𝒕𝒘𝒆𝒏𝒕𝒚 𝒕𝒘𝒐

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( ☆. 𝐶𝐻𝐴𝑃𝑇𝐸𝑅 𝑇𝑊𝐸𝑁𝑇𝑌 𝑇𝑊𝑂 )
𝚎𝚕 𝚍𝚎𝚜𝚙𝚎𝚛𝚝𝚊𝚛 𝚍𝚎 𝚑𝚘𝚐𝚠𝚊𝚛𝚝𝚜.

—Está en Hogwarts, el último Horrocrux.

—¿Qué?

Ron le miraba fijamente; Hermione se incorporó, con aspecto preocupado y Alaska la imitó, el descanso había acabado. Ya no importaba que había ocurrido momentos antes, no podía seguir lamentándose. Tenían una misión que cumplir.

—¿Pero qué viste? ¿Cómo lo sabes? —lo interrogó Hermione.

—Lo vi enterándose de lo de la copa, yo… yo estaba en su cabeza, él está —Harry recordó los asesinatos—, seriamente enfadado, y asustado también, no puede entender como lo averiguamos, y ahora va a ir a comprobar que los demás están a salvo, el anillo primero. Cree que el que está en Hogwarts es el que está más seguro, porque Snape está allí, porque será muy difícil entrar sin ser vistos. Creo que comprobará éste el último, pero podría estar allí en cuestión de horas…

—¿Entonces no sabe de mí? ¿no se lo han dicho o…?

—Lo sabe, está decepcionado pero…

—¿Pero qué? —insistió Alaska.

—Cree que Snape no te permitirá entrar en Hogwarts, está seguro de que te atrapará y le avisará en cuanto pises el Castillo.

Alaska soltó una carcajada.

—¿Viste en qué lugar de Hogwarts está? —preguntó Ron, luchando por ponerse también sobre sus pies.

—No, estaba concentrado en advertir a Snape, no pensaba en dónde está exactamente…

—¡Esperen, esperen! —gritó Hermione mientras Ron levantaba el Horrocrux y Harry sacaba la Capa de Invisibilidad de nuevo—. No podemos ir sin más, no tenemos un plan, tenemos que…

—Tenemos que ponernos en marcha —dijo Harry firmemente—. ¿Puedes imaginarte lo que va a hacer una vez se de cuenta de que el anillo y el medallón han desaparecido? ¿Y si mueve el Horrocrux de Hogwarts, si decide que no está lo suficientemente a salvo?

—¿Pero cómo vamos a entrar?

—Iré yo —dijo entonces Alaska—, sabemos que el Horrocrux está en Hogwarts y es la diadema de Ravenclaw, no hay otra opción. Buscaré en cada escondite del castillo y…

—Pero Snape…

—Snape no va a delatarme. Iré a Hogwarts, está decidido.

—Te acompañaremos, nosotros iremos a Hogsmeade e intentaremos idear algo una vez veamos cómo es la protección alrededor del colegio. —concluyó Harry.

—Tengan cuidado, seguro estará rodeado de mortífagos.

—Tú también. —le deseó Harry con una larga mirada.

—Nos veremos allá.

Y sin esperar ni un solo segundo más, Alaska dió vuelta sobre el terreno hacia la abrumadora oscuridad. Sus pies tocaron la tierra y vio los familiares terrenos de Hogwarts y el castillo; con una sacudida recordó con exactitud cómo había desaparecido en ese mismo punto hacia casi un año, luego de asesinar a Dumbledore. Luego de fingir ayudar a Draco, sólo para cumplir sus propios deseos. Para cumplir venganza.

Mientras relaja su cuerpo, se adentro en los terrenos. Caminó con prisa, adelantando la cabaña de Hagrid y los invernaderos, siguiendo el camino hacia las grandes puertas de la entrada. Dentro, todo era deprimente. El toque de queda había sido adelantado por lo que no había ni un solo estudiante a la vista, todos resguardados en sus salas comunes mientras los mortífagos vigilaban los corredores.

Se encaminó por los desiertos pasillos hasta un pasillo del séptimo piso donde había una gárgola. La entrada a la oficina del director. No fue necesario decir una contraseña, la gárgola la reconoció de inmediato y se apartó de su camino, la pared de detrás al abrirse reveló una escalera de caracol de piedra que no cesaba de ascender con un movimiento continuo. Gracias a ella llegó a una puerta con aldaba de bronce.

