CAPÍTULO 27. GRACE

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Escucho el resoplido que sale de Daniel desde mi puesto al otro lado de la habitación. No me extraña que parezca molesto mientras el doctor explica detalladamente su situación, cuidados y medicamentos necesarios a él y a Keren.

Al menos Keren está poniendo atención.

—Eso es todo, señor Stevens —le dice y yo casi me río—. Espero un buen pronóstico si sigue las indicaciones correctamente.

—Lo hará —asegura Keren.

Bien, ella lo tiene.

Ayudar a Daniel va más allá de ser solamente un donador al que contraté. Es la vida de alguien que conocemos y nos importa, alguien que podría tener un futuro brillante si se permite creer en si mismo.

El hombre extiende las recetas hacia Daniel, pero rápidamente la señora Ramos las toma para revisarlas. Eso provoca que el chico de los ojos grises le dedique una mirada furiosa.

Si, todo es justo como lo recuerdo.

Ramos se detiene a mi lado en el umbral de la puerta y asiente para hacerme saber que estamos listos para partir, luego su mirada se dirige al mismo chico y frunce las cejas.

—¿Conseguiste algo? —pregunto porque parece que olvidó mi encargo.

—Aún no, pero ya ampliamos la búsqueda al resto del país. Alguien debe conocer al chico y es de mucha ayuda que se le hicieran pruebas cuando ingresó.

—Bien. —a menos que no existan expedientes y registros dentales.

Observo a Keren poner todo en su bolso antes de asentir hacia el doctor, que sale de la habitación con tanta prisa que ni siquiera nos mira. En contraste, Daniel viene directo a nosotros.

—¿Y Robby? ¿Se quedó allí con los otros?

—No —Ramos es quien responde—. Los trajeron en otra ambulancia y recibieron atención de urgencia, pero fueron dados de alta ayer.

—¿Y se fue? ¿Sin preguntar por mí? —reconozco el tono tenso en su voz, casi como si estuviera buscando provocar a alguien—. ¿O también llamaron a las autoridades y los hicieron desalojar?

Joel da un paso adelante para enfrentarse a Daniel, pero es Keren la que pasa por su lado y lo empuja un poco.

—Basta ya, Daniel. Tus amigos seguramente ya están de vuelta en ese viejo edificio y más drogados de lo que imaginas. —le hace una seña a Ramos para que me gire y me lleve por el pasillo para subir al auto—. Ahora salgamos de aquí que Gracie necesita reposo.

La mirada gris cambia por una más amable, luego asiente. Él mismo se acerca para empujar mi silla por el pasillo con Ramos caminando a su lado.

Cuando me ayuda a subir al asiento trasero, puedo sentir el temblor en sus brazos y eso hace que me preocupe de nuevo. Debe estar cansado, débil y demasiado ansioso por la droga en su sistema.

¿Cómo podría ayudarlo a sentirse mejor?

En definitiva necesita vigilancia, y no puede salir de la casa. Y ahora entiendo por qué ese interés en el alijo de botellas en mi librero.

Necesito prestar más atención a lo que Daniel hace.

El camino de vuelta a Broadview es corto, lo suficiente para que pueda pensar en mis alternativas. No puedo estar detrás de él o se sentirá acosado, pero tampoco puedo ignorar el hecho de que hará lo posible por conseguir la droga porque es así como funciona.

—Que el médico venga todos los días —le pido a Keren cuando Ramos estaciona afuera de la casa—. Si es necesario, contrata un enfermero.

Ramos baja seguido de Keren, pero sé que ambos escucharon mi petición. Sé que Daniel la escuchó porque me mira con las cejas fruncidas.

—No necesito un puto niñero.

Su expresión es tan adorable que me hace sonreír.

—No un niñero, Daniel. Un enfermero para manejar los medicamentos y todo lo demás, creo que nos vendría bien a ambos.

Incluso yo tengo qué descansar. El doctor dijo que estoy en condiciones de volver a intentarlo cuando la infección sea eliminada. Eso me deja algunas semanas para adaptar una rutina para Daniel.

Baja del auto y pisotea todo el camino hasta la entrada donde Keren y Joel discuten algo, luego se detiene. Gira sobre sus talones y vuelve sobre sus pasos hasta mi puerta.

—Lo siento muñequita, estoy siendo un jodido idiota. Ven aquí.

Me carga en sus brazos sin darme tiempo a protestar y me lleva dentro, luego por las escaleras hasta mi habitación.

—Mierda, extrañé este lugar —me baja en el borde de la cama y se acuesta en ella—. El aroma a limpio, la ducha caliente y tus bonitos ojos.

Siento el rubor calentando mis mejillas y una imagen muy clara de él desnudo y sonriente viene a mi mente.

Dios, no puedo creer que me enamoré de él.

No puedo decírselo, es mucho para manejar y seguramente él no siente lo mismo. Una vez que vuelva a quedar embarazada, él se irá a seguir con su vida, sin más drogas al menos.

—Esas mujeres debieron extrañarte —suelto, antes de que pueda ser consciente de ello. Rayos—. Me refiero a, ya sabes, las clientas y tus amigos.

Obviamente no lo engaño, porque sonríe con una de las comisuras de su boca elevada por la diversión.

—No soy indispensable para ellos, Grace —sujeta mi mano y la apoya en su cabeza—. Cuando vean que no estoy alrededor, pasarán a la siguiente persona.

Dice y eso me parece tan triste. No sabe lo que significa una familia, buenos amigos o una vida plena. Me encuentro deseando darle todo eso al solitario chico de los ojos tristes.

Mis dedos se mueven sobre sus rizos cobrizos demasiado largos y poco a poco su respiración se vuelve lenta. No soy consciente de cuánto tiempo llevo acariciando su cabeza cuando la puerta se abre.

—¿Grace? —es Joel quien me mira desde la puerta entreabierta—. ¿Puedo hablar contigo?

Me aseguro que Daniel duerme profundamente antes de empujar mi silla hacia el umbral de la habitación.

—¿Qué pasa?

Presiona los labios con fuerza por algunos minutos, luego asiente a la pregunta que no formulé.

—Esto es tan extraño, pero encontramos a una familia en Detroit que asegura que este chico es su hijo —ambos miramos a Daniel acurrucado en mi cama—. Están tomando un avión hacia acá en este momento. Deberían estar aquí en algunas horas.

Oh.

—¿De Detroit?

Eso es casi del otro lado del país. ¿Cómo llegó Daniel hasta aquí?

—Si. —Joel toma una hoja del bolsillo de su pantalón y la lee—. Benjamíny Amelia Lowell.

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