CAPÍTULO 4: ALGO DISTINTO

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Querida Doretta:

Hace unas horas llegué a Londres, ¿qué te puedo decir? Es horrible. El clima es detestable, la niebla es estorbosa y el frío es implacable. De verdad, siento que extrañaré mucho el cálido sol de Bérgamo, ya que, al parecer, aquí no tendré mucho de eso.

Pronto comenzará el nuevo año escolar y tengo mucho miedo de que tú no estés junto a mí. Te extraño, amiga. Hoy probablemente te habrías reído de mi reacción frente a él... Bueno, en fin, cuéntame de Grecia. Es tu última semana ahí, así que disfrútala mucho.

Con cariño,

Emily.


Al picar el botón de enviar, suspiré con nostalgia. Después observé la fotografía enmarcada en mi mesita de noche. Fui a sentarme a un costado de mi cama y tomé la imagen entre mis manos. La sala de mi casa en Francia estaba frente a mí: Nos encontrábamos sentados delante de la chimenea en el diciembre de 1995. Esa fue la última Navidad que pasamos juntos, como una verdadera familia. Coloqué la reliquia nuevamente en su lugar y la desesperanza me invadió. De mis ojos salieron lágrimas y me toqué las mejillas con violencia.

—Ay, madre, ¿cómo fue que llegué hasta aquí? No creo que pueda soportar más a la podredumbre dentro mi pecho, me estoy muriendo —le confesé a la noche.


—Suerte en su primer día de clases —nos dijo mi padre a Jane, Jennifer y a mí.

—Gracias —respondimos, y Jennifer cerró la puerta del vehículo.

Ayer la empresa le había dado un auto de trabajo a Jack, así que lo aprovechó para llevarnos a la escuela. Mi padre arrancó el motor y se fue. Jane ni siquiera nos vio a la cara, sólo se pasó de largo y se dirigió a la sección de la secundaria, que para mí iba a ser mi próximo infierno. Jennifer me miró por un segundo y después se fue a paso veloz. Suspiré y avancé hacia la entrada, recorrí el pasillo y vi mi horario. Mi primera clase era Literatura en el salón veintiuno.

Cuando entré al lugar estaba muy nerviosa... Entonces lo vi. El chico. Peter. Mis ojos casi se salen de sus órbitas al contemplarlo. También tuve el repentino deseo de ir con el director y rogarle que me cambiara de horario, pero me dije que estaba exagerando, podría soportarlo.

Él charlaba con otro muchacho más alto, que tenía el cabello rubio cenizo. Por fortuna, todavía no se percataba de que estaba aquí y... sonó la campana. Peter se sentó delante del pupitre que yo había escogido; me pareció increíble que, a pesar de que pasó a su banca casi rozándome el hombro, no me vio. El chico que había estado platicando con él se sentó detrás de mí. Poco después, entró al aula una profesora con ropa acampanada, lentes, y cabello negro y amarrado.

—Tomen asiento, jóvenes —pidió—. Algunos ya saben quién soy, pero para los que no: me llamo Heather Jones y soy su profesora de Literatura. Ahora, ¿alguien sabe algo sobre la obra Otelo?

Se escuchó un silencio. 

—El autor de Otelo es Shakespeare, fue escrita por el año de 1603 y esta pertenece al género de la tragedia. ¿Alguien conoce otra obra famosa de William Shakespeare que se caracterice por ser trágica? 

Después de la pregunta, inmediatamente una chica pelirroja, que estaba sentada del lado izquierdo de Peter, alzó la mano.

—Muy bien, señorita Johnson, dígame otra obra de Shakespeare.

Romeo y Julieta.

—Excelente, ¿y cuándo fue publicada esta obra, señor Bridgerton? —le cuestionó ahora a un chico de cabello negro y flacucho, que estaba sentado del lado derecho de Peter.

—Según yo, en 1597 —respondió el muchacho.

—Está en lo correcto. ¿Y alguien de aquí sabe de qué se trata la obra? —preguntó Jones.

Pensé que era tiempo de participar, por lo tanto, alcé la mano lentamente. Sin embargo, al sostenerla en el aire, me di cuenta de que mi brazo estaba temblando. La profesora me miró.

