CAPÍTULO 6: ROMEO Y JULIETA

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Cuando llegó el día de las audiciones para Romeo y Julieta, Dylan, Evelyn y la profesora de Literatura se sentaron a la mesa; por otro lado, Edwin y yo nos quedamos parados junto a ellos. El auditorio estaba rodeado de los compañeros que participarían en el espectáculo. 

Primero pasó Hayley, que estaba audicionando para el papel de la Nodriza de Julieta. Edwin ayudó siendo Romeo.

—Muy bien, señorita Weston, tiene un minuto —le avisó Jones.

Dylan tomó el cronómetro para ajustarlo y Evelyn se preparó para tomar nota en una libreta. Hayley subió al escenario, donde ya se encontraba Edwin. 


Nodriza. — Os ruego que me digáis, señor, quién es ese mercader de insolencias que está tan ufano con sus truhanerías.

Romeo. — Un caballero, nodriza, que gusta escucharse mientras habla, y que habla más en un minuto que lo que escucha durante un mes. 

Nodriza. — Si dice algo contra mí, me las va a pagar, aunque fuera más hombrón de lo que es, y veinte de su calaña. Y si yo no pudiera, ya encontraré quien pueda con él. ¡Pícaro bergante! Yo no soy ninguna de sus mujerzuelas ni ninguno de sus piojosos camaradas. (Dirigiéndose a Pedro.) ¿Y tú te quedas así, alelado y toleras que cualquier caballerete me trate a su antojo?1  


—Muy bien, eso es todo. Terminó el tiempo, Hayley —anunció Dylan.

Ella bajó del escenario y salió del auditorio. A mi parecer lo había hecho excelente. Por cierto, Edwin, aunque sólo estuviera ayudando, también había actuado bastante bien.

De ahí el siguiente fue Christopher, que quería ser Montesco. Después llegó el turno de otros chicos y chicas, entre ellos Jade para Lady Capuleto. El antepenúltimo fue Dayron, que audicionó para Romeo. Luego de él siguió Alison para el papel de Julieta, que lo hizo realmente fantástico.

Después fue turno de Peter. Él quería el papel de Romeo, lo malo de eso era que yo tenía que ser Julieta para la audición. Temía que se me olvidara qué decir y que él no obtuviera el protagónico por mi culpa... Sí, eso era lo que me preocupaba..., ¿cierto? Vaya, ni yo misma me lo tragué por completo. Lo que francamente me angustiaba era que no sabía si podría mantener el equilibrio estando tan cerca de él, de seguro que mis piernas se volverían a debilitar y caería. Esperé que no pasara; una vez más, le rogué a mi cuerpo que cooperara. Peter subió muy nervioso al escenario.

—Señor Bennet, en este instante empieza su tiempo. ¿Está listo? —dijo la profesora.

—Sí —respondió; luego respiró profundamente, volteándome a ver.

—Muy bien. Señor Bennet, usted abre con Romeo. En esta escena, Julieta y Romeo están en el jardín de Capuleto después de la fiesta. Uno, dos, tres, ¡acción! 


Romeo. De nuestras cicatrices hace burla aquel que nunca recibió una herida.

(Julieta aparece arriba, en una ventana) 

Pero ¿qué luz asoma a esa ventana? ¡Es el Oriente! ¡El sol es mi Julieta! Sol esplendente, surge en tus dominios y mata pronto a la envidiosa luna, que palidece, acongojada y triste, al ver que tú, la que eres su doncella, en hermosura la has aventajado. Y no la sirvas más, por envidiosa. Su porte de vestal la hace enfermiza; así visten los locos: no la imites. ¡Es mi dama! ¡Es mi amor! ¡Si lo supiera! Habla, mas nada dice. ¡Qué me importa! Sus ojos hablan. Responderles quiero. Soy demasiado audaz: no habla conmigo. Dos de los astros más resplandecientes de todo el cielo, a sus ocupaciones han de marchar y ruegan a los ojos de mi amor que en el tiempo de su ausencia brillen en sus esferas, reemplazándolos. ¿Si estuvieran allí sus ojos puros y los astros bajaran a su rostro? A los dos astros avergonzaría la luz de las mejillas de mi dama, tal el día a una lámpara oscurece. Y a través del etéreo firmamento tanto fulgor habría en su mirada, que empezarían a cantar los pájaros, ya creyendo llegado el nuevo día. La mejilla en la mano apoya: ¡vedla! ¡Oh si yo fuese de esa mano el guante ya en su mejilla!

Julieta. ¡Ay, Dios mío!

Romeo. ¡Habla! ¡Ángel brillante, habla de nuevo, habla para mí, tan glorioso en esta noche cuando te encumbras sobre mi cabeza cual mensajero alado de los cielos ante asombrados ojos, casi en blanco, de los mortales que, tumbados, miran cuando cabalga en perezosas nubes y navega en el seno de los aires!

Julieta. ¡Oh Romeo, oh Romeo! ¿Por qué eres Romeo tú? Niega a tu padre entonces, reniega de tu nombre. O, si no quieres, júrame solamente que me amas y dejo de llamarme Capuleto.2


—Bien, Peter, se acabó tu tiempo —informó Dylan.

Él solamente bajó del escenario y se fue sin decir una palabra. Lo había hecho fenomenal. Su firmeza fue tan convincente, que era imposible que no se quedara con el papel.

—Muy bien, jóvenes, gracias por ayudarme. En la clase diré los resultados finales —nos aseguró la profesora a Dylan, Evelyn, Edwin y a mí. 


