𝒕𝒘𝒆𝒏𝒕𝒚 𝒐𝒏𝒆

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( ☆. 𝐶𝐻𝐴𝑃𝑇𝐸𝑅 𝑇𝑊𝐸𝑁𝑇𝑌 𝑂𝑁𝐸 )
𝚕𝚊 𝚋𝚘́𝚟𝚎𝚍𝚊 𝚕𝚎𝚜𝚝𝚛𝚊𝚗𝚐𝚎.

—Estamos en problemas, ellos sospechan —dijo Harry mientras la puerta se cerraba de golpe detrás de ellos y se quitaba la capa de invisibilidad.

Griphook saltó desde sus hombros, ni Travers ni Bogrod mostraron la más mínima sorpresa por la repentina aparición de Harry Potter entre ellos.

—Están bajo la maldición Imperio —agregó, en respuesta a las preguntas confundidas de Hermione y Ron acerca de Travers y Bogrod, que estaban ahora allí parados luciendo perplejos—. No creo haberlo hecho lo suficientemente fuerte, no lo se…

—¿Qué hacemos? —preguntó Ron—. ¿Nos vamos ahora, cuando aún podemos?

—Si es que podemos —dijo Hermione, mirando detrás hacia la puerta del vestíbulo principal, tras la cual quien podía saber lo que estaba ocurriendo.

—No podemos abandonar ahora. —dijo Alaska.

—Hemos llegado hasta aquí, digo que continuemos. —dijo Harry.

—¡Vale! —dijo Griphook—. Entonces, necesitamos a Bogrod para controlar el carro, yo ya no tengo la autoridad. Pero no habrá lugar para el mago.

—Yo me encargo. —agregó la rubia sacando su varita, sin embargo, Harry la detuvo.

—No, no tienes que matarlo —y se apresuró a sacar su propia varita—. Yo me encargaré de él.

Harry apuntó su varita hacia Travers.
—¡Imperio!

El mago se dio la vuelta y caminó hacia el oscuro camino con un paso elegante mientras Alaska lo observaba ofendida.

—¡No iba a matarlo! —exclamó Alaska—. Sólo iba a ordenarle que se fuera y no dijera ni una sola palabra.

—Bueno, pues he hecho lo mismo. —respondió él, levemente avergonzado.

Continuó y apuntó su varita hacia Bogrod, que silbó y un pequeño carro apareció, saliendo de la oscuridad, acercándose por los rieles hacia ellos. Alaska estaba segura que podía escuchar gritos detrás de ellos en el vestíbulo mientras se subían, Bogrod al frente con Griphook, Alaska, Harry, Ron y Hermione apretados en la parte de atrás.

Con un tirón el carro se puso en marcha, ganando velocidad. Pasaron volando por un lado de Travers, que estaba retorciéndose en una grieta en la pared, entonces el carro empezó a girar y dar vueltas por los pasillos como laberintos, yendo hacia abajo todo el tiempo. No podían escuchar nada sobre el traqueteo del carro sobre las vías.

Estaban aún más profundo de lo que nunca Alaska había penetrado en Gringotts; tomaron una curva volando y vieron frente a ellos, con segundos para evitarla, una cascada bañando los rieles. Alaska escuchó a Griphook gritar:

—¡No!

Pero no frenaron, la atravesaron. El agua cubrió los ojos y la boca de todos. No podían ver ni respirar. Entonces con una sacudida tremenda, el carro dio un tirón y todos salieron volando de él. Escucharon al carro romperse en pedazos contra la pared del pasillo, escucho a Hermione chillar algo, y sintió que se deslizaba sobre la tierra como si no pesara nada, aterrizando sin dolor sobre el rocoso piso del pasaje.

Hermione farfulló algo mientras Ron la ayudaba a ponerse de pie, pero para horror su horror vieron que ya no era Bellatrix; en su lugar estaba parada allí con la túnica demasiado grande, empapada y siendo completamente ella misma; Ron tenía el cabello rojo de nuevo y no tenía barba.

