𝒐𝒏𝒆

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( ☆. 𝐶𝐻𝐴𝑃𝑇𝐸𝑅 𝑂𝑁𝐸 )
𝚟𝚒𝚍𝚊 𝚍𝚎 𝚖𝚘𝚛𝚝𝚒𝚏𝚊𝚐𝚊.

El mundo mágico se vio sumido en una época oscura y peligrosa cuando el verano dio comienzo, todo había empeorado día a día luego de la muerte de Albus Dumbledore, la cual seguía siendo un misterio para muchos magos y brujas.

La influencia y el control del Señor Tenebroso se habían extendido por todo el mundo mágico, sembrando el miedo y la desesperación en cada rincón. No había lugar para esconderse y nadie en quien confiar.

Los ataques de los mortífagos se multiplicaban. La magia oscura se apoderaba de hogares y comunidades enteras, dejando a su paso un rastro de destrucción y muerte. Y no solo en el mundo mágico, en el muggle ocurrían desastres cada día: aviones estrellados, explosiones, descarrilamientos, así como cualquier otra desgracia que dejaba gente desaparecida y muertos. Hasta la niebla que cubría el país estaba producida por los dementores.

Todo era un caos, y volver a la normalidad requeriría de mucho esfuerzo. Esfuerzo que Alaska Ryddle no había dejado desde que escapó de Hogwarts meses atrás.

Ahora, con una nueva confianza puesta sobre ella, la joven se había vuelto mucho más importante en el círculo de los mortifagos. A pesar de su corta edad asistía a cada una de las reuniones, y siempre se le pedía su opinión, la cual era tomada en cuenta. Las únicas situaciones en las que Alaska no se sentía del todo cómoda, era cuando se le pedía asistir a misiones junto a su tío Danniel, quien parecía ser el preferido para realizar las tareas más violentas.

Alaska no tardó mucho en comprender. Luego de acompañarlo en dos misiones era más que claro de que Danniel disfrutaba torturando y matando a otros, lo hacía lentamente, asegurándose de que sintieran el dolor y suplicaran a sus pies, siempre probaba nuevas técnicas. Ella creía que era repulsivo y enfermizo.

Tenía suerte de que aquello no se hubieran repetido más de dos veces, luego de esas misiones no tuvo que volver a acompañarlo y el Señor Tenebroso le permitió descansar. Según sus palabras, lo que tenía preparado para ella aún estaba lejos, y no quería fatigada. No aún al menos.

Eso, sin embargo, no la eximia de presentarse a las reuniones en la Mansión Malfoy.

El reloj de la sala era lo único que se escuchaba en el ambiente, y este indicaba las nueve con diez de la noche; iba tarde a la reunión. Alaska maldecía por lo bajo mientras se movía por la casa, buscando su varita y su capa de viaje con prisa, no deseando perder más tiempo del necesario.

Minutos después se apareció en un estrecho sendero bañado por la luna, se encaminó haciendo ondear la larga capa alrededor de los tobillos. Torció a la derecha y tomó un ancho camino que partía el sendero. El alto seto describía también una curva y se prolongaba al otro lado de la impresionante verja de hierro forjado que cerraba el paso, no detuvo el paso; sin un signo de confusión la chica alzó el brazo izquierdo, como si saludara, y atravesó la verja igual que si las oscuras barras metálicas fueran de humo.

Entonces una magnífica mansión surgió de la oscuridad al final del camino; había luz en las ventanas de cristales emplomados de la planta baja. Se acercó presurosa a la puerta de entrada, que se abrió hacia dentro, aunque no se vio que nadie la abriera.

El amplio vestíbulo, débilmente iluminado, estaba decorado con suntuosidad y una espléndida alfombra cubría la mayor parte del suelo de piedra. La mirada de los pálidos personajes de los retratos que colgaban de las paredes siguió a la chica, que andaba con prisa, casi corriendo.

Por fin, se detuvo ante una maciza puerta de madera y, acto seguido, hizo girar la manija de bronce.

