CAPITULO 4. DANIEL

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No creo que el jodido café esté funcionando, de hecho, pareciera que empeora las cosas.

El techo blanco de la habitación parece una pantalla que proyecta sombras y puntos que relampaguean cada vez que parpadeo, pero no puedo alejar la mirada.

Por suerte la cama es cómoda.

El extraño silencio termina cuando algunos pasos se acercan y mi puerta es golpeada.

—¿Daniel? Es la hora de la cena —espera un momento por mi respuesta que no llega—. No bajaste a comer, creí que tendrías hambre ahora.

¿No comí?

¿Ya es de noche? ¿En qué maldito momento pasó ese tiempo?

—¿Daniel? —insiste.

Intento decir responder, pero nada sale de mi entumecida boca, solo siento dolor en mi espalda y la pesadez de mis extremidades.

—¡Daniel! —grita al tiempo que gira la perilla de la habitación.

Supongo que la cerré con el pasador porque escucho el sonido metálico de llaves agitarse del otro lado de la puerta. Un momento después, Keren abre y su figura es tan alta que parece una gigante.

—¡Por Dios! ¿Estás bien? ¿Te caíste? —se inclina para mirarme, pero lo único que veo son sus pantalones negros de vestir.

—Tengo frío.

Se inclina un poco más hasta que su cara aparece en mi línea de visión con el ceño fruncido, toca mi rostro y mis brazos extendidos.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí tirado y ardiendo en fiebre?

—No tengo fiebre, ¡tengo frío!

Levanta mi brazo para tomar el pulso mirando el reloj en su muñeca y luego la deja caer, el golpe fuerte contra algo duro.

—Me duele el cuerpo —insisto—. Esta cama es dura.

—No estás en la cama, Daniel, estás en el piso. —se endereza y se aleja. Luego escucho el sonido de la ducha abierta—. Entra al baño ahora, quédate bajo el chorro un momento.

—No puedo.

Estira mis brazos para que me siente y me gira un poco, recargando mi espalda contra la cama. Luego toma su móvil para teclear algo en él y lo guarda de nuevo.

La puerta se abre de nuevo al cabo de un momento y el jodido tío también me mira.

—¿Qué necesitas? —le pregunta.

—No está bien —me señala—. Ayúdame a llevarlo a la ducha mientras consigo medicamento para la fiebre.

Desde mi posición sentado, puedo ver las miradas que se lanzan el uno al otro.

—Necesita un médico, y probablemente una línea, ¿No, chico?

Es una buena sugerencia.

—Dejé la coca, pero aceptaré lo que ofrezcas.

Le doy mi mejor sonrisa, que no funciona porque Keren se voltea hacia él.

—Joel, no. Tiene qué desintoxicarse y no lo hará si le cambias una droga por otra. —Ella gira mi brazo para que vea los moretones en las corvas y lo mira.

—Mierda, esto será un infierno. ¿Grace lo sabe? —pregunta en voz más baja.

—No. Ahora llévalo a la ducha.

El tío presiona los labios en un gesto de desacuerdo, pero toma mis brazos adoloridos y me levanta. Camino descalzo apoyado en él por el piso frío del baño.

—Estoy vestido. —le digo cuando me deja caer contra el azulejo frío.

—No me importa, chico. Siéntate ahí y trata de no morirte mientras Keren te consigue algo.

—Si, señor.

Intento hacer un saludo militar para él, pero me quedo a la mitad cuando el dolor se vuelve más intenso. El agua está fría, provocando que mis dientes castañeen y la ropa se pegue a mi cuerpo.

Supongo que no les importa que escuche, porque discuten justo afuera del baño.

—¿En qué estabas pensando cuando conseguiste a un jodido adicto?

—Sabes que no es tan fácil como parece —dice bajito, pero escucho.

—¡Míralo, Keren! El chico comenzará a convulsionar en cualquier momento.

No voy a convulsionar, imbécil. Lo que siento es náusea.

—Mierda —el sabor del café me quema la garganta cuando mi desayuno sube y sale de mi cuerpo, apenas alcanzo a enderezarme y abrir las piernas.

—Genial —lo escucho gruñir afuera del baño—. Ahora está cubierto de asqueroso vómito, con suerte se ahogará solo.

—¡Joel! —chilla la rubia y la puerta se abre—. Daniel, ¿Estás bien?

De nuevo me cuesta enfocar y no distingo lo que dice con claridad. Y supongo que el esfuerzo de vomitar me cansó, porque mis ojos se cierran.

—Tengo sueño.

—No, no —canturrea—. No puedes dormir en la ducha con la ropa mojada.

—5 minutos.

—¡Daniel! —me grita, pero la ignoro.

¿Qué mierda quiere de mí? Quería que me desintoxicarse, así que aquí me tiene y será mejor que no me enferme o echará a perder el jodido horario de Grace.

Mis ojos están cerrados y mi mente apagándose cuando siento que me mueve para sacarme la camiseta empapada. ¿Así se siente cuando una madre cuida de ti?

—Vamos, Daniel —gruñe bajito—. Un poco de ayuda aquí.

Eso me hace sonreír.

—¿Te dijo Grace que vamos a tener sexo esta noche? —Es su turno de reír.

—Dudo mucho que puedas lograr algo esta noche, en tu estado.

Siento más frío cuando la camiseta está finalmente afuera, las manos de Keren moviéndose ahora al cinturón de mis jeans para abrirlo.

—Tú podrías conseguir algo —me burlo de ella porque está desvistiéndome—. ¿Intentas probar la mercancía?

No la veo, pero la escucho reír bajito.

—Ramos no debería escucharte decir eso —vuelve a reír—. Y no creo que logres una erección, aunque tu vida dependiera de ello.

—¿Quieres apostar?

—No.

—Puedo conseguirlo hasta estando inconsciente. ¿Qué tal $500 si lo logro?

—Daniel... —su voz suena algo irritada—. Eres más de lo que tu pene puede hacer.

Me deslizo un poco sobre el mosaico del piso cuando tira de los pantalones para sacarlos, obligándome a mirarla.

—Creí que por eso estaba aquí, Keren. Por lo que mi pene puede hacer por Grace.

—Bueno, si —suspira—. Pero puedes ser mejor que esto, si quisieras.

Justo ahora lo que quiero es dormir en la cama calientita y dormir al menos tres días. Levanto la vista a la puerta cuando Joel se detiene en el marco.

—Llamé al doctor Hill, estará aquí en cualquier momento.

La rubia asiente.

—Déjalo entrar por la puerta del patio, si le digo a Grace que Daniel está enfermo querrá venir aquí a verlo.

¿De verdad? Eso es muy atento de su parte.

Me agrada.

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