𝒕𝒘𝒆𝒏𝒕𝒚 𝒔𝒊𝒙

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( ☆. 𝐶𝐻𝐴𝑃𝑇𝐸𝑅 𝑇𝑊𝐸𝑁𝑇𝑌 𝑆𝐼𝑋 )
𝚎𝚕 𝚍𝚎𝚜𝚝𝚒𝚗𝚘 𝚍𝚎 𝚕𝚊 𝚐𝚞𝚎𝚛𝚛𝚊.

En el rincón de la habitación, todo parecía haber desaparecido, o así era como Alaska percibía su entorno: silencioso y oscuro, muerto.

Con lágrimas recorriendo sus mejillas de forma incontrolada, observaba impotente el cuerpo inerte de Severus. Su corazón latía con fuerza contra su pecho ante el desconsuelo que crecía dentro de ella, y un vacío se apoderaba de su ser. No encontraba las palabras correctas para expresar la tormenta de emociones que la inundaba en ese momento, era abrumador y parecía estar consumiéndola desde lo más profundo.

La realidad desaparecía ante sus ojos, y quedaba sola con el recordatorio de que Severus, quien había sido su guía durante todos esos años de crueldad e incertidumbre, ahora yacía sin vida frente a ella. Todas las memorias y enseñanzas parecían desvanecerse junto a él.

—Alaska… —el susurro de una voz se hizo paso entre el silencio de la habitación, más, la rubia lo ignoró.

Se arrodilló junto al cuerpo de Severus para acariciar por última vez su rostro pálido y frío. No había nada que pudiera hacer para cambiar lo sucedido, la impotencia la consumía. Dejó caer su cabeza sobre el pecho sin vida del hombre, intentando controlar sus emociones, pero el dolor de la pérdida era insoportable.

Era como si su vida se hubiera acabado de forma brusca y desgarradora, sin embargo, entre toda la pena una chispa de determinación comenzaba a hacerse paso. Sabía que no podía quedarse sumida en el desconsuelo, no cuando Voldemort.

Alaska se obligó a levantarse, apartando la mirada del cuerpo inerte de Severus sin permitirse quedarse paralizada por el dolor. Con determinación, se limpió las lágrimas del rostro y volvió a la realidad, volteando para mirar a Harry. Fue un breve momento de entendimiento entre ambos, antes de ser interrumpido por una aguda y fría voz que resonó en la habitación.

—Han peleado —comenzó— valientemente. Lord Voldemort sabe valorar el coraje. Aun así, han sufrido grandes pérdidas. Si continúan resistiéndose a mí, todos ustedes morirán, uno por uno. No quisiera que esto pasara. Cada gota de sangre mágica que se derrama es una pérdida y un desperdicio. Lord Voldemort es piadoso. Ordeno a mis tropas retirarse inmediatamente. Tienen una hora. Preparen a sus muertos con dignidad. Traten a los heridos.

Hubo silencio por unos segundos.

—Ahora te hablo a ti, Harry Potter. Has permitido que tus amigos mueran por ti en vez de enfrentarte conmigo. Esperaré durante una hora en el Bosque Prohibido. Si cuando acabe esa hora no has venido a verme, si no te has rendido, entonces la lucha se reiniciará. Pero esta vez yo mismo entraré en la batalla, Harry Potter, y te encontraré, y castigaré a cada hombre, mujer o niño que trate de protegerte. Una hora.

Fue inmediato, tanto Ron como Hermione sacudieron sus cabezas frenéticamente, mirando a Harry:

—No lo escuches. —dijo Ron.

—Todo irá bien —recalcó Hermione, con firmeza—. Sólo... volvamos al castillo, si ha ido al bosque necesitamos otro plan…

La chica miró el cuerpo de Snape, y luego se apresuró en ir hacia la entrada del túnel; Ron fue detrás de ella. Harry recogió la capa de invisibilidad, y luego su mirada recayó en Alaska.

—Ven conmigo, no deberías quedarte sola.

—Gracias, pero —su voz salía entrecortada desde la garganta de Alaska—… debo salir por dónde llegué, será más fácil llevarlo.

—Iré contigo. —espetó entonces, con decisión.

—El lugar está asegurado con una barrera maldita, no pueden atravesarla si no…

—Entiendo —la cortó Harry, quien se sentía apenado y algo culpable de ver a la chica en ese estado, tan vulnerable y desorientada—, te esperaré en la entrada. Tú… ¿estarás bien?

—No te preocupes por mí Harry, me las arreglaré.

—Siempre lo haces. —murmuró él, y con una última mirada de preocupación, siguió a sus amigos por el túnel.

Y entonces, Alaska se puso en marcha. Con la ayuda de un encantamiento conjuró una camilla y una sábana blanca para cubrir el cuerpo muerto de Severus; no quería que nadie más lo viera. No quería que alguien viera la razón de su pena, en ese momento lo que menos necesitaba era verse débil frente a desconocidos en una guerra.

