Prólogo.

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De sobra, en cuanto entrabas a Gotham te dabas cuenta que aquella era una ciudad más bien parecida a un Inferno; calles sucias, criminales y pobreza; clubs, corrupción y un clima del fiasco. Hanna, desgraciadamente, estaba sufriendo con la parte que correspondía al clima. El viento gélido que siempre había por las noches le azotó el rostro sin piedad, obligándola a abrazarse a sí misma con fuerza, esperando que su calor corporal fuera suficiente para no morir con las mejillas congeladas. Ni sentía sus dedos ni tampoco la punta de la nariz, tal vez inclusive tuviera los labios morados.

Diablos, cómo se había arrepentido de llevar falda aquel día.

Sin embargo, cuando una chaqueta le cayó sobre los hombros y su calor la abrazó lo suficiente como para relajar todo su cuerpo, elevó la vista y se encontró con los ojos verdes de su hermano menor. Damian permaneció neutro y ella le sonrió. El muchacho le devolvió el gesto moviendo la cabeza para después continuar vigilando las calles, en la espera de cualquier peligro.

Damian era demasiado bueno con ella, pensó. Ambos habían estado juntos desde pequeños y a pesar de que a Damian lo separaban la mayor parte de tiempo por los entrenamientos, él nunca dejó que se alejaran ni tampoco, cuando su carácter se volvió de piedra, se volvió un idiota con ella. Allí permanecían, después de tantos años, después de tantas traiciones, después de tantas mentiras por parte del mundo que los rodeaba.

Allí estaba el equipo perfecto.

Y en cuanto al chico maravilla, era consciente de que su hermana era una rosa llena de espinas, hermosa, delicada pero con la enorme capacidad de dañarte si te atrevias a tocarla. Pero a pesar de todo la quería, la quería tanto que consideraba que ella era la única persona a la que no tendría terror de abrirle en corazón, de ablandarse con ella.

— ¿Tú no tienes frío? — Preguntó Hanna mirando uno de sus mechones de cabello castaño completamente oscuro, casi llegando a negro, como si fuera lo más interesante del mundo.

— No. — Contestó con simpleza, cambiando su postura sobre poste de luz.

— ¿Crees que Alfred tarde más? — Volvió a cuestionar, pensando en lo tonta que se oía haciendo una pregunta tras otra como niña pequeña. Damian era menor por dos años, pero por su madurez y altura, ella parecía ser la menor y de alguna forma Damian la trataba como tal, sin embargo, a Hanna no le molestaba eso en lo absoluto.

— No lo sé, hoy tenía que salir de la ciudad, ¿Recuerdas? — dijo, sentándose junto a su hermana en la banqueta. A excepción de ellos, el lugar estaba desolado.

— Podríamos haber caminado. — Susurró, dejando caer su cabeza en el hombro de su hermano.

— Sabes que papá se hubiera puesto histérico.

— Tengo diecisiete y tú quince, tú peleas con criminales todas las noches y ¿se pondrá histérico por irnos solos de la escuela? Dios, no entiendo a mi papá.

— En realidad, nadie lo hace.

El silencio que adornó los siguiente minutos fue muy reconfortante, necesario para ambos hermanos que habían terminado exhaustos de todo el ruido de la vida cotidiana. Allí, bajo la luz del poste, ambos Wayne permanecieron inmóviles, llevando sus mentes hasta sus más recónditos pensamientos.

Y entonces escucharon los disparos.

Se voltearon a la par al lado izquierdo de la calle, dónde una motocicleta salió a toda velocidad desde un callejón, siendo dirigida por un tipo extraño con un casco rojo que disparaba sin cesar a una camioneta negra blindada. Él vehículo derrapó al intentar dar vuelta en una esquina y el tipo del casco rojo disparó hacia las llantas, causando un pequeño choque contra un poste. Sin importar el estado de la camioneta, el conductor se desprendió del poste en reversa y siguió su curso ya sin ser perseguido por aquel extraño personaje.

— ¿Es algún villano? — preguntó Hanna sin miedo de mirar la escena, como si aquel fuera su pan de cada día.

— Nadie importante — dijo Damian, sintiendo la rabia crecer poco a poco en su interior.

Porque era alguien importante. Alguien a quien no debía pasar por alto.

Aquel era Red Hood.

Y sabia lo que implicaba que caperucita estuviera metido en problemas.

— ¿Ocurre algo Mantequilla? — Hanns se preocupó al ver el repentino cambio en el rostro de su hermano. Sí, había aprendido a leer ese rostro tan impenetrable con el tiempo y todavía se le facilitaba más, consideran que Damian no tenía la tendencia de esconder sus emociones cuando estaba con ella.

— No — Hanna asintió sin rechistar, si su hermano no quería mencionarlo ahora, no lo obligaría a hacerlo.

Y permanecieron un rato más en la acera del lugar hasta que una limusina negra apareció delante de ellos, de ésta salio Alfred con un rostro algo apenado.

— Lo siento mucho por el retraso, amos — dio una pequeña reverencia mientras habría la puerta —, pero durante el viaje se presentaron algunos inconvenientes...

La castaña, después de que Damian entrara al vehículo sin inmutarse ante el mayordomo, le sonrió.

— No te preocupes Alfred. No pasa nada — Le sonrió con calidez por última vez antes de abordar la limusina. — Y por cierto, deja de hacer reverencias, no es necesario.

La puerta del vehículo se cerró y poco tiempo después, el motor rugió con elegancia y arrancó hacia casa.

Y ese era un día normal para el dúo Wayne.

Lo que no sabían, era que mañana no sería un día para nada normal.

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