𝒕𝒘𝒆𝒏𝒕𝒚 𝒇𝒊𝒗𝒆

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( ☆. 𝐶𝐻𝐴𝑃𝑇𝐸𝑅 𝑇𝑊𝐸𝑁𝑇𝑌 𝐹𝐼𝑉𝐸 )
𝚕𝚊 𝚒𝚗𝚎𝚟𝚒𝚝𝚊𝚋𝚕𝚎 𝚖𝚞𝚎𝚛𝚝𝚎.

El aire limpio les llenó los pulmones al volver al pasillo. La puerta de la Sala de los Menesteres se había desvanecido, y todos se sentaron o se detuvieron a descansar, sin aliento. No había señales de Theodore, Crabbe ni Goyle por ninguna parte.

Se hizo el silencio, sólo roto por los gemidos y toses. Entonces un gran número de enormes explosiones sacudió el castillo, y una gran cabalgata de figuras transparentes pasó galopando en sus caballos, con las cabezas gritando con sed de sangre bajo sus brazos. Alaska y Harry se levantaron tambaleándose cuando el Cazador sin Cabeza pasó y miraron alrededor: la batalla todavía tenía lugar a su alrededor. Podían oír más gritos que aquellos de los fantasmas que acababan de pasar. El pánico la invadió.

—Tim no está. —advirtió Alaska, y Draco se acercó a su lado.

—Debe estar cerca, no pueden haber ido muy lejos —dijo Draco, en un intento de calmarla—. Mi madre estará cuidandolo.

—Se suponía que tenían que volver a la Sala de los Menesteres. —comentó Harry.

—Caray, ¿crees que todavía funcionará después de ese fuego? —preguntó Ron, mientras se ponía en pie, frotándose el pecho y mirando de derecha a izquierda—. ¿Deberíamos dividirnos y mirar...?

—No —dijo Hermione, también levantándose—. Permanezcamos juntos.

—Debemos seguir con la misión —dijo Alaska—. Ya destruimos otro Horrocrux.

—Esto quiere decir, que si podemos pillar a la serpiente...

Pero Hermione se interrumpió cuando gritos y alaridos y los inconfundibles sonidos de duelos llenaron el pasillo. Los mortífagos habían entrado en Hogwarts. Fred y Percy acababan de aparecer a la vista, ambos peleando contra hombres enmascarados y con capuchas.

Alaska, Harry, Ron y Hermione corrieron para ayudarlos, Draco se quedó atrás. Chorros de luz volaron en todas direcciones y el hombre que peleaba con Percy retrocedió con rapidez, entonces la capucha se deslizó y vieron una alta frente y cabello veteado...

—¡Hola, Ministro! —bramó Percy, lanzando una limpia maldición directamente hacia Thicknesse, que dejó caer la varita y se empezó a arañarse las ropas por delante aparentemente con tremendo malestar—. ¿Le he mencionado que renuncio?

—¡Estás de broma, Perce! —gritó Fred cuando el mortífago con el que estaba luchando se derrumbó bajo el efecto de tres Hechizos Aturdidores distintos.

Thicknesse había caído al suelo con pequeños pinchos saliéndole por todas partes, parecía estarse convirtiendo en una especie de erizo de mar. Fred miró a Percy con regocijo.

—Realmente estás bromeando, Perce... no creo haberte oído bromear desde que tenías...

El aire explotó. Habían estado agrupados todos juntos, Alaska, Harry, Ron, Hermione, Fred, y Percy, con los dos mortífagos a sus pies, uno aturdido y el otro transformado; y en esa fracción de segundo, cuando la rubia se sintió volar por el aire, su varita actuó por su propia cuenta. La sintió arrastrar su mano como un gran imán, y vio un rastro de magia salir de su varita cuando su cuerpo se estrelló de lleno contra el frío sueño. Esperaba estar medio enterrada en las ruinas de un pasillo que había sido objeto de un terrible ataque, sin embargo, todo parecía demasiado silencioso. Entonces abrió los ojos.

Justo sobre ella, el rastro de magia de su varita se había elevado hasta el techo del pasillo y se expandió por todo el lugar para luego formar el número 60, el cronómetro comenzó con su cuenta regresiva. Alaska estaba confundida, sentía una extraña sensación en su cuerpo que apenas podía describir, entonces observó a su alrededor y sus sospechas se comprobaron.

De alguna forma, el tercer hechizo que había estado intentando conectar durante los últimos meses había funcionado por cuenta propia. Alaska ni siquiera había tenido la intención de intentarlo, su varita no solo había logrado formular el hechizo de forma correcta, también le había entregado la oportunidad de salvar una vida. Pues en ese momento, con los escombros y los cuerpos de sus conocidos detenidos en el tiempo, en plena caída, podía cambiar el destino de alguno de ellos.

