CAPÍTULO 31. GRACE

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Han pasado casi 5 días desde que Daniel se fue con los Lowell y lo último que supe fue que estaban buscando casa en Bellevue para una mudanza. Al parecer tanto el señor como la señora Lowell pueden trasladar sus trabajos a Seattle.

—Creo que debería llamarlos, ¿No te parece?

Keren presiona los labios en una línea firme, conteniéndose de decirme lo que realmente piensa. Si no la conociera mejor, diría que también ella está preocupada.

—Voy a llamarlos.

Tomo el móvil de mi bolsillo, marcando rápido el número de Amelia Lowell que Ramos consiguió en el expediente y espero en la línea mientras los tonos conectan la llamada.

Luego ella saluda.

—¿Señorita Stevens? —bien, me recuerda—. Oh, cariño, ¿Cómo estás?

—Bien, gracias señora Lowell. Espero no molestar, pero quería saber cómo está Daniel.

No quiero parecer ansiosa, pero necesito hablar con él y asegurarme que está totalmente cómodo con ellos. Me siento un poco responsable de su bienestar y eso incluye vigilar a sus padres.

—Lo siento, cariño. Daniel no está aquí en este momento —escucho la duda en su voz, así que permanezco en silencio esperando que continúe—. Hace unos días ingresó a un centro de Rehabilitación en Bainbridge.

¿Qué?

¿Qué fue lo que dijo?

—¿Cómo? No entiendo, señora Lowell. ¿Daniel quiso ir a una clínica de rehabilitación?

Es decir, me alegro mucho que esté recibiendo la ayuda necesaria, pero conozco a mí chico. Habría dado una guerra entera por permanecer libre de cualquiera cosa que le recuerde a las casas de adopción en las que estuvo.

Y espero que no se trate de un encierro forzado.

—Increíble, ¿no? —ella dice con alivio—. Nos pidió que ayudáramos también a su amigo Robby, pero cuando fuimos a buscarlo nos encontramos con una terrible escena.

Espero en silencio a qué ella continúe, queriendo saber cada detalle de lo que ha ocurrido con el chico de los ojos grises en los últimos 5 días. Tal vez incluso conseguir el número de la clínica y hablar con él.

—Uno de los chicos que estaba ahí acababa de tener una sobredosis, los paramédicos no pudieron hacer nada por él. Se llamaba Will.

Dios mío.

—¿Y Robby? —balbuceo recordando el nombre del mejor amigo de Daniel.

—Desorientado, pero vivo al menos. Benji y yo hablamos con ambos y decidimos llevarlos a la clínica, ellos estuvieron de acuerdo, señorita Stevens.

—Grace, por favor. Solo Grace.

No soy capaz de imaginar a Daniel entrado por su propio pie a un lugar de esos, aunque supongo que después de la muerte de ese chico y casi perder a su mejor amigo ponen las cosas en perspectiva. Confío en que esta podría ser al menos una solución al problema de adicción de Daniel.

—¿Cree que yo pueda hablar con él? ¿O visitarlo? —tengo que preguntar.

—No lo sé, cariño. Dijeron que las primeras semanas la prioridad es adaptarse, pero adelante, llámalo.

Bien, al menos puedo intentarlo.

Mis planes de embarazo tendrán que ser retrasados un poco más, pero puedo hacerlo si eso significa tener a Daniel conmigo y siendo saludable para nuestro bebé.

Mi bebé.

Sacudo la cabeza para alejar los pensamientos románticos porque sigo al teléfono con Amelia Lowell. ¿Cómo tomaría ella la noticia de Daniel siendo el padre de mi bebé? ¿Estaría de acuerdo?

—Gracias señora Lowell, estaré en contacto.

Termino la llamada y aparto el móvil ante la insistente mirada de Keren. No lo dice, pero quiere saber de él.

—Uno de los amigos de Daniel murió de sobredosis —comienzo por ahí antes de soltar la noticia—. Los Lowell decidieron internarlo en una clínica de rehabilitación.

Las cejas de la señora Ramos salen disparadas sobre su frente.

—Eso es triste, Gracie, pero es el riesgo que corrían todos ellos. Gracias al cielo Daniel vive para contarlo, aunque sea un chico tan testarudo.

Eso me hace reír.

—Obstinado, necio, arrogante —agrego—. Brillante, divertido, único.

Keren vuelve a darme una mirada que insinúa que sabe lo que está pasando, así que solo encojo mis hombros en respuesta.

Ahora puedo dejar de preocuparme por él y confiar que estará mejor muy pronto, así que yo también debería cuidar de mí misma. Y en lugar de pasar el tiempo leyendo en mi habitación, le pido a Ramos que me deje usar el gimnasio.

Miro los aparatos sin saber cuál elegir porque la mayoría de ellos implica que yo esté de pie, incluso si solo deseo fortalecer más mis brazos.

Keren se detiene unos pasos dentro de la habitación.

—Gracie, creo que tú también deberías darle una oportunidad a la rehabilitación.

—¿Lo crees? ¿Crees que mi cuerpo haya sanado de forma milagrosa en los últimos meses?

La señora Ramos decide ignorar la burla en mi tono y centrarse solo en la propuesta.

—No. Pero tu voluntad ha cambiado y sé que podrías lograr, aunque sea un pequeño avance. Paso a paso.

Será difícil dar ese paso cuando parece algo imposible.

—Sé que Daniel querría que lo intentaras —agrega, y yo sonrío ante la mención.

Dios, ¿soy tan transparente con mis sentimientos?

Al día siguiente todavía estoy debatiéndome sobre si debería llamar a Daniel o visitarlo, sobre todo para darle algunas palabras de aliento y que siento que perdiera a su amigo.

—Señorita Stevens —Ramos golpea la puerta de mi habitación con suavidad—. La fisioterapeuta que solicitó ya está aquí.

—Oh, bien. Gracias Joel.

Al menos tendré una buena nueva para contarle a Daniel cuando lo vea. Estoy segura que él se va a reír y va a hacer algún chiste obsceno sobre mis piernas abriéndose para él o algo así, y yo me sonrojaré de vergüenza.

Empujo la silla hasta la puerta de la habitación y abro, sabiendo que Ramos está ahí esperando para llevarme abajo. Ambos vamos por el pasillo hacia las escaleras cuando mi teléfono timbra con una llamada entrante.

—Buen día, Señora Lowell —saludo, reconociendo su número guardado en mi agenda—. Estaba por llamar a la clínica y...

—No, cariño —me interrumpe—. Daniel ya no se encuentra ahí. Se escapó anoche.

¿Qué?

—¿Escapó? —repito, solo para confirmar que escuché correctamente.

—Si. Yo quería saber si tú sabías de algún lugar a dónde él pudiera ir. —suelta un suspiro tembloroso—. Si sabes algo que nos ayude a localizarlo, te lo agradecería mucho.

Presiono el botón para terminar la llamada, sin poder decir una sola palabra por el miedo y la preocupación que crecen en mi pecho.

Lo único que hago es mirar a Joel.

—Búscalo —ordeno, sabiendo que escuchó algo de la llamada—. Ve al viejo edificio por si aparece por ahí.

Él asiente y se aleja, bajando la escalera con rapidez mientras yo observo incapaz de seguirlo, aunque quisiera con todas mis fuerzas.

Daniel, ¿A dónde fuiste?

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