Salí de la escuela a paso apresurado, ya que se veía que no tardaría en llover. Hoy había sido un día muy agitado; sólo quería llegar a mi casa a descansar, pero desafortunadamente tenía deberes pendientes.

—Em, ¡espérame! —exclamó Peter a mis espaldas.

Justo en el momento en el que volteé, él ya estaba junto a mí. Sólo le sonreí, aunque sentía un huracán dentro de mi ser. Los dos comenzamos a andar.

—Oye, hoy actuaste muy bien en la audición —comenté con tal de abrir una conversación.

—Gracias. Al principio estaba muy nervioso, pero cuando te vi en el escenario, me tranquilicé.

—¿Por qué?

Me confundí ¿Desde cuándo él necesitaba a alguien para hacer las cosas bien?

—Es que cuando estoy contigo, sinceramente siento mucha seguridad. Oye, por cierto, ¿es definitivo que tú no vas a interpretar algún personaje?

—Sí, es definitivo. ¿Por qué preguntas?

—Porque te quedaría perfecto el papel de Julieta, lo haces excelente.

—No, no lo creo.

—Ya ves, ahí está otra vez —declaró.

—¿Qué?

—Siempre te subestimas.

—Claro que no. 

—Claro que sí —empezó. Yo exasperaba—. Emily, eres buena actuando. No, no lo soy. Emily, eres muy inteligente. No, no lo soy —si no hubiera estado enojada, me habría empezado a reír por sus imitaciones. 

—Bueno, es verdad, ¿no? Todo el mundo siempre lo ha dicho, entonces tiene que ser cierto —espeté enfadada.

Después de unos segundos me di cuenta que había abierto la boca. ¡Qué tonta! Ahora no iba a detenerse hasta obtener respuestas.

—¿Qué? —preguntó desconcertado.

No le iba a responder. Me mantuve callada y continué caminando.

—Un segundo —empezó mientras me alcanzaba. Estuvo un momento en silencio y luego formuló la pregunta, que yo temía enormemente que hiciera—, te molestaban en la escuela..., ¿cierto? —mutismo— ¿Ahora no me dirás nada? —seguí callada— Emily, jamás usaría esto en contra tuya, sólo quiero conocerte.

—Pues no quiero que lo hagas —hablé por fin, deteniendo el paso y encarándolo—. ¿Por qué te interesas tanto en mí?, soy irrelevante.

—Si piensas que actuando a la defensiva, me voy a alejar de ti, estás muy equivocada —comenzó a hablar muy rápido, como si estuviera molesto consigo mismo—. Seguiré aquí, ¿bien? Y no, no puedo decirte por qué me interesas tanto, ya que ni yo lo sé —en sus ojos pude notar la confusión—. No puedo, ¿está bien? Lo he intentado, pero no puedo... No puedo sacarte de mi mente. Me gustas demasiado, que me parece imposible que yo pueda sentir algo tan fuerte como esto... —concluyó, agachando la cabeza para tratar de apaciguarse.

Sus palabras me dejaron estupefacta. ¿Era cierto? No me lo podía creer, yo realmente le gustaba a Peter Bennet. De repente, una sensación de felicidad y emoción extrema emanó de todo mi cuerpo. Se me secaron los labios a causa de la excitación. Todos mis sentidos despertaron del mundo de las sombras para acercarse a la luz y disfrutar al máximo de lo que esas palabras habían significado para mí.

—Seamos amigos, ¿sí? —sugirió más calmado.

—Está bien —respondí delicadamente, intentándole decir con la mirada que yo sentía lo mismo por él.

No sé si Peter logró descifrar lo que querían expresar mis ojos, sin embargo, lo que sucedió a continuación fue algo totalmente nuevo para mí. Tomé su mano para entrelazarla con la mía e intentar subirle el ánimo, pero algo extraño sucedió: Se me erizó la piel y un escalofrío recorrió mi espalda, creo Peter se dio cuenta de ello porque sonrió para sí mismo. Esa fue la primera vez que pude sentir el cariño y la calidez que yo experimentaba cada vez que él me hacía una pequeña y bella caricia.

—Hemos llegado —fue lo único que dijo.

Volteé hacia atrás sintiéndome torpe por no percatarme desde antes de que ya estábamos frente al umbral de mi casa. Me despedí con algo de tristeza y entré. 

Cuando abrí la puerta, Jennifer le estaba gritando a Miranda. No tenía la menor idea de por qué. Al final, mi madrastra acusó a mi hermana con Jack por alzarle la voz, acción que no le encontré el sentido porque Miranda había hecho lo mismo con ella. Pero como de costumbre, mi padre no le creyó a Jennifer y terminó castigada. Ya no me sorprendía, siempre era lo mismo en esta casa: las mismas peleas, las mismas rivalidades, el mismo silencio, la misma apatía, la misma odiosa rutina de quitarle lo bueno al día con bramidos que reclamaban algo pasado, causando que me cansara devastadoramente. ¿Alguna vez esto cambiará? No lo sabía, y sinceramente no me importaba, ya que estaba convencida de que, en cuanto tuviera la oportunidad, abandonaría a esta enrevesada familia de forma permanente. 


1 Shakespeare, W. (2005). Segundo acto, Escena IV. En Romeo y Julieta (p. 76). Editorial Juventud. 

2 Shakespeare, W. (2005). Segundo acto, Escena II. En Romeo y Julieta (pp. 56-58). Editorial Juventud.  

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