Capítulo 1

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Ciudad de Nusquam, planeta Tierra, 2 horas antes del primer contacto in situ.

¿Era muy tarde para arrepentirse? ¿Qué demonios hacía? Hablar con un tipo vía mensajería instantánea durante tres años no lo convertía técnicamente en su amigo. Además, ¿qué clase de apellido era Gur? Parecía más un sonido gutural que una palabra, quizá era inventado. Sí. Daniel estaba bastante seguro de que en algún momento se arrepentiría de invitar a su poco convencional amigo cibernauta a pasar una temporada con él en la ciudad. Pero, de cualquier forma, el pobre desgraciado llegó desde Australia solo para conocerlo y ese era un lío del que no se podía escapar con una excusa cualquiera. Estaba nervioso.

—Es guapo —concluyó Gabrielle con los ojos avellana clavados en la pantalla de la portátil, desde el montón de cojines en la cama donde lo veía cambiarse para la cita a ciegas de esa noche—, pero eso no quita que pueda ser un descuartizador. Su mirada es un poco enajenada.

Daniel deseó entonces que su hermana fuese menos aficionada a los homicidas seriales, y más fan de las novelas de romance de vampiros como el resto de las adolescentes de diecisiete años, pero así eran Gabrielle y su súper potenciado IQ de niña genio que todavía lo intimidaba.

—Oye, bacteria, yo sé cuidarme solo, ¿sí? No tienes por qué andar de celestina conmigo —atajó el mayor mientras batallaba con sus cabellos despuntados frente al espejo—. ¿Azul marino o verde oliva? —preguntó después, sostenía una camisa sobre cada uno de sus hombros y observaba su reflejo.

—La verde oliva combina con tus ojos —decidió Gabrielle y puso la portátil a un lado de su cuerpo, sobre el colchón, para pasar a ojear una revista de autos clásicos que descansaba sobre la mesilla de noche—. ¿No tienes literatura divertida? —preguntó después.

—¿Astrofísica dices? —repreguntó Daniel con una ceja enarcada, todavía mirándola a través del espejo—. No, yo soy normal.

—Papá no estaría de acuerdo con que dejes entrar a un extraño en tu casa —improvisó ella con un inesperado cambio de tema y un mohín, lanzó la revista sobre la alfombra después y giró sobre su vientre enterrando la barbilla sobre las palmas de sus manos, y los codos en la cama.

—Y es por eso por lo que ya no vivo con él desde hace mucho —argumentó Dan ya sentado en la banqueta junto al espejo para calzarse los zapatos—, o contigo. ¿Cómo estoy? —preguntó y se plantó frente a ella con los brazos extendidos.

—Más guapo de lo que un asesino serial merece —dijo Gabrielle y se puso de pie para retirar un hilo que escapaba, antiestético, por un costado del cuello de la camisa—. Él te gusta, ¿verdad? No te he visto arreglarte tanto desde tu baile de graduación, y eso fue hace nueve años.

—¿Qué no puede un hombre querer verse bien después de un día arduo en el trabajo? —se excusó él sonriente y pasó una mano por encima de los rizos chocolates de su hermana que arrugó la nariz divertida—. ¡Tu collar está abierto, Gabrielle! —notó y aseguró el brochecito plateado de la cadena que sostenía el delicado dije azul violáceo en forma de colibrí—. Por favor no lo pierdas, mamá quería que lo tuvieses, era muy importante para ella —recordó y Gabrielle asintió en silencio, con la vista baja, pues solo conoció a su madre a través de los relatos de su padre y de su hermano—. Vamos, ya es tarde, te llevaré a casa de camino al restaurante.

—¿Dijiste que era soltero? —preguntó la adolescente rumbo a la puerta, ya lejos de la sombra oscura de la orfandad materna.

—Es viudo, y creo que todavía está muy enamorado de su esposa —aclaró Dan más para sí como un mantra.

—Es muy joven para ser viudo —especuló la menor. ¿Seguro que él no la mató?

—Eso espero —murmuró pensativo y tomó las llaves de su auto de sobre la mesa de café en el recibidor—. Papá se quedó viudo casi a la misma edad —añadió con un encogimiento de hombros.