—Muy bien, según mis registros, usted es la señorita Anderson, ¿cierto?

En ese momento, casi todo el salón volteó hacia mí. Él, Peter, me vio con una expresión de asombro. Teniéndolo tan cerca, me pude dar cuenta de que sus ojos eran de un tono verde oscuro, pero también decorados con algo de café. Debo admitir que me causaron un hormigueo por todo el cuerpo y, de alguna manera, me parecieron muy bellos.

—Sí —respondí.

—¿Y sabe la respuesta?

Asentí con la cabeza.

—Entonces, dígala.

Pasé saliva, pensando dos veces lo que diría para que no ocurriera nada indeseado. Suspiré.

Romeo y Julieta se trata de dos jóvenes enamorados que, a pesar de que sus familias son rivales, deciden luchar por su amor hasta el punto de casarse en secreto. Sin embargo, después de una serie de confusiones, los dos se suicidan. 

—Excelente. Al parecer, ya leyó la obra.

Volví a asentir con la cabeza, sintiendo un repentino alivio. 

—Bien, lo primero que haremos será que les daré una copia de Romeo y Julieta, la estudiarán y después la interpretaremos de manera teatral —comentó, dirigiéndose a todo el grupo. Después hizo una pausa—. Señorita Johnson y señorita Weston, ayúdenme a repartir los libros, por favor —le pidió a la pelirroja y a una chica que tenía el cabello color miel. 

Mientras entregaban las copias, una joven castaña alzó la mano y preguntó:

—Profesora, ¿haremos audiciones para la obra?

—Por supuesto que sí, señorita Blake —contestó Jones amablemente—. Muy pronto elegiré a quiénes me ayudarán con las audiciones y así podremos... ¡¿Evelyn Palmer, qué está haciendo?! —alzó la voz y todos volteamos hacia una chica con cabello rubio apagado.

—Nada, yo sólo le estoy poniendo atención a usted —dijo la muchacha.

—O tal vez estaba platicando con Dylan Reynolds —señaló la profesora, dirigiéndose a Evelyn y al chico con el que Peter había estado hablando antes.

—Me está molestando —respondió la chica, señalando a Dylan.

—¡Claro que no! —renegó el muchacho.

Evelyn estaba a punto de levantarse de su lugar cuando Jones sentenció: 

—¡Basta!, ¡no me importa lo que haya pasado! ¡Ahora ustedes me ayudarán con las audiciones de Romeo y Julieta

—¡¿Qué?! —se quejó la joven.

—¡No! —dijo Dylan.

—¡Sí que lo harán! —espetó la profesora, alzando el dedo índice. Luego se dirigió al chico— Y usted, señor Reynolds, más le vale comportarse. No querrá tener los mismos problemas del año pasado, ¿verdad?

Evelyn se tapó la boca para que no resonaran sus risitas.

—No, profesora, trataré de comportarme —respondió él con monotonía.

Las carcajadas de la muchacha se hicieron más notables.

—Muy bien, como les decía...

—¡¿Te parece divertido, Palmer?! —exclamó Dylan.

—Sí, de hecho sí —le contestó Evelyn entre risas.

—¡Eres insoportable!, ya sé por qué tu único amigo es Bridgerton.

La rubia mostró intenciones de ponerse en pie otra vez, pero Jones intervino.

—¡Silencio! ¡No pueden discutir durante mi clase!, ¿queda claro?

Los dos se acomodaron en sus bancas.

—Como les decía antes de ser interrumpidos, deberán... —el resto de la clase me pareció aburrida, así que realmente no puse mucha atención. 

Al final sonó la campana, tomé la copia de Romeo y Julieta —que habían dejado sobre mi pupitre—, la guardé en mi mochila y salí del salón antes de que Peter tan siquiera me mirara. No estaba dispuesta a cruzar ni una palabra con él. No, para nada. Si ayer su sola presencia me hizo sentir extraña, ¿qué me pasaría si charlábamos? Algo malo, eso es seguro. 

