CAPÍTULO 28. GRACE

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Jamás pensé que esto pasaría tan pronto. Creí que tendría al menos un par de semanas antes de que obtuviéramos alguna pista sobre la identidad real de Daniel.

No puedo perderlo.

Echo otro vistazo rápido al reloj sobre la pared del comedor, solo para darme cuenta que el avión de los Lowell no tarda en aterrizar y el segundero es un recordatorio constante de que el tiempo se acaba.

—Daniel tiene que saberlo —miro ahora a Keren, parada a mi lado—. No puedo lanzarlo a oscuras en esta situación que lo implica totalmente.

Suspiro, sin decir la palabra.

Llámalo.

Keren debe ver la resignación en mi rostro porque asiente y sale del comedor, luego escucho sus pasos sobre la escalera.

Daniel debe estar en su habitación, viendo televisión o durmiendo, como el médico dijo que haría los primeros días. Sé que no lo dicen, pero Keren y Joel también están preocupados por él y se aseguran de revisarlo cada media hora.

Tres minutos menos...

Ahora son dos pares de pasos los que se acercan y reconocería los del chico de ojos grises en cualquier lado. Supongo que es como un adolescente malhumorado y eso me hace reír un poco.

—Siéntate —ordena la señora Ramos—. Gracie, ¿Necesitas algo?

—No, gracias.

Hace media hora me trajo galletas, café y una variedad de sándwiches que difícilmente voy a comer con el estómago tan anudado. Espero a que ella salga para poner mi atención en el chico que me mira.

—Yo... Hmm, esperaba tener más tiempo para explicarte por qué decidí hacer esto. —intento no balbucear, pero mis manos tiemblan sobre mi regazo—. Cuando entraste al hospital y preguntaron tus datos, me di cuenta que no sé nada de ti.

Hago una pausa para asegurarme que sigue mi hilo de pensamiento y que comprende mis motivos. Entonces continúo.

—Le pedí a Ramos que utilizara a sus contactos con la policía local y con un amigo suyo para rastrear cualquier información tuya, usando tu descripción y todos los datos que nos brindaron en el hospital.

Considero que no es necesario explicar que le hicieron todas las pruebas posibles, desde detección de VIH, Hepatitis, ETS y por supuesto un análisis de ADN.

—Jamás esperé que eso diera resultados inmediatos.

Puedo ver el momento exacto en que sus cejas se fruncen y su expresión se vuelve una de molestia. Pero ya no puedo retractarme, está hecho y ellos estarán aquí en las próximas horas.

—Resulta que hay una pareja en Detroit que aún busca a su hijo, desapareció dos días después de concretar la adopción... Tenía 8 años.

Aun no entiendo como un pequeño niño de 8 años podría sobrevivir en la calle solo, pasando hambre y frío. Ni siquiera mencionemos el hecho de que viajó al otro extremo del país. Es imposible.

—¿Eres tú? ¿Eres ese niño? —pregunto, porque no puedo más con esta incertidumbre.

Su vista se posa sobre la mesa y se pierde por algunos minutos, seguramente recordando o al menos tratando. Resopla con fuerza y levanta la cabeza para mirarme.

—Mi madre murió cuando tenía 4 años de una sobredosis, o al menos eso me dijeron en la jodida casa de acogida donde me dejaron. —vuelve a fruncir el ceño, pero continúa hablando—. Estuve en al menos tres lugares después de ese y no recuerdo una mierda, muñequita.

—Pero ¿cómo? ¿Cómo llegaste hasta Seattle? —siendo tan pequeño, evito decir.

Se frota la mano contra la frente en un movimiento que incluso a mí me distrae por un momento.

—Escapé. —no sé si es el tema que estamos hablando o la droga, pero veo sus brazos temblar un poco—. Estaba cansado de las putas casas de acogida, así que me escapé una noche. Estuve en muchos lugares, Grace, nada que quiera recordar todavía.

Dios mío.

Mi corazón se rompe imaginando a un pequeño niño de cabello cobrizo y ojos grises enfrentando Dios sabe qué atrocidades. Ahora siento más ganas de protegerlo.

—De alguna forma llegué a Portland y conocí a Robby cuando tenía 16 años, él y su papá me dejaban dormir en el sofá. Un año después su papá enfermó y murió, y nos echaron a la calle.

—Y terminaron aquí, en ese edificio viejo. —no hace falta que lo diga, sé que los espacios en blanco en su historia son dolorosos.

Ojalá pudiera aliviar algo de todo su dolor, aunque no lo admita, sé que aún le duele.

Encoge los hombros a modo de confirmación, lo que me lleva al siguiente punto del tema. Los Lowell llegando en cualquier momento.

—La información que Joel encontró indica que los Lowell finalizaron el proceso de adopción, y que cuando fueron a buscarte les dijeron que habías huido.

—¿Los Lowell? —sus cejas se alzan en su frente.

Si. Legalmente eres Daniel Lowell.

No Stevens, como yo hice creer al médico. Al menos algo bueno resultó de todo esto, y Daniel tendrá una familia que lo cuide, ya que han esperado tantos años por él.

—Ahora soy adulto —sus cejas caen con rapidez—. No necesito padres ahora.

—Todos necesitamos padres, Daniel. O al menos alguien que nos haga sentir queridos.

Como yo...

Me inclino hacia delante en la silla en una clara invitación, a él le toma solo un par de segundos reaccionar y responder con el mismo movimiento acercando sus labios. El beso es suave, lento, apenas un toque.

Y es nuevo. La primera vez que un beso no tiene qué ver con el sexo y que es totalmente una expresión de las emociones que revolotean en mi vientre. Tal vez incluso una súplica silenciosa.

Déjame cuidarte.

Déjame quererte.

Quédate conmigo.

Daniel se aparta con una sonrisa en sus labios suaves porque seguramente mi rostro sonrojado le causa gracia. También yo sonrío, deseando que este fuera mi día a día. Un bebé de ojos grises y Daniel.

Ambos míos para cuidar.

Un pequeño carraspeo nos sobresalta, luego Joel da un paso dentro del comedor. Por su expresión, no son buenas noticias.

—Los Lowell llamaron, acaban de aterrizar en SeaTac.

Rayos.

Necesito más tiempo, no estoy lista para perderlo de nuevo.

Dios, por favor.

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