Uno

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Era un día de fiesta en el Reino de Grancant, el príncipe y heredero de la corona Park Jimin estaba cumpliendo ocho años de vida. El pequeño príncipe era una hermosa bendición para los habitantes del reino, un ángel dispuesto a gobernar de forma correcta. 

El Palacio estaba elegantemente decorado de sedas amarillas y blancas, las cuales eran las favoritas del pequeño. Los reyes con sus hijos habían sido invitados a celebrar junto con el príncipe Park, incluyendo la familia Jeon del Reino de Degrant, eran muy amigos de los Park y nunca se llegaron a imaginar que los traicionarían de aquella forma.

El menor estaba en su palacio celebrando su cumpleaños número ocho, Jungkook estaba frente a él sonriéndole dulcemente.

—Te quiero Minie—Besó su mejilla pero un pequeño temblor hizo que el castaño se aguantara de los hombros del Azabache, habían atacado a su reino—¡Huye, por favor Jiminie!—Gritó Jungkook, ¿Por qué le tocó hacer el peor trabajo?

—Ven conmigo, no quiero que te lastimen—Trató de llevarlo con él pero los guardias tomaron del brazo al menor.

—¡Vete, yo voy a estar bien!—sollozó y luego se lo llevaron por el brazo. 

Jimin empezó a buscar a sus padres más que asustado. Gritando que los estaban atacando, se detuvo al ver a su padre asesinado debido a que le enterraron una espada en el estómago. Se dio media vuelta y entre la multitud buscó a su madre la cual anteriormente se estaba acomodando el vestido.

—¡Mamá!—El pequeño heredero ya estaba llorando, se apoyó del marco de la puerta mirando a su madre la cual la estaban amenazando con una espada.

—¡Maten al mocoso!—Gritó uno de ellos, el niño se alejó y miró por última vez a su mamá la cual le pidió que empezara a correr por su vida, no le quedó más que obedecer.

Al salir del palacio observó como Jungkook y su padre eran subidos a un carruaje, quiso pedirles ayuda pero algo dentro de él decía repetidas veces que huyera de aquel lugar, y eso hizo. Los guardias lo perseguían montados en caballos, mientras le disparaban con flechas, el niño no supo como las esquivó sólo siguió corriendo hasta que los perdió de vista, ya no estaba en su casa ni tampoco en el pueblo. Se encontraba en un bosque, y al final de este había una pequeña cabaña. Con las pocas fuerzas que tenía corrió hasta allí, y al quedar frente a ella se desplomó en el suelo dándose un fuerte golpe en la cabeza.

Una anciana salió de la cabaña al escuchar el golpe en el exterior y tapó su boca al ver al Príncipe Park tirado en el suelo, totalmente inconsciente. Miró a los lados y escuchó a uno de los guardias decir que lo querían vivo o muerto, la mayor rápidamente tomó al niño en brazos y entraron a su casa. Le quitó toda la ropa que representaba a un príncipe colocándole un simple camisón blanco, le quitó el dije de oro que colgaba de su cuello y lo guardó muy bien en los cajones.

—Pobre niño... ¿te han quitado todo lo que tienes?—Susurró, acariciando su cabellera castaña con suma delicadeza—Yo te voy a cuidar y no dejaré que nadie te haga daño.

J.JK

—¿No crees que fue cruel asesinar a los habitantes del reino de los Park, padre?—Interrogó Jungkook mirando a su progenitor con algo de miedo.

—Es lo mejor para nuestro reino y pueblo, el príncipe escapó y eso es muy malo. Si él regresa los 18 años de edad todo nuetro reino se vendría abajo ¿y no queremos eso, verdad?

—No, padre.

—Debemos encontrar y asesinar al príncipe, si algún día yo muero y aún no le hemos encontrado el encargado de hacerlo eres tú, pequeño. Tú debes asesinar al príncipe Jimin con tus propias manos.

—Lo haré papá. No dejaré que él nos quite todo lo que nos pertenece, no se lo permitiré—Sonrió con malicia y lamió sus labios lentamente.

—Ese es mi muchacho, ve a tus clases de espada. Desde ahora empezarás a entrenar a como de lugar.

El joven asintió y se dirigió al patio real con una sonrisa de cabrón dibujada en sus delgados labios.

Mi destino es encontrar y asesinar al único sobreviviente de la familia Park.

El príncipe Jeon creció con odio y rencor en su corazón, su padre le había repetido muchas veces que aquella familia habían sido los responsables de la muerte de su madre. También le dijo que ellos le robaban todos sus bienes y su dinero sin importarle nada.