Recorrió el tramo de la Casa de los Gritos hasta los terrenos en poco tiempo, fue rápida a pesar de su pesar. Y aunque no debía faltar mucho para el amanecer, el cielo seguía negro. Alaska creyó que debía ser un reflejo de su sentir, como si tuviera una pieza faltante dentro de ella, que se expandía a cada momento y no hacía más que empeorar. Pensar que Severus, quien había estado con ella durante los últimos siete años, se había ido para siempre era difícil de procesar. Pero las lágrimas ya se habían acabado, tenía pena, pero sentía que llorar no sería suficiente para aliviar el dolor que su muerte había dejado.

Estaba pasando por lo mismo una vez más; primero había sido Cedric y ahora Severus, pero esta vez no iba a cometer el mismo error. No iba a dejarse manipular, ella misma tomaría las riendas de su venganza.

Las ruinas del Castillo estaban esparcidas por todos los terrenos, recorrió los escalones de piedra con la camilla siguiéndola por detrás. En el castillo reinaba un silencio nada natural y ya no había destellos de luz, ni estallidos, gritos o alaridos.

Las losas del vestíbulo estaban manchadas de sangre; había trozos de mármol y maderas astilladas por el suelo, parte de la barandilla se había destrozado.

Supuso que todos los sobrevivientes se encontraban en el Gran Comedor, pues de ese lugar provenían una gran cantidad de murmullos. Se dio cuenta de lo que ocurría cuando abrió las puertas.

Las mesas de las casas ya no estaban y la habitación estaba repleta. Los sobrevivientes se mantenían abrazados en grupos, los heridos estaban siendo tratados por Madam Pomfrey y algunos ayudantes en una plataforma. Los muertos, por otra parte, estaban siendo reunidos en una fila en el medio del salón.

Se adentró en el comedor, dejando el cuerpo de Severus en la fila a la que pertenecía, asegurándose de que nadie más lo viera. Estuvo un par de minutos junto al cuerpo, lamentándose por unos últimos momentos.
Fred Weasley se acercó a ella con una mueca, Alaska se puso en pie de inmediato.

—¿Es Seve…? —Alaska asintió antes de que pudiera terminar de mencionar su nombre, sin mirarlo directamente—. Lo siento mucho. —y sin más, se acercó a ella para acariciar su cabello mientras presionaba su nuca para que se apoyara en su pecho.

Alaska se quedó congelada en ese lugar, su cuerpo no estaba reaccionando de forma coherente; en otra ocasión, se hubiera alejado de inmediato.

—Deberías acercarte. —el tono de voz utilizado la hizo preocuparse.

Bruscamente se alejó de Fred y observó al grupo que se encontraba en medio del comedor: la familia Weasley se encontraba allí, y arrodillado en el suelo, divisó una cabellera negra que conocía muy bien. Se acercó al grupo y sólo entonces descubrió los cadáveres que yacían bajo las lágrimas de Archer: eran Remus y Tonks, su querida hermana mayor, pálida e inmóvil junto a su esposo, con expresión serena ambos parecían dormidos bajo el oscuro techo encantado.

Alaska se derrumbó junto a Archer, posando una mano sobre su espalda en un intento de consolar la dolorosa pérdida por la que su amigo estaba pasando, pero ella sabía bien que eso era imposible. No había nada en el mundo que pudieran hacer para reparar el daño causado.

Y dentro de ella, todo pareció derrumbarse. No por la muerte de Tonks, nunca había sido cercana a ella, pero se sintió apenada por Archer. En una guerra y en poco tiempo había perdido a la mitad de su familia, su padre y ahora su hermana, a quien tanto admiraba.

No estaba segura de cuánto tiempo estuvo arrodillada junto a Archer, pero en todo ese momento, él no dejó de llorar. Alaska no intentó detenerlo, debía desahogarse y era bueno que al menos uno de ellos pudiera expresar sus sentimientos sin miedo de nada.

Pensó que se quedaría allí hasta el fin de los tiempos, sin embargo, alguien llamó su atención en la entrada del Gran Comedor. Harry se había asomado y la miraba fijamente, aunque se aseguraba de no ser visto por los demás.

Disculpándose de Archer, atravesó el comedor observando a todos a su alrededor; no había rastros de Tim y Draco por ninguna parte. Cerró las puertas luego de llegar al vestíbulo, Harry no le dijo nada, no de inmediato al menos. La observaba de forma curiosa, de una forma que nunca había visto: con cariño.

—Viste los recuerdos, ¿no?

—Severus te amaba, Alaska, de verdad lo hacía —aquella afirmación la tomó por desprevenida, y volvió a sentir el pesar dentro de su corazón—. Te consideraba su hija.

—Lo sé, Harry, lo sé —soltó Alaska con un hilo de voz. Mostró una mueca cuando Harry le ofreció los recuerdos que Severus había soltado en sus últimos momentos de vida—. Gracias.

Ninguno volvió a agregar nada. Harry buscó la mano de Alaska y la agarró con suavidad, acariciando su dorso con el dedo pulgar.

