CAPITULO 23. DANIEL

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Tres botellas de Whisky no son suficientes. No si quiero dejar de pensar en todo lo que está mal en mi vida.

Grace me rompió.

Conocerla, vivir bajo su techo y recibir todas esas atenciones me rompió para todo lo demás... para la vida que tenía.

Todo lo que ocurre ahora me molesta; Robby y su jodido crack, sus putas, sus amigos, la maldita música que suena todo el día y toda la noche. La pizza fría, las sobras y el agua fría de la ducha.

Todo es una mierda y es culpa de Grace.

Agarro un paquete de cigarrillos antes de dirigirme a la caja de la licorería a pagar por todo. Cuando dejo las cosas en el mostrador, el hombre me mira.

—¿Estás bien, chico?

—No es tu puto asunto.

—Como quieras —resopla, mirando mi cara pálida y más delgada—. Son $115 dólares.

Maldito idiota.

Estoy seguro que ha aumentado el precio a lo largo de estos días o semanas, no sé cuánto tiempo ha pasado desde que regresé. Le entrego un billete y espero a que entregue el cambio, sabiendo que lo necesitaré más tarde para comida.

—Vuelve pronto —dice cuando, luego pone todo en bolsas de papel más discretas.

Si alguien se ha beneficiado de mi recaída, es él.

Voy de vuelta al edificio, recordando pasar por la parte trasera de la farmacia y luego yendo directo a mi habitación porque Robby y su amigo Will están aquí con algunas chicas. No quiero ser parte de su jodida fiesta de crack.

Antes de que pueda cerrar la puerta metálica, una mano se posa en mi hombro al mismo tiempo que empuja para entrar. Es una de las chicas de Robby.

—Hola Danny —sus ojos desorientados brillan—. No te vi anoche.

—Estaba ocupado —gruño.

—¿Con una de tus clientas? —se pasa la lengua reseca por el labio inferior. Asqueroso—. ¿Podría obtener un descuento?

Si piensa que su cuerpo esquelético y su piel amarilla son atractivos, está en un maldito error.

—No me toques, puta.

Su ceño se frunce, pero no me importa, no tengo tiempo para estas estupideces. La empujo y cierro la puerta rápidamente, teniendo cuidado con mis botellas.

¿Cuánto dinero he gastado los últimos días en alcohol? ¿Mil dólares?

No tengo problema en pagar la cifra si eso saca de mi cabeza la imagen de Grace, su olor, su calidez.

Mierda.

—Estás jodido, Danny. —digo, aunque odio que me llamen Danny.

Si hubiera sabido que pasar este tiempo con ella me dejaría tan mal, habría rechazado la oferta desde el inicio.

No tengo cabida en su mundo, no debería estar cerca de ella. Si supiera quién soy en realidad, ni siquiera me habría mirado en primer lugar.

—Una muñequita como ella merece a alguien que no esté jodido como yo.

Ojalá pudiera saVivian de mi cabeza...

Destapo la botella que me queda más cerca y me dejo caer en el colchón sucio del piso, la cajetilla anterior y los restos de los cigarrillos en el piso a su lado.

Del otro lado, la jeringa, la cuchara y el elástico me recuerdan que de nuevo anoche en medio de mi ebriedad conseguí una dosis. Lo suficiente para poder dormir.

Por supuesto, nada de eso funciona por mucho tiempo, ya que de nuevo esta mañana tenía resaca y el recuerdo de ojos azules.

No me molesto en un vaso, bebo directamente de la botella por un buen rato hasta que comienzo a sentir mi cuerpo achispado por el alcohol, pensamientos incoherentes y el eco de risas me hacen reír. Mucho.

Sigo bebiendo hasta acabar la mitad de la botella y entonces enciendo un cigarrillo. Las cenizas caen entre mis piernas extendidas y sobre el colchón, avivando la esperanza de prender todo en fuego y acabar con esto.

¿Por qué me pasa esto? ¿Por qué no puedo...? ¿Por qué no puedo ser el Daniel de antes?

Para cuando termino la botella, mi cabeza cuelga sobre mi hombro y la oscuridad del sueño me arrastran. Pero donde antes había pesadillas, dinero y sexo, ahora solo existen ojos azules.

Los ojos de la muñequita.

Abro los ojos de nuevo sobresaltado, el movimiento haciendo que patee una de las botellas vacías por el piso. Soy consciente del silencio que se extiende por el edificio y que solo puede significar que Robby y sus amigos están tan drogados que se quedaron dormidos.

La ventana superior del pequeño cuarto en el que estoy me indica que aún es de noche, o madrugada, así que lucho por alcanzar otra botella de las que traje en la mañana. Nada. Todo está vacío para ahora.

Solo queda la jeringa y los implementos para una próxima dosis.

Me enderezo solo lo suficiente para alcanzar el encendedor, luego preparo la siguiente dosis de heroína que me permitirá descansar. Tranquilidad al fin.

Nada de problemas, ni pensamientos, ni infancias jodidas. Nada.

Ato el elástico con fuerza en el bíceps y deslizo la aguja dentro, viendo el líquido turbio entrar a mi cuerpo. En cuestión de segundos mi mente se habrá perdido un poco más.

Mi respiración se vuelve lenta y mis ojos pesados, luego todo se vuelve negro.

Sé que estoy teniendo otro sueño cuando puedo escuchar voces femeninas como un eco, y no suenan felices. Incluso puedo escuchar al idiota de Robby gritando, aunque no distingo lo que dice.

El familiar rechinido del metal de mi puerta es fácil de reconocer entre toda la bruma, luego un pequeño jadeo de sorpresa.

No deberías... —advierte una voz.

—Pero quiero. —replica la otra.

—¡Míralo! Él eligió esta vida. —insiste la voz furiosa.

—¡Está enfermo, Keren! Atrapado en este horrible vicio y necesita ayuda. —esa voz me agrada porque es dulce y cálida—. Necesita nuestra ayuda.

El resoplido que lanza es tan fuerte que hace eco en la habitación vacía.

—Bien, llamaré a una ambulancia. —escucho zapatos de tacón y otro sonido desde la puerta—. No te acerques a él, Gracie.

¿Gracie?

¿Graceestá aquí?

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