CAPÍTULO 21: UN VISTAZO AL FUTURO

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Puse un pie fuera del autobús. El suelo estaba un poco resbaloso, así que inmediatamente me ordené tener cuidado. Luego bajé el otro pie. Observé rápidamente el cielo nublado, después me quité de la entrada del transporte para que el resto de mis compañeros pudiera descender. No tardó en salir la profesora Jones, que tenía el rostro con la más grande sonrisa que había visto..., luego rodó los ojos cuando oyó a Dylan y Evelyn discutir.

—Dylan, deja de empujarme —escuché a Evelyn.

—No me pises, Palmer —dijo Dylan, quejándose.

Ellos fueron los últimos en bajar. Se estaban comportando como niños en pleno juego. Varios de mis compañeros, incluyéndome, lanzamos risitas ante la situación.

—¡Señor Reynolds y señorita Palmer! —Dylan y Evelyn se dejaron de empujar y voltearon serios a ver a la profesora—, por primera vez, por favor, podrían comportarse como los supuestos adolescentes maduros que son.

—¡Él empezó! —exclamó Evelyn.

Dylan le mandó una mirada asesina.

—¡Basta! Deje de poner al señor Reynolds como excusa, señorita Palmer —escrutó Jones, y Dylan sonrió victorioso—. Y usted, señor Reynolds —ella se acercó a mi amigo—: Una, tan solo una broma o comentario indebido que haga y me aseguraré de que pase todo el siguiente mes en la sala de castigo —continuó la profesora en murmullo, pero con el tono amenazante—, ¿entendido?

Dylan asintió con la cabeza, asustado.

Traté de reprimir una carcajada, la escena verdaderamente era divertida.

—Muy bien, jóvenes, aguarden aquí mientras voy a registrarnos —pidió la maestra y se dirigió a la administración del hospital.

Examiné la estructura. Era muy amplio de los costados y tenía varias ventanas con barrotes en los dos pisos. El techo era rojo y la pared estaba pintada de café. En la parte superior había un enorme reloj. El sitio me hizo sentir una repentina melancolía.

—Extremadamente terrorífico, ¿no lo crees? —dijo Peter, poniéndose junto a mí.

—No lo creo. Se ve magnífico, imponente —respondí, volteándolo a ver.

—De verdad que estás loca, ¿cómo te puede parecer magnífico? —comentó, viéndome fugazmente— Sinceramente, no sé qué haría si alguna de las personas a las que quiero terminara en este lugar.

—¿La seguirías amando?

—¿Qué? —encontró su mirada con la mía.

—¿Si alguien de tus seres queridos estuviera aquí, lo seguirías amando? —le repetí la pregunta.

Entrelazó su mano con la mía.

—Sí, por supuesto que lo haría —prometió, esbozando una pequeña sonrisa.

Antes de que hiciéramos otra cosa, la voz de Alison robó la atención de los presentes.

—¿Y bien, Johnson, en qué número de cuarto es dónde están tus familiares?

Todos se empezaron a reír a excepción de mis amigos, mi novio y yo.

—Ja ja, qué graciosa, Blake —contestó Jade con cansancio.

Las carcajadas me resultaron insoportables. En ese momento, extrañamente, me repugnaron todos por hacerme sentir que se burlaban de mí. Sus risotadas de ridículos adolescentes perforaban mis oídos. Quería gritar para que se callaran. Solté la mano de Peter y caminé entre mis compañeros, hasta estar cara a cara con Alison.

—¿Por qué siempre tienes que hacer esto? —se escuchó un silencio. Yo intentaba contener mi enojo— ¿Por qué sientes esa obsesiva necesidad de humillar a los demás? ¿Te sientes superior, Alison?

Todos lanzaron un uh. La chica se acercó a mí lo más que pudo.

—Te voy a hundir —masculló entre dientes mientras me empujaba.

—No me toques —le contesté, devolviéndole el empujón.

La ira iba a controlarme.

—Chicas, basta. Tranquilas —se interpuso Edwin entre las dos.

Jade me jaló hacia atrás y Hayley calmó a Alison.

—¡¿Qué ven, idiotas?! —le gritó Evelyn al resto del grupo.

