Capítulo 34. Ana.

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Nuestra piel comienza a arrugarse por los minutos que ya llevamos aquí metidos con el agua más fría que tibia. Soy incapaz de salir porque la compañía es perfecta.

—¿Y qué pasó? —me animo a preguntar—. Con los Grey, quiero decir.

Estira su mano para entrelazarla con la mía y suspira. Por un momento creo que podría ignorar mi pregunta, pero me sorprende cuando responde.

—Son buenas personas, pero no los conozco y no me conocen. No soy el hijo que desearon toda la vida.

Oh.

—¿Lo dijeron? —balbuceo, insegura de insistir.

—No. Pero hicieron planes. —su voz profunda retumba en mi oido—. Hicieron putos planes como si yo fuera un niño de 6 años al que tienen qué decirle qué hacer.

—Creí que estaban de acuerdo con mudarse a Seattle, creí...

Que tonta. Ellos pudieron decirme eso y realmente planear otra cosa. Aunque él tiene razón, ellos ya no tienen ningún poder sobre él puesto que es un adulto.

—Si, ellos van a mudarse aquí. Lo que quieren es que vaya a la escuela y luego a la universidad —resopla, como si le estuvieran pidiendo un imposible—. Estudiar no es lo mío, nena. No voy a poner un jodido pie en una escuela.

Creo que entiendo el punto de ambos. Obviamente el futuro será mejor para Christian si tiene un estudio que respalde sus habilidades, pero será difícil para él porque carece de la disciplina necesaria.

Es difícil tomar una desición.

—¿Y sobre la rehabilitación?

Apoyo la cabeza más allá de su hombro y giro para poder mirarlo. Los rizos cobrizos húmedos se le pegan al rostro y luce tan vulnerable.

—Estuve de acuerdo con eso después que los Grey me llevaron al funeral de Ethan.

Cierto, el chico que murió de sobredosis.

—¿Estuviste en su funeral? —eso me sorprende.

—Si. José y yo estuvimos ahí. Los padres de Ethan estaban destrozados y abrazaron su ataúd todo el tiempo. —no sé si es el agua fría o la tristeza de la escena, pero me estremezco en sus brazos—. Cuando subimos al auto, Grace dijo que no quería que termináramos igual y que nos llevarían a un centro de rehabilitación. José aún está ahí.

Como lo supuse, la muerte de su amigo lo afectó y actuó en el momento. Lo que me trabquiliza es saber que los Grey no lo maltrataron de ninguna manera.

—¿Entonces qué pasó? ¿Por qué huiste de Bainbridge? —dudo que fuera sencillo, y tampoco lo fue el camino hasta Broadview.

Christian apoya su mejilla en mi cabeza, evitando mi mirada.

—Había un chico en la habitación de al lado, otro adicto como yo. El pobre idiota estaba totalmente ido. —otro escalofrío me recorre solo de imaginar que pudo haber sido él—. Balbuceaba cosas que no entendía, hasta que un día dejó de hacer ruido. Convulsionó y murió justo ahí, en la habitación de al lado.

—Dios mío, Christian. Eso es terrible. —chillo imaginando la escena tan triste.

—Lo sé, nos advirtieron que habría riesgos.

Bueno, si. Pero dudo que morir fuera uno de ellos, seguramente el chico tenía más complicaciones de las que sabían. No lo sé. Christian continúa con su relato.

—Pensé... Pensé que si iba a morir de la misma forma, prefería que fuera aquí, contigo. Mirándote, y de preferencia exhausto de todo el sexo que podríamos tener.

Eso me hace reír un poco y golpeo su rodilla que sobresale del agua de la tina.

—Es la parte del sexo, ¿Cierto? —bromeo, intentando aligerar el ambiente.

—Si. Ahora déjame sacarte de aquí que podrías resfriarte.

Me empuja ligeramente para levantarse e ir por la toalla que dejó en la encimera. Se envuelve la cintura en ella y toma otra, que pone a un lado para estirar sus manos.

—Ven aquí y úsame para salir de allí.

Por varios segundos no entiendo lo que quiere decir, hasta que él me muestra cómo apoyar los pies y luego usar sus brazos como una palanca. Puedo levantar mi peso, pero igual me sorprende ver que puedo hacer esto.

—Vamos de vuelta a la cama, muñequita. Necesitas entrar en calor y estoy dispuesto a ayudarte.

Christian se inclina y me levanta en sus brazos para llevarnos a ambos fuera del baño. La cama sigue desordenada por nuestro encuentro de hace rato, pero cálida por las mantas en las que me envuelvo.

—Deberiamos comer algo, ¿Quieres bajar? Gail podría preparar algún bocadillo.

—Le diré que los traiga.

Busca en el suelo los pantalones grises que llevaba, pero le hablo antes de que pueda ponérselos.

—Tu ropa sigue ahí, en la habitación de invitados. Todas tus cosas están ahí, Christian.

Sus cejas se alzan de sorpresa y eso me ofende. ¿De verdad cree que me deshice de todo cuando se fue? ¿Cómo podría superarlo si no soy capaz de quitar su perfume de la mesita de noche?

Abre la puerta de mi habitación, apenas dándome tiempo para cubrirme con la sábana y sale. Lo escucho ir descalzo por el pasillo, luego el sonido de una puerta abriéndose.

Mientras el baja la escalera y se dirige a la cocina, pienso en lo mucho que me gusta esto de tenerlo cerca y lo fácil que es quererlo. ¿Seré suficiente para él? ¿Podré hacerle frente a su adicción? ¿Mi pequeña familia le dará la motivación que necesita?

Quiero ayudarlo, estar aquí para él, pero... ¿Es la vida que quiere?

¿Es el camino que quiero?

Tengo que vencer el doble de obstáculos, los míos y los de él. Pero puedo hacerlo, tengo que creer que es posible.

Para cuando Christian regresa a la habitación llevando solo pantalones de chandal sin camisa, he tomado una decisión.

—Quédate conmigo, déjame ayudarte a superar tu adicción. —sus ojos grises bajan, pero eso no me detiene de continuar con mi propuesta—. Cásate conmigo, Christian.

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