CAPÍTULO 23: DÍAS VENTUROSOS

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—Sospecho que hay un triángulo amoroso en esta mesa —declaró Dylan.

Nos encontrábamos en la cafetería. Todo había vuelto a la normalidad. Ese día habíamos entregado el trabajo de Jones, pero también era el cumpleaños número dieciocho de mi novio.

—¿Triángulo amoroso? —preguntó Evelyn.

—Sí, un triángulo amoroso —aseguró él.

—¿Quiénes forman ese triángulo amoroso? —cuestionó Jade, irritada.

—¿Pues qué no es obvio? —dijo el rubio— Bennet, Anderson y Bridgerton.

Edwin casi se ahoga por el sorbo de agua que había tomado, Peter y yo fruncimos el ceño con extrañeza, y Jade abrió mucho los ojos. Dylan definitivamente había perdido la cabeza, aunque resultaba probable que lo hiciera sólo para fastidiarnos.

—¿Dylan, te encuentras bien esta mañana? —inquirí.

—¿No te hizo mal la comida? —cuestionó Peter.

—Ay, por Dios, es muy lógico, ¿no se les había ocurrido? —contraatacó.

—¿Qué? —inició Edwin, molesto—, ¿qué estoy enamorado de Anderson y ella de mí? No seas ridículo, Dylan.

Evelyn y el rubio lanzaron una carcajada.

—Ya lo oyeron —se burló entre risas.

Parecía que Peter lo quería exterminar con la mirada.

—Dylan, por favor, no empieces —le pedí.

—Está bien, está bien; pero Bridgerton y tú tienen tanto en común, que es difícil pensar cómo tú puedes estar enamorada de Bennet y él de... —se calló rápidamente.

Los cinco clavamos la mirada en Jade, intentando averiguar si había descifrado que hablábamos de ella. Supe en ese instante que sí, sin embargo, tenía muy presente que jamás lo admitiría.

—¿Qué? —respondió, fingiendo.

—Nada —contestó Edwin—. Sólo incoherencias de Dylan que, si vuelve a cometerlas, le daré un fuerte golpe en la cara —concluyó entre dientes.

—Como si pudieras.

Edwin miró seriamente a mi amigo.

—Sí, volviendo al tema anterior —retomó Peter—: ¿Dylan, no te tienes que disculpar con tres personas por tu impertinencia?

—No lo creo, Bennet; tu novia y Bridgerton tienen demasiadas cosas en común. Los dos tienen su parte artística tan desarrollada, que la atracción casi sería fatal.

—¿Atracción fatal...?, ¡¿qué estás diciendo?! —se quejó Edwin.

Intenté no pensar mucho en sus palabras para concentrarme en mi novio, él tenía la cabeza agachada mientras picoteaba su almuerzo con el tenedor. Tomé su mano por debajo de la mesa y la entrelacé con la mía..., ahí estaban otra vez las mariposas en el estómago y la electricidad en el cuerpo. Clavó sus ojos en los míos y me dedicó una pequeña sonrisa. Besé su mejilla con dulzura.

—Ahí está tu prueba, Dylan —escrutó Edwin—. Ahora cállate antes de que alguno de nosotros le cuente a Hayley lo que sientes por ella.

Todos reímos, con excepción de Dylan, que se cruzó de brazos y suspiró.

—Debo admitir que hacen una linda pareja —aceptó mientras nos analizaba—. Estoy feliz por los dos —terminó con sinceridad.

—La primera vez que piensas en alguien que no seas tú mismo —comentó Evelyn.

Lanzamos una risita y Dylan puso los ojos en blanco.

—Aguarden —intervino Jade de repente—, si iremos por un café después de la escuela para celebrar el cumpleaños de Peter, ¿lo haremos hasta que Emily y Edwin salgan de su taller?

Edwin y yo nos habíamos inscrito a un taller de escritura que finalizaría hasta que terminara el trimestre.

—Pues sí, tenemos que esperarlos —contestó Evelyn.

—¿Qué haremos mientras esperamos? —preguntó mi amiga.

—Bueno, Evelyn y yo estaremos castigados, si nos quieren hacer compañía... —sugirió Dylan.

—Ni lo pienses —interrumpió la pelirroja, alzando el dedo índice.