—Papá se casó muy joven —rebatió ella.

—Tal vez Noha también.


El restaurante era italiano, uno de sus favoritos en la cuidad. La lasaña de tres quesos era espectacular, pero la salsa boloñesa que servían con los espaguetis sabía exacta como la de su madre, lo que llevaba al plato hasta el número uno en el ranking. Daniel llegó cinco minutos temprano y tomó asiento en su mesa regular. Pidió una cerveza para pasar el rato y la voz de su padre retumbó en su cabeza diciendo que era el vino tinto la bebida más adecuada para la ocasión, pero la ignoró, como siempre que Johan Anghelescu le daba una recomendación. Como por ejemplo comenzar a salir con Angela, su vecina de al lado, solo porque tenía "buena delantera". Su padre podía ser un cerdo a veces. Uno refinado, con un título en neurocirugía y varias menciones honoríficas más, pero un cerdo al fin.

Tres sujetos de pelo oscuro y camisa azul cielo entraron al restaurante antes de que Noha llegase. ¿Era posible acaso esa tamaña coincidencia que tenía a Dan medio parándose de la mesa con una sonrisa estúpida, y la intención de saludar, cada quince segundos? No estaba muy seguro de reconocerlo en persona. En sus videoconferencias la imagen siempre se congelaba casi de inmediato, como si la señal llegase desde la luna, y Daniel terminaba sosteniendo conversaciones largas y extrañas con un individuo en pantalla que parecía estar a punto de estornudar. Así que no, fuera de una fotografía, que aparentaba haber sido tomada en una cabina para instantáneas en mitad de una borrachera, no había visto en lo absoluto su cara. Pero sí que lo reconoció cuando el verdadero Noha entró por la puerta. Sus ojos azules brillaban de una manera particular, inhumana podría decirse. Se lo veía recién afeitado y era seguro que hizo un salvaje intento por peinarse que Dan podría considerar como un fracaso, pero uno encantador para un viudo en sus treintas que tiene una cita por primera vez en tres años.

—¡Noha, aquí! —saludó Dan mucho más tímido de lo que pretendió sonar y, mientras su mano se agitaba para conseguir captar la atención de Gur, dejó escapar una sonrisa cohibida.

El hombre parecía despistado, perdido, pero no tardó en enfocar la vista en el rostro amigable que lo veía, sonrió también un par de segundos después y se aproximó a la mesa. Daniel tentó un abrazo, pensó que tres años de conversaciones nocturnas, confesiones, risas y llantos lo ameritaban, pero Noha lo atajó con una palmada en el hombro y una distancia formal que Dan no se hubiese esperado.

—Noha Gur —se presentó el mayor mientras tomaba asiento y Daniel sintió que era una presentación estudiada, fuera de contexto—. El lugar es agradable —añadió tras un escaneo rápido del entorno—. Me gustan los manteles —observó.

«¿Me gustan los manteles?», pensó Dan.

—Daniel Anghelescu —respondió divertido solo porque creyó propio corresponder a la presentación formal. Odiaba presentarse por su apellido, porque nadie parecía ser capaz de pronunciarlo bien y a menudo se burlaban de él con burdas deformaciones lingüísticas que Dan consideraba un insulto. Era justo esa la razón por la que no se lo mencionó a Noha durante todo ese tiempo, pero el hombre no se inmutó siquiera—. Es bueno conocerte al fin —agregó satisfecho.

Las cestinhas de jamón no tardaron en llegar y a Daniel se le hizo agua la boca con solo olerlas, pero debía controlar su irrefrenable capacidad de devorarlas en un instante, al menos la primera vez que comía frente a Noha. Un poco de su oxidada etiqueta no estaría de más.

—¿De dónde viene ese hedor? —preguntó entonces Gur, fuera de cualquier pronóstico, mientras olfateaba el ambiente como un sabueso, y Dan supo en ese instante que importaba una mierda la etiqueta—. Es como grasa y almidón sometidos a altas temperaturas —añadió analítico.

Dan titubeó. ¿Qué se suponía que debía responder a eso? "¿Son los aperitivos que pedí mientras te esperaba, porque supuse que te gustarían dado que a mí y a mi familia nos encantan?".