Se levantó, tambaleándose, observando la cuenta regresiva del cronómetro que se encontraba sobre ella. Inspeccionó a su alrededor, Harry, Ron y Hermione no parecían estar en peligro inminente, unas cuantas heridas pero nada grave. Detrás de ella, Draco estaba seguro.

Fue más adelante dónde encontró la oportunidad. Se acercó hacia Fred, quien permanecía inmóvil a un metro del suelo. Su sonrisa todavía estaba grabada en su rostro, y Alaska se tomó el tiempo de observar la situación: un gran pedazo de escombro iba a caer justo sobre su pecho, junto a otros pedazos más pequeños. Era claro para ella, Fred Weasley iba a morir.

Su corazón se detuvo por sólo un segundo.

La moral de Alaska nunca ha sido la mejor, sus amigos y familia eran lo único que le importaba realmente. Y Fred nunca había sido su amigo, todo lo contrario. Podía recordar con claridad cada burla, cada comentario y acción que el pelirrojo había dicho y hecho para meterse con ella, todo empujado por un odio infundado. No, Fred no merecía ser salvado por ella.

No cuando, aún después de tantos años, recordaba perfectamente la letra de aquel poema que le había enviado en segundo año, y fue escuchado por toda la escuela: No eres bienvenida en este lugar, toma tu baúl y vete a aislar. Puedes desaparecer y nadie te extrañará, así que haznos un favor y vete ya.

A pesar del consejo que Severus le había dado aquel día, nunca había sido capaz de olvidar esas palabras por completo. Era infantil, pero ¿cómo olvidarlo cuando aquella había sido la primera carta de odio que había recibido? La carta dio comienzo con la correspondencia diaria de odio que recibía de toda la escuela.

Su mirada se desvió unos segundos hacia el cronómetro que seguía avanzando sobre ella, solo quedaban un par de segundos y no podía desperdiciarlos. Debía tomar una decisión. Cerró los ojos, sólo un corto segundo para pensar con claridad, para averiguar qué era lo que su cuerpo le decía. Entonces, cuando volvió a abrir la mirada, se apresuró en empujar el cuerpo de Percy a un lado para llegar junto a Fred, y arrastrar su pesado cuerpo por el aire, que en ese momento parecía tan denso como el cemento.

Segundos después, el cuerpo del pelirrojo se había movido un par de centímetros, aún estaba en peligro cuando el suelo bajo sus pies comenzó a temblar, el cronómetro ahora reflejaba que sólo quedaban cinco segundos para que el tiempo siguiera avanzando con normalidad. Entonces, sintiendo el pánico apoderarse de su cuerpo, Alaska empujó a Fred con más fuerza y se lanzó sobre él cuando el cronómetro se detuvo al llegar al número 0.

El rastro de magia desapareció y el tiempo siguió avanzando. El ruido del caos explotó en sus oídos, dejándola desconcertada por unos segundos mientras caía sobre el cuerpo de Fred y parte de las ruinas del Castillo explotaban a su alrededor, provocando fuertes puntos de dolor en su espalda.

Se escucharon los gritos y alaridos de los demás, Alaska observó hacia atrás, sin mirar al pelirrojo directamente, para ver sus piernas medio enterradas en las ruinas del pasillo que había sido objeto de un terrible ataque. Colocó todo su peso sobre sus brazos, intentando levantarse mientras escuchaba a Draco acercarse, corriendo para asegurarse de que su novia estuviera a salvo.

—¿Qué sucedió? ¿Alaska?

La chica estaba adolorida y Fred bajo ella la ayudó a incorporarse, ambos quedaron sentados en el suelo mientras los demás se acomodaron a su alrededor. El rubio no tardó en sacar una poción de su bolsillo para ayudarla con sus heridas, Alaska no tenía idea de donde lo había sacado o hace cuanto lo tenía guardado, pero lo aceptó con gusto.

—¿Cómo es posible? —Fred miraba el punto dónde él debía encontrarse, metros más atrás, dónde habían caído todas las ruinas; estaba más que confundido—. ¿Qué fue lo que...?

—La batalla está empeorando —dijo Alaska, intentando desviar su atención mientras se ponía de pie con ayuda de Draco—, deberíamos ir a otro lugar.

Pero Fred no pareció escucharla, estaba ensimismado en sus pensamientos.

—¿Cómo...? —murmuraba, mientras sacudía la cabeza—. Yo... iba a morir. —dijo entonces.

Todos se voltearon a mirarlo, consternado por las palabras que había pronunciado.

—¿De qué hablas? —espetó Ron con algo de molestia.