—¿Los sancionaron? —pregunté.

—Sí, otra vez —respondió Evelyn.

—Lo hacen siempre que ya no me interesa saber por qué —comentó Jade.

Dylan rodó los ojos.

—Ni a mí —añadí.

—¡¿Qué?! —se ofendió el rubio.

—No, ya no —dijo Edwin.

Mi amigo vio a Peter como su última esperanza.

—Ni me mires a mí —apuntó.

—Bueno, se pierden de una historia muy divertida —agregó Evelyn con orgullo.

Jade, Edwin, Peter y yo reímos. Después nos retiramos para llegar a nuestras siguientes clases, hasta que concluyó el horario escolar. Entonces me dirigía al salón diecisiete para el taller de escritura junto con Edwin. Íbamos en silencio, parecía que él estaba perdido en sus pensamientos.

—¿Estás bien? —pregunté.

—Sí —resopló—, sólo siento que cada vez estoy más lejos de Jade.

—Ay, por favor, no te habrás tomado en serio lo que dijo Dylan en el descanso, ¿cierto?

—No es eso —sonrió—. Temo que Jade no corresponda mis sentimientos. Han pasado muchas cosas entre nosotros...

—Por supuesto que los corresponde, ¿acaso no la viste hoy? —mencioné, alentándolo.

—¿Qué?, ¿se puso celosa de ti? —habló con picardía.

—Te quiere, Edwin, lo sé.

—Creeré lo que digas —respondió severo.

No me gustaba que estuviera cabizbajo, no disfrutaba las cosas; y lo sabía bien porque nos parecíamos tanto, que hasta yo tenía la misma reacción cuando me preocupaba algo. Decidí animarlo, así que detuve el paso.

—Aunque... te dejaría que me beses para que crea más lo del triángulo amoroso —bromeé.

Él rio, verlo feliz me hizo sonreír.

—No lo creo, nena —contestó con el mismo tono—. Estudios comprueban que las pelirrojas besan mejor que las castañas, así que no.

Eché una carcajada.

—Eso lo acabas de inventar.

—Te juro que no —aseguró, riéndose más fuerte. Posteriormente, nuestras risas se apagaron poco a poco—. Bueno, vamos al salón antes de que se nos haga tarde.

Escuché un ruido.

—Sí, adelántate, iré en un segundo —respondí.

Se fue por el pasillo y me quedé sola. Evitando que alguien me oyera, retrocedí al otro corredor para sorprender al intruso.

—¡¿Estás espiando, Bennet?! —exclamé.

Peter se sobresaltó y yo lancé una risita.

—No, Anderson, para nada..., no te espío.

—¿Celoso, Bennet? —inquirí, colocando mis manos sobre sus hombros.

Juntó sus labios con los míos. Mi corazón estalló y un torbellino de sensaciones se hizo presente en mi pecho... No sabía cómo describir esto con precisión. Separé nuestras bocas.

—Feliz cumpleaños —murmuré.

Él sonrió y me besó otra vez, matándome con su calor. Sonreí a la mitad del beso.

—No, no lo hagas —musitó.

—¿Por qué?

—Me hace querer besarte aún más.

Mi rostro se tornó rojo.

—Entonces lo haré más seguido —apunté.

Volvió esa satisfacción que empezaba en la boca y se desplazaba a cada parte de mi cuerpo. Sonó su celular, así que nos apartamos completamente. Siempre nos tenía que interrumpir algo, detestaba eso.

—¿Hola...? No, Jade, me da igual el pastel que elijas... En serio... Ay, mejor voy contigo a escogerlo —terminó de decir y colgó.

—¿Jade? —le pregunté.

—Sí, quiere que escoja mi pastel de cumpleaños.

—Bien, de todos modos ya tengo que irme.

—Espera, estaba pensando...: ¿Quieres ir a mi casa después de lo del café?

—Sí, por supuesto.

Me dio un rápido beso en los labios y se fue por pasillo. Yo, por otra parte, suspiré, tratando de despertar de mi maravilloso sueño para irme a la clase.


—¿Entonces escribes poemas?

—Sí —respondió Edwin.

Un brusco aire sacudió mis cabellos. El cielo estaba completamente gris.

