Epílogo. (Parte 2)

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Meses después...

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—¡Christian! —chilla, retorciendo las cuerdas de sus brazos.

—Shh, nena. Vas a lastimarte.

Deja de retorcer los brazos, pero comienza a hacerlo con las piernas haciendo que mis embestidas se vuelvan descoordinadas.

—Muñequita —la sostengo con más fuerza—. Deja de luchar contra la soga.

Se detiene solo por un segundo antes de comenzar a retorcerse de nuevo, de lado en la cama y me preocupa que vaya a lastimarse. En mi defensa, fue ella quien vino con la idea de atarla como antes.

—¡Christian! —su grito se vuelve gemido—. ¡Voy a... Voy a...!

Sé lo que quiere. Alivio.

Apoyo una mano en su cadera para que deje de moverse y con la otra sostengo las cuerdas de sus brazo, luego embisto con más fuerza para darle lo que necesita. Y eso parece funcionar también para mí, que me estremezco de placer con el orgasmo.

Si no estuviera arrodillado en el colchón, me derrumbaría en el piso por algunos minutos. Apenas me doy cuenta que cerré los ojos porque Ana retoma el tironeo en sus brazos y piernas.

—Estoy lista para que las quites —susurra.

—Lo sé.

Me inclino para besar su hombro, luego muevo mis manos para quitarle la venda de seda de los ojos. La cuerda enlazada manteniendo sus brazos detrás de su espalda es la siguiente, y finalmente la que mantiene desde sus rodillas hasta los tobillos juntos.

Ana se incorpora lentamente mientras yo masajeo un poco los lugares donde la cuerda estaba más tensa para que nadie más se de cuenta de lo que ocurre. Seguramente escucharon, pero eso no significa que deban saberlo todo.

—¿Lista, muñequita?

—Si.

Vuelvo a atarle el bikini amarillo que llevaba y le paso el vestido tejido por la cabeza para que vuelva a cubrirse. Me aseguro que luce más o menos como antes de toda esta acción y salgo de la cabaña llevándola en mis brazos.

—¡Buenos días! —chilla, pero ahora es un saludo para nuestros acompañantes.

—Buenos días, señor y señora Steele —la rubia Gail se ríe.

Tiene al pequeño Ray sentado con ella sobre la arena, haciendo un castillo con un bote y una pala, así que me acerco para dejar a mi esposa con ellos.

—¿Desayunaron? —pregunta la señora Jones con una mirada conocedora.

—No —respondo mientras Ana dice Si, luego sus mejillas se sonrojan.

Gail pone los ojos en blanco solo a mi.

—La diré a Jason que pida algo del menú.

Toma el móvil que tiene sobre la manta y teclea un mensaje con su mano libre. Ray se estira hacia su madre para que lo levante, lo que me recuerda a su hermanita sentada en la otra manta unos metros a la derecha.

Me dirijo ahí y me siento en el espacio libre a un lado de José.

—¿Se está portando bien? —señalo a mi bebé con la cabeza.

Ella manotea sobre el brazo de José para que acerque el trozo de fruta que está comiendo y mirándome con sus lindos ojos azules.

—Claro que si, es una princesa. ¿Verdad, mi vida? —José le toca el brazo pero ella está muy entretenida en su comida—. Siempre es un gusto cuidar de tus hijos para que tengas tus cogidas extravagantes.

Mis cejas se arquean de inmediato.

—No lo son, y deja de decir eso con los niños cerca.

—¿Qué? —se burla—. ¿Sobre las cogidas extravagantes? Te vi poner esas cuerdas rojas en tu maleta, Christian. O eres un asesino en serie o un fetichista. Y yo prefiero creer que es lo segundo.

Imbécil.

Está poniendo mi paciencia a prueba. Si no tuviera a mi hija en sus brazos y mi hijo estuviera a un par de metros, arrastraría su lamentable culo resentido por toda esta playa.

—Tendrás tu oportunidad para jugar con tu propia muñequita, mientras dime cómo te va con la exposición que estás preparando.