El salón se hallaba repleto de gente sentada alrededor de una larga y ornamentada mesa. Todos mantuvieron silencio, parecía que su presencia había interrumpido una conversación. Los muebles de la estancia estaban arrinconados de cualquier manera contra las paredes, y la única fuente de luz era el gran fuego que ardía en la chimenea, bajo una elegante repisa de mármol coronada con un espejo de marco dorado.

Cuando sus ojos se acostumbraron a la penumbra y alzó la vista, pudo observar un elemento más extraño de la escena: una figura humana, al parecer inconsciente, colgaba cabeza abajo sobre la mesa y giraba despacio, como si pendiera de una cuerda invisible, reflejándose en el espejo y en la desnuda y pulida superficie de la mesa.

—Alaska —Dijo una voz alta y clara desde la cabecera de la mesa—. Llegas tarde.

—Mi Señor, le ofrezco mis disculpas —Respondió ella casi de inmediato, adentrándose en la sala—. No tengo excusa.

No alejó su mirada de él. Sin pelo, con rajas por nariz y brillantes ojos rojos cuyas pupilas eran verticales. Lord Voldemort nunca antes se había asemejado tanto a una serpiente.

—Te he guardado un asiento junto a Draco. —Le dijo entonces el hombre.

—Yo lo he recomendado —Habló Danniel un par de sillas a su derecha—. Creí que te gustaría la idea.

Alaska mostró una falsa sonrisa—. Gracias, Danniel.

Y sintiendo la mirada del hombre sobre ella, se dirigió hacia el único asiento vacío en la mitad de la mesa. No le dirigió la mirada al chico que se encontraba a su lado, podía sentir lo asustado que estaba y sabía que ver su expresión no ayudaría en nada. Durante ese último tiempo las cosas habían sido complicadas, solo se veían durante las reuniones y en ellas no podían interactuar lo suficiente. Alaska y Draco no habían hablado de verdad desde el día que escaparon de Hogwarts, y eso parecía haber pasado hace siglos atrás.

—¿Qué decías, Snape? —Preguntó Voldemort, continuando con la charla interrumpida.

—Mi fuente me dijo que plantarían un falso rastro; este debe ser. No dudo de que Dawlish está bajo un Encantamiento Confundus —Apuntó el pelinegro—. No sería la primera vez; se sabe que es susceptible.

—Le aseguro, mi Señor, que Dawlish parecía bastante seguro. —Dijo Yaxley.

—Si estaba confundido, naturalmente que estaría seguro —Rebatió Severus—. Yo te aseguro, Yaxley, que la Oficina de Aurores no tomará parte en la protección de Harry Potter. La Orden cree que tenemos infiltrados en el Ministerio.

—La Orden tiene razón en algo entonces, ¿verdad? —Comentó un hombre, soltando una risita silbante que resonó allí y a lo largo de la mesa.

Voldemort no rió. Su mirada había vagado hacia arriba hasta el cuerpo que se revolvía lentamente en lo alto, y parecía estar perdido en sus pensamientos.

—Mi señor —Siguió Yaxley—, Dawlish cree que toda una partida de Aurores se ocupará de trasladar al chico...

Voldemort alzó una larga mano blanca, y Yaxley se calló al instante, observando resentido como su señor volvía a girarse hacia Snape.

—¿Dónde van a ocultar al chico a continuación?

—En la casa de un miembro de la Orden —Explicó—. El lugar, según la fuente, ha sido equipado con cada protección que la Orden y el Ministerio juntos han podido proporcionar. Creo que habrá poca oportunidad de atraparlo una vez esté allí, mi Señor, a menos, por supuesto, que el Ministerio haya caído antes del próximo sábado, lo cual podría darnos la oportunidad de descubrir y deshacer los suficientes encantamientos como para romper el resto.

—Bien, ¿Yaxley? —Llamó Voldemort mesa abajo, la luz del fuego iluminaba extrañamente sus ojos rojos—. ¿Habrá caído el Ministerio para el próximo sábado?

Una vez más, todas las cabezas se giraron. Yaxley cuadró los hombros.

—Mi Señor, tengo buenas noticias sobre ese punto. He.... con dificultad y después de grandes esfuerzos... tenido éxito al colocar una Maldición Imperius sobre Pius Thicknesse.

Muchos de los sentados alrededor de Yaxley parecieron impresionados; su vecino, Dolohov, un hombre con una larga y retorcida cara, le palmeó la espalda.

—Es un comienzo —Dijo Voldemort—. Pero Thicknesse es solo un hombre. Scrimgeour debe estar rodeado por nuestra gente antes de que yo actúe. Un atentado fallido contra la vida del ministro me hará retroceder un largo tramo del camino.

—Si... mi Señor, eso es cierto... pero ya sabe, como jefe del Departamento de Refuerzo de la Ley Mágica, Thicknesse tiene contacto regular no solo con el propio ministro, sino también con los jefes de todos los demás departamentos del Ministerio. Será, creo yo, fácil ahora que tenemos a un oficial de tan alto rango bajo nuestro control, subyugar a los otros, y después podemos trabajar todos juntos para someter a Scrimgeour.

—Mientras nuestro amigo Thicknesse no sea descubierto antes de convertir al resto —Dijo Voldemort—. En cualquier caso, parece improbable que el Ministerio vaya a ser mío antes del próximo sábado. Si no podemos tocar al chico en su destino, debemos hacerlo mientras viaja.

—Tenemos ventaja ahí, mi Señor —Dijo Yaxley, que parecía decidido a recibir alguna porción de aprobación—. Ahora tenemos a varias personas plantadas dentro del Departamento de Transporte Mágico. Si Potter se Aparece o utiliza la Red Flu, lo sabremos inmediatamente.

—Si la Orden cree que nos hemos infiltrado en el Ministerio, es claro que no utilizaran ningún transporte que pueda ser rastreado —Habló Alaska desde su asiento, ganándose una mirada por parte de Yaxley—. Será un traslado en el exterior.

—Todavía mejor. Tendrá que salir a campo abierto, será más fácil atraparlo. —Voldemort miró otra vez el cuerpo que giraba con lentitud y continuó—: Me ocuparé personalmente del chico. Ya se han cometido demasiados errores en lo que se refiere a Harry Potter, y algunos han sido míos. El hecho de que Potter siga con vida se debe más a mis fallos que a sus aciertos.

La compañía alrededor de la mesa observaba a Voldemort aprensivamente, cada uno de ellos, por su expresión, temiendo que pudieran ser culpados por la continuada existencia de Harry Potter. Voldemort, sin embargo, parecía estar hablando más para sí mismo que para ninguno de ellos, todavía dirigiéndose al cuerpo inconsciente sobre él.

—He sido poco cuidadoso, y por eso la suerte y el azar han frustrado mis excelentes planes. Pero ahora ya sé qué he de hacer; ahora entiendo cosas que antes no entendía. Debo ser yo quien mate a Harry Potter, y lo haré.

Ante esas palabras, aparentemente en respuesta a ellas, sonó un repentino aullido, un terrible y desgarrador grito de miseria y dolor.

—Colagusano —Dijo Voldemort sin mudar el tono serio y sereno y sin apartar la vista del cuerpo que giraba—, ¿no te he dicho que mantuvieras a nuestro prisionero tranquilo?

—Si, m...mi Señor. —Jadeo el hombre al final de la mesa, se revolvió en su asiento y salió a toda prisa de la habitación, no dejando tras él nada más que un curioso brillo plateado.

—Como iba diciendo —Prosiguió el Señor Tenebroso, y escudriñó los tensos semblantes de sus seguidores—, ahora lo entiendo todo mucho mejor. Ahora sé, por ejemplo, que para matar a Potter necesitaré que alguno de ustedes me preste su varita mágica.

Las caras de los reunidos reflejaron sorpresa; era como si acabara de anunciar que deseaba que alguno de ellos le prestara un brazo.

—Mi Señor —Habló Alaska una vez más, esta vez ganándose la mirada de todos allí—, mi varita está a su disposición. Sería un honor que...

—No —Es detenida la chica—, no será necesario Alaska. Tú la necesitas, en cambio... Lucius, no veo razón para que sigas teniendo una varita.

Lucius Malfoy levantó la mirada. Su piel parecía amarillenta y cerosa a la luz del fuego, y sus ojos estaban hundidos y sombríos. Cuando habló, su voz era ronca:

—¿Mi Señor?

—Tu varita, Lucius. Exijo tu varita.

—Yo...

Lucius miró de reojo a su Cissy, que estaba mirando directamente hacia adelante, tan pálida como él, y con un leve asentimiento por parte de ella Lucius metió la mano en la túnica, retirando una varita, y pasándosela a Voldemort, que la sostuvo en alto delante de sus ojos rojos, examinándola atentamente.

—¿Qué es?

—Olmo, mi Señor —Susurró Malfoy—. Y centro de nervio de corazón de dragón.

—Bien —Dijo Voldemort. Sacó su propia varita y comparó sus longitudes.

Lucius hizo un movimiento involuntario; durante una fracción de segundo pareció como si esperara recibir la varita de Voldemort a cambio de la suya. El gesto no le pasó por alto a Voldemort, cuyos ojos se abrieron maliciosamente.

—¿Darte mi varita, Lucius? ¿Mi varita?

Algunos de los miembros de la multitud rieron.

—Te he dado tu libertad, Lucius, ¿no es suficiente para ti? Pero he notado que tú y tu familia parecen menos felices que antes... ¿Qué hay en mi presencia en tu casa que te disguste, Lucius?

—Nada... ¡nada, mi Señor!

—Que mentiroso, Lucius...

La suave voz pareció sisear incluso después de que la cruel boca hubiera dejado de moverse. Uno o dos de los magos apenas reprimieron un estremecimiento cuando el siseo creció en volumen; algo pesado podía oírse deslizándose por el suelo bajo la mesa.

La enorme serpiente emergió para escalar lentamente por la silla de Voldemort. Se alzó, pareciendo interminable, y fue a descansar sobre los hombros de Voldemort. Voldemort acarició a la criatura ausentemente con largos dedos finos, todavía mirando a Lucius.

—¿Por qué los Malfoy parecen tan infelices con su suerte? ¿No es mi retorno, mi ascenso al poder, lo que profesaban desear durante tantos años?

—Por supuesto, mi Señor —Dijo Lucius. Su mano temblaba cuando se limpió el sudor del labio superior—. Lo deseábamos lo deseamos.

La mirada del Señor Tenebroso se fijó entonces en el menor de los Malfoy. Con cuidado, a su lado, Alaska colocó su mano delicadamente sobre la de Draco, que se mantenía sobre sus piernas por debajo de la mesa, alejada de miradas ajenas.

Los dedos de Alaska se entrelazaron con los de Draco, proporcionándole un toque de apoyo y calidez en medio de la tensión. Con su suave tacto, intentó transmitirle seguridad y consuelo con un gesto sutil.

Draco, sorprendido por el contacto y al mismo tiempo reconfortado, relajó su expresión. La chica, sabiendo que no necesitaba nada más en ese momento, continuó acariciando la mano de Draco con ternura. Cada roce era un recordatorio de que ella estaba allí para él, dispuesta a brindarle su apoyo.

A medida que el contacto prolongado se prolongaba, Alaska podía sentir cómo la tensión en el cuerpo de Draco se iba disipando poco a poco.

—Mi Señor —Habló Bellatrix—, es un honor tenerlo aquí, en la casa de nuestra familia. No puede haber mayor placer.

—No hay más alto placer —Repitió Voldemort, su cabeza se inclinó un poco a un lado mientras evaluaba a Bellatrix—. Eso significa mucho, Bellatrix, viniendo de ti.

La cara de ella se llenó de color, sus ojos se inundaron de lágrimas de deleite.

—¡Mi Señor sabe que no digo más que la verdad!

—No hay más alto placer... ¡ni siquiera comparado con el feliz evento que, según he oído, ha tenido lugar esta semana en tu familia!