—Estás en shock, Fred —le dijo Hermione con una mezcla de pánico y calma fingida—. Deberías...

—No, lo digo en serio —la cortó—. Yo iba a morir aplastado, lo sé. Ese escombro iba a caer justo arriba mío, fue un instante, pero recuerdo lo que iba a suceder.

—Eso no es posible Fred, tú estabas por allá, lejos de ese lugar. —le explicó Percy, quien también parecía preocupado por él.

—Estoy seguro, me encontraba justo a tu lado pero después aparecí lejos... —el pelirrojo comenzó a observar a su alrededor de forma casi maníaca, intentando encontrar una respuesta a su gran confusión. Entonces sus ojos se detuvieron sobre Alaska—. ¡Tú! ¿Qué fue lo que hiciste?

Alaska no le respondió, y Fred comenzó a acercarse hacia ella, acorralandola contra la pared, hasta que Draco lo detuvo. Más, ella no se inmutó, no parecía intimidada por el mayor.

—No sé de qué hablas. —se limitó a responder ella.

—Mientes —aseguró Fred—. Luego de la explosión parecías demasiado calmada, y estabas sobre mi cuando antes de todo estabas a metros y... —la confusión en sus ojos desapareció, entonces pareció darse cuenta de algo. Sus ojos se abrieron como platos—. Me salvaste.

—¿Qué?

—Me salvaste la vida. —afirmó Fred.

—Eso es imposible.

—¿Lo es? —Alaska no respondió—. No lo niegas.

—Fred —habló Hermione desde atrás de ellos—. Alaska no podría, no hay hechizo que pueda salvarte. Sea lo que sea que haya ocurrido...

—Quiero que tú me respondas. —demandó Fred, sin quitarle la mirada de encima a la rubia.

Alaska no desviaba la mirada, levantó el mentón y dijo:

—Estamos en guerra. Hay que salvar las vidas que sean necesarias; incluso la tuya.

Fred no reaccionó, parecía perplejo. Entonces cuando la chica estaba por alejarse, unos fuertes brazos la detuvieron y se vio envuelta en un fuerte abrazo. Fred se había acercado a ella y le agradecía sin descanso con un murmuro contra su oreja. Alaska y el resto se quedaron inmóviles viendo la inesperada situación, estaban demasiado sorprendidos por la reacción y el contacto físico que estaba manteniendo Fred, quien nunca se había esforzado en ocultar su odio hacia ella.

Entonces un cuerpo cayó pasando por el hueco que había a un lado del colegio y las maldiciones volaron hacia ellos desde la oscuridad, golpeando la pared tras sus cabezas.

—¡Al suelo! —gritó Harry, mientras más maldiciones volaban a través de la noche. Fred y Draco agarraron a Alaska y la tiraron al suelo.

—¡Tenemos que salir de aquí!

Hermione chilló, y Alaska, volviéndose, no necesitó preguntar por qué. Una monstruosa araña del tamaño de un coche pequeño estaba intentando escalar a través del enorme agujero en la pared. Uno de los descendientes de Aragog se había sumado a la contienda. Ron y Harry gritaron juntos, sus hechizos chocaron y el monstruo voló hacia atrás desapareciendo en la oscuridad, con las patas sacudiéndose horriblemente.

—¡Ha traído amigos!

Sobre el borde del castillo a través del agujero que las maldiciones habían hecho en la pared. Más arañas gigantes estaban trepando por el lateral del edificio liberadas del Bosque Prohibido, en el que los motifagos debían haber penetrado. Draco se levantó y lanzó Hechizos Aturdidores sobre las arañas, logrando alejar a todas. Entonces llegaron más maldiciones volando por encima de sus cabezas, tan cerca que sentían que su estela les movía el pelo.

—¡Vámonos, ahora!

Se alejaron hasta el final del corredor que ahora estaba lleno de polvo, mampostería que se desmoronaba y cristales que hacía tiempo habían caído de las ventanas, vieron a mucha gente corriendo de un lado a otro, aunque no podrían asegurar si eran amigos ó enemigos. Al doblar la esquina, Percy soltó un rugido como el de un toro:

—¡ROOKWOOD! —y corrió en dirección a un hombre alto que estaba persiguiendo a una pareja de estudiantes.

—¡Harry, aquí dentro! —gritó Hermione.

Había arrastrado a Ron detrás de un tapiz, y Harry les hizo una señal a los restantes para ir con ellos. Sin embargo, como Percy, Fred se alejó por el otro lado del pasillo, lanzando hechizos mientras corría a toda velocidad.

—¿Qué fue lo que pasó allí? —interrogó Hermione en cuanto Alaska y Draco se acercaron—. ¿A qué se refería Fred cuando dijo que le salvaste la vida?