Abrió y cuando dio un paso para entrar se encontró con Severus, el hombre parecía preocupado y cuando la vio frente a él se puso en pie.

—¿Qué has hecho? —le preguntó sin siquiera saludar, rodeando el escritorio.

—Tienes que creerme Severus, hice lo posible para mantener todo en calma pero las cosas se salieron de control y…

—Siéntate.

—Sé que el Señor Tenebroso sabe que estuve con ellos, en la bóveda, pero puedo intentarlo —siguió hablando mientras seguía las órdenes del mayor—... puedo hablar con él y convencerlo…

—Tengo órdenes Alaska, sabe que lo has traicionado y cree que tuviste algo que ver con la situación en la Mansión Malfoy —la interrumpió el profesor mientras quitaba su túnica y comenzaba a revisar sus quemaduras, aún estaban algo irritadas—. Todos perdieron la memoria, la varita de Bella desapareció y Cissy y Draco desaparecieron, ¿creíste que no ataría los cabos?

Alaska no respondió y el hombre no demandó una respuesta. Comenzó a aplicar ungüentos en sus heridas y le hizo beber de una poción burbujeante de color celeste vivo: Filtro Vigorizante; perfecto para aumentar sus energías.

El escritorio fue ocupado por Severus y una vez más tranquilos, Alaska le explicó con detalle lo ocurrido en Gringotts y su misión de buscar el último Horrocrux faltante. El hombre escuchó con atención cada una de sus palabras.

—El Señor Tenebroso me contactó hace un rato para enviar a los Carrow a la sala común de Ravenclaw, cree que Potter irá directamente hacia allá.

—No, eso es demasiado obvio. Harry nunca iría —Alaska se retractó de sus palabras—.... Tengo que ayudarlo, no estoy segura si entraron o no pero…

—Vamos a averiguarlo.

Ambos se levantaron y dirigeron a la puerta de la oficina, sin embargo, Severus se quedó inmóvil frente a la puerta.

—No vas a hablar con el Señor Tenebroso, él no va a escucharte.

—Puedo intentarlo…

—¡No! —dijo con decisión—. Tienes que mantenerte alejada de él. No importa lo que pase ahora, debes prometerme que tu prioridad será estar a salvo.

Alaska frunció el ceño, estaba sorprendida por las palabras de Severus que no le dieron una buena espina, tampoco podía entender bien la expresión en su rostro.

—Lo dices como si algo malo fuera a pasar —espetó ella con un temblor en la voz—. Aún tenemos Horrocruxes que destruir, y sabes bien lo que pienso. No permitiré que nadie más muera.

—No puedes cuidar a todos Alaska —ella lo sabía, más, no quería admitirlo—. Y yo necesito saber que estarás a salvo, no quiero que te arriesgues de forma innecesaria.

—Lo intentaré.

Antes de que pudiera agregar algo más, Severus, rompiendo su habitual frialdad, la abrazó de manera inesperada. Era un gesto inusual, una muestra de afecto y de despedida sin necesidad de pronunciar lo que pensaba.

—Estaremos bien. —le aseguró la chica luego de separarse de él, saliendo de la oficina y adentrándose en el corredor.

—¿Quién anda ahí? —la voz de la profesora Mcgonagall.

Doblaron en el pasillo y se encontraron con la profesora cara a cara.

—Soy yo. —dijo una voz grave—. ¿Dónde están los Carrows? —preguntó con tranquilidad.

—Donde quiera que les dijeras que fueran, supongo, Severus. —dijo la profesora McGonagall.

Severus se acercó unos pasos, y sus ojos revoloteaban de la profesora McGonagall al aire a su alrededor. Alaska no podía estar segura si Harry estaba allí bajo la capa invisible o no.

—Me dio la impresión —dijo Severus—, de que Alecto había detenido a un intruso.

—¿De verdad? —dijo la profesora McGonagall—. ¿Y qué te dio esa impresión?

El hombre hizo una leve flexión con su brazo izquierdo, dónde la Marca estaba grabada en su piel.