—¿Dónde se supone que están?, acordamos vernos aquí a las cinco de la tarde —se quejó.

Habíamos salido del taller y esperábamos encontrarnos con nuestros amigos, pero no había nadie. Edwin y yo empezamos a ver hacia distintas direcciones para hallarlos, sin embargo, la avenida estaba completamente vacía.

De repente, escuché el sonido de unas ruedas; pero no de un vehículo, sino más pequeñas. Al mismo tiempo pusimos los ojos en la entrada de la escuela, ahí estaban Evelyn y Dylan. Él montaba una patineta, ¿de dónde la había obtenido? Se acercaron a nosotros y, en una maniobra, el rubio se bajó del objeto.

—¿De dónde la sacaste? —preguntó Edwin.

—Se la quité a Christopher Baker en el castigo —contestó Dylan victorioso.

—Vendrá por ella, ¿sabes? —dije, enarcando una ceja.

—No mientras no se entere, ¿sabes? —contestó, imitando mi gesto.

Inmediatamente, oí cómo abrían con brusquedad la entrada de la secundaria; de ahí salía Christopher Baker enojado y con el ceño fruncido.

—¡Reynolds!, ¡¿crees que no iba a saber que tú fuiste el idiota que me quitó mi patineta?!

Dylan estaba de espaldas hacia él. Al escuchar su voz, abrió mucho los ojos y empezó a caminar velozmente, sosteniendo la patineta.

—No sé de qué hablas, Baker —se defendió.

Christopher lo alcanzó y se la trató de quitar mientras Dylan forcejeaba. Después de unos segundos logró arrebatársela de las manos y luego se fue apresuradamente hacia el edificio, maldiciendo a Dylan.

Evelyn, Edwin y yo no pudimos reprimir una carcajada por la expresión en el rostro de nuestro amigo, parecía un pequeño niño al que le acababan de quitar un dulce.

—Claro, búrlense, algún día será mi tiempo de reírme de ustedes —exclamó.

—Lo siento —me disculpé entre risas.

Él esbozó una pequeña sonrisa al ver que nos subía el ánimo. Poco a poco, las risas pararon y decidimos concentrarnos en la verdadera razón por la que estábamos aquí. El viento rugía a toda su capacidad, haciéndome tener escalofríos.

—¿Dónde están Jade y Peter? —preguntó Evelyn, encogiéndose de hombros a causa del frío.

Casi al mismo tiempo, Jade alzó la mano desde el otro lado de la calle. Rápidamente cruzaron la avenida y se nos unieron. Peter se puso junto a mí y entrelazó su mano con la mía. Un nuevo escalofrío me recorrió el cuerpo, pero esta vez no fue por el viento.

—¿Y el pastel? —quiso saber Evelyn.

—En la cafetería venden rebanadas de panqué... ¿Y qué tal la clase? —preguntó mi amiga.

—¿Le escribiste poemas a tu novia, Bridgerton? —preguntó Dylan divertido.

Jade y Peter tenían una expresión irritada.

—Por favor, basta de bromas —intervine antes de que la situación se saliera de control—. Vayamos a celebrar el cumpleaños de Peter.

Edwin miró fijamente al rubio.

—Estoy de acuerdo con Emily, vayamos a celebrar el cumpleaños de Peter —declaró.

—Vamos, Bridgerton —dijo Dylan, dándole una palmada en la espalda.

Se rompió la tensión y nos dirigimos a la cafetería, que estaba a unas cuantas manzanas de la escuela. Nos sentamos a una mesa con seis sillas, que tenía vista hacia la vía. Pedimos un chocolate caliente y una rebanada de pastel de fresa. Mantuvimos el silencio hasta que todos tuvimos nuestros alimentos y bebidas.

—¿Entonces estudiarás Letras Inglesas, Edwin? —preguntó la pelirroja para que se abriera un nuevo tema de conversación.

—Sí —respondió él.

—¿Qué universidades estás considerando? ¿O ya tienes alguna asegurada? —volvió a cuestionar.

—Sí, estoy esperando mi carta de aceptación de la Universidad de Cambridge, aunque también he considerado Oxford.

—¿Tú, Emily? —preguntó Peter.