—Eso no importa, ¿sí? —espetó Alaska—. La batalla se está saliendo de control y somos los únicos que podemos terminar con esto.

—Necesitamos la serpiente, ¡tenemos que matar a la serpiente! —aceptó Hermione y se volteó hacia Harry—. Debes descubrir donde está Voldemort, porque tendrá la serpiente con él, ¿no es verdad? ¡Hazlo Harry... mira dentro de él!

Cerró los ojos ante la orden, y se perdió en su cabeza. Los demás estaban expectantes al chico, esperando cualquier señal mientras Alaska intentaba concentrarse, había muchas cosas que deseaba hacer en ese momento como encontrar a Tim o asegurarse de que Danniel no estuviera allí, pero aún tenían una misión que cumplir, y después de mucho tiempo estaba logrando lo que se había prometido hace mucho tiempo, con la muerte de Cedric: acabar con el Señor Tenebroso.

Con un suspiro, Harry abrió los ojos.

—Está en la Casa de los Gritos. La serpiente está con él, tiene alguna clase de protección mágica alrededor —su mirada se desvió hacia Draco, solo por unos segundos—. Acaba de enviar a Lucius Malfoy a buscar a Snape.

Cualquier pensamiento que haya estado vagando en la mente de Alaska desapareció.

—¿A Severus? —repitió Alaska.

—¿Voldemort sentado en la Casa de los Gritos? —dijo Hermione ultrajada—. ¿No... ni siquiera está peleando?

—Sabe que voy detrás de los Horrocruxes... está reteniendo a Nagini cerca de él...obviamente voy a tener que ir hasta él para acercarme a esa cosa...

—Vale —dijo Ron, cuadrando los hombros —Entonces no puedes ir, eso es lo que él quiere, lo que está esperando. Quédate aquí y cuida de Hermione, y yo iré y la conseguiré...

Harry atajó a Ron.

—Ustedes dos se quedan aquí, yo iré bajo la Capa y volveré tan pronto como...

—¡Silencio! —espetó Alaska con el corazón palpitando contra su garganta—. ¿Qué es lo que el Señor Tenebroso quiere de Severus? ¿Para qué lo necesita? —insistió ella.

—No dijo mucho —le explicó Harry—. Solo mencionó que lo necesita para un trabajo, para comprobar su lealtad.

—De acuerdo —murmuró ella, planificando un plan en su cabeza mientras su corazón parecía estar a punto de explotar en su pecho. Su rostro parecía calmado, pero no había ni un solo rincón de su cuerpo que se sintiera en paz—. Entonces está claro, yo iré con el Señor Tenebroso.

—¿Qué? —preguntó Harry, y esta vez Hermione y Ron no interrumpieron, pero la observaban, nerviosos.

—No hay otra opción, si algo le sucede a Severus... —ni siquiera quiso imaginarse esa situación, Alaska sacudió la cabeza—. Lo que sea que suceda, voy a impedirlo. Y mataré a Nagini.

—No lo harás. —interrumpió Draco.

—Dijiste que te mataría —agregó Harry—, luego de lo que sucedió en Gringotts... sabé que ya no estás de su lado.

—No puedes arriesgarte, Al —la detuvo Draco, antes de que pudiera colocarse en pie—. No lo permitiré.

—No estoy pidiendo tu permiso, ni el de nadie —espetó mirando también a Harry—. No puedo permitir que... tengo que ayudar a Severus, ¿sí? Ustedes no lo entenderán, pero él es importante para mí. Es mi familia.

—Y tú no dejas a tu familia sola. —dijo Harry, quien ya entendía lo que motivaba las acciones de Alaska.

—Lo que dijo el Señor Tenebroso no me da buena espina, necesito hacer algo. No pienso quedarme aquí sin hacer nada. Además, puedo intentar destruir el último Horrocrux.

Antes de que Draco o Harry pudieran intentar convencer a Alaska de no ir con el Señor Tenebroso, el tapiz en lo alto de la escalera en que permanecían se desgarró.

—¡POTTER!

Dos mortifagos encapuchados estaban allí de pie, pero incluso antes de que los demás pudieran reaccionar, Alaska levantó su varita y lanzó un hechizo de distracción para uno de los encapuchados, mientras el segundo era alcanzado por una estela cobriza. El efecto fue inmediato: el cuerpo del hombre comenzó a llenarse de grietas y a secarse, como si se estuviera secando desde el interior. Se escucharon gemidos de dolor y un balbuceo indistinguible hasta que el cuerpo desapareció, y se transformó en un montón de cenizas. Antes de poder comprender lo que ocurría, el segundo mortifago fue alcanzado por el mismo destino que su compañero.