—Oh, pero naturalmente —dijo la profesora McGonagall—. Ustedes los mortífagos tienen sus formas de comunicarse, lo olvidaba. —y observó tanto a Severus como a Alaska.

Ambos fingieron no haberla oído. Sus ojos todavía sondeaban el aire a alrededor de McGonagall.

—No sabía que era tu turno de patrullar los pasillos Minerva.

—¿Alguna objeción?

—Me pregunto qué te ha sacado de la cama a estas horas tardías

—Creía haber oído un alboroto. —dijo la profesora McGonagall.

—¿De verdad? Pues todo parece en calma —Severus la miró a los ojos—. ¿Ha visto a Harry Potter, Minerva? Porque si lo ha visto. Tengo que insistir…

La profesora McGonagall se movió más rápido de lo que Alaska la hubiera creído capaz. Su varita cortó el aire y durante una fracción de segundo Harry creyó que Severus se arrugaría, inconsciente, pero la rapidez de su hechizo Protego fue tal que McGonagall perdió el equilibrio. Blandió su varita en una floritura y envío a Alaska a un lado, y con un toque de la misma lanzó llamas descendentes se convirtieron en un anillo de fuego que llenó el pasillo y volvió volando como un lazo hacia Snape…

Entonces ya no fue fuego, sino una gran serpiente negra que McGonagall hizo estallar en humo, y luego se reagrupó y solidificó en segundos para convertirse en un enjambre de dagas perseguidoras. Severus las evitó simplemente forzando a la armadura a ponerse frente a él, y con golpes resonantes, las dagas se hundieron, una tras otra, en su pecho.

—¡Minerva! —dijo una voz chirriante, y mirando tras de ella, vio al profesor Flitwick y a Sprout corriendo por el pasillo hacia ellos en pijama, con el enorme profesor Slughorn resoplando en la retaguardia.

—¡No! —chilló Flitwick, alzando la varita—. ¡No matarás a nadie más en Hogwarts!

El hechizo de Flitwick golpeó la armadura tras la cual Severus se había escudado. Con un estrépito esta volvió a la vida. Snape luchó para liberarse de los aplastantes brazos y los envió volando hacia sus atacantes, que terminaron estrellándose contra la pared y se
hicieron añicos. Cuando Alaska alzó la mirada, Severus estaba en plena huída, y McGonagall, Flitwick y Sprout corrían tras él.

Se lanzó a través de la puerta de una clase y, momentos más tarde, se oyó el grito de McGonagall:

—¡Cobarde! ¡COBARDE!

Alaska se apresuró hasta el interior de la clase desierta dónde los profesores McGonagall, Flitwick y Sprout estaban de pie frente a la ventana rota.

—Ha saltado. —dijo la profesora McGonagall cuando Harry y Luna aparecieron por debajo de la capa de Invisibilidad.

—¿Quiere decir que está muerto? –Harry corrió velozmente hacia la ventana,
ignorando los gritos de sorpresa de Flitwick y Sprout por su repentina aparición, sin embargo, McGonagall no le respondió. Su mirada estaba puesta en Alaska.

—¿Tiene algo que decirme, profesora McGonagall? —espetó Alaska al sentir la mirada.

—Muchas cosas, señorita Ryddle.

Se oyeron pasos pesados tras ellos, y una gran cantidad de resoplidos. Slughorn los había alcanzado.

—¡Harry! —Resolló, masajeandose el inmenso pecho bajo el pijama de seda verde esmeralda—. Mi querido muchacho… qué sorpresa… Minerva, por favor explícate… Severus… ¿qué?

—Nuestro director se ha tomado un breve descanso. —dijo la profesora McGonagall, señalando hacia el agujero en la ventana.

—¡Profesora! —gritó Harry con la mano en la frente—. Profesora, tenemos que atrincherar la escuela. ¡Ya viene!

—¡Creí que teníamos tiempo! —exclamó Alaska, pero supo de inmediato que había ocurrido—. ¡Los Carros les han dado aviso! Debí advertirte, la sala común era un lugar muy obvio…

—¿Qué ocurre aquí? —preguntó Slughorn, que como el resto de profesores no entendían qué era lo que ocurría.

—Muy bien. El Que No Debe ser Nombrado está en camino —informó McGonagall a los
demás profesores—. Potter tiene un trabajo que hacer en el castillo bajo las órdenes de Dumbledore. Necesitamos levantar cada protección de la que seamos capaces mientras Potter hace lo que necesita hacer.

—¿Te das cuenta, por supuesto, de que nada de lo que seamos capaces de hacer para mantener fuera a Él Que No Debe Ser Nombrado será indefinido? —chilló
Flitwick.

—Pero podemos retrasarlo. —dijo la profesora Sprout.

—Gracias, Pomona —dijo la profesora McGonagall, y entre las dos brujas pasó una corriente de entendimiento—. Sugiero que establezcamos una protección básica alrededor del lugar, luego congregaremos a los alumnos y nos reuniremos en el Gran Salón. La mayoría deben ser evacuados, sin embargo si cualquiera que sea mayor de edad desea quedarse y luchar, creo que deberíamos darle la oportunidad.

—De acuerdo —dijo la profesora Sprout, apresurándose hacia la puerta—. Nos encontraremos en el Gran Salón en veinte minutos con los de mi Casa.

Y cuando se perdió de vista al trote, pudieron oír sus murmullos,

—Tentacula, Trampas malditas. Y Vainas de Snargaluff… sí, quiero ver a los Mortífagos peleando con eso.

—Yo puedo actuar desde aquí —dijo Flitwick, y aunque apenas podía ver fuera, apuntó con la varita a través de la ventana rota y empezó a murmurar conjuros de enorme complejidad.

Alaska oyó un extraño ruido de precipitación, como si Flitwick hubiera desatado el poder del viento en los jardines.

—Profesor —dijo Harry, que se acerba al pequeño Profesor de Encantamientos—. Profesor, siento interrumpirle, pero es importante. ¿Tiene alguna idea de dónde está la diadema de Ravenclaw?

—… Protego Horribilis… ¿la diadema de Ravenclaw? —chilló Flitwick—. Un pequeño extra de sabiduría nunca viene mal, Potter, pero no creo que pudiera ser de mucha utilidad en esta situación.

—Sólo quise decir… ¿sabe dónde está? ¿La ha visto alguna vez?

—Verla. ¡Nadie la ha visto desde que tengo memoria! Hace mucho que se perdió, chico.

—No podemos perder más tiempo Harry —espetó Alaska, quien comenzaba a sentirse ansiosa—. Debemos seguir.

—¡Nos reuniremos con usted y sus Ravenclaw en el Gran Vestíbulo, Filius! —dijo entonces la profesora McGonagall, llamando por señas a Harry y Luna para que la siguieran. Alaska los acompañó.

Justo habían alcanzado la puerta cuando Slughorn habló con tono sordo.

—¡Dios mío! —resopló, pálido y sudoroso, su bigote de morsa temblaba—. ¡Qué jaleo! No estoy del todo seguro de que esto sea inteligente, Minerva. Seguro que va a encontrar la forma, sabes, y todo el que haya intentado retrasarle estará en el más grave de los peligros…

—Les esperaré también a usted y a los de Slytherin en el Gran Vestíbulo en veinte minutos —dijo la profesora McGonagall—. Si desea irse con sus alumnos, no le detendremos. Pero si hace algún intento de sabotaje a nuestra resistencia o de levantarse en armas en nuestra contra nosotros en el interior del castillo, entonces, Horace, será un duelo a muerte.

—¡Minerva! —dijo, horrorizado.

—Ha llegado el momento de que la Casa de Slytherin decida sobre sus lealtades —interrumpió la profesora McGonagall—. Eso también va para usted, señorita Ryddle.

—Ella está con nosotros —habló Harry, observando a la rubia—. Siempre ha estado de nuestro lado.

Minerva la miraba con una expresión escéptica, sin querer creer lo que Harry le decía.

—Profesor Slughorn —Alaska se volvió hacia el hombre—. Vaya a la sala común y despierte a los estudiantes, debe advertirles que el Señora Tenebroso y los mortífagos vienen en camino, que todos quienes estén… relacionados, deberán irse. No pueden quedarse aquí y ver a sus familias.

El hombre asintió aún algo nervioso, y Alaska no se quedó para observar el balbuceo de Slughorn. Junto a Harry y Luna partieron hacia lo alto de la siguiente escalera, se dirigieron hacia la entrada oculta de la Sala de los Menesteres. Alaska no entendía porque iban hacia allí, pero suponía que Harry tenía un plan.

