿Cómo es que ha pasado tanto tiempo y nuestros sentimientos están más latentes que nunca?, me pregunté en silencio. Ese era un cuestionamiento al cual jamás le podría dar una respuesta clara, pero ahora sólo me interesaba disfrutar plenamente cada instante que estuviéramos juntos.  


Era el descanso cuando Peter y yo llegamos al lugar donde estaban comiendo nuestros amigos.

—Oh, la hermosa pareja ha vuelto —se mofó Dylan.

—Apuesto que se reconciliaron ayer dándose unos buenos besos —se le unió Evelyn.

—¡Ay!, ustedes dos viven en el país de la burla —les reclamó Jade mientras nos sentábamos.

—¿Y? Cuenten, ¿estuvo salvaje la noche? —bromeó Dylan.

Edwin y Evelyn lanzaron una carcajada, Jade volteó indignada a ver a Edwin y nosotros dos le mandamos una mirada asesina al rubio.

—No eres gracioso —replicó Peter.

—Mejor hablemos de tu miedo a los hospitales, Dylan —sugerí. 

Hubo un rotundo uh en la mesa, Dylan entrecerró los ojos. 

—Bien jugado, Anderson —afirmó como si estuviera orgulloso.

—Perdiste, Dylan —dijo Jade victoriosa.

—Espera... —el rubio alzó el dedo índice— Ya casi termina el descanso, ¿dónde estaban...? Creo que, en la cancha de fútbol, besándose —concluyó.

Bajé la mirada para evitar que se notara mi sonrojo porque era eso lo que precisamente habíamos estado haciendo.

—Fin del juego, Dylan —afirmó Peter.

Después los seis nos fuimos del comedor para sacar nuestros libros de la siguiente clase. Me había quedado sola en el pasillo cuando llegó Alison.

—Ja, sí es la grandiosa Emily. ¿Cómo estás, querida?, ¿deseando estar en Chicago?

—¿Qué quieres, Alison? —le cuestioné de mal humor.

Ella lograba acabar con mi paciencia con mucha facilidad. Me irritaba a un grado impresionante.

—Todo era perfecto cuando tú no estabas ¡y ahora vas a arruinarlo por completo!

—Perdóname por estropear tu vida —fingí culpabilidad—, pero jamás volveré a irme —concluí con mi tono normal.

—¡Eres una molestia para todos!

—¡Lamento decepcionarte! —espeté y volteé hacia mi casillero para cerrarlo.

Alison se retiró, emanando quejidos. Luego vino Hayley.

—Emily, no deberías provocarla. No sabes qué es capaz de hacer para conseguir lo que quiere —me advirtió con cierto temor en sus palabras.

—¿Y qué es lo que quiere? —pregunté enojada, deseando que toda esta ridícula escena terminara.

—A Peter.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro