CAPÍTULO 19: MADRE

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Un escalofrío subió de mi espalda a mi nuca, la miré confundida. Después pensé que tal vez no había escuchado bien.

—¿Qué dijiste, Hayley? —pregunté, arrugando el ceño.

Rogué porque hubiera sido una alucinación mía, supliqué que no fuera cierto.

—Estoy segura de que tus amigos ya te contaron la historia de Alison, Dayron y tu novio. Pues Alison se interesa en Peter... Aunque claro, media secundaria lo hace, ¿quién no lo haría? Tienes mucha suerte...

Fruncí los labios y le lancé una mirada asesina. De verdad que no me importaba lo que media escuela pensara sobre nuestra relación, ese no era asunto suyo.

—Se supone que a ti te gusta Dylan, ¿no? —contraataqué mientras alzaba las cejas.

Ella se sonrojó.

—Cállate, Emily —luego bajó la voz—. Esa es una historia antigua, pero, aun así, nadie lo debe saber. 

No comprendí muy bien a qué se refería con lo de Esa es una historia antigua, pero no quise indagar más allá. Aunque claro, después me enteré de todo el drama.

—Bueno, entonces deja de desviarte del tema.

—Está bien, tú ganas —volvió a usar un tono tenue para que nadie escuchara lo que estaba a punto de confesarme—. No estoy segura de cómo, porque Alison no me ha querido decir nada más, pero va a quitártelo.

Me dieron unas ganas tremendas de reír, aunque también me molesté. ¿Alison creía que mi novio era un premio? Qué estúpido.

—Guau, creo que tu amiga ahora sí perdió la cabeza —solté al borde de la risa. La rubia puso los ojos en blanco—. ¿Hayley, estás consciente de lo que dices? ¿No te parece algo imposible?

Esto parecía una broma.

—Sí, lo sé, resulta imposible; pero utilizará cualquier método que sea necesario.

Me puse seria. ¿Método?, ¿qué método usaría? Dayron. Abrí mucho los ojos y empecé a asustarme. Me largué lo más rápido posible al salón de Historia. Al sentarme en mi banca, me permití analizarlo. Hace dos años, Dylan me había dicho el secreto más oscuro de Dayron. Dylan pensaba que él y Alison eran cómplices. ¿Qué tal si no solo Alison estaba metida en esto, sino también Dayron? Deseché la idea rápidamente, pensando que, aunque fuera cierto, nunca podrían manipular a Peter; él no le temía al bravucón. Todo esto sólo eran tonterías que gastaban mi tiempo, así que dejé el tema a un lado para concentrarme en la clase.


Cerré la puerta y me dirigí a mi habitación. Estaba sola en casa; ya había hecho la tarea en la biblioteca, así que decidí ponerme a leer la novela de Plath. Coloqué mi mochila en el suelo, me quité la chamarra, tomé el libro —que se encontraba encima de mi escritorio— y me acosté en la cama cómodamente. Abrí la novela en la página inicial y el olor a reliquia vieja inundó mi nariz. De verdad que disfrutaba el aroma.

Primero estaba la dedicatoria con los nombres Elizabeth y David. En la siguiente hoja iniciaba el capítulo primero. 


Era un verano extraño, sofocante, el verano en que electrocutaron a los Rosenberg y yo no sabía qué estaba haciendo en Nueva York. Les tengo manía a las ejecuciones. La idea de ser electrocutada me pone mala, y eso era lo único que se podía leer en los periódicos, titulares que como ojos saltones me miraban fijamente en cada esquina y en cada entrada al Metro, mohosas e invadidas por el olor de los cacahuetes. No tenía nada que ver conmigo, pero no podía evitar preguntarme qué se sentiría al ser quemado vivo de la cabeza a los pies.

Pensé que debía de ser la cosa más terrible del mundo.4


El viento hizo un esfuerzo, pero fracasó, y una sombra parecida a un murciélago se hundió hacia el jardín de la terraza de enfrente.

Pieza por pieza, alimenté con mi vestuario al viento de la noche, y revoloteando, como las cenizas de un ser querido, los grises harapos fueron llevados, para posarse aquí, allá, exactamente donde yo nunca lo sabría, en el oscuro corazón de Nueva York.5


Cerré el libro y me dije que era suficiente por hoy. Había terminado el capítulo nueve. 

Miré hacia la ventana, estaba a punto de llover, así que rápidamente me puse unos pants, un par de tenis y mi chamarra. Bajé hacia la entrada, abrí la puerta y después la aseguré. Me llevé las llaves al interior de mi bolsillo. Por último, le eché una última mirada a mi hogar antes de empezar a dirigirme hacia el centro.

Tenía una gran descarga de adrenalina. No pensé en nada, sólo troté muy rápido. Vi que comenzó a llover, pero, aun así, no me detuve. Por más que corría, no me cansaba. Llegué al río Támesis y me regresé, sintiendo cómo la llovizna caía en mi rostro. Era increíblemente fresco, una sensación grandiosa.

Paré hasta que arribé de nuevo al umbral. Respiré profundamente para percatarme a continuación de que Jack y Lorraine estaban en casa. Suspiré y entré.

Había voces en la sala, por lo que me dirigí hacia allá. Estaban mis hermanas y Jack, hablando con Charlotte y Victoria. Quise huir, pero captaron mi presencia antes de que pudiera escapar.

—Qué alegría verte, Emily —dijo Victoria mientras trataba de pasarme de largo para subir los escalones hacia mi recámara.

Detuve el paso. Por alguna razón, ellas no me agradaban. Las volteé a ver de mala gana.

—Desearía decir lo mismo —contesté con una sonrisa fingida.

Antes de que sucediera algo más, Lorraine sentenció:

—Quieren que nos acompañes a mi departamento para charlar.

Iba a negarme, poner una tonta excusa, en serio tenía cosas más importantes qué hacer. Estaba a punto de abrir la boca, pero mi hermana mayor me esbozó una mirada brutal para que aceptara. Lo menos que deseaba era volver a tener problemas con ella.

—Claro, iré —respondí—. Sólo permítanme un momento.

Sin aguardar por su aprobación, fui hacia mi cuarto para cambiarme la ropa mojada. Esperé que Lorraine comprendiera que esto lo hacía por ella, estaba cansada de oír todo lo que Jack había ocultado sobre mi familia materna. Pretendería tener ganas de escuchar la historia, sin embargo, realmente no me importaba en lo absoluto.

Bajé nuevamente. Afuera se escuchaba el motor del auto y en la habitación sólo estaban Jack, Jennifer y Jane.

—Hija, sé que no te gusta conversar sobre el asunto, pero trata de entender —me pidió mi padre.

El tema de Sarah era demasiado delicado para tenerlo que discutir con ellas. Si intentando hablarlo con Jack, terminamos gritándonos, todo iría mal con Charlotte y Victoria.

—Sí, papá —contesté.

Procuraría hacer un esfuerzo, lo haría por él. Me había cansado de que la muerte de mi madre se convirtiera en un obstáculo entre nosotros. Le dediqué una sonrisa de despedida y él me plantó un beso en la frente, no lo vi a los ojos. Luego salí hacia el carro de Lorraine.


No puse atención en todo el camino. Cuando me di cuenta, ya estaba sentada en el sillón blanco de mi hermana mayor en su departamento. Ella se había ido a su recámara, dejándome sola con mi tía y mi abuela, que se encontraban alrededor mío.

—Bueno, estoy aquí, no huiré..., así que pueden empezar —espeté, deseando acabar con esto.

—Emily, sé que no te agradamos —comenzó Victoria.

No pude mirarla, se me hacía insoportable su presencia.

—Jane y Jennifer están encantadas con nosotras porque nos interpretan como su figura materna —añadió Charlotte—, pero para ti no somos eso...