—¡La Caída del Ladrón! —dijo Griphook, poniéndose de pie y viendo hacia atrás hacia el aguacero sobre los rieles—. ¡Se lleva todos los encantamientos, todos los ocultamientos mágicos! ¡Saben que hay impostores en Gringotts, han puesto sus defensas contra nosotros!

—¡Entonces tenemos que seguir avanzando! —exclamó Alaska ya de pie.

Se dio la vuelta para ver a Bogrod sacudir la cabeza con desconcierto, la Caída del Ladrón también parecía haberlo liberado de la maldición Imperio.

—Lo necesitamos —dijo Griphook—, no podemos entrar a la bóveda sin un gnomo de Gringotts. ¡Y necesitamos los Clankers!

—¡Imperio! —dijo nuevamente Harry, su voz hizo eco por el pasillo de piedra.

Bogrod se sometió una vez más a su voluntad, su expresión desconcertada cambió a una educada indiferencia, mientras Ron se apresuró a levantar el bolso de piel con utensilios de metal.

—¡Harry, creo que puedo escuchar gente acercándose! —dijo Hermione, mientras apuntaba la varita de Bellatrix hacia la cascada y gritaba—: ¡Protego! —Vieron el encantamiento escudo detener el flujo del agua encantada que bajaba por el pasillo.

—Bien pensado —dijo Harry—. Guíanos, Griphook.

Se adentraron en la oscuridad detrás de gnomo, Bogrod que jadeaba como un perro viejo.

—¿Griphook, estamos lejos?

—No muy lejos, Harry Potter, no muy lejos…

Y entonces dieron la vuelta a una esquina y vieron algo para lo que no estaban preparados, algo que hizo que todos se detuvieran.

—No puede ser… —soltó Alaska con fascinación.

Un gigantesco dragón estaba atado a la tierra frente a ellos, bloqueando el acceso a cuatro o cinco de las bóvedas más profundas del lugar. Las escamas de la bestia se había vuelto pálidas y quebradizas durante su largo encarcelamiento bajo tierra, sus ojos eran rosa lechoso, ambas piernas traseras tenía pesadas esposas de donde salían cadenas que estaban soldadas a enormes clavijas enterradas profundamente en el suelo rocoso. Sus enormes alas en pico, estaban plegadas cerca de su cuerpo, de haberlas extendido habrían llenado la cámara, y cuando volvió su horrible cabeza hacia ellos, rugió con un sonido que hizo temblar la roca, abrió su boca y escupió un chorro de fuego que los hizo regresar corriendo hacia el pasillo.

—Es un Ironbelly Ucraniano —comentó Alaska mientras recuperaba el aliento—, la raza más grande que existe.

—Es parcialmente ciego —jadeo Griphook—, es incluso más salvaje por eso. No obstante, tenemos los medios para controlarlo. Ha aprendido que esperar cuando los Clakers suenan. Denmelos.

Ron le pasó el bolso a Griphook y el gnomo sacó cierto número de pequeñas herramientas de metal que cuando se sacudieron hicieron un largo sonido de repique como el de diminutos martillos contra un yunque. Griphook se los pasó a Bogrod que los aceptó mansamente.

—Esperará dolor cuando escuche el sonido. Se retirará y Bogrod debe poner su palma contra la puerta de la bóveda.

Dieron la vuelta a la esquina de nuevo, sacudiendo los Clankers, y el sonido hizo eco por las paredes rocosas, tan fuertemente magnificado, que el interior del cráneo de Alaska pareció vibrar con la cámara. El dragón soltó otro ronco rugido, después se retiró. Podía verlo temblar, y mientras se acercaban más, pudo ver las cicatrices hechas por salvajes tajos a través de su cara, y dedujo que había aprendido a temer a las espadas calientes cuando escuchaba el sonido de los Clankers.

—¡Hazlo que presione la mano contra la puerta! —urgió Griphook a Harry, que volvió su varita de nuevo hacia Bogrod.

El viejo gnomo obedeció, presionando la palma contra la madera, y la puerta de la bóveda desapareció para revelar la abertura que daba a una cueva abarrotada del piso al techo con monedas de oro y copas, armaduras de plata, pieles de extrañas criaturas, algunas con largas espinas dorsales, otras con alas plegadas, pociones en frascos enjoyados, y una calavera que aún llevaba una corona.

