CAPÍTULO 32. GRACE

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Estoy cansándome de mirar por la ventana de la sala, esperando que el auto estacione en la entrada y Ramos tenga buenas noticias.

Pero nada, Daniel sigue desaparecido y la tarde terminó hace un rato. Rezo en mi mente porque tenga al menos comida y un lugar cómodo donde dormir.

Escucho los pasos de Keren entrando a la sala, observándome como ha hecho casi todo el día.

—¿Ramos llamó? —pregunto, en caso de que hubiera alguna novedad.

—Aún no.

Rayos.

Exhalo un suspiro tan audible que Keren se siente forzada a venir a mi lado, con los brazos cruzados sobre su pecho y sus ojos azules escrutadores.

—Eres muy transparente, Gracie. Estás exponiendo demasiado ese corazón tuyo por él.

—Lo sé.

Me resulta increíble que él no se haya dado cuenta antes de mis sentimientos, o tal vez lo hizo y esa es la razón por la cual decidió irse con los Lowell. Y ahora huyó de nuevo.

—¿Dónde crees que está? —decido cambiar el tema de la conversación.

—No lo sé, pero estoy pidiéndole al cielo que tenga al menos la sensatez de mantenerse alejado de las drogas porque tuvo mucha suerte esta vez, no sé si lo logre una segunda vez.

Dios.

—¿Eso crees? ¿Que no pudo resistir la ansiedad y se escapó para conseguir una dosis?

—Estoy rezando porque no sea eso, pero me temo que si.

Una imagen de Daniel sonriendo viene a mi mente, sostiene una botella de vino tinto en una mano y un cigarrillo en la otra, mientras usa lenguaje obsceno para explicar las razones por las que él me gusta.

Si cree que fue solamente por su atractivo físico, está muy equivocado. Lo que me enamoró realmente fue su sentido del humor y su trato hacia mí, como si el asunto de mis piernas no fuera algo importante.

Está completamente oscuro afuera cuando vuelvo mi atención a la ventana, así que debo tomar una decisión respecto a la seguridad de Ramos. Confío en que Daniel sabrá ponerse a salvo.

—Llama a Joel, pídele que vuelva. Mañana podemos retomar la búsqueda.

Le pido, recordando que también ella ayudó a llamar a los hospitales en busca de un chico de cabello cobrizo y ojos grises. Tal vez no lo admita en voz alta, pero está preocupada por él.

—Bien, lo llamaré. ¿Te sirvo un té antes de la cena?

Antes de que pueda asentir, una sombra cerca de la reja de entrada se sacude, pero estoy tan lejos que me es difícil distinguirla. No son las hojas de los árboles, de eso estoy segura.

—Creo... —señalo a través del vidrio—. Que algo cayó cerca de la puerta, ¿Activaste la alarma de la reja?

—No —agrega, cerniéndose sobre la ventana, justo a mi lado.

—Debería llamar a la policía, en caso de que... —se gira rápido para alejarse, pero la tomo de la mano para detenerla.

—Keren, espera. —contengo el aliento mientras espero a que la sombra se mueva lentamente, enderezándose en toda su altura—. ¡Daniel!

Es él, estoy segura.

Libero la mano de la señora Ramos para moverme hasta la puerta principal y abrir, recordando que no puedo lanzarme al porche en la silla de ruedas.

—¡Daniel! —lo llamo, y espero su confirmación por un largo momento.

Keren se detiene a mi lado con la vista fija en el mismo punto que yo, pero lleva el teléfono presionado contra la oreja.

—No, espera un poco, Joel.

La sombra se mueve más cerca de las farolas que rodean la casa, y rizos cobrizos es lo único que necesito para chillar de alegría y alivio.

—¡Es él, Keren! ¡Es él!

Si pudiera lanzarme a sus brazos lo haría. En cambio, tengo qué esperar en el borde de las escaleras hasta que él está lo suficientemente cerca para estirar los brazos. La voz de la señora Ramos me recuerda que está al teléfono con Joel.

—Si, es Daniel —confirma—. No, no le digas a los Lowell todavía. Deberíamos averiguar las razones por las que él huyó de ellos, y será mejor que no estén maltratando al chico o van a escuchar una o dos palabras de mí.

Me río, porque eso es tan maternal de la querida Keren. Juraría que acaba de tomar a Daniel bajo su protectora ala.

Cuando él está cerca, ella asiente y se aleja para darnos algo de privacidad, y no me preocupo porque sé que se harán cargo de los Lowell.

Para haber estado desaparecido casi 18 horas, Daniel no parece alterado o afectado de ninguna forma. Eso sí, lleva un extraño conjunto deportivo en color gris que asemeja algún tipo de uniforme.

—Gracias a Dios, Daniel. ¡Estaba muy preocupada por ti!

Se detiene justo frente a mí, con esa bonita sonrisa de una comisura alzada. Necesito tocarlo, necesito comprobar que está aquí y luego no dejarlo ir jamás.

—Lo siento, muñequita. Tuve algunas dificultades.

Apoyo ambas manos en su pecho porque es lo que queda a mi altura, desde mi silla en el tercer escalón del porche. Daniel toma mis antebrazos y luego tira de ellos con fuerza, obligándome a ponerme de pie.

—Ven aquí, Grace. Me merezco una apropiada bienvenida.

Lo próximo que sé es que me sostiene de la cintura con un brazo, balanceando mi peso mientras su otro brazo sube para acariciar mi cabello.

—Daniel —susurro, con los ojos húmedos de lágrimas porque creí que lo había perdido—. Dios, te extrañé tanto.

—Eso espero. —dice con una pequeña sonrisa que no alcanza a tocar sus ojos.

Me abraza con fuerza, sosteniendo mi cuerpo contra él y la barbilla apoyada en mi hombro. Siento su cálido aliento rozando mi cuello y yo no resisto más, él tiene que saberlo.

—Te quiero. No por lo que crees que lo hago, te quiero porque eres un chico maravilloso y estoy tan feliz de tenerte de vuelta. Por favor, nunca te vayas.

Sus músculos se tensan ligeramente por mis palabras, luego se aflojan con lo que espero sea alivio.

—No voy a ningún lado, Muñequita. Tú eres lo único que necesito.

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