—Aún no lo tengo definido, pero creo que será Oxford —contesté con una media sonrisa.

Esta era la primera vez que hablábamos del futuro. Qué extraño. No deseaba tener esta charla.

—Yo ya tomé mi decisión —nos informó Jade—. Estudiaré Mercadotecnia en la Universidad de Londres.

—¡Ay, qué horror!, tendré que soportar a la pelirroja hasta en la universidad —bromeó Evelyn.

—¿También estudiarás en la Universidad de Londres?, ¿qué estudiarás? —quiso saber la pelirroja emocionada, ignorando por completo la burla.

—Estudiaré Derecho —anunció Evelyn orgullosa de sí misma.

—¿Por qué no me sorprende? —inquirió Dylan, poniendo los ojos en blanco.

—En lugar de mofarte, deberías decirnos qué vas a estudiar.

—Tranquila, Palmer, ni siquiera estoy seguro de que lograré graduarme de aquí, así que no me estés cuestionando sobre el futuro —todos esbozamos una sonrisa triste—. No sé qué haré sin ustedes —admitió, bajando la mirada. Pude notar que lo decía en serio—, son las únicas personas que me soportan.

Sentí una punzada en el corazón. Verlo así me hizo querer abrazarlo.

—Oh, Dylan, no te pongas sentimental. Nos queda medio año, el baile y la graduación —lo alentó la pelirroja antes de que empezaran las lágrimas.

—Jade, deja que llore: Su sensibilidad aparece una vez cada mil años, así que hay que disfrutarla al máximo —replicó Peter, bromeando.

En la mesa se escucharon carcajadas, hasta él mismo Dylan se rio. Extrañaría muchísimo estos momentos de convivencia con mis amigos.


—Nunca me dijiste —le comenté a mi novio mientras caminábamos por la calle.

Hace unos minutos habíamos dejado la cafetería. Cada uno de mis amigos se había ido a su hogar, pero yo iba a ir a la casa de Peter, así lo habíamos acordado.

—¿Qué nunca te dije?

—Sabes que yo estudiaré Letras Inglesas, hablamos de ello, pero no tengo idea de qué es lo que tú quieres estudiar.

—Ciencias Biológicas, en la Escuela Imperial de Londres.

—¿Ciencias Biológicas? —pregunté fascinada.

—Sí, primero pensé en estudiar Medicina, pero me decidí por Ciencias Biológicas —respondió, dedicándome una sonrisa de lado.

Estaba feliz por saber que eso había elegido, se apreciaba a simple vista que le encantaba.

—Está bien, es perfecto en realidad —le aseguré.

No agregamos nada más hasta llegar al umbral de su hogar. Él se aclaró la garganta, me percaté de que estaba nervioso.

—Escribí algo y quiero que lo leas, está en mi habitación —confesó.

La curiosidad me invadió.

Él buscó las llaves en su abrigo y abrió la puerta. El interior de la casa estaba oscura..., ni un ruido se hizo presente. Peter prendió la luz justo después de que los dos ya estábamos adentro de la estructura. Posteriormente, él cerró la puerta. Parecía que su sala o comedor había tenido remodelaciones, ya que el olor a pintura era muy evidente.

Arriba había un enorme pasillo con tres puertas cerradas: Una a la derecha y dos a la izquierda. Él abrió el primer umbral a la izquierda. Su cama se hallaba junto a la pared, había una pizarra llena de discos, y un escritorio en el que estaba su laptop y un cuaderno con un bolígrafo encima. En la mesita del costado se hallaba una lámpara roja y una fotografía nuestra, que había sido tomada en su cumpleaños número quince. En el fondo estaba la ventana y la guitarra roja se encontraba abajo de ella, recargada sobre el muro. La última vez que vine aquí había sido hace como un mes. 

—Aquí está —señaló, dándome el cuaderno que se hallaba encima del escritorio—, se encuentra en la primera hoja.

Abrí la libreta con entusiasmo para leer en silencio sus palabras anotadas con hermosa caligrafía.


Cada día era igual: Me levantaba para ir al colegio de mala gana, desayunaba, veía a mis amigos de siempre con las bromas de siempre, entraba a las clases, jugaba fútbol, volvía de la escuela a hacer los deberes y así se repetía. Por supuesto que en ese momento no me daba cuenta de lo monótona que era mi vida..., hasta que sucedió lo inesperado: Me enamoré..., me enamoré de ti.