—¡Busquen rápido! —dijo Harry cuando entraron todos corriendo en la bóveda.

No obstante, apenas tuvieron tiempo de echar un vistazo alrededor, antes de que escucharan un ruido amortiguado detrás de ellos. La puerta reapareció, sellándolos dentro de la bóveda, y se sumieron en la oscuridad total.

—¡No importa, Bogrod será capaz de liberarnos! —dijo Griphook cuando Ron dio un grito de sorpresa—. Iluminen con sus varitas, ¿pueden? ¡Y aprisa, tenemos poco tiempo!

—¡Lumos!

Alaska giro su varita iluminada alrededor de la bóveda. Su luz cayó sobre las gemas que brillaban, vio la falsificación de la espada de Gryffindor descansado en un estante alto entre un revoltijo de cadenas. Harry, Ron y Hermione habían iluminado sus varitas también, y estaban ahora revisando las pilas de objetos que los rodeaban.
—Harry, ¿Podría ser es…?

—¡Esperen! —pero el gritó de advertencia llegó tarde.

—¡Ayyyy!

Hermione gritó de dolor, y Harry volvió su varita hacia ella a tiempo para ver una copa enjoyada que caía de su mano. Pero al caer, se separó, convirtiéndose en una lluvia de copas, de modo que un segundo después, con un gran estruendo, el piso estaba cubierto de copas idénticas rodando en todas direcciones, siendo imposible distinguir la original de todas las demás.

—Me quemó. —gimió Hermione, chupándose los ampollados dedos.

—No hay que tocar nada, toda la cueva está maldita —dijo entonces Alaska, quien había distinguido el rastro de la magia sólo segundos atrás—. Le pusieron maldiciones Germino y Flagrante, todo lo que toquen arderá y se multiplicará.

—¡Y si continúan tocando el tesoro eventualmente el peso del oro multiplicado nos aplastará hasta la muerte! —agregó Griphook.

—¡Vale, no toquen nada! —dijo Harry desesperadamente, pero mientras lo decía Ron pateó accidentalmente una de las copas caídas con el pie, y veinte copas más explotaron en el lugar mientras Ron saltaba, parte de su zapato empezó a arder al tocar el metal caliente.

—¡Quédense quietos, no se muevan! —dijo Hermione, agarrando a Ron.

—¡Solo busquen alrededor! —dijo Harry—. Recuerden que la copa es pequeña y de oro, tiene un tejón grabado, dos manijas, aparte vean si pueden distinguir el símbolo de Ravenclaw en cualquier parte, el águila…

Dirigieron sus varitas hacia cada recoveco y grieta, dando vuelta cautelosamente por el lugar. Era imposible no chocar contra algo; Harry envió una gran cascada de Galeones falsos sobre la tierra donde se unieron con las copas, y ahora apenas había sitio para poner los pies y el brillante oro ardió caliente, por lo que la bóveda se sentía como un horno.

Alaska era la única que había estado completamente quieta, mantenía su varita sobre la palma de su mano y sus ojos cerrados, su pecho subía y bajaba con tranquilidad. Buscar un rastro de magia específico era difícil, más aún estando rodeada de maldiciones, pero era mejor que buscar con la mirada.

—Lo encontré —dijo Alaska finalmente, abriendo los párpados y levantando su mirada—. Está allá arriba.

Los tres chicos apuntaron sus varitas hacia el punto que había señalado la rubia, por lo que la pequeña copa dorada brilló bajo la luz de tres reflectores, la copa que había pertenecido a Helga Hufflepuff y que había pasado a posesión de Hepzibah Smith, de quien había sido robada por Tom Ryddle.

—¿Y cómo demonios vamos a llegar hasta allá arriba sin tocar nada? —preguntó Ron.

—¡Accio copa! —grito Hermione, que había olvidado evidentemente en su desesperación lo que Griphook había dicho durante sus sesiones de planeación.

—¡No sirve, no sirve! —gruño el gnomo.

