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Transbordador interestelar Eluce, atmósfera de Sega, galaxia de Rianba, 26,380 horas después de la colisión.

—Estamos listos para descender, comandante Gur. Esta parte del continente es de geografía hostil, pero como la doctora Gur esperaba el halo expansivo del asteroide no la alcanzó —informó la voz afable de Abiel Odod, su segunda al mando en la impostergable misión de encontrar un pedazo de su planeta todavía habitable para los contados sobrevivientes de la colisión.

—¿La vida es viable? —quiso Noha asegurarse después de tres años intentando ubicar una extensión de terreno fértil para instalar a los setenta adultos, treinta y dos ancianos y veintitrés niños que resguardaba en su crucero estelar desde esa noche fatídica en que el cielo se puso rojo y todas las luces se apagaron para siempre. Esas personas eran todo lo que quedaba de los Nauvi, de su especie, de su mundo—. ¿Son las coordenadas exactas que Gil dejó antes de morir?

—Lo son. Podremos cultivar una vez que el domo esté instalado para que la nube tóxica no nos alcance —aseguró Abiel y dejó de lado los formalismos de rango para dirigirse a su amigo y cerrarlo en un abrazo emocionado y triunfal—. Gil no murió en vano, tu esposa salvó a estas personas y les consiguió un lugar temporal en donde vivir, en tanto nosotros les encontramos un mundo nuevo para instalarse.

Pero Noha no pareció tan animado.

—¿El generador de oxígeno responderá? —interrogó sin entusiasmo por el contacto físico, pero conmovido. No había tocado a nadie realmente desde la muerte de Gil y la ausencia de simbiosis comenzaba a pasarle factura. Como todo nauvi, él también requería de la estabilidad física y emocional que el intercambio energético les brindaba. Casi tres años sin este eran demasiados, incluso para un espécimen recio y acostumbrado a las condiciones adversas como Gur. Abiel lo sabía y procuraba tocarlo con todo el afecto fraterno del que disponía para él, pero Noha estaba cerrado a cualquier tipo de consuelo. Temeroso del dolor y desprendimiento que podría acarrear una futura pérdida de otro ser querido, no tenía intenciones de aferrarse a nadie. La muerte de Gil lo dejó roto para siempre—. ¿Cuánto tiempo tendremos después de armada la estructura?

Abiel observó a su comandante, a su amigo. Sus ojos azules perdieron buena parte de su brillo en los últimos años, su piel bronceada lucía más pálida que de costumbre, su barba crecida hablaba de dejadez y su pelo, oscuro y desordenado, de días sin que un peine lo tocase. El desastre que los rodeaba en el camarote gritaba tristeza, desesperanza, soledad. Noha no era ni la sombra del soldado glorioso que solía ser. No quería darle más malas noticias, no ahora que al fin tenían algo para celebrar.

—Lo veremos en su momento —intentó saltarse la pregunta, pero era imposible evadir un cuestionamiento directo del comandante Gur. Los ojos azul hielo se entrecerraron con escrutinio como si escarbasen en la mente de Abiel en busca de la información negada—. Noha —rogó ella, temía que la respuesta arruinase la breve, y tan merecida, sensación de triunfo entre ellos—. Solo por esta vez, déjate disfrutarlo.

—¿Las proyecciones no son buenas? ¿Cuánto tiempo podremos respirar bajo ese domo, Abiel? —preguntó él firme y tomó distancia. Abiel supo que la celebración había terminado—. ¡Responde!, ¡es una orden!

Ella bajó la mirada café y tragó grueso. Su piel cobriza, cenicienta por el racionamiento de agua, se dejó ver agrietada y reseca, en especial en sus labios que repasó indecisa con la lengua acartonada.

—La cuenta regresiva iniciará tan pronto como descendamos —confesó sin humor, amarga como la hiel y adolorida con su destino—, pero...

—¡¿Cuánto?! —insistió Noha intolerante, su mirada encendida en advertencia.

—Cinco años —admitió la de menor rango y la pesadumbre escurrió por sus labios.

—Los árboles no tendrán tiempo de crecer y abastecernos de oxígeno antes de que el generador colapse —murmuró Noha más para sí como un rezo quedo, la vista fija en la nada.

—Así es, comandante —confirmó Abiel, con aire militar imperturbable esta vez, los temores de su superior—. Si no encontramos un nuevo planeta capaz de sostener a nuestra especie, en cinco años los Nauvi seremos historia. Todo esto habrá sido en vano.

Noha repasó su mano derecha de norte a sur sobre su rostro y buscó aliento en el cielo raso de su camarote. Sabía que el oxígeno sería un problema, Gil se lo dijo la noche anterior a su muerte, pero pensó que al menos tendrían un par de décadas para que los árboles crecieran, o para conseguir un nuevo hogar, y el periodo de tiempo que Abiel refería era apenas la cuarta parte de eso. El único planeta viable hallado en su búsqueda estaba habitado por una raza de seres violentos, en conflicto constante, que empujaban a sabiendas su ecosistema hacia el desastre. Algunos, como Daniel, parecían mostrar emociones elevadas, pero eran pocos y no conseguían ponerse de acuerdo. Estaba claro que no se trataba de una especie altamente evolucionada, más bien eran primitivos como alguna vez lo fueron los Nauvi hacía decenas de miles de años.

Noha temía llevar a su gente ahí y que esta fuese sometida a las crueldades que aquellas personas llamaban "la supervivencia del más fuerte". Era casi como si no pensaran que todo ser vivo tenía el derecho innato de existir con dignidad, como si creyesen que la vida era una competencia en la que el objetivo principal era aplastar al más débil en lugar de protegerlo. Pero su pueblo no parecía tener ninguna mejor opción, y la comunicación que llevaba tiempo sosteniendo con ese particular espécimen del planeta azul le hacía pensar que tal vez no estuvieran tan perdidos, que con un poco de guía podrían tener esperanza. Después de todo, Daniel parecía ser un hombre sensible con el que se podían sostener conversaciones respetuosas.

—Tendré que improvisar —concluyó resoplando resignación y hastío.

—¿Los humanos entonces? —preguntó Abiel con la voz en un hilo. No eran su especie favorita, pero eran los únicos biológicamente similares y de aspecto idéntico a los Nauvi con los que se toparon en su investigación contra reloj. También disponían de oxígeno y agua en su planeta—. Sus exposomas son potencialmente tóxicos y sus vidas tan breves como un suspiro, su ecosistema está herido, agoniza —rebatió titubeante.

—No hay más de dónde elegir —concluyó Noha y desvió su vista hasta el monitor táctil en la mesa de trabajo junto a su cama, rosando apenas la punta de sus dedos sobre él, sobre la imagen congelada de un hombre con una sonrisa ligera que se reflejaba en sus ojos grandes de pestañas rizadas. Una imagen enviada por un medio arcaico que los humanos llamaban "correo electrónico". Noha esbozó una mueca diminuta y apenas perceptible para la alta sensibilidad emocional de Abiel, ella sonrió—. Viajaré a la Tierra tan pronto como estemos instalados, es hora del primer contacto in situ.

Nota de autora:

Sean bienvenidos a esta aventura interestelar a bordo del Eluce en la que exploraremos no solo una galaxia lejana de la mano del comandante Noha Gur, sino temas importantes como la preservación del ecosistema, la inclusión, el respeto y el poder de la determinación.

Si la historia es de tu agrado, por favor regálame una estrellita, el breve instante que te toma marcarla me estimula a seguir escribiendo y me da felicidad, también tus comentarios me encantan.

¡Mucha luz!

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