—¿Qué fue eso? —soltó Hermione, horrorizada.

Pero Alaska no le prestó atención y se volteó hacia Draco.

—Mientras yo no estoy, necesito que busques a Tim —la rubia se apresuró a seguir hablando para no ser interrumpida—. Tienes que encontrarlo y quedarte junto a él, necesito saber que ambos estarán bien. Que se están protegiendo el uno al otro.

Él le tomó las manos con firmeza, mirándola con una mezcla de preocupación y amor.

—Debes mantenerte a salvo. Debes prometerme que volverás a mí, ¿sí, Alaska? —le dijo con voz llena de emoción—. No puedo soportar la idea de perderte.

Alaska asintió, sintiéndose abrumada por la intensidad de sus palabras. Tomó una respiración profunda y apretó suavemente las manos de Draco, juntando sus frentes por unos breves segundos. Sentía su corazón latir con fuerza contra su pecho, pero esta vez no tenía miedo. Lo observó profundamente a los ojos.

—Te lo prometo, Draco —respondió con voz suave—. Volveré a tu lado.

Se fundieron en un abrazo rápido antes de separarse para enfrentar sus propias misiones. Draco dejo un breve beso en la comisura de sus labios y desapareció por el pasillo, corriendo para buscar a Tim y a su madre en la batalla.

—¡Apartense! —gritó entonces Ron, y los cuatro se pegaron contra una puerta.

Un instante despues, pasó con gran estruendo una horda de pupitres galopantes dirigidos por la profesora McGonagall, que corría dleante de ellos. La profesora, desmelenada y con un tajo en una mejilla, no vio a los chicos. Cuando dobló la esquina, la oyeron gritar:

—¡A la carga!

Alaska no siguió perdiendo el tiempo.

—Voy a lograrlo Harry —dijo mientras se daba vuelta y comenzaba a alejarse, caminando de espaldas—, sin importar lo que pase. Tienes que confiar en mí.

Y sin más, se adentro en la batalla con el abundante polvo suspendido por todas partes, las piedras caían del techo y el resplandor de los hechizos cegaba su vista por algunos segundos.

Bajó por las escaleras y llegó a un pasillo abarrotado de duelistas. Los retratos a ambos lados de los luchadores estaban abarrotados de figuras gritando consejos y dando ánimos, mientras los mortifagos, tanto encapuchados como no, se batían a duelo con estudiantes y profesores. Alaska lanzó hechizos protectores para ayudar, pero no había mucho que podía hacer. Se estaba quedando sin tiempo, tenía que apresurarse para llegar a la Casa de los Gritos.

Echó a correr, agachada y zigzagueando entre los combatientes, resbalando en los charcos de jugo de snargaluff y llegó hacia lo alto de la escalinata de mármol con la intención de bajar hasta el vestíbulo. Había más duelistas por la escalinata y en el vestíbulo, y Alaska divisó a Theodore: parecía dispuesto a matar a cualquier estudiante y profesor que cruzaba en su camino; había perdido el sentido común.

Alaska lo perdió de vista tan rápido como lo encontró, y siguió con su camino. Bajó veloz por la escalinata de mármol y llegó al vestíbulo sin ser vista por nadie, no parecía que la reconocieran, o tal vez a nadie le importaba, demasiado ocupados con sus duelos. Con un movimiento de varita abrió las puertas macizas de madera y sintió el frío aire de la madrugada golpearla.

Los terrenos de Hogwarts estaban totalmente destrozados, pero antes de poder ver más a fondo o enfrentarse con más obstáculos, Alaska cerró sus ojos con concentración y la sensación de presión en su cuerpo pasó por desapercibido. Al volver a abrir los ojos se encontraba en la entrada de la Casa de los Gritos.

La vieja madera crujió bajo el peso de su cuerpo. El lugar estaba a oscuras, con la gruesa capa de polvo intacta y un olor a abandonado. Pudo escuchar el murmullo de una conversación en una de las habitaciones del fondo del pasillo, sin pensarlo mucho se acercó a ella. La puerta estaba entreabierta, y al terminar de abrirla se adentró en la habitación tenuemente iluminada, alcanzó a ver a Nagini, retorciéndose y girando como una serpiente acuática, protegida por una esfera estrellada y encantada que flotaba, sin soporte alguno, en medio del cuarto.

Los rojizos ojos de Voldemort se posaron sobre ella en la inmediatez, como si supiera que ella iba a aparecer por allí. El rostro liso con facciones de reptil, y aquella palidez relucía débilmente en la penumbra y su mano de largos dedos jugueteaba con la varita. Severus ya estaba allí, y aunque sintió su mirada, no volteó a verla.