Jose suspira demasiado fuerte para mi gusto y me pregunto si las cosas están peor de lo que pensé. Terminó ese curso de fotografía profesional con notas sobresalientes, lo que le abrió las puertas a muchos otros eventos que lo llevaron a esto: su primera exposición fotográfica.

—He tenido qué lidiar con algunos de los socios de la galería que no están de acuerdo con que tenga la exposición sin "tener más experiencia" —enfatiza lo último con un tono de molestia—. Creí que serían más accesibles conmigo porque ellos también fueron rechazados en su tiempo. Pero me equivoqué.

Malditos. Palmeo el hombro de mi mejor amigo y legalmente hermano, pero manteniendo la vista en el mar frente a nosotros para evitar la cursilería.

—¿Le dijiste eso a Grace?

—No. —sus cejas se arrugan en confusión—. ¿Debería?

Oh, si.

—Por supuesto. Estoy seguro que le encantará recordarles que ella es una de sus principales clientas, y que eres un Grey. Sobre todo eso.

Ambos reímos imaginando esa escena, lo que hace que también la pequeña Carla ría. Estiro los brazos para tomarla pero José no me deja, señala con su cabeza a otro lado.

—Creo que tu esposa quiere ir al agua.

Miro en la misma dirección que él solo para darme cuenta que Ana se remueve sobre la manta de Gail. Empuja sus piernas de un lado a otro para enderezarse.

—Deberia ir —me levanto de un salto, pero me detengo cuando veo a mi bebé estirando sus manitas—. ¿Puedo dejarla contigo otro rato?

José hace una seña con la mano para restarle importancia.

—Soy mejor compañía para mi sobrina que tú, Christian. Largo de aquí.

Él se ríe y mi hija también, así que me alejo de ellos para ir a dónde Anastasia sigue sentada. No le hablo, solamente me inclino y la levanto en mis brazos.

Por supuesto ella vuelve a chillar.

—¡Christian! ¡Por Dios! —intenta bajarse el vestido inútilmente para cubrirse el culo—. ¡Bajame!

Cumplo su petición tan pronto como mis pies tocan el agua fría del mar, la enderezo y dejo que ella también la toque. Se aferra con fuerza a mis brazos para sostenerse.

—¿Vamos a entrar?

—Claro que si, muñequita. ¿Cuál es el punto de venir de vacaciones a la playa si no quieres nadar en el mar?

Sus labios se fruncen en una mueca poco convincente.

—Hmm... Ayúdame a quitarme el vestido. —dice y yo ya estoy tirando de la tela.

—Un placer.

Aparto mis manos de su cintura y ella se mantiene de pie por si misma. Ya no se tambalea como antes, o se debilita después de algunos segundos. Mi esposa es perfectamente capaz de mantenerse erguida y estoy seguro que logrará caminar para cuando termine la rehabilitación.

Mantengo mis manos quietas mientras ella levanta la tela tejida por su cadera y más arriba, mis manos comienzan a picar.

—Nena, lo haces a propósito.

—No —se ríe—. Solo eres un pervertido.

Tiene razón. Termina de sacarse la ropa y la lanza sobre la arena, así puedo situarme a su lado y estirar mi brazo por detrás de su cadera.

—¿Lista, muñequita?

—Si.

Permanezco en silencio mientras ella tensa y relaja sus músculos, preparándose para el primer paso. Comienza por arrastrar su pierna derecha, confiando en que la sostengo en todo momento.

—La arena es pesada. —se queja.

—Por eso el médico recomendó este ejercicio, es bueno para ti.

Sus pies se arrastran un poco más dentro del agua y ella mantiene la vista baja, concentrada. Estoy seguro que con el paso de los días será más fácil.

—No me sueltes —dice de pronto y mi mano en su cadera se tensa.

—Nunca, nena.

Nunca.

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¡Hola! Les recuerdo que ya me encuentran también en Facebook, estaré subiendo ahí muchas cositas para ustedes ☺️

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