—Me llevarás al bosque —sentenció Harry luego de un silencio, levantando la mirada—. Me llevaras y entregaras a Voldemort, así lograrás tener toda su confianza una vez más, él me matará pero estará bien; ese siempre fue mi destino. Tú te encargarás de matarlo.

—Harry...

—Ya está decidido, no hay nada que puedas hacer para que cambie de opinión —dijo con determinación—. Matarás a Voldemort de una vez por todas.

Sacó la capa de invisibilidad y se la echó en sus cabezas para luego bajar los escalones. Eran casi las cuatro de la madrugada y los oscuros jardines estaban sumidos en un silencio sepulcral, caminaron juntos bajo la capa invisible, intentando no mirar todos los cadáveres que aún estaban esparcidos por el terreno.

Durante todo el camino, no hablaron, Alaska se preguntaba qué pasaba por la cabeza de Harry, más, no leyó su mente. Siguieron adelante y llegaron a la linde del Bosque Prohibido, donde Harry se detuvo.
Con los dedos entumecidos, el chico buscó en el monedero colgado del cuello y sacó la snitch que Dumbledore le había heredado. Algo en el rompecabezas apreció calzar, y entonces apretó la bola dorada contra sus labios y susurró:

—Estoy a punto de morir.

Escucharon una leve maquinaria de metal ponerse en movimiento, Harry iluminó con su varita y observaron como la cubierta de metal se había abierto por la mitad y la piedra negra, dividida por una raja, reposaba entre las dos mitades de la snitch. La Piedra de la Resurrección se había resquebrajado siguiendo la línea vertical que representaba la Varita de Sauco, pero todavía se distinguían el triángulo y el círculo que representaban la capa y la piedra.

—Él nunca confió en mí. —murmuró Alaska, sin quitar la mirada de su anillo, que había guardado bien para no ser descubierto por alguien indeseado.

No fue necesario decirlo, Harry necesitaba tiempo a solas. Alaska se alejó un par de metros, quedándose detrás de un frondoso árbol mientras el chico usaba la piedra y ella pensaba más a fondo en la petición que el chico le había hecho.

Era imposible, no podía hacerlo. No podía cumplir con la última petición de un adolescente a punto de morir. Más, Harry debía saberlo. ¿Cómo podría pensar que Voldemort perdonaría a Alaska tan fácil? o ¿que ella se controlaría lo suficiente como para no vengar a Severus en cuanto lo tuviera enfrente?

Era demasiado arriesgado, demasiadas cosas estarían fuera de su control y ella no pensaba volver a arriesgarse de esa forma. No cuando ya había perdido tanto.

Unos crujidos de hojas le advirtieron que Harry se estaba acercando, salió de inmediato de su escondite y observó al chico: su expresión era mucho más calmada, como si hubiera aceptado su destino.

—Ya es hora. —mencionó él con una leve sonrisa ladina.

—Harry —susurró ella—, no puedo seguir adelante. No puedo ir contigo. —al escuchar aquellas palabras, la sonrisa del chico no desapareció.

—Sabía que dirías eso —dijo Harry—. ¿Tienes tu propio plan?

—Pensaré en algo. Esto debes realizarlo por tu cuenta —Él nunca confiará en mí de nuevo, me he vuelto un obstáculo y no dudará en asesinarme.

Harry asintió y, siguiendo sus impulsos, le dio un último abrazo a la rubia. La bruma del bosque se deslizaba entre los árboles como un velo misterioso a su alrededor, haciendo de aquel momento aún más tenso. Alaska sabía que este era su último encuentro, que sus caminos se separaban y era el momento de despedirse para siempre.

Cuando se separaron, ella le dedicó una leve sonrisa y sin nada más que agregar, Harry se adentró en la oscuridad del bosque, desapareciendo entre los árboles. Entonces la rubia quedó allí, sola en el linde del bosque prohibido escuchando un silbido lejano que comenzaba a filtrar entre los árboles cercanos, captando su atención.

Un escalofrío recorrió su espalda mientras el sonido se acercaba cada vez más, y al bajar la mirada se encontró con una serpiente arremolinándose a sus pies. Como un efecto tranquilizador, sintió una extraña calma al ver al reptil. Con movimientos suaves y cautelosos para no espantarla, se agachó para acariciar a la serpiente, quién parecío tranquila bajo sus caricias.

Sin embargo, algo más llamó su atención: la serpiente arrastraba algo consigo. Observó con curiosidad mientras la serpiente depositaba a sus pies la Piedra de la Resurrección. Un escalofrío recorrió su espina dorsal al reconocer el objeto, no creyó que Harry la dejaría atrás con tanta facilidad.

Contempló la piedra con anhelo, sintiendo la fuerte magia que emanaba de ella. Con manos levemente temblorosas, recogió la piedra, sintiendo su peso familiar en la palma de su mano. Era increíble. Con un último vistazo al bosque que la rodeaba, Alaska intercambió la piedra falsa de su anillo y restauró el anillo original de los Gaunt; finalmente su reliquia familiar estaba restaurada.

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