—Alaska —habló, ocupando un tono distinto, uno que nunca había utilizado con ella pero sí con sus enemigos—. Dame una buena razón para no acabar contigo en este momento; me has traicionado.

—No puedo darle ninguna, mi Señor —respondió ella, sin parecer amenazada—. No hay ninguna razón por la que no deba matarme.

Voldemort se acercó a ella, caminó a su alrededor y se detuvo, quedando frente a frente. Ella se quedó inmovil mientras pasaba un dedo por su mejilla.

—Pero si quisiera hacerlo, si aún no necesitara de mí, ya lo hubiera hecho —determinó—, ¿no es así?

—Debo admitir, Alaska, que me has decepcionado. Esperaba más de ti, mucho más —comenzó a hablar mientras se alejaba, dándole espacio—. Pero ahora estás aquí, justo cuando más te necesitaba.

—Mi Señor... —Severus a su lado intentó hablar, pero fue callado en el momento.

—Estaba hablando con Severus sobre ti Alaska, justamente le había encomendado tu búsqueda. Te necesitaba, una última vez —Voldemort levantó la Varita de Saúco, agarrándola tan delicada y meticulosamente, como si temiera romperla—. ¿Sabes por qué busqué está varita, Alaska? No dudo que ya lo sabes.

—Es la Varita de Saúco, la varita más poderosa que existe —recitó ella—. La única con el poder de vencer a Harry Potter.

—Y es sólo gracias a ti que supe qué y dónde buscar. Tú, Alaska, me entregaste la profecía de Potter y has sido de más ayuda que muchos de mis mortifagos más leales. Eres mi hija después de todo —Voldemort afirmó, y Alaska sintió una fría corriente recorrer su espalda, era una de las pocas veces que él lo decía en voz alta—. Pero no era todo más que una actuación, ¿estoy en lo correcto? Todo este tiempo solo has buscado tu propio bienestar, y lo has conseguido. Hasta ahora.

Voldemort echó a andar por la habitación.

—Está varita me ayudará a matar a Potter —a pesar de ser lo que había estado buscando por años, no parecía feliz, disgustado más que nada—. ¿Pero, por qué no me funciona?

En el silencio se podía escuchar el leve siseo de la serpiente mientras se enroscaba...

—¿Mi Señor? —preguntó Alaska.

—Mi Señor —interrumpió Severus, acercándose. Él parecía entender algo que Alaska no—. Usted... usted ha ejecutado magia extraordinaria con esa varita.

—No, Severus, no. He ejercido la misma magia de siempre. Yo soy extraordinario, pero esta varita no lo es. No ha revelado las maravillas que prometía, ni descubro ninguna diferencia entre ella y la que me procuró Ollivander hace tantos años atrás —el tono de Voldemort era pensativo y pausado—. Ninguna diferencia.

Severis no respondió y eso fue lo que hizo que los sentidos de Alaska se alertarán. Parecía estar buscando las palabras adecuadas para tranquilizar al Señor Tenebroso y ella  seguía sin entender lo que sucedía.

—He estado reflexionando mucho, ¿sabés por qué le he pedido a Severus que vinieras aquí?

—No, mi Señor, no lo sé.

—Las circunstancias han cambiado Alaska, y me temo que ya no eres una necesidad.

Esa afirmación erizó la piel de la rubia, se lo esperaba por supuesto. Pero no pudo evitar sentir miedo.

—Debo admitir que has sido muy valiosa para mí durante los últimos años. Gracias a tus esfuerzos he logrado obtener mucha información que sin ti me hubiera sido imposible.

—Mi Señor, si me da una oportunidad...

—Ya me traicionaste una vez.

—Lo sé, mi Señor, pero con una oportunidad yo podría...

—No podrías hacer nada, porque ya no hay nada que puedas hacer por mí. Tengo la varita de Sauco en mis manos —Voldemort acarició la varita con los dedos blancos mientras miraba con firmeza a Alaska—. La Varita del Destino, la Vara de la Muerte... la robé de su dueño anterior. La agarré de la sepultura de Albus Dumbledore, y toda esta larga noche mientras estoy al borde de la victoria, he estado aquí sentado, preguntándome, preguntándome por qué la Varita de Saúco se niega a ser lo que debería ser, se niega a actuar como la leyenda dice que debe actuar para su verdadero dueño... y creo que tengo la respuesta.

Alaska permaneció callada, no sabía qué decir. Le dirigió una nerviosa mirada a Severus, que se rehusaba a devolverle la mirada. Estaba nerviosa, asustada de la situación en la que se había metido.

—¿Quizás ya la sabes, Severus? —se giró hacia él—. Después de todo, eres un hombre inteligente.