Vi mi horario. Era turno de la clase de Historia, en la cual el profesor empezó a hablar sobre la Antigua Roma. Luego fue Biología, ahí la profesora sólo mencionó por qué la genética era una maravilla. Después fue el descanso.

Cuando entré al comedor, todo el mundo estaba formado para tomar el almuerzo, así que fui a la fila. Ni siquiera me di cuenta de lo que me sirvieron, ya que sólo me dedicaba a observar a la gente. No traté de buscar a Jennifer ni a Jane porque ellas salían al descanso en otra hora, además, tampoco las había visto desde la mañana.

Examiné qué mesas se encontraban desocupadas y cuáles eran las más alejadas del lugar donde estaba comiendo Peter. Él se hallaba sentado con Dylan y la chica pelirroja. Por el otro lado, se encontraban Evelyn y un chico de cabello negro que, si lo que había dicho Dylan era cierto, debía ser Bridgerton. Me senté un lugar adelante de ellos.

Después de acomodarme, vi que la chica que preguntó lo de las audiciones y la muchacha rubia, que ayudó a repartir los libros, se acercaban a mí. Estaban acompañadas por dos chicos más, uno más alto que el otro. El alto tenía el cabello negro y el más bajo lo tenía grisáceo. Cuando llegaron, la castaña —que más tarde me enteraría de que su nombre era Alison— espetó:

—Quítate, nosotros vamos aquí.

Pero no me moví, supongo porque me molesté que no lo pidiera con gentileza. Qué tonto fue tener la esperanza de que esta chica algún día me diría las cosas con amabilidad.

—Ya ves, Dayron, primero sabotea la clase de Literatura y ahora no se quita de nuestro lugar —se quejó la castaña con el muchacho del cabello negro.

—¿Estás sorda? ¡Quítate de aquí! —exclamó el niño con agresividad.

—Si quieren el lugar, pídanlo correctamente. No les cuesta nada tener algo de cortesía de vez en cuando —expresé con firmeza.

Los cuatro se rieron en mi cara, irritándome.

—Nosotros no somos gentiles, niña. Tomamos lo que queremos y punto —sentenció Alison cuando se inclinó hacia mí.

Sus ojos venenosos penetraban los míos.

—Pues se han de sentir muy mal ahora que les he negado lo que quieren —comenté con una sonrisa burlona.

La castaña casi se lanza sobre mí, bufando:

—¡¿Quieres que te obligue?!

De inmediato me levanté con intenciones de huir, lo que menos quería era tener problemas el primer día de clases.

—Tranquila, me largo —le dije a Alison, dedicándole otra sonrisa para molestarla aún más.

Fue una mala idea porque me puso el pie, causando que me cayera de frente. Por suerte, puse las manos para no golpearme la cara. Luego escuché sus estúpidas risas. Me levanté, sintiendo toda la vergüenza del mundo, y tomé mi charola de la mesa para alejarme de ahí. Guau, ni cinco horas llevaba en este instituto y ya odiaba a cuatro personas, era todo un récord. 


La siguiente clase fue Matemáticas. Peter no estaba conmigo en este período, pero la pelirroja, Evelyn, Bridgerton, Dylan, Alison y Dayron sí. El profesor, después de presentarse, anunció:

—He asignado parejas para resolver las ecuaciones. Dayron con Alison. Evelyn con Dylan. Emily con Diana. Edwin con Jade.

Por fin me había enterado de que la chica pelirroja se llamaba Jade y que el nombre de Bridgerton era Edwin. Por el otro lado, mi pareja —Diana— y yo no hablamos de nada que no estuviera relacionado con los problemas, al final los acabamos rápidamente. Me agradó no platicar con ella porque detestaba eso de la integración.

Al final de la clase noté que entre Edwin y Jade había surgido algo, ya que conversaban felizmente en el corredor como nuevos amigos. De Dylan y Evelyn no supe nada porque la profesora de Literatura los llamó en medio de la sesión, creo que para conversar sobre su comportamiento. Por otra parte, toda la clase de Matemáticas, y también en otras materias, Alison; Dayron; el otro chico, que era Christopher; y la rubia, la cual su nombre era Hayley, me estuvieron molestando por cualquier tontería. Al principio se me hizo infantil, pero después sí llegaron a hartarme. 