Cuando te conocí, tus ojos me llevaron hacia un nuevo cosmos. Tus mejillas rosadas mostraban al fuego dentro de ti. Tus labios eran pequeños y rojos, tuve por seguro que besarlos sería la gloria. Al ver tu sonrisa esbozada supe que tú iluminabas al mundo..., tú iluminabas mi mundo.

La rutina fue cambiando. Ahora me levantaba con ganas de ir a la escuela para verte. Nuevas personas se convirtieron en mis mejores amigas, y estoy seguro de que tu presencia influyó en algo. Las idas a casa fueron más entretenidas por contemplarte caminar en la acera, con la alegría de que a la siguiente mañana te volvería a ver. Estaba perdidamente enamorado.

Cada día junto a ti es diferente. Abrazarte es sentir electricidad por todo el cuerpo, y besarte es como si ya estuviera en el paraíso mismo.

Cuando te fuiste, sentí que me habían quitado una parte de mí. Me arrebataron lo mejor que me había pasado, pero agradezco que hayas vuelto para darle algún significado a todo el sinsentido.

Te doy mi corazón, aunque sé que tal vez con el tuyo te basta. Te doy mi protección, aunque sé que tal vez nunca la necesites. Te doy mi amor..., hasta que la vida nos separe.


Cerré el cuaderno y lo coloqué sobre la mesa. No tenía palabras, se me habían empañado los ojos y sentía un asfixiante ardor dentro de mi pecho; de inmediato supe que se trataba de mi amor por él.

—¿Y bien? —preguntó, después dio un suspiro—, ¿te gustó?

¿Estaba bromeando? La palabra gustar se quedaba corta comparada con el sentimiento que flameaba en mi ser con tanto fulgor.

No le respondí, sino que toqué su mejilla delicadamente, con mi dedo índice, hasta avanzar a sus labios. Él me sonrió inocentemente. Con mi yema, repasé el contorno de su boca y una sonrisa apareció en mi rostro. Quité mi dedo índice para besarlo. Fue un beso largo y lleno de emociones muy fuertes.

Después de separar nuestros labios, él puso un disco en el estéreo y un piano comenzó a sonar en medio de todo el silencio. Me ofreció su mano.

—¿Quieres bailar?

—Sí —contesté con una sonrisa de oreja a oreja.

Peter tomó mi cadera con su mano derecha, y yo su hombro, con la izquierda. Nuestras otras palmas se entrelazaron y comenzamos a movernos con la tonada: lento y suave.

Mientras dábamos vueltas, experimentaba una inmensa paz. Realmente me sentía en mi hogar.

No sé cuánto duró la melodía, pero en los últimos segundos ya estábamos abrazados.

—Tú y yo seguiremos juntos, ¿verdad?, aunque la universidad y la distancia nos separen —le pregunté cuando el hecho de perderlo de nuevo me abrumó demasiado.

—Claro que sí —respondió, luego me besó dulcemente la mejilla.

Todo el peso muerto, que había estado acumulando desde la conversación con nuestros amigos sobre el futuro, se evaporó enseguida.


Unas semanas más tarde llegaron las vacaciones de diciembre. Ni yo ni mi novio salimos de la ciudad, así que dedicamos nuestro tiempo libre a estar juntos. Veíamos alguna película, o yo le enseñaba a tocar el piano, o él me enseñaba a tocar la guitarra. También bailábamos la misma melodía una y otra vez, nunca me cansaba.

Cuando estaba con Peter, ya no existía el tiempo ni nadie más. Sólo éramos él y yo. Aunque pasáramos todos los días juntos, jamás era suficiente.

Por otra parte, no vimos a nuestros amigos porque todos se habían ido de vacaciones a ver a sus parientes.

Cabe mencionar que en mi familia se presentó algo bueno. En Navidad y Año Nuevo, mis abuelos de Italia, y mi abuela y tía de Francia, vinieron a mi casa para celebrar. Jack y yo habíamos tenido algunas discusiones sobre el tiempo que pasaba con mi novio, pero no era tanto a mi parecer.