—Mi Señor, por favor... —él no lo escuchó y volvió hacia Alaska.

—La Varita de Saúco no puede servirme como es debido, Alaska, porque yo no soy su verdadero amo. Ella pertenece al mago o bruja que mata a su anterior propietario, y tú mataste a Albus Dumbledore. Mientras tú vivas, Alaska, la Varita de Saúco no será completamente mía.

—¡Mi Señor! —soltó Alaska. Ya no estaba asustada ni temerosa, una sonrisa había brotado en sus labios y observaba al mago tenebroso con incredulidad. Su único error, la única acción que tomó por egoísmo la había llevado hasta allí.

—No puede ser de otro modo. Debo dominar esta varita, Alaska. Si lo consigo, venceré por fin a Potter. —sólo entonces Alaska levantó su varita.

El sentimiento de estar en peligro aumentó cuando los ojos de Voldemort se posaron sobre ella. Sabía a qué iba, sabía que Voldemort iba a matarla en ese mismo momento, pero si eran sus últimos minutos de vida, debía aprovechar el momento. No le importaba morir, no cuando sabía que Draco y Tim se tendrían uno al otro, y que Harry terminaría con la misión. Pero debía matar a Nagini, matarla y así ayudar acabar con la guerra.

—¡No, mi señor! —se entrometió Severus entre ellos antes de que algo sucediera—. Déjeme aclararle esto. Usted está confundido, mi Señor, la varita en realidad le pertenece al mago que desarmó a su dueño anterior. La muerte no es la ofensa más grande, pero desarmar a un mago si lo es.

El cuello de Alaska se acalambró cuando se giró para observar a Severus, había sido demasiado brusca, fue a causa de la sorpresa. Sabía que Voldemort confiaba en él, creería sus palabras y tal vez él tenía la razón, pero aquel sentimiento de calma que experimentó Alaska fue fugaz. Diciendo aquello, todo se reducía a un simple hecho: Draco moriría en su lugar. Draco, al ser el último en desarmar a Dumbledore en la Torre de Astronomía, estaba en peligro. Voldemort iba a querer matarlo.

Alaska entró en pánico, las palabras se atascaron en su garganta y aunque lo intentó, nada brotó de allí, ninguna excusa o algo que pudiera salvar al amor de su vida. No sabía qué hacer, no sabía cómo solucionarlo.

—¿Y quién fue el último que desarmó a Dumbledore esa noche, Severus?

—El último en desarmar a Dumbledore...

—¡No! —grito Alaska en un intento de detener a Severus—. Por favor, no lo hagas. —suplicó al borde de las lágrimas—. No puedes...

—Fui yo, mi Señor —el rostro de Alaska se deformó al escuchar las palabras. Las lágrimas nublaron su vista y su cuerpo dejó de funcionar; por más que intentó mover cada extremidad de su cuerpo, se quedó inmovil—. El último mago que desarmó a Dumbledore por última vez, fui yo.

Severus, en una forma de salvar a las únicas personas que había amado en su vida, había mentido. Se dejó como carnada fresca ante un carnívoro. Y como último acto de su vida, se ofreció voluntario para proteger a Alaska, a su hija y descendiente. Al verdadero amor de su vida.

Y Voldemort hendió el aire con la Varita de Saúco, aunque no le hizo nada a Severus; pero entonces se revelaron las intenciones del Señor Tenebroso: la esfera de Nagini empezó a dar vueltas alrededor de Snape y, antes de que él pudiera hacer otra cosa que gritar, se le encajó hasta los hombros.

Mata. —ordenó Voldemort en pársel.

Un grito descomunal escapó de la garganta de Alaska, se derrumbó sobre sus rodillas y Voldemort se volteó hacia ella, golpeándola hasta dejarla en el suelo y bloqueando su vista de Severus.

—Una última oportunidad Alaska, esta es tu salida para seguir con vida —pero aquellas palabras no le hacían sentido a Alaska, no cuando sentía que algo había muerto dentro de ella—. Pero si te vuelvo a ver una vez más, no vivirás para contarlo.

Se alejó de ella y le echó un último vistazo a Severus, aún bloqueando la vista.

—Lo lamento. —dijo Voldemor con frialdad, y le dio la espalda.

Alaska sollozaba sin control, aún paralizada en el suelo. Su respiración era irregular y todo su cuerpo temblaba cuando intentó acercarse al cuerpo moribuno de Severus, Voldemort ya había abandonado la habitación junto a Nagini, y Alaska no había sido capaz de pensar en un plan o una forma de matar a la serpiente. Solo podía pensar en Severus, y su cuerpo moribundo que se encontraba a tan solo unos metros; y todo por culpa de ella.