—¿Entonces qué hacemos? —dijo Harry, deslumbrando al gnomo—. Si quieres la espada, Griphook, entonces tendrás que ayudarnos más… ¡esperen! ¿Puedo tocar las cosas con la espada? ¡Hermione, pásamela!

Hermione rebusco dentro de su ropa, saco el bolso de cuentas, rumiando por unos segundos, después sacó la espada brillante. Harry la tomó por la empuñadura de rubíes y tocó con la punta de la espada un jarrón de plata, y no se multiplico.

—¿Si puedo pasar la espada por una de las manijas… pero como voy a llegar hasta allá arriba?

La repisa en la que la copa reposaba estaba fuera del alcance de cualquiera de ellos, incluso de Ron, que era el más alto. El calor del tesoro encantado se alzaba en olas, y a Alaska le corría el sudor por la cara y espalda mientras comenzaba a sentirse ahogada, no solo por el calor, sino que por los recuerdos.

Entonces escucharon el rugido del dragón al otro lado de la puerta de la bóveda, y el sonido metálico haciéndose cada vez más fuerte. Estaban realmente atrapados ahora. No había otro camino más que a través de la puerta, y una horda de gnomos parecían estarse aproximando por el otro lado.

—Alaska —dijo Harry, mientras el ruido crecía más—. Te necesito aquí, ¿sí? Tienes que respirar.

La rubia asintió con dificultad mientras intentaba calmar su respiración y la angustia que comenzaba a oprimir su pecho.

—Hermione tengo que alcanzarla, tenemos que librarnos de ella.

Ella alzó su varita, la apuntó hacia Harry, y susurro—: Levicorpus.

Alzado en el aire por su tobillo, Harry golpeó una armadura y las réplicas explotaron como si fueran cuerpos calientes, llenando el espacio reducido. Con gritos de dolor Alaska, Ron, Hermione y los dos gnomos fueron lanzados a un lado hacia otros objetos, que también empezaron a duplicarse.

El cuerpo de Alaska se encontraba medio enterrada en una marea creciente de tesoros rojo candente, podía sentir el ardor por todo su cuerpo mientras intentaba moverse y escapar del calor. No escuchaba nada más que sus propios gritos, finalmente logró ponerse de pie mientras Harry alcanzaba la manija de la copa de Hufflepuff, enganchándola con la espada.

—¡Impervius! —chillo Hermione en un intento de protegerse a sí misma.

Entonces el peor grito hasta ahora hizo a Harry mirar hacia abajo. Una avalancha había golpeado a Alaska por la espada y ahora se encontraba enterrada hasta la cintura en el tesoro, intentando mantener la calma.

—¡Liberacorpus! —gritó Harry, y con un golpe aterrizó en la superficie del aumentado tesoro y la espada se escapó de la mano de Harry.

—¡Agárrenla! —grito Harry mientras Griphook se trepaba sobre sus hombros de nuevo—. ¿Dónde está la espada? ¡Tiene la copa colgando!

El estruendo al otro lado de la puerta estaba creciendo ensordecedor… era demasiado tarde.

—¡La tengo! —gritó Alaska levantandola por sobre su cabeza junto a la copa, había caído a tan solo unos metros de ella.

Entonces Griphook se lanzó sobre ella, con sus piernas se aferró a su cuerpo y al no alcanzar la espada con sus manos comenzó a arañar el rostro de Alaska mientras, con su peso, la hundía más en el tesoro ardiente. Intentó alcanzar su varita, herir a Griphook con la espada pero fue imposible, no podía arriesgarse a perder la copa.

Con un último grito de dolor, Alaska fue cubierta por el tesoro por completo. Su mano que agarraba fuertemente la espada cedió ante el dolor del metal quemando contra su piel, podía sentir su cuerpo ardiendo y sus antiguas quemaduras parecían arder con más fuerza que nunca.

Su respiración estaba agitada, estaba hiperventilando. Estaba consciente de cada lugar donde su piel se quemaba por el contacto con el tesoro, el dolor se multiplicaba y sentía su mente nublarse ante el dolor.

A sólo segundos de ceder ante el dolor, la entrada de la bóveda se abrió una vez más y el cuerpo débil de Alaska se encontró deslizándose incontrolablemente con una avalancha de oro y plata ardiente, que la lanzaron dando vueltas con Harry, Ron y Hermione hacia la cámara exterior.

