CAPÍTULO 3: UNA MIRADA LO CAMBIA TODO

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Había llegado el día de abandonar la ciudad. Nuestro vuelo salía en cuatro horas y estábamos subiendo las maletas al auto que nos llevaría al aeropuerto. Doretta me había deseado un buen viaje en un simple mensaje de texto, y yo prometí que le escribiría un correo electrónico al llegar a Londres. Por otro lado, mis hermanas ya se habían despedido de mis abuelos, faltaba yo.

—Adiós, abuelita, gracias por todo —le dije dulcemente y nos abrazamos muy fuerte.

Su aroma a miel invadió mis fosas nasales y traté lo más que pude de memorizar esa fragancia tan grata.

—Cuídate, Emily —me respondió mientras me acariciaba las mejillas.

—Tú también. Te quiero.

Después le di otro abrazo. Al terminar, me volteé hacia William.

—Adiós, abuelo —me despedí y lo abracé.

Luego él me besó la frente y me sonrió con ternura.

—Que te vaya bien —comentó, y yo le esbocé una gran sonrisa.

Posteriormente, me subí al vehículo. En serio extrañaría mucho vivir con mis abuelos. Eran muy divertidos, serviciales y atentos con nosotras. Doretta y ellos fueron lo que más me dolió dejar de Italia, lo demás siempre me dio igual.  


Horas después aterrizamos en la ciudad de Londres. Lorraine se subió a un taxi, que la llevaría a su departamento; y nosotros a otro, que nos transportaría a la nueva casa. Durante el trayecto, mi padre le ponía atención a Miranda mientras ella decía todas las cosas buenas de Inglaterra, que a mí me parecían absolutamente obsoletas. Jennifer se estaba viendo en el espejo y Jane se mordía las uñas. Yo leía Ensayo sobre la ceguera, de verdad que Saramago era un genio. A pesar de que llovía a cántaros y las gotas caían sobre el techo del vehículo, lograba concentrarme en mi lectura. Pasamos por el río Támesis, pero no lo pude ver con claridad a causa de la niebla que se extendía sobre él. 

Luego de un tiempo, llegamos a la casa que sería mi nuevo hogar. Bajé del auto, poniéndome un abrigo de color negro que había usado en el invierno italiano del año pasado; siempre me había parecido completamente estorboso, pero sintiendo el clima de Londres, cambió mi impresión. Bajamos las maletas, Jack le pagó al taxista y entramos al sitio. No estaba tan mal.

Mi padre nos dijo que escogiéramos una habitación; por lo que mis hermanas corrieron como locas para elegir las mejores, así que yo me tuve que conformar con la última recámara al fondo del pasillo. Era muy fría, pero ya me acostumbraría a ello. Empecé a ordenar un poco el lugar durante algunas horas y luego bajé a comer con mis hermanas, mi padre y mi madrastra. Lorraine había llegado hace un momento para la reunión.

—¿Qué tal tu departamento?, ¿es agradable? —le preguntó Miranda a mi hermana mayor.

—Para mí sola es perfecto —respondió ella.

De verdad que mi madrastra sabía disimular: Para nada creí que le interesara el departamento de Lorraine, sólo lo dijo para parecer atenta frente a mi padre.

—Oye, estaba pensando en que fueras a comprar un elegante piano para la casa. Sería un lindo regalo para estrenarla —dijo Miranda, dirigiéndose a Lorraine.

—¿Un piano?, ¿para qué quieres un piano? —preguntó mi hermana, frunciendo el ceño.

—Porque lo que le hace falta a esta familia es algo de música.

—No voy a gastar mi valioso tiempo en ir a comprar un piano y, aparte, está lloviendo —contestó Lorraine, tratando de no sonar grosera.

—Basta, Lorraine. ¡No quiero volver a oír que le hablas así!, ¿entendido? —defendió mi padre a mi madrastra.

—Como quieras —respondió mi hermana con sequedad.

—E irás a comprar ese piano —afirmó Jack.

—Ya qué me queda... Pero temo que no les pueda gustar el que elija.

—No te preocupes, por eso Emily te acompañará para escogerlo —dijo Miranda, señalándome.

Lo único que hice fue asentir con la cabeza aunque no estaba de acuerdo. Quería seguir leyendo... o escuchar música mientras organizaba mi cuarto, deseaba hacer todo menos salir en medio de este diluvio a complacer los caprichos de mi madrastra.

En fin, terminamos de comer, y Lorraine y yo nos encaminamos a la parada de autobús más cercana para tomar la ruta que nos llevaría hacia el centro comercial. Nos dimos una buena mojada porque el transporte tardó mucho en llegar, así que durante el camino me la pasé maldiciendo en silencio a Miranda por obligarnos a hacer esto. Media hora después, el camión nos dejó enfrente del lugar.

—Si Miranda quería un regalo de bienvenida adecuado, debería haber pedido un florero y yo con gusto se lo habría comprado en Milán, donde no existe este asqueroso clima —farfullé de mala gana cuando entramos a la plaza.

—Ya no te quejes, hay que aprovechar y ver las cosas —replicó mi hermana, dándome palmaditas en la espalda. 

Tenía los ojos iluminados por ver tantos estantes de ropa. Oh, no, definitivamente iba a ser una tarde larga. Con cada recinto que visitábamos, iba añadiendo una cosa más a mi lista de razones por las que hay que odiar el consumismo. 