—¿Qué has hecho? —sollozó Alaska, cuando logró llegar a un lado de Severus—. ¿Por qué lo hiciste? Te lo dije... tenías que estar a salvo. —la sangre seguía chorreando de las heridas de su cuello y Alaska, en un fallido intento de salvarlo, posó sus manos sobre el cuello para detener el sangrado; no lo estaba logrando.

—No, no, no... Severus.... no sé qué hacer...

Su estado era mortal, eso era más que claro. La sangre no dejaba de brotar y no había mucho que ella pudiera hacer, estaba en shock y no podía pensar en ninguna solución. El veneno de Nagini pronto haría efecto en su cuerpo.

—Yo no... no hay nada que pueda hacer... —su voz se rompió y comenzaba a sentir la falta de aire, su cabeza daba vueltas, sin poder procesar nada de lo que estaba ocurriendo—. Iba a arreglarlo, yo podía hacerlo. —sollozaba mientras la sangre comenzaba a escapar entre sus dedos.

—Alaska... —intentó hablar Severus.

—No digas nada, estoy intentando pensar... —lo silenció, cerrando sus ojos con fuerza, obligando a su mente a trabajar—. Necesito una solución.

—Alaska... —esta vez fue otra persona quien habló, detrás de ella.

La chica se sobresaltó y giró, Harry estaba allí, con Ron y Hermione por detrás.

—Harry, por favor —su voz sonó suplicante, Harry nunca la había visto así. Destrozada y frágil frente a sus ojos—. No puedo ayudarlo, yo... no sé qué hacer.

La sangre no dejaba de brotar del cuello del hombre. Era tanta la cantidad que toda la ropa de Alaska, manos y brazos quedaron empapadas de ella. Harry no le respondió, tampoco había mucho que él pudiera hacer. Se quedó allí, de pie, mirándola con lástima.

Pronto las manos de Severus alcanzaron las de Alaska, obligando a mirar sus agonizantes ojos. Sus ojos se desorbitaron y la buscaron cuando intentó hablar, Severus la agarró por la túnica y tiró de ella.

—Mi prioridad... siempre ha sido que estuvieras a salvo... —logró decir Severus, con mucho esfuerzo.

—Estaba a salvo, lo estaba. Iba a pensar en un plan...

—Tú y Draco...

—Yo podía encargarme de nuestra seguridad, tú debías encargarte de la tuya. Era lo único que debías hacer, ¡mantenerte con vida!

—Tú siempre has sido mi prioridad Alaska, mi misión siempre has sido tú, nadie más —Severus, con todas sus fuerzas, logró posar una de sus manos en su cabello—. Ahora vas a estar a salvo, podrás vivir tranquila junto a Draco, y Tim.

—Y contigo —insistió ella—, debías estar contigo. No puedo hacerlo sin ti.

—Ya te he enseñado todo lo que sé, me has superado —murmuró con una sonrisa, mientras un poco de sangre escapaba de su boca—. Es hora de que sigas adelante por tu cuenta. Sé que puedes hacerlo.

Entonces, su mirada se desvió. Miraba a Harry detrás de ella.

—Toma... las... Toma... las...

Algo más que sangre estaba escurriéndose de Severus. Azul plateado, ni gas ni líquido, emanaba de su boca, oídos y ojos, y sabía bien lo que era. Una redoma, conjurada del fino aire, fue dejada en la temblorosa mano de Harry por Hermione. Harry recogió la plateada sustancia con su varita, metiéndola dentro.

Las fuerzas del hombre se estaban agotando, cada vez estaba más débil así que volvió su vista hacia Alaska. La miraba con un brillo en sus ojos: orgullo y amor.

—Severus —murmuró Alaska, agarrando sus manos con fuerza—... siempre he estado muy agradecida de todo lo que has hecho por mí, por creer en mi potencial y nunca dejarme. Sé que al comienzo nuestra relación no fue fácil, pero tú cambiaste mi vida. Y cuando decidiste llevarme a tu casa, hacerme formar parte de tu familia... me diste una nueva oportunidad, me cuidaste y protegiste como a tu propia sangre. Yo, Severus, no soy hija de nadie más sino tú. Tu me criaste y me enseñaste todo lo que sabías, siempre te he considerado como un padre. Mi único padre. Puedes descansar ahora, ¿sí? Estaré bien, me has enseñado bien.

Sus ojos negros se encontraron con los suyos, pero un segundo más tarde, algo en las profundidades de sus ojos oscuros pareció desaparecer, dejándolos fijos, en inexpresivos y vacíos. Sus manos dejaron de aplicar fuerza en las de Alaska, y Severus quedó inmovil.

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