—¡Ladrones! ¡Ladrones! ¡Ayuda! ¡Ladrones!

Escuchaba los gritos de Griphook apenas consciente, quién se metió en medio de la muchedumbre que avanzaba, sosteniendo dagas y que lo recibieron sin ninguna duda.

Deslizándose entre el metal caliente, Harry fue en su rescate y la ayudó a ponerse de pie, sabían que la única salida era pasando a través de ellos. Sin embargo, parecía algo casi imposible cuando Alaska apenas podía sostener el peso de su propio cuerpo.

—¡Desmaius! —gritaba Harry, y Ron y Hermione se unieron.

Rayos de luz roja volaron hacia la multitud de gnomos, y algunos fueron derrumbados, pero otros avanzaron, y Alaska vio a varios guardias magos corriendo doblando la esquina. El dragón amarrado soltó un rugido, y un chorro de fuego cayó sobre los gnomos. Los magos huyeron, dando la vuelta, de regreso por donde habían venido, y a Alaska se le ocurrió una idea.

—¡El dragón! —le gritó a Harry a duras penas, señalando las esposas.

El chico pareció comprender de inmediato.

—¡Relashio! —exclamó y las esposas rotas se abrieron con una sonora explosión—. ¡Por aquí! —gritó aún disparando hechizos aturdidores hacia los gnomos que avanzaban, corrió hacia el ciego dragón.

—Harry… Harry… ¿Qué estás haciendo? —grito Hermione.

—Levántense, trepen, vamos…

El dragón no se había dado cuenta de que estaba libre. Harry le permitió a Alaska pasar primero, su pie encontró el dedo de su pata trasera y se impulsó sobre su lomo. Las escamas eran duras como el acero, pero no parecía sentirlo. Estiró un brazo, Harry se sujeto y trepó; luego Hermione y Ron, y un segundo después el dragón se percató de que no estaba atado.

Con un rugido se alzó, Alaska se sujetó de las escamas tan fuerte como pudo, mientras desplegaba las alas, derribando a los histéricos gnomos a un lado como pinos de bolos, y se elevó en el aire. Ellos se pegaron a su lomo, rozando el techo mientras se zambullían por la abertura del pasillo, entonces los gnomos acechantes lanzaron las dagas que rebotaron contra sus flancos.

—¡Nunca podremos salir, es demasiado grande! —grito Hermione, pero el dragón abrió la boca y arrojó fuego de nuevo, haciendo estallar el túnel, cuyos pisos y techos se agrietaron y destrozaron. Con fuerza pura, el dragón rasgó y luchó por abrirse camino.

Los ojos de Alaska estaban cerrados firmemente contra el calor y el polvo, luchando por mantenerse despierta. Ensordecida por el desplome de las rocas y los rugidos del dragón, solo pudo aferrarse a su lomo, esperando salir expulsada en cualquier momento, entonces escucho a Hermione gritando:

—¡Defodio!

Estaba ayudando al dragón a hacer más grande el pasaje, rompiendo el techo mientras luchaba por salir hacia el aire fresco, lejos de los histéricos y ruidosos gnomos. Harry y Ron la imitaron, resquebrajando el techo con más hechizos demoledores. Salieron del lago subterráneo, y la gran bestia se arrastró, gruño y pareció detectar la sensación de libertad y el espacio abierto delante de él, y detrás de ellos quedaba el pasillo lleno con los escombros que hacía el dragón, con su cola en forma de espiga, dejando grandes montones de roca, gigantescas estalactitas fracturadas y el estruendo de los gnomos parecía estar apagándose, mientras que adelante, el fuego del dragón continuaba abriéndose paso.

Y finalmente, con la fuerza combinada de sus hechizos y la fuerza bruta del dragón, se abrieron paso fuera del pasillo hacia el vestíbulo de mármol. Gnomos y magos chillaron y corrieron a buscar cobijo, y por fin el dragón tuvo espacio para extender sus alas. Dando la vuelta su cabeza con cuernos hacia el aire fresco del exterior que podía oler más allá de la puerta, avanzó, y con Alaska, Harry, Ron y Hermione aún aferrados a su lomo, forzó su paso a través de las puertas de metal, dejándolas colgando de sus bisagras, se tambaleo hacia el callejón Diagon y se lanzó hacia el cielo.