Una tarde de esta temporada, Peter y yo nos hallábamos acostados —en los brazos del otro— sobre mi cama. Habíamos ido a tomar un café y ahora estábamos de regreso, acurrucados en mi lecho para evitar al cruel frío. 

... Ahí fue cuando comencé a pensar que la vida no era para cualquiera, tal vez yo nunca había pertenecido aquí —terminé de leer—. ¿Qué te pareció? —le pregunté, poniendo el texto que había impreso encima de la mesita de noche. 

Él guardó silencio por un momento.

—Guau —comenzó—, es muy profundo..., oscuro. Mucho dolor..., sin duda será una historia grandiosa.

Me emocioné al escuchar que le había gustado.

—¿En serio lo crees? Aún no sé cómo será la trama exactamente, pero pienso empezar a escribir con la idea que tengo y lo demás irá surgiendo solo —expliqué.

—De seguro así será —se acercó más a mí para abrazarme más fuerte—. Estoy muy orgulloso de ti —su mirada me pareció sumamente tierna—, eres una genia con las palabras.

—Gracias —le sonreí.

—No cualquiera tiene ese don, Emily. Hacer que las personas sientan, usando tu imaginación, es algo realmente sensacional.

Me volteé hacia él con un gesto pícaro.

—Tú también eres bastante bohemio con las palabras.

Peter vio al techo con una sonrisa de negación.

—Sí, pero no tengo tan buena imaginación como tú. Además —agregó, observándome otra vez—, yo no podría escribir el sufrimiento de alguien con mucho gozo. A esa chica le vas a quitar los años más esenciales de la adolescencia —concluyó, refiriéndose a la protagonista de mi libro.

—Lo sé. Aunque, probablemente, si ella existiera y escribiera mi historia, también disfrutaría hacerme sufrir —admití—. Pero bueno, la verdad creo que esta edad está demasiado sobrevalorada —agregué, volteando hacia arriba.

—¿En serio?

—Sí —sentencié sin mirarlo—, todo el mundo alaba a la secundaria como si fuera lo mejor, pero lo cierto es que cada etapa debe tener lo suyo: bueno y malo.

—Puede ser... Tal vez la gente adulta recuerda estos años como los mejores porque no tienes muchas responsabilidades, hay esperanza por delante y también experimentas muchas cosas por primera vez.

Al escucharlo pronunciar la última oración, me puse nerviosa. No sabía si cuestionarle lo siguiente, le había estado dando vueltas por meses, pero tenía un poco de vergüenza. Sin embargo, dejé a la cobardía de lado.

—¿Te puedo preguntar algo? —empecé, girando para observarlo.

—Claro —nuestros ojos se cruzaron.

—¿Has pensado...?

No pude seguir. Sentí que en cada rincón de mi cuerpo se extendía un hormigueo.

—¿He pensado...? —dijo, frunciendo el ceño.

Me incorporé rápidamente de la cama porque no quería que me viera ruborizada.

—¿Qué pasa, Emily? —quiso saber, sentándose en el lecho al igual que yo.

Tenía la carne de gallina, pero ya qué, en serio lo deseaba... Tragué saliva para continuar.

—¿Te acuerdas del primer día, cuando regresé, que nos besamos en el sillón hasta que mi padre llamó?

—Sí.

—¿Recuerdas que nos besamos un viernes después de clases en tu cama hasta que tu hermano llegó a la casa, así que no pudimos seguir?

—Sí.

—¿Y te acuerdas que hicimos lo mismo aquí, en mi cama, hace unas tres semanas, pero no continuamos porque Lorraine llegó?

—Sí.

—Dime, ¿con todo esto, no has pensado...?

No sé por qué no pude concluir, supongo que no quise sentir cómo los pómulos se me incendiaban.

—¿No he pensado en sexo? —concluyó por mí.

—Así es —respondí, asegurándole que ese era el tema del que quería charlar.

—Sí, sí lo he pensado. ¿Y tú?

Me alivió muchísimo que fuera de esa manera, se sintió muy bien saberlo.

—También.

Hubo un silencio, un largo silencio.

—¿Y te gustaría planearlo? —aportó él primero.

