CAPÍTULO 22: PRONÓSTICO

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Mi mirada quedó fija en el pasillo. Oía los gritos, así que intenté pestañear para reaccionar, pero no lo conseguí. Mi cuerpo seguía inerte en el suelo y mi corazón temblaba dentro de mi pecho.

—¡Emily, estás aquí! —escuché la voz aliviada de Edwin detrás de mí— ¡Profesora, Emily está aquí! —exclamó.

Vi de soslayo que Peter y Jones se acercaban a mí, casi corriendo. Me levanté hipnotizada por el camino que la chica había utilizado para marcharse. Mis latidos iban a mil por hora y traté de controlar mi respiración.

Mi novio llegó junto a mí en medio de todo el ruido, que estaba comenzando a controlarse.

—¿Estás bien? —preguntó preocupado.

—¿Señorita Anderson, se encuentra bien? ¡Por favor, conteste! —me rogó la profesora.

Tenía la mirada todavía puesta en el corredor. El rostro de la chica no podía irse de mi mente.

—S-sí —me obligué a decir.

Mi boca tiritó al pronunciar la respuesta. Definitivamente, esa joven había causado que pusiera en completa duda mi estado mental.

—Salgamos de aquí, jóvenes; es un escándalo total —dijo la maestra.

Vi de reojo que Peter y Edwin se encaminaban hacia el umbral, junto con Jones, pero yo no podía moverme. El miedo me tenía paralizada.

—¡Señorita Anderson, deprisa! —pidió la maestra.

—No puede, profesora —comentó Edwin.

Era increíble cómo analizaba tan rápido a las personas para sacar conclusiones, que casi siempre se encontraban en lo cierto.

—Bien —empezó Jones, tratando de mantenerse firme ante la situación—. Señor Bennet y señor Bridgerton, por favor, ayuden a su compañera a llegar al autobús.

En menos de lo previsto, Peter colocó su mano en mi hombro, haciéndome sentir descargas eléctricas. A pesar de tanto tiempo, el roce de su piel con la mía seguía ruborizándome. Entonces desperté. Pestañeé innumerables veces y volteé a verlo a los ojos.

—Ya estoy bien —ratifiqué.

Me esbozó una sonrisa y asintió. Luego miré a Edwin y él también asintió para informarme que había entendido. Nos apresuramos a salir del sanatorio.

Intenté controlar mi cuerpo para que no me temblaran más las piernas, pero no: El miedo continuaba consumiéndome.

Se retiró la profesora, después Edwin y luego Peter.

Le di un último vistazo a la escena y la chica enferma se apoderó de mi cabeza como un fantasma. De la nada, una fuerza titánica me quemó el pecho para asegurarse de que pudiera regresar a la realidad y salir a la estruendosa lluvia; y les puedo garantizar que, si no hubiera sido por aquel espíritu lleno de fuego, me habría quedado en ese hospital a enfrentar mi destino.


Ingresé a la cafetería con intenciones de localizar dónde estaban sentados mis amigos y mi novio. Esbocé una sonrisa al percatarme de que se trataba del lugar de siempre. No había llegado a las tres primeras clases porque me había quedado completamente dormida, aunque eso se podría esperar de alguien que no había ido a la escuela en dos semanas...

Así es, después de la visita al hospital psiquiátrico, me había enfermado de un terrible resfriado. Tuve fiebre, cuerpo cortado y no había podido dormir a causa de la chica. Siempre se aparecía en mis sueños, convirtiéndolos en terribles pesadillas que me provocaban escalofríos, sudor, insomnio y, sobre todo, temerle en exceso a mi mente. Hubo días en los que me obligué a no dormir para no encontrarla. Lo más espeluznante era que siempre se trataba del mismo sueño, pero no como el de mi tía y mi abuela, este fue mucho peor:

Caminaba en el bosque durante horas cuando aparecía una niña, como de aproximadamente once años. Ella tenía el cabello castaño y corto, más o menos a la altura del lóbulo de la oreja. Su nariz era pequeña y sus ojos parecían avellanas. Nunca podía tocarla en sí, sólo había contacto entre nuestras palmas. La chiquilla alzaba su mano y yo podía entrelazarla con la mía. Además, ella sonreía de una manera absolutamente adorable. Sentía una rara conexión con la pequeña... Luego, yo cerraba los ojos y aparecía... ella... yo. La chica me hacía daño, lanzándose sobre mí; yo intentaba defenderme, sin embargo, después las dos colapsábamos y nos convertíamos en una. 