Subieron más y más alto, Londres se desplegaba debajo como un mapa en gris y verde. Agachándose sobre el cuello de la bestia, se aferró con fuerza a las metálicas escamas,mientras la fresca brisa aliviaba su piel quemada y ampollada, las alas del dragón batían el aire como las velas de un molino de viento. El dragón parecía tener ganas de aire más fresco y limpio, subió sin parar hasta que estuvieron volando entre volutas de nubes frías, y Alaska no pudo seguir observando los puntos de colores, que eran coches que fluían hacia dentro y hacia fuera de la capital.

Cerró los ojos y siguieron volando sobre la campiña dividida en parches verdes y marrones, sobre caminos y ríos que serpenteaban a través del paisaje como haces de cintas satinadas.

—¿Qué crees que está buscando? –chilló Ron mientras seguían volando más y más hacia el norte.

—Ni idea. —gritó Harry en respuesta.

Sus manos estaban entumecidas por el frío pero no hizo ningún intento por soltar su asidero. El sol se deslizó mas abajo en el cielo, que estaba volviéndose de color índigo, y el dragón siguió volando, ciudades y pueblos desaparecían de vista bajo de ellos, su enorme sombra se deslizaba sobre la tierra como si fuera una gran nube oscura.

—¿Es mi imaginación —gritó Ron después de un considerable rato de silencio—, o estamos perdiendo altura?

Alaska abrió los ojos y miró hacia abajo, vio montañas verde profundo y lagos cobrizos por el atardecer. El paisaje parecía hacerse más grande y detallado mientras miraba por encima del costado del dragón. El dragón voló más y más bajo, en grandes círculos en espiral, sobre lo que al parecer era uno de los lagos más pequeños.

—¡Yo digo que saltemos cuando baje lo suficiente! —gritó Harry a los otros—. ¡Directos al agua antes de que se de cuenta de que estamos aquí!

Estuvieron de acuerdo.

—¡AHORA!

Alaska se dejó deslizar por el costado del dragón y cayó en picado con los pies por delante en la superficie del lago, la caída fue más grande de lo que había estimado y golpeó el agua con fuerza, hundiéndose como una piedra en un mundo helado, verde y lleno de juncos. Pataleó hacia la superficie y emergió, resoplando. Vio enormes ondas emanando en círculos desde los lugares donde Harry, Ron y Hermione habían caído.

El dragón no parecía haber notado nada. Estaba ya cincuenta pies más allá, descendiendo en picado sobre el lago para tomar agua por su terrorífico morro. Mientras Harry, Ron y Hermione emergían del fondo del lago jadeando y escupiendo, el dragón remontó el vuelo, batiendo sus alas con fuerza, y aterrizó finalmente en un montículo distante.

Se dirigieron hacia la orilla opuesta, el lago no parecía profundo. Pronto fue más una cuestión de buscar la salida a través de juncos y fango, que de nadar, y finalmente se dejó desplomar sobre la tierra firme, empapada, resoplando y exhausta sobre la hierba resbaladiza. Su cuerpo se estremecía ante el frío y el dolor de sus quemaduras, algunas lágrimas escaparon de sus ojos.

Fue la única que se quedó en el suelo, intentando recuperarse. Los demás se pusieron en pie, sacaron sus varitas, y empezaron a recitar los hechizos de protección habituales alrededor de ellos. No estuvo segura de cuánto tiempo estuvo registrada mirando el cielo, mientras su mente era un torbellino de emociones y pensamientos. Era un caos.

—Alaska…

Harry se había acercado a ella, pero antes de que pudiera decir algo más, desvió la mirada. Se encontraba exhausta y las marcas de quemaduras en su cuerpo volvían a arder con fuerza. Ignorando aquello, se levantó, alejándose de Harry, Ron y Hermione en un intento de contener la tormenta que había dentro de ella. La tensión acumulada explotó en un grito desgarrador desde su garganta, tomando desprevenidos a todos. Alaska finalmente sucumbió a la desesperación.