Todos despegaron sus ojos de mí y volvieron a platicar entre ellos.

—Deberías haberlas dejado, Bridgerton —comentó Dylan—. La pelea habría sido épica.

La furia fue desapareciendo de mi cuerpo poco a poco.

—¿Soy la única persona que considera peligroso lo que acaba de suceder? —cuestionó Jade— No querrás estar en problemas —concluyó en un murmullo de voz, viéndome.

—¿Acaso le tienes miedo, pelirroja? —preguntó Evelyn, alzando una ceja.

—Ay, por favor, alguien tenía que hacerlo —expresé.

—No te preocupes, Anderson, fue divertido. Mira, hasta a tu novio le pareció gracioso, ¿verdad, Bennet? —agregó Dylan.

Peter hizo una sonrisa de lado, no muy convencido.

—Está bien, sí fue divertido —admitió unos segundos después, esbozando una amplia sonrisa.

—Ya ves —expuso Dylan, riéndose.

Los seis nos unimos a su carcajada.

—Jóvenes, todos en fila —ordenó la profesora. No me había dado cuenta de que ya había regresado. Reprimí mis risotadas. No obstante, Jones vio que Dylan seguía riéndose—. ¿Qué le parece, señor Reynolds, si me hace compañía aquí adelante?

—¿Yo? —Dylan paró la risa.

—Sí, usted —afirmó la profesora. Mi amigo puso los ojos en blanco y se fue junto a ella—. Bien, les presento al doctor Lewis; él nos dará la plática. Espero que se comporten conforme a su edad —volteó a ver seriamente a Evelyn y después a Dylan.

El grupo avanzó. No ingresamos por la puerta principal, sino que fuimos directamente a la sala de conferencias, que estaba a un costado del hospital. El sitio era muy frío. Había una pantalla enorme de proyección en el fondo y decenas de sillas negras alrededor. Éramos pocos alumnos, así que nos acomodaron en los lugares de enfrente. Me senté entre Peter y Edwin.

Rápidamente, todos guardaron silencio, excepto Dylan, que le estaba contando una anécdota divertida a Evelyn. Los dos se carcajearon, por lo que la maestra los miró agriamente; eso hizo que finalmente se callaran.

—Bueno, les doy la bienvenida al Hospital Real de Bethlem —habló el médico—, fundado en 1247; esto no sólo lo convierte en el sanatorio de psiquiatría más antiguo de Inglaterra, sino que también es el más vetusto registrado en Europa.

Jade alzó la mano.

—¿Sí? —dijo el psiquiatra, señalando a mi amiga.

—Parte de la historia de este recinto es caracterizada por la crueldad y el trato inhumano a sus pacientes; dígame, doctor Lewis, ¿el trato vil y despiadado continúa hasta nuestros días?

—No, jovencita, ya no; tratamos a los pacientes lo mejor que podemos.

—No es cierto —me susurró Edwin, entre dientes, para que yo sólo pudiera escucharlo.

Suspiré con nostalgia.

—Gracias —respondió Jade.

El médico asintió y comenzó la exposición. Nos explicó qué es y qué no es el trastorno bipolar, sus síntomas, la clasificación en el DSM-IV y el tratamiento. Fue demasiada información, pero intenté centrarme, apuntando lo más importante. 

Debo añadir que aquella presentación me puso triste, muy triste. Pobre Plath, pensé al recordar haber leído alguna vez que, después de su suicidio, la habían diagnosticado con bipolaridad. 

Al final de la plática repartieron folletos y bolígrafos.

—Las hubieran dado desde el comienzo —comentó Dylan, mirando la pluma—, no tenía con qué escribir.

Jones se paró detrás de él y se aclaró la garganta.

—Ojalá que todos hagan un reporte digno de esta exposición —solicitó.

—No se preocupe, profesora, será fabuloso —confirmó Alison, haciéndose la interesada.

Puse los ojos en blanco.

—Y usted, señor Reynolds, tan solo le pido que sí entregue el trabajo —concluyó Jones con tono suplicante.

Todos lanzamos una carcajada y a Dylan se le dibujó una media sonrisa.

