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Cuando Macarena cumplió la edad de cinco años, se hacía momento de ingresarla a la escuela. Era inevitable no sentirme emocionado al verla correteando por toda la casa con frenesí, estaba tan nerviosa que le preocupaba olvidar algo o que no estuviese lo suficientemente presentable; la apresuré para no llegar tarde en su primer día de clases.

Iba entusiasmada saltando agarrada de mi mano, pero su entusiasmo duró poco: Macarena se sintió mal antes de ingresar a su salón y salió corriendo a llorar soltándose de mi agarre, por lo que tuve que seguirla hasta un banco ubicado debajo de un árbol en el patio de la escuela.

Detuve mis pasos a unos metros de ella, no se percató de que me encontraba cerca porque mantenía la vista fija a las niñas que venían agarradas de la mano de sus madres.

Entonces lo supe, era eso lo que la hacía sentirse mal.

Me senté a su lado y esperé en silencio a que ella hablara primero, necesitaba tiempo para suprimir esos sentimientos que la atormentaban, no quería verla así de triste pero entendí que es natural que estuviera de esa forma.

Porque yo me sentí así, sabiendo que ya no estarías, Ana Paula.



―Todos vienen con sus madres, ―Soltó con la voz quebrada―, mira lo feliz que se ven. ―Señaló a sus compañeras que se despedían de sus madres entre besos y abrazos.

―Eso me hace creer que no estás feliz de tenerme. ―Bromeé un poco tratando de calmarla.

―Lo estoy, papi, es solo que… ―Suspiró y se mantuvo en silencio con la cabeza gacha―, si mi mami estuviera… yo vendría acompañada de ella y seríamos una familia. ―añadió desilusionada.

―Hija, nosotros somos una familia, una que consta solo de dos integrantes, pero lo somos. Además… tu mami estará siempre aquí ―Señalé a su corazón y entonces ella sonrió un poco más aliviada.

―Papi… ―mencionó secando ya algunas lagrimas que seguían cayendo por su tierno rostro. Asentí en señal de que siguiera―. ¿Cómo era ella? ―quiso saber refiriéndose a su madre.

―Era igual de hermosa que tú. ―Me miró interesada en saber más―. Y es que te le pareces tanto a tu madre, hija mía; desde sus ojos verdes como la Esmeralda misma, su pelo rojizo, su sonrisa con unos hoyos a los costados, hasta tienes aquellas pecas en tus mejillas que ella solía decir que eran “gotas de lluvias” que quedaron grabadas en su rostro.

―Y lo son, papi, son gotitas de lluvias que quedaron en mi rostro y ya no lograron salir. ―Me contradijo, era difícil ganarle, así que mejor asentí.

―Creo que lo mejor que tuvimos juntos, no fue la casa que con mucha paciencia construimos, ni el auto, ni nada que te puedas imaginar Macarena, fuiste tú. ―La miré directo a los ojos para reforzar mis palabras ―. Tú eres lo mejor que tu madre y yo tuvimos.

―Te amo papi ―dijo abrazándome y sentí que lo tenía todo, y es que realmente lo tenía todo, solo necesitaba sanar las heridas.

―Yo también te amo, hija. ―concreté y la llevé junto a su salón.

❤❤❤

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