Los rugidos de su garganta resonaban con eco por el lago, mientras las lágrimas se hacían paso por la piel ardiente de su rostro. Gritó con la furia de un vendaval contenido durante demasiado tiempo, liberando todo lo que había mantenido encerrado. Las lágrimas aún fluían cuando se dejó caer de rodillas al suelo. Se sentía desesperada, al borde de la locura y de la angustia, había perdido el control de todo.

Desconcertados por la repentina explosión, los demás observaron desde la distancia, sin saber que hacer o decir. Pero como todo, la explosión llegó a su fin y Alaska se calmó. Exhausta y con su cuerpo temblando, inhaló profundamente, recobrando su compostura. La intensidad de sus emociones se desvaneció, dejando a su paso una serenidad fría, parecía casi forzada.

Con paso firme, regresó hacia el grupo, con su rostro ahora imperturbable se reunió con ellos como si nada hubiera ocurrido. Era la primera vez que podía verlos bien desde que habían escapado, tenían feas quemaduras rojizas por todo el rostro y los brazos, y su ropa colgaba hecha tirones. Hermione le pasó a Alaska el frasco de díctamo y después sacó cuatro botellas de zumo de calabaza, que había traído de Shell Cottage; y túnicas secas y limpias para todos. Se cambiaron y después engulleron el zumo.

—Bien, mirándolo por el lado bueno —dijo Ron finalmente, sentado y examinando como la piel de las manos le volvía a crecer—, conseguimos el Horrocrux. Por el malo…

—…no tenemos la espada —dijo Harry apretando los dientes.

—No tenemos la espada —repitió Ron—. Esa pequeña rata traicionera…

Harry sacó el Horrocrux del bolsillo de la chaqueta empapada que acababa de quitarse y se sentó en la hierba frente a ellos. Destellaba bajo el sol, y atrajo sus miradas mientras bebían a tragos sus botellas de zumo.

—Al menos este no podemos llevarlo puesta, quedaría un poco raro colgando alrededor de nuestros cuellos. —dijo Ron, limpiándose la boca con el dorso de la mano.

Hermione miró hacia el otro lado del lago, al distante montículo donde el dragón seguía bebiendo.

—¿Qué piensan que pasara con él? —preguntó—. ¿Estará bien?

—Pareces Hagrid —dijo Ron—, es un dragón, Hermione, puede cuidar de sí mismo. Es por nosotros por quien debemos preocuparnos..

—¿Qué quieres decir?

—Bueno no sé como explicártelo —dijo Ron—, pero creo que tal vez hayan notado que irrumpimos en Gringotts.

Los tres estallaron en carcajadas, y una vez empezaron, fue difícil parar. Alaska los observó reír a carcajadas hasta que de recostaron sobre la hierba bajo el cielo rojizo, rieron por largos minutos mientras Alaska sentía el ardor en su antebrazo izquierdo. Era diferente al que había sentido por todo su cuerpo minutos antes, no, este ardor provenía de su marca.

—¿Qué vamos a hacer al respecto? —dijo Hermione finalmente, hipando y retomando la seriedad—. Él lo sabrá, ¿no? Quien-ustedes-ya-saben sabrá que sabemos lo de sus Horrocruxes.

—¡Tal vez tendrán demasiado miedo como para decírselo! —dijo Ron esperanzado—, tal vez lo encubran…

El cielo, el olor del agua del lago, el sonido de la voz de Ron se extinguieron.

—Lo sabe —dijeron Alaska y Harry a la vez—, y está furioso. —agregó la chica.

Las miradas estaban sobre ella, quién era la que más tenía para perder con toda la misión. Voldemort no solo se había enterado de que conocían la existencia de los Horrocruxes, sabía también que Alaska había ayudado a Harry Potter a encontrar uno de ellos. Y ella sabía bien que no existía mentira o excusa suficiente para convencer al Señor Tenebroso de que lo había hecho por su bien.

Finalmente, la máscara de Alaska había caído.

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