𝒆𝒍𝒆𝒗𝒆𝒏

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( ☆. 𝐶𝐻𝐴𝑃𝑇𝐸𝑅 𝐸𝐿𝐸𝑉𝐸𝑁 )
𝚝𝚘𝚍𝚘𝚜 𝚗𝚘𝚜 𝚊𝚕𝚎𝚓𝚊𝚖𝚘𝚜.

Alaska debía ser racional; no podía dejarse llevar por algo tan insignificante como sus emociones. No cuando había tanto en juego. En el fondo sabía bien que ella no podría ayudar de ninguna forma a Tim, solo arruinaría su situación, lo pondría en un peligro innecesario. Y aunque estar acompañado de otros nacidos de muggles que escapaban de los mortifagos y se refugiaban en bosques no era lo mejor, era la única opción para el chico en ese momento.

Más, para ella no existía ningún justificativo para que Severus le mintiera. ¿Acaso no le interesaba la seguridad de Tim? Sabía que ambos no tenían una gran conexión, no como la tenía con ella, pero conocía a Tim desde su primer año, fue el responsable de adentrarlo en el Mundo Mágico, y siendo alguien tan importante para ella, lo mínimo que podía hacer era cumplir con su palabra. Si se preocupaba por ella, debía al menos cuidar de quienes ella se preocupaba.

Sus sentimientos eran algo incontrolable en ese momento, se sentía frustrada y abrumada, y la abrupta llegada de los chicos la hizo sentirse aún peor. Estaba al tanto de que estaban en medio de una gran misión, pero deseaba un momento a solas, solo unos segundos para ordenar sus pensamientos. Para encargarse de sus problemas personales.

—¡La espada puede destruir Horrocruxes! Las hojas fabricadas por los Goblins absorben solo aquello que las fortalece... —exclamaba Hermione— ¡Harry esa espada esta impregnada con veneno de basilisco!

—Y Dumbledore no me la entregó antes porque aún la necesitaba, quería usarla en el Relicario...

—...y debe de haberse percatado que no te dejarían tenerla si te la dejaba en su testamento...

—... Por lo que hizo una réplica...

—... Y puso una falsificación en la vitrina...

—... Y dejó la verdadera... ¿Dónde?

Se miraron uno al otro; Harry sentía que la respuesta estaba colgando invisible en el aire que había sobre ellos, tentadoramente cerca. Alaska, con los ojos irritados y los brazos entrecruzados se acercó a ellos.

—Escondida —aventuró Alaska—. En algún lugar seguro lejos de Hogwarts, tal vez en manos de alguien en quién confiaba.

—Dumbledore confiaba en Snape —Recordó Harry y se giró hacia la rubia—. ¿Crees que él...?

—No confiaba lo suficiente como para decirle que había intercambiado las espadas. —dijo entonces Hermione.

—¡Si, tienes razón! —Dijo Harry, y se sintió incluso más alegre ante el pensamiento de que Dumbledore había tenido ciertas reservas, aunque fueran leves, sobre la honradez de Snape.

—¿Qué hay de su hermano, Aberforth? ¿Creen que Dumbledore le confiaría la espada?

—Puede ser —murmuró Harry—. Pero ninguno de nosotros sabe donde se encuentra. ¿Qué supones tú, Ron? ¿Ron?

Harry miro a su alrededor. Por un desconcertante momento pensó que Ron había dejado la tienda, luego se dio cuenta que Ron estaba tendido en una litera envuelto en las sombras, inmovil.

—Oh, se han acordado de mi, ¿eh? —dijo.

—¿Qué?

Ron bufó con la vista fija en la parte de abajo de la litera superior.

—Prosigan. No dejen que les estropee la diversión.

Perplejo, Harry miró a Hermione en busca de ayuda, pero ella negó con la cabeza, aparentemente tan confusa como él. Alaska miró a su alrededor, buscando el guardapelo que se había quitado al entrar a la tienda. Ya no estaba allí, y suponía que volvía a estar colgado alrededor del cuello de Ron.

—¿Cuál es el problema? —preguntó Harry.

—¿Problema? No hay ningún problema. —dijo Ron aún rehusando mirar a Harry—. No en lo que a ti respecta, de cualquier forma.

Se escucharon varios golpes sordos en la lona sobre sus cabezas. Había empezado a llover.

—Bueno, evidentemente tienes un problema —siguió Harry—. Escúpelo, ¿quieres?

Ron balanceó las largas piernas fuera de la cama y se sentó. Se le veía sórdido, no parecía él mismo. Alaska supuso que era efecto de la magia oscura que contenía el relicario, no comprendía porque él parecía verse más afectado que los demás.

—Esta bien, lo escupiré. No esperes que salte arriba y abajo por toda la tienda porque hay otra condenada cosa que debemos encontrar. Añádela a la lista de cosas que no sabes.

—¿Qué no sé? —repitió Harry—. ¿Qué no sé?

La lluvia caía cada vez más fuerte y pesada; produciendo leves ruidos en la capa de hojas esparcidas alrededor de ellos y chapoteando en el río a través de la oscuridad. El temor apagó el júbilo de Harry. Ron estaba diciendo exactamente lo que había sospechado y temido que estuviera pensando.

—No es como si estuviera pasando el mejor momento de mi vida aquí —soltó Ron—. Sabes, con el brazo estropeado y poco que comer y congelándome el trasero todas las noches. Solo tenía la esperanza, sabes, de que después de haber estado dando vueltas durante semanas, hubiéramos logrado algo.

—Ron. —dijo Hermione, pero con una voz tan baja que Ron podía pretender no haberla oído sobre el ruidoso tamborileo de la lluvia que ahora golpeaba la tienda.

—Creí que sabías para lo que te habías ofrecido voluntario.

—Si, yo también creía saberlo.

—Entonces, ¿qué parte de ello no esta colmando tus expectativas? —preguntó Harry. El enfado venía en su auxilio ahora—. ¿Creías que nos alojaríamos en hoteles cinco estrellas? ¿Qué encontraríamos un Horrocrux cada dos por tres? ¿Pensabas que volverías con tu mami para navidad?

—¡Pensamos que sabías lo que estabas haciendo! —grito Ron, poniéndose de pie, y sus palabras traspasaron a Harry como cuchillos ardientes—. ¡Pensamos que Dumbledore te había dicho qué hacer, pensamos que tenías un verdadero plan!

—¡Ron! —dijo Hermione, esta vez de forma claramente audible sobre la lluvia que retumbaba contra el techo de la tienda, pero otra vez la ignoró.

Alaska se quedó atrás, sin interrumpir la pelea. No creía que le correspondiera, y lo mejor era que Ron sacara al aire todos esos pensamientos que lo habían estado molestando, por más amigos que él y Harry fueran, era mejor que fueran honestos. Ella sabía bien que las mentiras nunca ayudaban en nada.

—Bueno siento haberte desilusionado. —La voz de Harry se escuchó lo bastante serena aunque se sentía vacío, inadecuado—. Fui honesto contigo desde el principio. Te dije todo lo que Dumbledore me había dicho. Y en caso que no te hayas dado cuenta, encontramos un Horrocrux...

—Si, y estamos casi tan cerca de librarnos de él como lo estamos de encontrar el resto de ellos...

—¡Alaska está trabajando en ello! —exclamó señalando a la rubia—. Sólo necesita tiempo.

—¡En otras palabras, para nada cercanos, maldición!

—Quítate el relicario, Ron —pidió Hermione, su voz inusualmente alta—. Por favor quítatelo. No estarías hablando de esa forma si no hubieras estado usándolo.

—Si, lo haría —dijo Harry, que no quería que le buscaran excusas a la actuación de Ron—. ¿En serio creen que no he adivinado que pensaban estas cosas?

—Harry, nosotros no estábamos...

—¡No mientas! —le lanzó Ron—. Tu también lo dijiste, dijiste que estabas desilusionada, dijiste que habías creído que tenía algo más en lo que apoyarse, además de...

—No lo dije de esa forma, Harry, ¡No lo hice! —lloró la castaña.

—No es que sea un crimen pensar de esa forma —Alaska dió un paso hacia adelante—. Es una misión difícil, todos teníamos expectativas de lo que sería. Es normal decepcionarse.

Nadie pareció escucharla, o tomar en cuenta sus palabras. La lluvia aporreaba la tienda, por el rostro de Hermione caían las lágrimas, y la emoción que había sentido hacía unos minutos se desvaneció como si nunca la hubiera experimentado. La espada de Gryffindor estaba escondida y no sabían dónde, y eran cuatro adolescentes en una tienda cuya única hazaña hasta el momento consistía en no estar muertos, aún.

—¿Entonces por qué están aquí aún? —le preguntó Harry a Ron—. Váyanse a casa, entonces.

—¡Si, tal vez lo haga! —gritó Ron, y dio varios pasos hacia Harry, que no se echó para atrás—. ¿No escuchaste lo que dijeron de mi hermana? Pero no das un pedo de gato, no. Es solo el Bosque Prohibido. Ha enfrentado cosas peores, a Harry Potter no le importa lo que le pase a ella allí... bueno a mi si, entiendes, arañas gigantes y juegos de mente...

—Lo que quise decir... es que estaba con los demás, estaban con Hagrid...

—Si, lo entiendo, ¡no te importa! Y que hay acerca del resto de mi familia, "los Weasley lo que menos que necesitan es más hijos heridos" ¿oíste eso?

—Si, yo...

—¿Sin embargo no te preocupó lo que quiso decir con eso?

—¡Ron! —Dijo Hermione, forzando su camino para interponerse entre ellos—. No creo que signifique que haya pasado nada nuevo, nada de lo que no estemos enterados; piensa, Ron, Bill ya tiene una cicatriz, a esta altura mucha gente debe haber visto que George perdió una oreja, y se supone que tú estás en tu lecho de muerte con Spattergroit. Estoy segura que eso fue lo que quiso decir...

—Oh, estás segura, ¿verdad? Bueno, entonces, no me preocuparé por ellos. Para ti también está todo bien, ¿no es cierto? Con tus padres a salvo fuera del camino...

—¡Mis padres están muertos! —rugió Harry.

—¡Y los míos podrían estar en el mismo camino! —gritó Ron.

—Entonces ¡VETE! —rugió Harry—. Regresa con ellos, pretende que te recuperaste del Spattergroit y tu madre podrá alimentarte bien y...

Ron hizo un movimiento súbito. Harry y Alaska reaccionaron, pero antes de que cualquiera de las tres varitas estuviera fuera de los bolsillos de sus propietarios, Hermione había levantado la suya.

—¡Protego! —gritó, y un escudo invisible se extendió entre ella y Harry de un lado y Ron del otro.

Antes, Alaska había presenciado otra pelea entre amigos. Blaise le había jugado una broma pesada a Draco que en ese momento no recordaba, no era importante, pero el rubio se había molestado tanto que culminó en una pelea entre ambos amigos, sus varitas estaban en sus manos pero Draco le lanzó un hechizo inofensivo, algo tan absurdo que provocó risas en todos. Una pelea muy diferente a la que estaba observando en ese momento.

Todos ellos se vieron forzados a retroceder unos pocos pasos por la fuerza del hechizo, y Harry y Ron se miraban insistentemente a cada lado de la transparente barrera como si se vieran claramente uno al otro por primera vez.

—Deja el Horrocrux. —dijo Harry.

Ron se pasó la cadena por sobre la cabeza y tiró el relicario sobre una silla cercana. Se giró hacia Hermione.

—¿Qué vas a hacer?

—¿A que te refieres?

—¿Te quedas, o qué?

—Yo... —se veía angustiada—. Si...si, me quedo. Ron, dijimos que iríamos con Harry. Dijimos que lo ayudaríamos.

—Lo entiendo. Lo eliges a él.

—Ron, no... por favor... regresa, ¡Regresa!

Se vio obstruida por su propio encantamiento escudo; para cuando lo hubo levantado él ya había salido rabiando hacia la noche. Harry permaneció inmóvil y en silencio, escuchándola sollozar y gritar el nombre de Ron entre los árboles. Pasado unos momentos, ella regresó con el cabello empapado y pegado a la cara.

—¡Se ha... ido! ¡Se ha desaparecido! —Se dejó caer en una butaca, se acurrucó y rompió a llorar.

Harry estaba aturdido. Recogió el Horrocrux y se lo colgó del cuello; luego quitó las sabanas de la cama de Ron y tapó a Hermione. Cuando volvió junto a las literas, Alaska lo siguió, y antes de pensar en lo que diría, Harry dijo:

—También te irás. —se giró hacia ella con una mirada de entendimiento, al parecer había deducido todo lo que ella había pensado.

Aunque Alaska no creía ser tan predecible.

—Volveré a Hogwarts y hablaré con Severus, averiguaré si sabe algo de la espada. Debemos saber si tiene alguna pista.

—Y te asegurarás de que Tim este a salvo. —añadió Harry.

—Debo saber porque él decidió ocultarme esa información —Alaska no se avergonzaba de que Harry supiera sus reales intenciones—. Es importante para mí.

—Lo sé.

—Me llevaré el Horrocrux —dijo entonces la chica—. No perderé el tiempo, investigaré como destruirlo y lo haré en cuanto pueda hacerlo. Es lo mejor.

—No —se negó Harry—. Dices que debes presentarte a reuniones, estar con mortifagos. Si te ven con él, si descubren lo que es sería muy peligroso.

Alaska frunció los labios, él tenía razón.

—Te irás, pero ¿cómo nos encontrarás después?

—No te preocupes por eso —Alaska guardó sus pertenencias en su mochila con un movimiento de varita—, encontraré la forma.

Alaska salió con cautela de la carpa; el bosque olía a tierra húmeda y la lluvia comenzó a empaparla de inmediato mientras avanzaba. Con cada paso, sus zapatos se hundían en el barro del suelo del bosque. Finalmente, llegó a la barrera de protección que los rodeaba. Pensó en su destino y la sensación habitual de presión en el pecho apareció, segundos después, al abrir los ojos, se encontraba en el borde de un bosque, donde ya no estaba lloviendo.

Gracias a los permisos especiales otorgados por Severus, podía aparecerse dentro de los terrenos de Hogwarts sin ningún problema, a diferencia de otros la magia protectora no le impidió el paso, en cuanto levantó la vista se encontró con un enorme castillo acompañado de un revoltijo de torres, una sensación de familiaridad le inundó el pecho. Era bueno volver, lo extrañaba. Aunque no era en las mejores condiciones.

Los jardines y terrenos de Hogwarts estaban cubiertos de nieve tal como solía estar cada año en aquella época, pero aquella vez había algo distinto, no habían estudiantes jugando con la nieve o intentando patinar sobre el lago congelado, estaba totalmente vacío. Con un extraño sentimiento Alaska avanzó por el camino libre de nieve, hasta llegar a las grandes puertas de la entrada. Fue como entrar a un lugar abandonado. El Castillo estaba en total silencio y no se veía a nadie caminando por los pasillos, estaba completamente vacío. Incluso las habituales decoraciones navideñas no estaban, nadie se había encargado de colocarlas ese año.

Alaska caminó por los oscuros pasadizos de Hogwarts, con la confianza de quien conocía cada rincón del castillo. Aunque sabía que no tendría problemas si fuera encontrada caminando por los pasillos principales, ella prefería la seguridad de los pasajes secretos. No deseaba encontrarse ni ser interrogada por los mortífagos que se encontraban en el Castillo. Con un giro a la derecha después del retrato de Merlín, deslizó su varita sobre un ladrillo aparentemente común, revelando una entrada oculta.

Siguió avanzando a través de pasillos estrechos y escaleras ocultas, sus pasos apenas audibles en la penumbra. Finalmente, llegó a la puerta escondida que conducía a la sala común de Slytherin. Empujó la puerta pesada y se adentró en la cálida y acogedora atmósfera verde de la sala. Hasta ese momento no se había dadi cuenta, pero extrañaba ese lugar.

Los sillones de cuero negro y las sillas de madera estaban estratégicamente dispuestos, pero vacíos en ese momento. Solo un chico moreno, Blaise, ocupaba uno de los sofás frente al fuego de la chimenea. La luz verde del techo arrojaba sombras danzantes sobre él mientras se sumía en su lectura y escribía anotaciones en los bordes de las páginas.

La chica avanzó en silencio, el suave susurro de su túnica deslizándose sobre el suelo de piedra apenas rompía el silencio. Blaise alzó la mirada de su libro y le dedicó una sonrisa al reconocerla.

—Ha pasado tiempo desde la última vez que viniste. —le dijo el chico, dejando a un lado el libro.

—Las cosas no han salido como esperaba —ella respondió mientras se acercaba al fuego—. Todo es más complicado de lo que creí.

La sala común de Slytherin, iluminada por las lámparas de techo de color verde y llena de ese aire de misterio y sofisticación, era su refugio, y compartirlo con Blaise solo hacía que se sintiera más en casa.

—Bueno, tú doble ha estado actuando a la perfección. No entiendo como nadie sospecha. —comentó Blaise con el ceño fruncido y una leve expresión burlona.

—¿Aún no descubres quien se está haciendo pasar por mí? —el chico negó—. Ya me estoy cansando de tantos secretos.

—Entonces será mejor que te lo diga —Blaise se enderezó—. En el tren le dijiste a Archer que no iniciara una rebelión contra los mortífagos.

—Sí, lo recuerdo.

—Pues no hizo caso a tus palabras —se lamentó—. Es un buen chico y todo, pero se esta metiendo en muchos problemas. Creí que dijiste que el director Snape lo protegería pero bueno... no lo parece.

Alaska tensó la mandíbula y apretó los puños de sus manos; no estaba sorprendida.

—A los Carrow les divierte torturarlo.

—No me sorprende —soltó ella—. Severus no ha estado cumpliendo con sus promesas últimamente.

—¿Crees que...?

—No —lo detuvo antes de que pudiera terminar la oración—. Confío en Severus más que nadie, no dudo de su lealtad. Pero cualquiera puede cometer errores.

—Sí es lo que crees.

Blaise se puso en pie alisando su túnica, preparado para irse a la cama. Sin embargo, sus cejas se elevaron, demostrando que de pronto había recordado algo importante.

—Ah, una cosa más —añadió volteándose hacia ella—. Draco está en tu habitación.

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