Ella le miró, con los labios separados, evidentemente confusa. Alaska tampoco entendía.

—No sé lo que quiere decir, mi Señor.

—Estoy hablando de tu sobrina, Bellatrix. Y la suya, Lucius y Narcisa. Se acaba de casar con el hombre lobo, Remus Lupin. Deben estar orgullosos

Hubo una explosión de risas socarronas alrededor de la mesa. La cara de Bellatrix, tan recientemente ruborizada de felicidad, se había vuelto de un feo y manchado rojo.

—No es prima nuestra, mi Señor —Gritó sobre el regocijo—. Nosotros... Narcisa y yo... nunca volvimos a ver a nuestra hermana desde que se casó con el sangre sucia. Esa mocosa no tiene nada que ver con ninguna de nosotras, ni ninguna bestia con la que se haya casado.

—¿Qué dices tú, Draco? —Preguntó Voldemort, y aunque su voz era queda, fue llevada claramente a través de silbidos y risotadas—. ¿Harás de niñero de los engendros de tu prima?

Aterrado, Draco buscó la mirada de Alaska. Ella negó con la cabeza de manera casi imperceptible y siguió contemplando de forma inexpresiva a un punto muerto de la mesa, dándole un leve apretón a la mano del chico.

—Antes muerto —Se aclaró la garganta antes de continuar—, engendros como aquellos nunca serán parte de nuestra familia.

Voldemort pareció satisfecho con la respuesta de Draco y con una simple mirada calló todas las risas de la mesa.

—Muchos de nuestros más antiguos árboles familiares se han vuelto un poco descuidados con el paso del tiempo —Dijo cuando Bellatrix le miró fijamente—. ¿Qué debes podar y qué no para mantenerlo saludable? Cortas aquellas partes que amenazan la salud del resto.

—Si, mi Señor —Susurró Bellatrix, y sus ojos se inundaron de nuevo con lágrimas de gratitud—. ¡A la primera oportunidad!

—Danniel tiene experiencia con eso, ¿no?

Se volteó para observar a su seguidor, quien le sonreía con orgullo.

—Y volvería a hacerlo sin arrepentimientos. —Comentó, echándole un vistazo a Alaska.

—Deben hacerlo —Dijo Voldemort—, en sus familia, al igual que en el mundo... debemos cortar el cáncer que nos infecta hasta que solo los de la sangre auténtica permanezcan...

Voldemort alzó la varita de Lucius, apuntándola directamente a la figura que se revolvía lentamente suspendida sobre la mesa, y le dio una pequeña sacudida. La figura volvió a la vida con un gemido y empezó a luchar contra ataduras invisibles.

—¿Reconoces a nuestra invitada, Severus? —Preguntó Voldemort.

Snape alzó los ojos a la cara que estaba bocabajo. Cuando volvió la cara hacia la luz del fuego, la mujer dijo con voz rota y aterrada.

—¡Severus! ¡Ayúdame!

—Ah, sí. —Dijo Snape cuando la prisionera volvió a girar lentamente hacia otro lado.

—¿Y ustedes? ¿Alaska, Draco? —Se volvió hacia ellos, acariciando el hocico de la serpiente con la mano libre de la varita.

—Es la profesora Charity Burbage, enseñaba Estudios Muggles en Hogwarts.

—Si... la profesora Burbage enseñaba a los hijos de brujas y magos todo sobre los muggles.... cómo no son tan diferentes a nosotros...

—Severus... por favor... por favor.

—Silencio —Dijo Voldemort, con otro golpe de la varita Charity cayó en silencio como amordazada—. No me alegra la corrupción y contaminación de las mentes de niños magos, la semana pasada la Profesora Burbage escribió una apasionada defensa de los sangre sucia en el Profeta. Los magos, dijo, deben aceptar a ladrones de su conocimiento y magia. La mengua de los pura sangre es, dice la Profesora Burbage, una circunstancia de lo más deseable.... Haría que todos nosotros nos emparejáramos con muggles... o, sin duda, con hombres lobo...