Mientras corrían, se encontraron con tropeles de estudiantes, la mayoría llevaban capas de viaje sobre los pijamas, siendo guiados hacia el Gran Vestíbulo por los profesores y prefectos.

—¡Es Potter!

—¡Harry Potter!

—¡Era él, lo juro, acabo de verlo!

Pero Harry no miró hacia atrás, y al fin alcanzaron la entrada de la Sala de los Menesteres, Harry se apoyó en la pared encantada, la cual se abrió permitiéndoles entrada, y bajaron rápidamente los escalones.

—¿Qu…?

Cuando la habitación estuvo a la vista, Alaska se detuvo unos pocos escalones antes de llegar al suelo. Tuvo una confusa impresión de colgaduras de colores, de lámparas y de decenas de rostros. No reconocía el dormitorio. Era enorme, y parecía más bien como el interior de una particularmente suntuosa casa de árbol, o tal vez un gigantesco camarote de barco.

Hamacas multicolores colgaban del techo y de la galería que corría a lo largo de las paredes cubiertas de paneles de madera y sin ventanas, que estaban cubiertas por brillantes tapices. Vio el león dorado de Gryffindor, engalanado de rojo; el tejón negro de Hufflepuff, contrastando sobre un fondo amarillo; y el águila color bronce de Ravenclaw, sobre fondo azul. Había estanterías repletas, unas pocas escobas apoyadas contra las paredes, y en una esquina una gran radio inalámbrica recubierta en madera.

—¿Qué es esto, Harry?

—Un refugio, para esconderse de los Carrow —le murmuró unos metros delante de ella—. Pero no lo entiendo, hay mucha más gente…

Pudo diferenciar a Kingsley y Lupin, a Oliver Wood, Katie Bell, Angelina Johnson y Alicia Spinnet, Bill y Fleur, y el Señor y la Señora Weasley.

—¿Harry qué sucede? —dijo Lupin, reuniéndose con él al pie de las escaleras.

—Voldemort está en camino, están atrincherando la escuela… Snape ha huido… ¿Qué están haciendo aquí? ¿Cómo lo han sabido?

—Enviamos mensajes al resto del Ejército de Dumbledore —explicó Fred, quien apareció frente a ellos e ignoró la presencia de la chica—. No puedes esperar que todo el mundo se pierda la diversión, Harry, y el E.D. se lo hizo saber a la Orden del Fénix, y así sucesivamente.

—¿Qué hacemos primero, Harry? —llamó George—. ¿Qué pasa?

—Están evacuando a los más pequeños y todo el mundo se está reuniendo en el Gran Comedor para organizarse —explicó Harry—. Vamos a luchar.

Se alzó un gran rugido y una oleada de gente se abalanzó hacia las escaleras, los presionaron contra la pared al pasar corriendo. Los miembros mezclados de la Orden del Fénix, el Ejército de Dumbledore y el antiguo equipo de Quidditch de Gryffindor, todos ellos sacando las varitas, se dirigían hacia el salón principal del castillo.

—Vamos, Luna. —la llamó Dean al pasar, tendiéndole la mano libre. Ella la tomó y le siguió escaleras arriba.

La multitud se disolvió. Sólo un pequeño núcleo de gente se quedó en la Sala de los Menesteres, y Alaska y Harry se reunieron con ellos. La Señora Weasley discutía con Ginny. A su alrededor estaban Lupin, Fred, George, Bill y Fleur. Solo entonces, con la habitación casi vacía, divisó a Archer.

—Creí que estarías con Tonks —le dijo Alaska mientras adelantaba al grupo para ir a abrazar al chico—, que te quedarías con Teddy.

—Él está bien protegido —murmuró el chico contra su oreja—, supuse que sería útil aquí. No podía quedarme fuera.

—Debes tener cuidado, ¿sí? —le pidió la chica al separarse de él—. No tengo Félix Felicis está vez, tendrás que arreglartelas por tu cuenta.

—Puedo defenderme bastante bien. —le aseguró el chico con una sonrisa.

Alaska iba a responder, tenía lista una respuesta bastante inteligente pero cualquier rastro de alegría se disipó en un instante. Su rostro se tensó por completo, sintió un revoltijo en su estómago. Tim se encontraba allí, a tan solo unos metros de distancia.