Cuando creí que finalmente el día había terminado, observé a los niños arribar al autobús y me dieron ganas de llorar. No quería subir al Infierno sin mis hermanas, que no se irían en el camión por tener práctica de ballet y violín. Se me habían acabado las opciones, no podía irme caminando porque había estado nublado todo el día y probablemente llovería. Por lo tanto, me dirigí al autobús con los labios fruncidos. 

Cuando entré, vi a Edwin y a Jade en la hilera de la derecha; justo como había pensado: Eran nuevos amigos. Evelyn y Dylan también estaban juntos, pero no porque querían, sino porque la profesora les había dejado trabajo para las audiciones y tenían que planearlo; lo sé porque los escuché hablar de ese asunto.

Finalmente, Peter se hallaba sentado detrás de ellos. Estaba solo, escuchando música con sus auriculares. Al pasar, me observó con una expresión dulce; inmediatamente aparté la mirada. No podía, aún no... Nunca. Me senté dos filas atrás del chico, en la hilera de la izquierda. Cuando tomé mi lugar, él se quitó los audífonos y me miró por un segundo, después volteó otra vez hacia el frente.

Esperaba estar tranquila durante el trayecto, sin embargo, mi cabeza retumbó cuando el balón de fútbol me pegó en la nuca. Alison, Hayley, Christopher y Dayron se rieron. Estuve a punto de voltearme para decirles hasta de qué se iban a morir, pero no pude hacerlo porque mis ojos se cristalizaron y la garganta se me cerró. La primera lágrima cayó por mi mejilla, quemándome el rostro. Traté de controlarme, conteniendo mi respiración lo más que pude. Era una bomba de tiempo que se había hecho vieja por ochos años y ahora no podía más, iba a explotar con una furia letal. Cerré los ojos con fuerza. El grito estaba a punto de destruirlo todo...

—¡Dayron, ya déjala en paz! —exclamó Peter, regresándome al presente.

Mis ojos se atontaron al ver que se había puesto en pie.

—¡Tú cállate!, ¡esto no te importa! —espetó el bravucón más furioso que antes.

—Oh, Dios, hoy has demostrado ser más imbécil de lo que pensaba.

Todo el autobús se rio ante el comentario de Peter, pero yo no pude porque sabía qué venía a continuación: un golpe. Abrí mucho los ojos cuando llegó, tomando una bocanada de aire. Mis oídos se apagaron al notar cómo el chico de los ojos verdes se tocaba el labio que había recibido al puño de Dayron. Fue entonces que vi la botella de agua que sostenía el muchacho sentado delante de mí. La tomé sin problemas porque su dueño estaba fascinado por lo que ocurría a sus espaldas. Luego la abrí, y las voces de mi cabeza no me cuestionaron por el silencio rotundo y temporal de mi ser. Entonces empapé al golpeador con el líquido. Cuando Dayron cerró los ojos, frunciendo el ceño por la impresión, mis oídos volvieron a conectarse, escuchando los abucheos y las risas.

—¡¿Qué está pasando aquí?! —exclamó Jones, interrumpiendo mi sonrisa.

Nunca supe en qué momento subió al autobús.

—¡Profesora, Emily le lanzó agua a Dayron! ¡Mírelo, está empapado! —me acusó Alison mientras el muchacho terminaba de procesar el frío que sentía.

No me dio tiempo de pensar lo injusto que era su señalamiento porque me concentré en cómo Jones se preparaba para sentenciarme; sin embargo, Peter fue más rápido.

—No es cierto, profesora, fui yo —intervino, apartando los dedos de su dolorida boca.

—No —refuté, ignorando lo evidente—, fui yo.

El chico me observó con dureza.

—No, fui yo —espetó nuevamente.

La rabia me cerró la garganta.

—¡Basta! —volteamos hacia Jones, ella nos analizó con detenimiento y entonces lo supo: Ninguno de los dos iba a permitir que uno se arriesgara por el otro; jamás sabría quién había sido la verdadera culpable— Señor Bennet y señorita Anderson, no podrán usar el autobús por su mal comportamiento: uno lanzó el agua y el otro está mintiendo, por lo tanto, ambos están castigados; esperemos que mañana ya no causen más conflictos —sentenció la profesora.