Doce años han pasado desde que el Reino de los Park fue atacado acabando con la vida de toda su familia excepto la del hijo y el único heredero a la corona, el cual hasta la fecha se encontraba desaparecido. No había ningún rastro de él, era como si la tierra se lo hubiera tragado por completo.

Ahora Kim Jimin al abrir sus ojos no tenía ningún recuerdo de su niñez, todo estaba blanco y cada vez que intentaba acordarse de algo un fuerte dolor en su cabeza aparecía. Creció junto con una humilde señora que lo crió como su hijo, aunque no lo fuera. Y por si se lo preguntan, el castaño no sabe que esa señora no es su mamá. Ella le había hecho creer que tuvo un accidente, el ahora chico de 20 años tenía estrictamente prohibido salir del bosque porque aún después de doce largos años la búsqueda del príncipe seguía en píe.

—Madre ¿Cómo se siente hoy? Y no intente mentirme, se ve que está mal—Acarició el cabello canoso de la mujer con delicadeza.

—Mi niño hermoso no debes preocuparte. Solo fue un pequeño desmayo, no es nada.

—Van cinco desmayos en lo que llevamos de año, tiene que tomar algo. Me siento muy preocupado por usted, déjeme ir al pueblo a buscar medicina y comida para ambos—Se levantó del suelo y al hacerlo la mujer lo tomó del brazo rápidamente.

—No me gusta el pueblo para ti, es peligroso. Aún están buscando al príncipe Park y no quiero que te hagan nada.

—Ese príncipe debe de estar más que muerto, yo no tengo nada que ver con él así qué iré a buscar comida y medicina ¿Vale?—Agarró un bolso de lado y salió de la cabaña, la mujer se quedó preocupada al dejar que su niño saliera solo, corriendo el peligro de ser reconocido por alguien. Ya que era idéntico al Rey Park.

Caminaba por el bosque con una angelical sonrisa en su rostro, miraba a las mariposas volar libremente incluyendo a los pájaros, los conejos saltaban por los montes alegres y el castaño moría de amor al verlos hacer aquello.

Al llegar al pueblo miró un puesto de manzanas, estaba dispuesto a comprar cinco pero al ver el precio frunció el ceño. Tomó la manzana entre sus manos y al hacerlo una gran mano lo tomó de la muñeca y la posicionó en el mesón.

—¿¡Intentando robar, mocoso ladrón?!—Agarró un gran cuchillo y el castaño palideció al verlo cerca de él.

—¡No es cierto, solo la estaba viendo!—Empezó a llorar del miedo que ahora sentía.

—Cortaré tu mano para que aprendas a no tomar cosas que no has comprado—Cuando estaba apunto de hacerlo una mano pálida lo impidió.

—Mi Rey... Yo—Soltó el objeto afilado, incluyendo la muñeca del castaño el cual estaba llorando desesperado.

—¿Quién te crees para cortar la mano de este niño? Te recuerdo que si se me pega la gana puedo mandarte a la hoguera—Exclamó el de cabellera negra mirándolo muy furioso.

—Qu-Quería robar las manzanas, Mi Rey—Agachó la mirada.

—N-no es cierto, estaba viéndola. Yo nunca sería capaz de robar, mi madre me ha dicho que eso es de cobardes—Sollozó.

—Creo que te mereces una semana en el calabozo o... o mejor serás uno de mis sirvientes ¿Qué te parece?—Tomó al vendedor del mentón con fuerza y rió en su cara al verlo palidecer.

—N-no mi señor.

—Entonces pídele perdón a este niño, ahora mismo—Lo tiró al piso, quedando de rodillas frente al chico de grandes ojos azules el cual intentaba secar sus lágrimas.

—Perdón, S-si quieres puedes tomar todas las manzanas que quieras, te las regalo.

El chico castaño se arrodilló y tomó de las mejillas al hombre con suavidad—No importa, cometiste un error y te perdono. Todos cometemos errores ¿Verdad?—Sonrió.

—¿Estás seguro, Niñato?—Preguntó el Rey, enarcó una ceja confuso.

—Más que seguro, puede dejarlo en paz—Jimin se levantó del suelo y miró al mayor, un leve rubor en sus regordetas mejillas apareció.

—Rey Jeon para ti, ahora lárgate si no te quieres pudrir en el calabozo por insolente—El chiquillo asintió varias veces, tomó su bolso y se fue corriendo del lugar—Y tú regresa a trabajar.

Subió a su caballo y empezó a cabalgar nuevamente hasta su castillo, pero quedando con un amargo sabor de boca. ¿Por qué aquellos ojos azules y esa mirada angelical se le hacían tan familiar? ¿Por qué sentía que lo había visto de alguna parte? Era extraño, muy extraño.

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