—Bueno, no me agrada mucho la idea de planear una fecha y la ocasión y demás, siento que sería muy forzado. Pero deberíamos estar listos, con esto me refiero a conseguir preservativos, para que, cuando los dos lo deseemos, podamos hacerlo. ¿Qué opinas?

Me agradó bastante que se mostrara tranquilo ante la situación.

—Es buena idea, estoy de acuerdo.

Y de esta forma lo pactamos. Claro que las vacaciones estaban por terminar, así que nunca se presentó la ocasión adecuada para estar solos, por lo tanto, jamás ocurrió.

El último día del descanso decembrino me encontraba en el piano, tocando la melodía que Peter y yo solíamos bailar, cuando sonó mi celular. Sonreí al ver el número telefónico.

—Hola —saludé.

—Hola, ¿qué haces? —preguntó mi novio con su ceremoniosa voz.

—Tocaba el piano.

—¿La melodía?

—Sí, es mágica —contesté.

—Te comprendo, yo lo he estado intentando con la guitarra.

—¿Funcionó?

—Algo así, sólo que suena más ruidosa y pierde el toque delicado.

—Me imagino.

—Te hablaba para preguntarte si no quieres hacer algo esta tarde. Mañana otra vez inician las clases, así que pensé que podríamos ir por un café.

—Sí, me encantaría.

—¿Paso por ti en dos horas?

—Claro.

—Nos vemos.

—Nos vemos —terminé y colgué.

Volverlo a ver me producía mucha emoción, estaba atontada.

Seguí tocando el instrumento un rato más mientras oía el movimiento de mi casa. Jack se fue a su oficina. Lorraine trajo su laptop al comedor para trabajar. Jennifer se sentó a leer en la sala y, por cierto, le gustó que tocara el piano; mencionó que le daba ambiente al lugar. Y Jane se subió a su cuarto.

Mis dedos estaban cansados, por lo que decidí ir a mi habitación a leer un poco, no obstante, me quedé dormida.


Desperté exaltada al pensar que se me había hecho tarde. Miré hacia el reloj, ya eran las siete de la noche. Se supone que Peter vendría a las cuatro, así que me preocupé. Tal vez él se había ido porque mis hermanas le dijeron que me encontraba dormida. Si eso sucedió, tendría que marcarle para pedirle disculpas. Miré mi celular, no había ninguna llamada o mensaje de texto. Decidí bajar para saber qué había ocurrido.

Coloqué mis pies en la madera del suelo y se me congelaron, entonces rápidamente me puse las botas. Llegué a la sala. Jennifer ya no estaba ahí, pero Lorraine sí.

—¿Lorraine?

—¿Qué ocurre? —respondió sin despegar los ojos de la computadora.

—¿Vino Peter a buscarme?

—No, Emily, nadie ha venido.

Fruncí el ceño, ¿qué había sucedido?

—¿Estás segura? —insistí.

—Sí.

Inmediatamente me subí a mi recámara para contactarlo. ¿Qué tal si le había pasado algo durante el camino? De tan solo pensarlo, una oleada de pesadumbre me invadió; sentí un nudo en el estómago. Le mandé un mensaje de texto y esperé media hora a que me contestara, mientras caminaba de ida y de regreso en mi habitación para controlar el nerviosismo. No respondió. Lo llamé dos veces seguidas, tampoco contestó. Me comuniqué con mis amigos, que hace unos días habían llegado a la ciudad. Ellos trataron de llamarlo, sin embargo, jamás atendió.

Con mi cuerpo temblando, fui al cuarto de mi hermana. Cuando entré se estaba pintando las uñas de los pies.

—Jennifer, por favor, llámale a Harry y pregúntale si su hermano está bien —le pedí agobiada.

Notó lo afligida que me encontraba, así que, sin pensarlo, tomó su celular y marcó el número. Estaba tan desesperada, que ni siquiera escuché la conversación entre Harry y mi hermana. Cuando me di cuenta, ella ya había colgado.

—¿Y bien? —cuestioné alarmada.

—Me dijo que su hermano había salido sólo una vez el día de hoy y regresó como una hora después, lo notó preocupado. Peter se encerró en su habitación y no ha salido desde entonces.

Un escalofrío recorrió toda mi médula, tragué saliva: Tenía un mal presentimiento. 

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