—Creo que te refieres a las cestinhas —dudó—. Tienen jamón, roquefort y mozarela, las pido siempre, son buenas —casi se justificó y se sintió estúpido—. Pensé que te gustarían.

Noha no aparentaba sentir culpabilidad alguna por el insulto a las cestinhas, y a los en apariencia hediondos gustos de Daniel, pero tampoco parecía querer ofenderlo; era como una sinceridad brutal que Dan no comprendía, como una completa ausencia de sociabilidad o delicadeza.

—El jamón proviene del cerdo, ¿verdad? —interrogó el extranjero como si fuese algo de lo que uno se entera en mitad de su adultez—. Y esta cosa pegajosa —agregó pinchando con el tenedor la mozarela que burbujeaba brillante sobre la masa dorada. El asco en su expresión era solo comparable con el de alguien que acaba de pisar excremento fresco—, ¿la obtienen de las vacas?, ¿de sus ubres?

—¿De sus ubres?... sí, técnicamente —titubeó el menor.

Esa cita estaba poniéndose muy surrealista como un cuadro de Dalí derritiéndose frente a sus ojos.

—Soy vegano —soltó Noha entonces como única explicación a su desatino y empujó con poca sutileza los aperitivos lejos de él con dirección a Daniel.

Media hora después, el panorama no mejoró. Daniel ordenó sus adorados espaguetis a la boloñesa. Estaba molesto y le importaba un rábano el veganismo duro y descortés de su acompañante y Noha, después de una explicación de la carta por parte de la mesera, que pareció diseñada para un niño de cuatro años, se limitó a pedir una ensalada caprese con tofu en lugar de queso.

—Entonces, el radiador explotó en medio de esa carretera desierta y tuve que esperar tres horas bajo un sol calcinante, sin aire acondicionado, a que la asistencia llegase. Fue cuando decidí que aprendería mecánica —explicaba Dan una anécdota de su adolescencia en un viejo auto clásico de los que coleccionaba su padre.

Noha lo veía inexpresivo, ilegible al punto de hacerlo sentir analizado, estudiado como un mono de laboratorio.

—No lo entiendo. ¿Por qué las usan?, ¿no pueden beber directo del vaso? —preguntó entonces ese fenómeno y enarcó una ceja confusa por encima de los ojos más azules y brillantes que Daniel hubiese visto jamás en un ser humano.

Daniel dudó un momento, hasta que dedujo que Gur se refería a la pajilla que flotaba en su refresco. El hombre era guapo, mucho más en persona a pesar de sus ojeras, y su voz era como una suave manta de terciopelo que lo envolvía todo, pero sus temas de sobremesa dejaban mucho que desear y sus dotes sociales eran inexistentes. ¿Cómo no lo detectó antes?

—Supongo que lo hace más fácil, más atractivo a la vista —especuló ofendido por la completa irrelevancia que Noha le asignó a su reciente relato—. ¿Qué clase de pregunta es esa, hombre? ¿A quién demonios le importa? —dijo a punto de perder la paciencia y se arrepintió en seguida. Sus arranques de intolerancia eran algo a lo que no tenía por qué someter a ese tipo, al menos no tan pronto. Noha era raro en persona, un nuevo nivel de raro, pero al menos era honesto y, después de tres años de contacto frio y limitado a través de una pantalla, Dan de verdad tenía intención de intentarlo con él. Supuso que algo de humanidad debía haber en ese androide después escuchar cómo hablaba de su esposa—. Lo lamento —se disculpó apenado.

—Yo también —aseguró Noha que, todavía enfrascado en el diminuto y tubular elemento de plástico, supuso no haber perdido el hilo de la conversación—. Apuesto a que no es un producto amistoso con la vida marina. ¿Cuánto tarda en biodegradarse? Cerca de mil años, calculo —especuló—. Esas son como cuatro vidas promedio. ¿Cuánto viven ustedes?

Dan tomó aliento y le dio un largo sorbo a su cerveza. Noha ni siquiera entendió su disculpa y continuaba hablando de la maldita pajilla. Además, ¿qué quiso decir con esa extraña pregunta sobre la duración de la vida? Esa era la segunda cerveza de la noche, pero necesitaría muchas más si su amigo continuaba centrando toda su atención en el molesto pedazo de plástico frente a él.