¿Figura materna?, ¿ellas querían que las viera como mi figura materna? Lorraine me consoló en la muerte de mi madre, no ellas. Lorraine estuvo en las noches de pesadillas, no ellas. Lorraine jugó conmigo durante mi infancia, no ellas. Lorraine me enseñó a andar en bicicleta, no ellas. Lorraine me ayudó en los trabajos del colegio, no ellas. Lorraine siempre me protegió sin condiciones, no ellas. Si yo tenía una figura materna, definitivamente era Lorraine, siempre fue ella. Victoria y Charlotte, aunque fueran hermana y madre de Sarah, no eran nada para mí.

—Tienen razón —respondí con la vista baja—, ustedes no son una figura materna para mí.

—Emily, sólo deseamos tener una agradable relación contigo —se explicó Charlotte.

—No, no puedo porque quieren charlar sobre mi madre.

—Aún te afecta, ¿cierto? —musitó Victoria.

Cerré los puños y volteé a verla a regañadientes, sin embargo, no le pude decir nada. Relajé un poco el cuerpo, ya que había estado como roca.

—Cuando a una persona le duele hablar sobre un tema, es porque aún no lo supera —continuó mi tía. Por unos segundos, la ira me invadió; no obstante, la sensación desapareció cuando me di cuenta de que tenía razón: Me seguía afectando—. Emily, debes dejar de pensar que la muerte de tu madre es tu culpa. Fue su decisión.

Suspiré.

—Sarah sabía perfectamente que existía la posibilidad de no salir con vida, pero, aun así, eligió salvarte —agregó Charlotte.

—Su vida valía más que la mía —confesé.

Ella formaba un papel más importante en la familia que yo.

—No, Emily, no digas eso. El amor vale más que nada —aseguró Victoria.

—¿Emily, cómo se les llama a las personas que pierden a su esposa o esposo? —preguntó Charlotte.

—Viudas o viudos.

—¿Y a los niños o niñas que pierden a sus padres? —volvió a cuestionarme.

—Huérfanos o huérfanas.

—¿Y cómo se les llama a los padres o madres que pierden a sus hijos?

Me di cuenta a qué punto que quería llegar.

—No tienen nombre.

—Exacto, el dolor es tan grande, que no tiene nombre. Es un sufrimiento inexplicable: Ver morir a la persona que juraste amar y proteger... —expresó mi abuela, pero se le quebró la voz.

Mi madre prefirió la muerte a sufrir la pena de haberme perdido. Sin embargo, al dar su vida por mí, hizo que Charlotte sintiera ese dolor sin nombre. Era algo que siempre estuvo ahí, pero nunca me había percatado de ello. Mi abuela probablemente había sido la persona más perjudicada. Debería dejar de pensar tanto en mí y empezar a ver por los demás. Esto ya lo había vivido: Jamás vi el impacto que tuvo que padecer Jane por perder a su madre a tan corta edad. Ahora Victoria: Perdió a su hermana..., a su hermana mayor; era como si yo perdiera a Lorraine... De tan solo pensarlo se me heló la sangre y sentí una punzada en el corazón. Y Charlotte perdió a su hija..., la perdió por mí. Mi abuela estaba procurando no llorar.

—Me gustaría... tener... una relación amistosa con ustedes —concluí. No toleraba ver a Charlotte triste. Las dos me recordaban tanto a Sarah, que me sentí culpable por haberlas tratado tan mal. Al escuchar mis palabras, me miraron con los ojos brillantes—. Y me quiero disculpar por mi comportamiento erróneo.

Casi después, extendieron sus brazos para que fuera con ellas. Yo me levanté, sin pensarlo dos veces, y las tres nos fundimos en un enorme abrazo.


4 Plath, S. (2012). Capítulo uno. En La campana de cristal (p. 9). Edhasa.

5 Plath, S. (2012). Capítulo nueve. En La campana de cristal (p. 178). Edhasa.

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