—Hagan una fila, jóvenes —ordenó la maestra poco después.

Algunos estudiantes se colocaron frente a mí.

—Saldremos por la recepción del hospital —indicó el médico.

Dylan gritó con estruendo.

—¡No lo haré! —empezó a decir—, ¡jamás!

—¡Señor Reynolds! —exclamó Jones.

Mi amigo se calló al instante.

—¿Hay algún problema? —le preguntó el doctor a la profesora.

—No, ninguno. No le haga caso, es un alumno muy ruidoso —explicó ella.

El médico asintió y abrió la puerta. Jones iba a la cabeza de la fila, y yo y mis amigos éramos los últimos. El grupo avanzó.

—Deberíamos ir a la galería de arte del hospital, ¿no crees, Dylan? —agregó Jade con intención de molestar.

—Cállate, Johnson —rogó mi amigo, que estaba temblando.

Sonreí. Era increíble que Dylan le temiera tanto a los hospitales psiquiátricos.

Entramos a la recepción. Todo era desabrido y frío. Había gente sentada en la sala de espera, y al final del pasillo se podía visualizar a un montón de personas con uniforme blanco o ropa desgastada.

—Tienen que estar en orden para poder pasar a la visita —decía una voz.

Rápidamente pude asociar a personal del hospital con el color blanco y a pacientes con la ropa desgastada. Me quedé quieta, observando a los enfermos caminar justo hacia el lugar donde me encontraba. Un cierto miedo, combinado con asombro, me invadió por completo. No pude dar ni un paso más.

De repente, algo se descontroló: Un paciente comenzó a gritar a un grado preocupante, angustiando a sus compañeros que se hallaban alrededor. Los enfermeros no supieron cómo manejar la situación, porque, en poco tiempo, la mayoría de los pacientes ya estaba en un estado de pánico implacable. Todos los ajenos a la escena se asomaron para ver qué ocurría y no tardó mucho tiempo para que llegaran más integrantes del personal médico. Estaba muy nerviosa. Me mataba no saber cómo iba a terminar.

La gente empezó a obstruirme la vista, por lo que me puse de puntillas para observar más a detalle..., entonces sentí a la mano helada tomarme del brazo con rudeza. Volteé asustada. Era una chica. Tenía el cabello castaño, desaliñado. Piel totalmente pálida. Uñas largas y manos finas, que me resultaron extrañamente familiares. Sus vestiduras daban una clara señal de que era una paciente. Su melena cubría gran parte de su semblante. No obstante, segundos después, alzó su cara, lentamente, para que pudiera verle el rostro. Lo primero que noté fueron sus terribles ojeras; después miré sus ojos delirantes color azul, que eran iguales... a los míos.

Miré las facciones de frente a barbilla. Mi cuerpo se estremeció de pánico y ahogué un grito. La chica, que me sujetaba el brazo con tanta fuerza —parecía que me quería arrancar la piel—, era... yo. Pestañeé varias veces, creyendo que estaba alucinando, pero no: Era yo en carne y hueso.

—¡Suéltame! —bramé y empecé a forcejear entre todo el lío.

La lucha sólo causó que ella... que yo... me dañara la muñeca con sus... con mis... largas uñas. Después acercó, pausadamente, su cara a la mía. No moví ni un solo músculo, temía que me fuera a lastimar si intentaba escapar. Su mirada era lacrimosa. Luego, colocó su fría y pálida mano en mi mejilla con el fin de acariciarme.

Como te ves, me vi. Como me ves, te verás. Así que cuídate, Emily Anderson, o lo perderás todo —me advirtió con rencor.

Su voz no era mi voz, sino una más tétrica y escalofriante.

Terminó la oración y me soltó, haciéndome sentir que podía respirar otra vez, aunque mis piernas aún temblaban sin control. Posteriormente, la chica me empujó con mucha fuerza. Al instante, yo me senté en el suelo para presenciar sus movimientos, sin pensar ni por un segundo en el dolor que me había causado la caída. Lo último que divisé fue su sonrisa macabra, ya que después se escabulló entre el gentío y el caos, desapareciendo de mi vista. 

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