Daniel no se consideraba un hombre exigente para las citas. De hecho, a sus veintisiete años, se podría decir que nunca tuvo una en toda la extensión de la palabra. Las hijas de los amigos de su padre, con las que fue obligado a salir durante su adolescencia y primera juventud, nunca contaron para él porque, lejos de alcanzar a entablar algún tipo de relación romántica con ellas, todas terminaban encasillándolo en el segmento de "chicos guapos y estúpidos que solo piensan en sexo". Lo que no era del todo cierto, al menos no con las chicas. Pero Dan pronto descubrió que la mejor forma de que las mujeres alejasen su atención de él, sin tener que revelarles sus verdaderas preferencias románticas y exponerse así ante su padre, y el mundo, era fingir que solo quería sexo con ellas. Nunca fallaba, y siempre podía esconderse en su armario, con algún amigo de turno, y jugar un poco mientras su papá y su hermana estaban fuera.

Ahora, las cosas eran diferentes. El taller tenía una buena cartera de clientes y hacía unos años ya que había desembolsado la cuota inicial de su propio departamento. La hipoteca era astronómica, y era probable que todavía la estuviese pagando al jubilarse, pero ¡demonios!, el departamento era justo como lo soñó, podía meter a quien quisiera en su cama y su papá no estaba cerca para recordarle a cada momento que se estaba haciendo viejo para casarse y darle nietos.

—¿Cómo estuvo tu vuelo? —improvisó la pregunta lejos del tema de la pajilla y logró con emoción capturar la atención de su acompañante que lo miró como si necesitase de unos segundos para procesar una respuesta.

—Turbulento —se limitó Noha a responder poco después.

Dan sonrió por compromiso y Noha lo imitó como un espejo. Sus labios eran gruesos, rosados y un poco resecos, a Dan se le antojaba besarlos para humedecerlos y romper de una maldita vez con ese insoportable silencio incómodo entre ellos. ¿De verdad invitó a ese tipo a quedarse en su casa por tiempo indefinido? Parecía mucho más "conectado con el mundo" en sus mensajes escritos y sus tertulias nocturnas.

—Turbulento es malo —dijo Daniel y mojó con poca etiqueta un trozo de pan en la salsa de sus espaguetis—, me ponen nervioso los aviones —agregó mientras masticaba.

—¿Los aviones? —preguntó Noha sin molestarse en disimular su confusión.

«Sí, los aviones», pensó Dan irascible.

Cualquiera diría que un hombre de su edad podría comprender sin problemas conceptos simples como "pajillas" y "aviones". Pero ahí estaba este espécimen, después de tres años de intercambiar mensajes furtivos, desde una sospechosa cuenta de correo electrónico que a menudo Gabrielle pensó pertenecía a algún traficante de órganos, más concentrado en la pajilla plástica en su refresco que en él. ¡Por el amor de Dios! Dan no se atrevió finalmente a salir del closet frente a todos sus familiares y amigos solo para discutir con un atractivo, parcialmente desconocido y en potencia peligroso sujeto sobre la funcionabilidad de las pajillas; ese no era el fin de esa cita. El tipo le gustaba, pero tal vez debió esperar tres años más para conocerlo en persona.

—Sí, Noha, verás —comenzó indeciso. Le debía sinceridad al hombre después de hacerlo atravesar dos continentes solo para verlo en vivo y en directo—, no creo que esto esté funcionando. Está claro que tenemos intereses diferentes, es raro que no lo notásemos antes. Lamento haberte hecho venir hasta aquí —se disculpó. "No eres tú, soy yo", era lo que intentaba decir, pero no lo sentía como una verdad. Era Noha, sin duda era Noha—. Aún puedes quedarte conmigo hasta que encuentres un lugar apropiado.

Noha afiló la mirada y, por un segundo, pareció indignado, lo que despertó todas las alertas en Dan, pero el forastero suavizó su expresión después y sonrió de medio lado. ¿Era eso ironía? No. Daniel no estaba seguro.