Sin decir nada, agarramos nuestras mochilas y bajamos del camión. No me moví hasta ver cómo el transporte desaparecía en la calle, intentando calmarme para no gritarle a Peter. Sin embargo, no pude más y giré hacia el muchacho, mirándolo con desaprobación; él me dirigió la misma expresión. Después simplemente nos dimos la espalda para marcharnos en distintas direcciones. 


La siguiente mañana, Peter no se interesó siquiera en mirarme, así que yo traté de hacer lo mismo; aunque debo admitir que me costó trabajo. El que sí me observaba era Dayron, haciéndome sentir incertidumbre; por lo tanto, siempre evitaba encontrármelo de frente.

Al finalizar las clases, aunque no seguía castigada por lo de ayer, decidí caminar en lugar de tomar el autobús: Así era mucho mejor. Mientras andaba, mi vista se concentraba en el cielo gris, ya que, de alguna manera, me parecía bello.

—Hola —el saludo me sacó de la fantasía, golpeando mi equilibrio.

El nerviosismo me empapó mientras mis oídos vibraban por la serena voz de Peter. Cuando sus ojos me miraron, alcanzándome, el pánico me invadió.

—Hola —musité, intentando sonar normal.

Nunca dejamos de caminar, supongo que para tranquilizar a la ansiedad.

—¿Por qué no te fuiste en el autobús?, el castigo sólo era por ayer.

Quería huir porque odiaba lo que estaba sintiendo, pero me hallaba atrapada en su voz.

—Descubrí que prefiero ir a pie —contesté, desviando la mirada porque no pude más. Sin embargo, después el enojo regresó a mí, reemplazando a los sentimientos agradables—. ¿Por qué lo hiciste?, ayer no tenías que mentir...

—Sí, sí debía —me interrumpió—. Te iban a castigar por algo totalmente injusto —expresó, viéndome atentamente; pero yo lo ignoré con descaro. Peter suspiró—. Bueno, empecemos por algo más sencillo, ¿te parece? Me dijeron que acabas de llegar de Italia...

—No necesito que me defiendas, puedo hacerlo yo sola —me quejé, cerrándole las puertas a la oportunidad de tener una conversación decente con él.

—Lo siento —se disculpó malhumorado, apartando la vista.

Cuando sus ojos se alejaron, pude respirar nuevamente. Entonces se me aclararon las ideas. Trataría de rescatar lo que quedaba.

—Sí —comencé, intentando sonar amable y rogando que esto saliera bien—, vengo de Italia. ¿Tú eres de aquí?

Cuando sus ojos regresaron a mí, no pude evitar sonreír. Él me devolvió el gesto con dulzura.

—No, yo soy de Estados Unidos. Me mudé a Inglaterra hace tres años.

Sólo dejé que las palabras fluyeran.

—Mi abuelo también es de allá. ¿Dónde naciste? —quise saber.

—En Carolina del Sur. ¿De dónde es tu abuelo?

—De Chicago.

—Ah, linda ciudad. ¿Tú naciste en Italia?

—No, yo soy de Francia.

—¡Francia! —se oyó sorprendido— ¿De qué parte de Francia?

—Burdeos.

—Entonces sabes hablar italiano, francés e inglés, ¿no?

—Sí, así es.

—¡Genial! ¿Y extrañas a tus amigos de Italia?

—Sí, mucho...

No quería que continuara con aquel tema, por lo que desvié la charla.

—Tu amigo es Dylan, ¿verdad?

—Sí, y también Jade. Ellos dicen que son amigos desde los cuatro años; y, bueno, cuando llegué a Londres, fueron los primeros en hablarme: así nos hicimos amigos.

—Qué bien. Bueno, llegamos —me apresuré a decir.

Por un segundo, vio hacia mi nuevo hogar.

—Al parecer vives en una calle que no es muy transitada —comentó, mirando hacia los lados.

—Sí. Bueno, nos vemos mañana.

—Hasta mañana. 

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