Después de algún tiempo, por fin dimos con la aclamada tienda de música. Estaba llena de todo tipo de instrumentos, también había discos y libros que contenían la estructura de las piezas más famosas de todos los tiempos. Aproveché para darles un vistazo, ya que, si íbamos a tener un piano en la casa, lo utilizaría para practicar todo lo que había aprendido en las lecciones que llevaba en mi antigua escuela.

—¡Nicolle! —gritó mi hermana en ese momento.

Seguí la mirada de Lorraine hasta encontrarme con una chica de cabello completamente negro, y pálida como un fantasma.

—¡Lorraine! —respondió la muchacha.

Era su mejor amiga: Nicolle, que al igual que ella, había sido admitida en el mismo colegio de Gran Bretaña. Sinceramente, no me había tomado el tiempo de aprenderme el nombre de la institución porque no me interesaba; seguía demasiado molesta con el hecho de seguir a Lorraine a todas partes. Empezaron a platicar sobre la universidad, provocando que yo hiciera una mueca. ¡Jamás íbamos a salir de esta plaza comercial! Ya me urgía regresar a la casa porque un montón de personas con ceguera blanca, viviendo en cuarentena, me esperaban sobre mi cama; de verdad que quería seguir leyendo aquel libro, me había atrapado.

Sabía que no nos iríamos de aquí en un buen rato, así que continué viendo las partituras... A pesar de estar dentro de la tienda, sentía un frío tremendo. Londres y su detestable clima; sólo habíamos estado en la ciudad unas cuantas horas y ya me quería ir. Me encontraba a punto de analizar una pieza de Chopin cuando oí que alguien comenzó a tocar una guitarra... ¿Eso era de Pink Floyd?

Volteé a ver de quién se trataba, repitiéndome en la cabeza que de seguro era uno de esos tipos odiosos que les gustaba llamar la atención, pero, de la nada, me callé. Él estaba ahí con mi misma edad y el cabello café oscuro. Me quedé unos segundos observando cómo su ceño se fruncía por la concentración de acertar con las notas correctas. De repente, tuve una extraña sensación en el estómago y mi corazón empezó a latir más rápido que nunca. ¿Qué era esto...? Pasé saliva y moví la cabeza para apartarlo de mi vista. 

Disimulando mi desesperación por distraerme, tomé lentamente del estante el libro de las piezas de Bach y traté de concentrarme en la composición, pero no lo logré porque él seguía ahí, tocando Wish You Were Here. Anhelaba que se detuviera porque mi corazón estaba a punto de estallar. Mis súplicas fueron escuchadas porque, de un momento a otro, se escuchó un tranquilizador silencio. 

Cuando creí que toda la incomodidad había terminado, sentí cómo me clavó la mirada. No supe qué hacer, así que decidí enfrentarlo cara a cara. Al verlo fijamente, me di cuenta de que tenía los ojos claros, pero no alcanzaba a distinguir de qué color eran exactamente. Él sonrió un poco, pero no quise creer que fuera a mí, así que bajé la mirada y volteé disimuladamente a ver si alguien estaba detrás; pero no, sí me sonreía a mí. Me alegré por un instante y, sin desearlo, me ruboricé. Lo volví a mirar y le dediqué una sonrisa tímida. ¡Qué estúpida! ¡¿Qué me ocurría?! Entonces oí que Nicolle interrumpió su charla con mi hermana y exclamó:

—¡Ven para acá!

El muchacho dejó la guitarra a un lado y se movió, acercándose al pasillo donde yo estaba, ya que era la manera más fácil de llegar con la chica. No quería tenerlo cerca. No. ¿Qué tal si me hablaba?, ¿qué le respondía?

Observé un piano en el otro corredor, así que me dirigí ahí antes de que el chico pasara a mi lado. Fingí que miraba el instrumento detenidamente, viendo de soslayo cómo el joven se detenía junto a la amiga de Lorraine. La ansiedad se acumuló en mi pecho, así que comencé a tocar el piano para calmarme. Sentí cómo los ojos del chico se posaron en mí por un momento, pero de seguro aluciné.

—Él es mi primo: Peter. Te acuerdas de él, ¿no? Bueno, tiene catorce años y va a entrar al tercer año de secundaria —le comentó Nicolle a mi hermana.

Me fallaba la respiración. Quería voltearlo a ver, pero no, no, no. Definitivamente me estaba comportando como idiota. Después escuché que Nicolle se despidió, entonces me armé de valor y lo observé. Él me dirigió otra fugaz mirada con sus ojos claros, haciéndome sentir desarmada. Segundos posteriores se fue con su prima.

Me dirigí a Lorraine y le dije que el piano, que había sido mi salvación, era el que escogía. Ella llenó los papeles de entrega para que llevaran el instrumento a mi casa.

En el autobús, de regreso, empecé a pensar en lo que pasó. Fue una imprudencia de mi parte actuar tan tontamente enfrente de un tipo tan cualquiera como él. ¿Qué fue lo que tenía aquel chico que me hizo sentir tan... tan...? No sabía cuál era la palabra adecuada para explicarlo, pero me alegraba el hecho de que no tendría que volverlo a ver nunca más. 

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