Nadie rio esta vez. No había duda de la furia y el descontento en la voz de Voldemort. Por tercera vez, Charity Burbage se revolvió para enfrentar a Snape. Corrían lágrimas desde sus ojos hasta su pelo.

—Avada Kedavra.

El destello de luz verde iluminó cada esquina de la habitación. Charity cayó con un resonante golpe sobre la mesa de abajo, que tembló y se partió. Varios de los mortífagos saltaron hacia atrás en sus sillas.

—La cena, Nagini.

Y así fue como la reunión terminó, con una sangrienta perspectiva para cada uno de los presentes, que tuvieron que observar como la gran serpiente devoraba por completo el cuerpo de la bruja.

Alaska se levantó en cuanto Severus lo hizo, apresurándose para llegar a su lado y abandonar la Mansión Malfoy en cuanto antes, juntos. No veía la hora de llegar a su casa.

—¿Ocurrió algo en tu camino a la reunión? —Preguntó Severus en cuanto se aparecieron en la entrada y cerró la puerta de la casa tras de sí—. ¿Por qué llegaste tarde?

—Perdí la noción del tiempo —Le explicó la chica, quitándose la capa—. Logré conectar el segundo hechizo, la emoción me sobrepasó.

Pero por más que el logro era algo que había estado buscando hace mucho, Alaska no se veía emocionada. De hecho, Severus creía que se veía algo distraída, incluso molesta.

—Dime —Le pidió—. ¿Qué fue lo que te incómodo?

—Danniel siempre logra ponerme los nervios de punta —Mencionó, volteándose hacia él—. Pero eso no es lo que me tiene molesta ahora mismo.

—Entonces —Dijo—, ¿qué es?

—Elizabeth. —Respondió ella.

—¿Elizabeth? ¿qué ocurre con ella?

—Descubrí algo hace meses, lo he estado guardando porque creí que en algún momento tú me lo dirías —Alaska dejó escapar todo el aire que había estado reteniendo—. No fue así.

—¿Puedes explicarte?

—Sé que mi madre y tú asistieron a Hogwarts en la misma época. Estuvieron en la misma casa y curso, lo que solo me confunde más, ¿sabes? —La chica observaba los movimientos de Severus con minuciosidad—. ¿Por qué no decírmelo?

—No sabía cómo hacerlo —Confesó Severus con el celo fruncido, sin observarla directamente fue a sentarse—. Ella era... bueno, Lizz fue...

—¿Lizz? —Alaska repitió el apodo. No pensó que ambos fueran lo suficientemente cercanos como para tenerse apodos.

—No éramos amigos, esa es la verdad. Pero era una chica especial —Dijo como si hubiera leído su mente. Alaska divisó una sombra de sonrisa en su rostro—. Nuestros años en Hogwarts estuvieron marcados por la ola de seguidores de Voldemort y artes oscuras. Y ella, a pesar de estar en Slytherin, nunca pareció interesada en eso.

Severus se dio un tiempo, acariciándose la cien mientras parecía recordar.

—Una vez la escuche decir que creía que la magia oscura corrompía a cualquiera que la ocupaba y que temía por su hermano, incluso por mí.

—¿Ella sabía que tenías intenciones de unirte a Voldemort?

—Eso no parecía ser un secreto para nadie —Respondió—. Lizz intentó convencerme de no unirme por mucho tiempo, por meses.

—Pero no lo logró.

—No —Negó Severus—, no lo hizo. Luego de unirme no volví a verla, no hasta que Danniel la llevó con Voldemort.

—¿Alguna vez pensaste que ella podría haber sido obligada?

—Me pareció raro, por supuesto. Después de todo, siempre fue muy fiel a sus convicciones —Le hizo saber—. Pero al tener a Danniel como hermano, creí que él la había convencido. Pensé que estaba allí por decisión propia.

Alaska no se sintió aliviada por las palabras de Severus, aquella nueva información pareció afectarla más de lo que creyó. De pronto apareció la idea de su madre, detestándola. Pensando en ella como lo hacía con Danniel, corrompida por la magia oscura.

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