Suspiré. Tal vez me estaba volviendo loca. ¿Es normal que a una adolescente le pasen estas cosas?, pensé esa vez, Creo que no

A nadie le había contado lo que vi en el hospital aquel día, ya que no quería preocuparlos. Era tonto alarmar a alguien por una maldita alucinación de una joven con las hormonas alborotadas, por lo que decidí que este sería un secreto que me llevaría a la tumba.

Tuve que relajarme mientras me dirigía hacia el sitio de siempre con mis amigos, no deseaba levantar sospechas.

—Y aquí está —anunció Dylan cuando llegué—. Anderson, te extrañamos.

Peter me hizo un espacio para que me sentara junto a él, y yo lo tomé.

—Sí... Estoy mucho mejor —hablé, tratando de que mi voz sonara calmada.

—¿Y qué?, ¿tus chiflados te dieron tu merecido? Ya no piensas lo mismo de ese hospital psiquiátrico, ¿cierto? —preguntó Dylan a modo de acusación y enarcando una ceja.

—Cierra la boca —contestaron los demás.

—La enfermedad de Emily no tiene nada qué ver con que hayamos ido al sanatorio —opinó la pelirroja.

—Jade está en lo correcto, que me enfermara no tuvo nada qué ver con ese hospital —mentí—. Pero también te doy la razón a ti, ya no pienso lo mismo de los manicomios.

Un escalofrío me recorrió toda la espalda y mis piernas empezaron a sacudirse. Intenté desesperadamente controlarme.

—En cualquier caso, creo que a todos nos afectó ir a ese lugar —agregó Edwin—. Sobre todo a Peter, Emily y a mí. Ustedes no lo vieron, pero el pánico colectivo estuvo brutal.

Los gritos volvieron a mi mente, provocando que mi cuerpo se pusiera alerta.

—Estoy de acuerdo con Edwin —apuntó Peter.

Agaché la mirada inmediatamente, el miedo chillaba dentro de mí. Quería gritar. Quería ver a un médico para que me dijera qué estaba sucediendo conmigo; sin embargo, borré esa opción, nadie podía saber sobre lo que soñé o lo que vi en el hospital aquella vez, ¡nunca podrían enterarse de ello! ¡¿Por qué estaba teniendo estas horripilantes visiones de mí como una loca esquizofrénica?!, le exigí a mis adentros una respuesta, pero la voz se quedó callada.  

Como te ves, me vi. Como me ves, te verás, las palabras de la chica inundaron mi cabeza. Un estremecimiento me recorrió todo el cuerpo. Tenía que tranquilizarme. Trataría de no perder la cordura en lo que duraba el descanso. 

—¿Emily, estás bien? —preguntó Peter angustiado.

Los cinco tenían sus ojos puestos en mí, llenos de desasosiego.

—Sí —me forcé a responder.

—No, no es cierto —contradijo Edwin, mirándome detenidamente—. Desde que saliste de ese hospital, no estás bien —el alma se me cayó a los pies. Tenía que esforzarme para disimular lo mejor posible. No me rendiría tan fácilmente—. ¿Emily, qué fue lo que viste ese día?

Sabía que ellos estaban preocupados por mí, pero no tenían que estarlo: Yo estaría bien, todos lo estaríamos. Tenía que mentir para darle vuelta a la página y jamás volver a hablar del tema. Ella debía desaparecer de mis pensamientos y yo no cedería hasta lograrlo.

—Nada que tú y Peter no hayan visto, sólo que ver la escena de los pacientes gritando me afectó un poco más que a ustedes. No se angustien, estaré bien.

Dejamos la discusión a un lado y nos dirigimos a nuestra siguiente asignatura.

En fin, al concluir el día, me había convencido de que mi alucinación había sido producida por mi desbalance hormonal adolescente y mi consternación por los pacientes aullando sin control. Claro que me encontraba en un error. La verdad es que una letal y lenta enfermedad se estaba desarrollando en mi cerebro, y yo había decidido ignorar todas las señales... Sin embargo, debo decir que, desde esa tarde, la chica no apareció más en mis sueños ni volví a tener un pensamiento sobre la situación. Creí haber resuelto el misterio de la esquizofrénica, pero me equivocaba. Ese enigma volvería a aparecer en mi vida muchos años después... No obstante, ahora ese problema no formaba parte de mis prioridades como joven en camino a la adultez.

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