—No —exclamó ella con seriedad, negando con su cabeza mientras se acercaba al chico, dejando a Archer solo—. No puedes…

—Dame una oportunidad, por favor —habló Tim, con su varita en mano, parecía preparado para pelear—. Voy a quedarme a luchar, es lo que quiero hacer. Soy lo bastante bueno para hacerlo, ¿sí? Tienes que creerme.

—No me importa lo bueno que seas Tim, no te quedarás aquí. Es demasiado peligroso, no es lugar para un niño. —le dijo Alaska sin titubear, no podía permitir que estuviera allí. No con lo que estaba por ocurrir.

—¡No soy un niño! —gritó el chico de forma repentina, con molestia en su voz—. No soy un niño, ya no más.

Algo parecía haber cambiado en él, Alaska podía notarlo.

—Luchar es lo que quiero hacer. Estos últimos años me he preparado para esto. ¡Estoy listo! Necesito hacer esto, Alaska...

—Tú necesitas estar a salvo —lo cortó Alaska—. Esto no es un juego, si mueres aquí... ¡Sí mueres es el fin, no puedes volver! ¿Comprendes eso? —Tim no pareció cambiar de opinión—. No puedo perderte Tim, todo lo que he hecho... Debes entender, para que yo pueda hacer esto, necesito saber que estarás a salvo.

—Yo lo cuidaré —una voz detrás de ella habló, era Narcissa Malfoy quien parecía fuera de lugar—. Me aseguraré de que esté a salvo.

Alaska se acercó hacia ella.

—Cissy, ¿qué estás...? —soltó la chica—. No deberías estar aquí, los mortífagos están en camino. Lucius… y tú hermana Bella… no creo que sea lo mejor para ti.

—Me he escondido toda mi vida detrás de la sombra de mi esposo, no seguiré haciéndolo Alaska. Vine aquí para cuidar a mi familia —agregó, posando su mano en la mejilla de la chica mientras acariciaba la zona con su pulgar—. Me quedaré con Tim, estaré con él en todo momento. No tienes de qué preocuparte.

—¡Fui un tonto! —alguien rugió, y la mano de Alaska fue de inmediato hacia su varita.

Al voltear notó qué Percy Weasley había aparecido en la sala, toda su familia lo observaba con cierta frialdad.

—Fui un idiota, un gilipollas pomposo, fui un… un…

—Lameculos del Ministerio, repudiaste a la familia, idiota hambriento de poder. —espetó Fred.

Percy tragó saliva.

—¡Sí, lo fui!

—Bien, no podías decir nada más honesto que eso. —dijo Fred, tendiéndole la mano a Percy.

La Señora Weasley estalló en lágrimas. Corrió hacia él, empujando a Fred a un lado, y envolviendo a Percy en un abrazo estrangulador mientras él le palmeaba la espalda, con los ojos fijos en su padre.

—Lo siento, papá. —dijo Percy.

El Señor Weasley parpadeó rápidamente, luego también corrió a abrazar a su hijo.

—¿Cómo te ha vuelto la cordura, Percy? —preguntó George.

—Ha estado llegando desde hace bastante —dijo Percy, secándose los ojos bajo las gafas con el borde de su capa de viaje—. Pero tuve que encontrar una salida y no es tan fácil en el Ministerio, encarcelan a los traidores a cada momento. Me las arreglé para mantener contacto con Aberforth y él me sopló hace diez minutos que Hogwarts estaba a punto de entrar en batalla, así que aquí estoy.

—Bien, debemos buscar a nuestros prefectos para que nos dirijan en momentos como estos —dijo George en una buena imitación de los modales más pomposos de Percy—. Ahora subamos las escaleras y luchemos, o todos los mortifagos buenos estarán tomados.

—En ese caso —habló Alaska, acercándose al grupo principal—, será mejor que vayamos al Gran Comedor. Estarán esperándonos, y será mejor no seguir perdiendo tiempo. Debemos…

Pero entonces su marca ardió y la Sala de los Menesteres desapareció, sus ojos parecieron perderse en la oscuridad del dolor. Un dolor que iba especialmente dirigido hacia ella. Estaba poseído por esa fría y cruel sensación de determinación que precedía al asesinato.

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