—Comprendo —dijo con parsimonia el de los ojos azules y presionó hasta quebrar la indignante pajilla con la punta de su pulgar. Todo control en su expresión, como un psicópata—. Tú supusiste que yo estaría interesado en el atuendo que decidiste usar hoy para impresionarme, y que disfrutaría como tú de ese platillo hecho a base de trigo y carne de algún pobre animal sacrificado injustamente para el deleite innecesario de tu especie. Ahora, como no comparto esos intereses contigo, te aburro y, al igual que al sorbete, quieres desecharme. Los humanos son tan superficiales, no puedo sobrellevarlo —se dijo defraudado.

—¿De mi especie? —soltó Dan, que se sintió tonto y ofendido en partes iguales. ¿De qué diablos hablaba ese tipo? ¿Su especie? ¿Se refería a su origen étnico?, ¿a su orientación sexual?, ¿a su estatus económico? Era un hecho que lo discriminaba, pero no tenía claro de qué forma—. No tengo idea de qué demonios dices —aseguró y se recargó desconfiado sobre el respaldar de su silla—. Solo trataba de ser amable y tú, amigo, actúas como un idiota.

La servilleta furibunda fue a dar desde el regazo de Dan hasta la superficie del mantel blanco de lino, los ojos verdes encendidos y la piel pálida ardiendo en ira. ¡Qué pérdida de tiempo!

«Las citas apestan», pensaba cuando algo cambió de un momento al otro en el semblante de su acompañante.

—Me disculpo por mi sinceridad —se apresuró el foráneo rendido a admitir tras percibir que, junto con las esperanzas de un nuevo hogar para su gente, la reunión iba a la deriva. En su intención de excusarse tal vez habló más alto de lo necesario y todos en el restaurante voltearon a verlo—. Nosotros nunca mentimos. Apenas aprendí esas costumbres contigo y, hacerlo en persona, fingir que algo de esto me parece trascendente, es muy difícil para mí, no está en mi naturaleza.

—¡¿Estuviste mintiéndome?! —quiso saber Dan alarmado y miles de escenarios, en los que era secuestrado y esclavizado, circularon por su mente en fragmentos de segundo. Gabrielle le había advertido sobre mafias en línea que fingían intereses románticos solo para vender personas, completas o en partes, pero no quiso tomarle atención. Noha parecía más como un hombre cansado e inocente, uno con el que podía hablar casi de cualquier cosa sin ser juzgado—. ¡Me largo de aquí! —sentenció—. ¿Qué clase de estúpido maniático eres?

—Por favor no te marches, lamento mi pobre usanza de las costumbres humanas —dijo Noha con ojos implorantes y las palmas de las manos extendidas hacia un Dan dispuesto a ponerse de pie—. Soy un nauvi, nativo de Sega, un pequeño planeta púrpura y moribundo en la galaxia de Rianba, a tres mil años luz de la Tierra. Esa es la clase de estúpido maniático que soy. Por cierto, no sé qué significa "estúpido" o "maniático" —aclaró.

Dan esperó en silencio a que las cámaras aparecieran y le anunciaran que estaba en televisión, que se trataba de una broma pesada para ese tonto programa de medianoche que solo su padre veía. Seguro Gabrielle tenía algo que ver con eso, alguna forma retorcida de darle una lección para que dejase de invitar a extraños en línea a vivir en su casa por un tiempo, pero nada pasó. El hombre rogaba frente a él y su cara era un poema. Dan casi estaba seguro de que Noha en verdad creía lo que afirmaba.

—¿Qué dijiste? —soltó con una sonrisa fácil en los labios y detuvo de momento su intención de huida. Si su extraño amigo había perdido la razón, podría fácilmente terminar siendo la víctima de cualquier mal intencionado que quisiera aprovecharse de él y, por mil demonios, le contó al tipo sobre su madre, y la forma en que la vio morir en ese espeluznante accidente de tránsito que todavía lo atormentaba por las noches. Noha siempre le tomó atención sin juzgarlo, al menos eso le debía de vuelta—. ¡Explícate! —exigió con una ceja enarcada.

Nota de autora:

Si la historia es de tu agrado, por favor regálame una estrellita, el breve instante que te toma marcarla me estimula a seguir escribiendo y me da felicidad, también tus comentarios me encantan.

¡Mucha luz!

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro